La dicotomía izquierda-derecha como marco socio-político hegemónico. Si el lenguaje es siempre una herramienta de conocimiento con la que el hombre ordena y aprehende la realidad, entonces el empleo de los lenguajes del poder, es decir, aquellos discursos emanados desde las estructuras oligárquicas dominantes a fin de auto-legitimarse en su posición privilegiada, ha de tener como consecuencia inevitable una existencia, entendida como experiencia vital, inmersa de principio a fin en la realidad construida y articulada por esos mismos poderes. Para el imaginario colectivo occidental el arco 'ideológico-político' [1] se reduce a la dicotomía básica entre izquierda y derecha, un esquema muy básico, arbitrario y bastante pueril basado en la oposición entre estos dos términos contrarios e irreconciliables, unos términos vagos, mal definidos -incluso en ocasiones contradictorios- pero extrañamente identificables de forma inmediata para cualquier ciudadano occidental medianamente instruido. Este esquema básico se completa por medio de imaginarse tal espectro 'ideológico' como un continuo que transita entre estos dos extremos. La idea, extremadamente sencilla, puede representarse gráficamente como sigue: Sin duda, gran parte de la fuerza de esta idea radica en su simplicidad, en base a un reduccionismo muy propio del pensamiento moderno que impide cualquier complejidad a la hora de abordar el análisis de la realidad. Pero este esquema es mucho más que un marco de interpretación 'político' como se suele pensar, en realidad sus consecuencias van mucho más allá convirtiendo tal esquema cognitivo en una herramienta con la que interpretar, clasificar y ordenar casi toda la realidad, imponiendo un pensamiento reduccionista y bipolar, a menudo carente de matices, para el cual todo es blanco o negro. Un modo de pensar exclusivista -que excluye lo diferente- muy propio de toda la filosofía occidental y ante el cual el ciudadano actual no puede mostrarse neutral o indiferente pues se ve impelido a posicionarse en el mismo de continuo por parte de los media. Es evidente por tanto que nos encontramos ante un discurso instrumental, promovido desde el poder con el fin de causar unas respuestas determinadas, en un primer momento de orden psicológico -filias y fobias- que se convertirán posteriormente, si son adecuadamente dirigidas, en actitudes y acciones tangibles. Entre los variados efectos psico-sociales que se busca uno de los más obvios es el de favorecer una percepción general de división, competencia y oposición por parte del ciudadano en todos los órdenes de la sociedad. Con todo, lo más decisivo es que este esquema aporta al ciudadano corriente un marco prácticamente exclusivo de análisis de la realidad que le rodea, en particular de aquella porción de realidad que le es transmitida a través de los medios de comunicación de masas, pilar fundamental para el sostenimiento de la actual sociedad del espectáculo. En razón de la 'espectacularización' a que se somete todo en el mundo de la postmodernidad, la política ha sobre-dimensionado su lado más mediático envileciéndose y renunciando por completo a su verdadera función -el gobierno de lo común-, convirtiéndose en un producto más de consumo masivo y entrando de lleno en la lógica del mercado para pasar a ser un asunto de marketing, donde solo importan la rentabilidad, la imagen y la comunicación. La conclusión es que los media no presentan ni pueden presentar la 'política real' sino una ficción creada para el consumo de las masas: la 'política-espectáculo'.Todo esto no sucede por casualidad. En la sociedad del mercado global toda 'ideología', así como cualquier utopía revolucionaria, por muy rebelde y anti-sistema que se nos presente, no puede sino acabar convertida en mercancía. Una mercancía no distinta de otras, con la única particularidad de ser inmaterial y de referirse al terreno de las ideas y los sentimientos, es decir al mundo interior del sujeto, que queda así menoscabado en su interior, castrado en su capacidad imaginal e intelectual por semejantes ficciones 'ideológicas'. Las pseudo-ideologías modernas suponen entonces un 'opio para el alma', en tanto que son productos fabricados para el consumo masivo de las mayorías explotadas y