LA INDIA, LA REENCARNACIÓN Y EL SISTEMA DE CASTAS Durante largos siglos, en la India se vivió bajo la rígida, injusta y demoledora doctrina social de las castas; si bien esta situación sobre el papel fue abolida en los años 50, lo cierto es que aún hoy de modo increíble sigue vigente entre muchos sectores sociales sobre todo en lo que respecta al rechazo a los “intocables”. Esta doctrina emana directamente de la religión brahmánica, previa al hinduismo y origen de esta, y la división de la sociedad en castas tenía, y tiene, su sostén en la creencia en la reencarnación que justifica este perverso modelo. El principio del que se parte es que si una persona nace en el seno de una casta con privilegios sociales se debe a que en otras vidas alcanzó merecimientos para ahora gozar de esos privilegios; si una persona nace en una casta inferior se debe, en cambio, a que sus actos malvados hechos en vidas anteriores lo han llevado a nacer como inferior y con menos o ningún privilegio. Eso en el caso de que se nazca de nuevo como persona, pues la doctrina contempla la posibilidad de reencarnarse en cualquier tipo de animal. Durante su vida, una persona ni debe ni puede cambiar su casta social ni tampoco establecer relación, salvo de servidumbre, con una casta superior y, ni mucho menos, pueden haber matrimonios entre miembros de castas diferentes. Recordemos que desde hace siglos, al menos durante 3000 años, en la India existieron cuatro castas más la de los “intocables” que ni siquiera alcanzaban esa condición. La primera era la casta sacerdotal, la segunda la de militares y políticos, la tercera la de comerciantes y artesanos y la cuarta la de los siervos y campesinos. A su vez, estas castas fueron divididas en estratos, todo ello según las leyes brahmánicas. Solo se podía acceder a otra casta naciendo de nuevo; es decir, mediante una próxima reencarnación siempre y cuando se hubiera alcanzado méritos suficientes para conseguirlo. Obviamente, de aceptar con resignación en la vida que te tocaba vivir los límites y servidumbres de tu casta, sin saltarse las reglas y sin otra aspiración fuera de lo que se le exigía a cada casta, resultaba la acumulación de merecimientos cuya recompensa llevaría, en la próxima reencarnación, a la posibilidad de nacer en una casta superior. Es obvio, que la creencia en la reencarnación se instalara y penetrara en estas castas bajas con la intensidad que representaba ser su única tabla de salvación y toda su esperanza. Exactamente igual a la esperanza de acceder al cielo después de morir que podía tener un pobre siervo hambriento en la Europa cristiana medieval. Además de estas castas existía otro grupo “maldito”, el de los “bárbaros”, es decir, el de aquellos que no seguían ni cumplían las leyes dictadas por los brahamanes. Este sistema social se llamaba varna que significa “color”. Los historiadores nos narran las invasiones de los pueblos indo-aryos (entre el 1700 y 1300 a.d.C.) que se establecieron sobre todo en el norte de la India y promulgaron leyes para que no hubiera mestizaje y se estableciese la discriminación racial con respecto a los pueblos residentes dravídicos del sur de la India de piel más oscura. Estos invasores consideraron a esas tribus dravídicas autóctonas como infra humanos. Esta doctrina se reflejó en un libro Las leyes de Manu, un texto en sánscrito que no está claramente datado- se especula sobre del 1500 a.d.C.- y en el que se dice que las diferentes castas nacieron de partes diferentes del cuerpo dios Brahma; este libro dice también que el orden de castas es sagrado y que no puede ser modificado. Si alguien nace en una casta, esta será a la que pertenezca hasta su muerte. La única salida es la reencarnación y solo a través de sucesivas reencarnaciones se puede acceder a otra superior. Esta es la de los sacerdotes que, lógicamente son los que vigilan que estas normas se cumplan. Ni que decir tiene que los sacerdotes eran los que gozaban de mayores privilegios y cuidaron de que esta doctrina de la reencarnación se perpetuase. El sistema era tan rígido respecto a las obligaciones y prohibiciones de cada casta que, por ejemplo, alguien que no fuera brahmán no podía cantar los himnos de los Vedas o hacer los sacrificios bajo pena de muerte. Estos sacerdotes eran una élite al igual que los guerreros, pero la mayoría de la sociedad estaba formada por las castas más bajas. En cuanto a la mujer, en pocas sociedades como la de las castas, tuvo menos consideración social y no es difícil imaginar la dureza del tipo de vida que podía tener una mujer “intocable”. Aunque abolida la práctica del ritual satí por los ingleses en 1829, este ritual en el que la mujer de un hombre fallecido se quema viva junto al cadáver de él, bien por decisión propia, bien obligada, es aún practicado en ciertas zonas de la India de modo clandestino. También en la actualidad las autoridades reportan miles de agresiones anuales hacia los “intocables” pese a las leyes dictadas en tiempos recientes que procuran la igualdad entre castas y estimulan el progreso de las inferiores. La miseria y pobreza endémicas en grandes sectores sociales de la India está asociada a este sistema y a su sostenimiento en las creencias religiosas. Después del ataque y tortura a un paria por parte de miembros de una casta superior, el profesor de Sociología de Bombay Avatthi Ramaiah en unas declaraciones recogidas en 2018 por el New York Times afirmó: “Padecemos una enfermedad mental, podemos decir que la India es una potencia mundial que manda satélites al espacio pero mientras el hinduismo siga siendo fuerte, las castas serán fuertes y, mientras esto ocurra, habrá castas inferiores”. Como dato, el mismo informe decía que el 95% de indios en la actualidad se casan solo entre miembros de su misma casta. Este sistema fue puesto en cuestión por Buda y su enseñanza y, según parece, esto le pudo costar la vida pues se cree que fue envenenado por unos brahmanes. La afirmación de que todo el mundo, independientemente de su casta e, incluso las mujeres, podían acceder a la iluminación resultaba un escándalo enorme tanto en el ámbito religioso como en lo social dado que, por ejemplo, Buda tampoco dio ningún valor a los complejos y viejos rituales practicados por los brahmanes que incluían sacrificios. Además, Buda puso en cuestión la base que sostenía el sistema de castas: la creencia en la reencarnación mantenida por la vieja religión brahamánica. Buda la modificó y nos dejó la del renacimiento que parte de una premisa que es antagónica a la de la reencarnación y que la sitúa como falsa. Como sabemos, el budismo no triunfó en India salvo durante el breve tiempo del reinado de Asoka y el poder de los bramanes y el sistema de castas continuó hasta la dominación del Imperio Británico (1858-1947). Los ingleses, no olvidemos que protestantes, vieron con naturalidad, salvo algunas excepciones, este sistema de castas que se ajustaba a su ideario y del cual podían además sacar un beneficio social y económico. Son los ingleses, especialmente la Sociedad Teosófica, los que traen esta idea de la reencarnación a Occidente sustentada en tres premisas: a) sucesión de reencarnaciones con el fin de perfeccionarse por medio de un aprendizaje; b) reencarnación que implica recogida de beneficios o de pagos según vidas anteriores; c) existencia de una entidad que, al morir, guarda conciencia y memoria de sí misma. Es en este punto en el que Buda principalmente discrepa y enseña que no hay nada permanente que pueda reencarnarse por lo que la sucesión de reencarnaciones bajo esta premisa no es posible. Solo el Ser es permanente y no puede estar sometido ni condicionado a lo impermanente