cretinizadas con el objetivo de limitar y dominar su mundo interior, dirigiéndolo hacia las ficciones y falsos mitos que mejor convenga al poder en cada momento. Las 'ideologías modernas' son una herramienta más de dominación, herramienta dirigida a promover la fragmentación y la división social. Por estas razones las 'ideologías' bien podrían definirse como 'anti-mitos', pues son de algún modo la inversión de los mitos antiguos. Mientras aquellos eran liberadores y elevadores del hombre, pues le instaban a superarse a sí mismo y, por emplear los términos platónicos, le hacían amar la Verdad y moverse hacia la Virtud; las ideologías de la modernidad sacan a la luz lo peor del sujeto humano, removiendo sus ambiciones más viles y sus apetitos más viscerales -la avaricia materialista, el ansia de consumo, el apetito de dominación- y conducen al hombre hacia la ilusión y la superstición, obligándole a vivir prisionero de una pseudo-realidad. * El centro político como 'locus virtutis'. "Conozco tu conducta: no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Ahora bien, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca. Tú dices: 'Soy rico, me he enriquecido, nada me falta'. Y no te das cuenta que eres un desgraciado, digno de compasión, pobre, ciego y desnudo." (Ap. 3:15-17) Como decíamos, más allá de la evidente falsedad e inadecuación de esta idea a la hora de enfrentar la realidad, este esquema contiene ciertas connotaciones filosóficas y morales que suponen un poderoso juicio de valor. Para empezar los puntos extremos de este eje, habitualmente designados como derecha e izquierda, son interpretados como zonas peligrosas, polos alteradores del 'equilibrio' y la normalidad social, equilibrio que coincide muy significativamente con el centro geométrico cando el esquema es representado gráficamente. El equilibrio se identifica al 'centro' y se sugiere a sí mismo como el 'lugar' que garantiza la paz y la armonía de la sociedad por medio de conjugar la tensión y neutralizar las peligrosas tendencias disgregadoras de los extremos, izquierda y derecha: en el término medio está la virtud. No es de extrañar por tanto que toda posición de poder trate por todos los medios de ser identificada con el centro y la normalidad (normalidad definida únicamente por la frecuencia con que una idea o conducta está presente en la sociedad). El alejamiento del centro, en efecto, marca una progresiva radicalidad en el espectro ideológico político. Izquierda y derecha son entonces percibidos como dos enemigos del 'orden social' igualmente peligrosos e indeseables para el ciudadano corriente, peligros que deben ser conjurados por medio de la acción virtuosa del 'centro'. Las difusas nociones de izquierda y derecha señalan las lineas del terreno de juego en que debe moverse todo ciudadano de bien formando con ello una pinza psicológica que señala el límite de lo correcto y lo conveniente para el ciudadano corriente; en definitiva definen el 'terreno de juego' de lo aceptable. Un terreno de juego 'ideológico' que va mucho más allá de lo meramente político mediante el cual el poder controla y limita la imaginación de sus sometidos a la vez que les dirige, atrayéndoles inexorablemente hacia el 'centro', espacio donde reside su poder. El centro es así el espacio exclusivo en que se pueden darse todos esos conceptos tan manoseados por la retórica demoliberal y que definen el discurso occidental: el consenso, el diálogo, etc... pero también y por la misma razón el centro es un espacio de 'tibieza', especialmente notoria por la acusada indefinición y falta de firmeza que causan la necesaria adaptabilidad al contexto y el deseo populista de no decir nada que pueda perturbar la placidez inconsciente de la mayoría. Pero además, este esquema horizontal e igualitario presenta una imagen muy adecuada a la superstición igualitarista moderna y brinda la ilusión de un orden bajo el aparente caos de la diversidad social. Ahora bien, esta misma horizontalidad del esquema impide cualquier interpretación vertical y con ello invisibiliza el verdadero 'lugar de poder' del que emana este discurso, no se articula un discurso que se refiera a oligarquías y sometidos sino que se divide la sociedad de iguales en polos simétricos y opuestos. Es decir la ilusión de las ideologías modernas divide la sociedad y la enfrenta entre sí. * La izquierda como ilusión de 'contra-poder'. Sin embargo, esta aparente oposición simétrica y perfecta que se asume generalmente entre derecha e izquierda es falsa pues esconde en su interior una profunda asimetría entre ambos términos, asimetría que pone en evidencia la falacia de semejante dicotomía como herramienta de interpretación y análisis de la sociedad moderna. Para empezar, esta asimetría es de origen y corresponde a lo que se ha denominado la 'prioridad histórica' de la derecha (G. Bueno). La existencia de esta diferencia en su mismo origen nos pone ante una de las características más centrales de toda la izquierda y que a nuestro juicio es reiteradamente obviada en todos los análisis: el carácter esencialmente reaccionario de toda teoría que pueda considerarse 'de izquierdas'. Quizá sea esta la única característica realmente esencial de la izquierda pues, al margen de ella, la izquierda ha demostrado poseer una capacidad camaleónica inagotable para reinventarse, cambiar sus objetivos, renegar de su pasado y apoyar casi cualquier causa, por disparatada o excéntrica que sea, defendiendo hoy lo que ayer condenaba. Esta carencia de núcleo esencial, de lo que llamaríamos 'valores inamovibles' por parte del pensamiento de izquierdas, no es un accidente fruto del devenir histórico sino que señala directamente a su esencia y hacia su función social de 'enmascaramiento' del verdadero núcleo ideológico, función que abordaremos en la parte final de este trabajo. Al referirnos al carácter reaccionario, queremos decir que todo proyecto o ideario identificable como 'de izquierdas' nace siempre contra algo, en contra de un enemigo previamente construido, definido y demonizado, y con el objetivo de modificar un orden social y político ya existente. Y es precisamente este carácter reaccionario la causa profunda de que históricamente la izquierda jamás haya tomado la iniciativa en el proceso de cambio social y que siempre haya estado unos pasos por detrás del cambio real -a menudo limitándose a explicarlo- y del propio poder que marcaba -y marca- la agenda del devenir histórico. Podrían ponerse numerosos ejemplos de esto pero creemos que bastará con observar la desintegración teórica de la izquierda ante su reto más reciente, la denominada 'crisis' del capitalismo neoliberal y que es, más que una crisis, una prueba de estrés controlada a fin de reajustar el sistema al nuevo contexto global, geopolítico y ecológico -ecológico en un sentido amplio, en tanto aquello que se refiere al ecosistema-. Aquí hemos visto cómo la izquierda, anquilosada en las mismas concepciones ideológicas y formulaciones teóricas desde hace no menos de 50 años, ha hecho aguas por todas partes y ha sido incapaz ni siquiera de proponer una lectura propia de los hechos acaecidos. Ha sido derrotada en la realidad de los hechos tanto como en el campo mediático de la comunicación -capital para una sociedad espectacular donde toda realidad está 'mediada' por otros y que tan bien emplea el liberalismo-. La izquierda ha resultado por completo arrollada ante la capacidad de innovación del liberalismo, sobre todo en lo que respecta a los nuevos usos del lenguaje -la 'guerra de palabras'- dirigidos a construir una descripción de la realidad que, al modo de un truco de mentalismo o de hipnosis, conforme la mente y el imaginario del receptor. Ante esta operación desarrollada metódicamente desde el núcleo del poder, la izquierda ha terminado por asumir -en lugar de combatir- el mismo discurso liberal, empleando sin tapujos su misma terminología, incapaz de mostrar la más mínima alternativa en el ámbito del discurso mental como tampoco en el de los hechos reales. * [1] Ya hemos señalado en otras ocasiones que el uso de los términos ideología y política por parte de la modernidad es espurio, pues falsean y enmascaran el sentido verdadero de ambos términos, por esta razón los entrecomillamos. Mientras no se indique lo contrario, y ya que estamos tratando su uso y función en la sociedad moderna, los empleamos refiriéndonos a su sentido convencional actual, no a su sentido profundo.
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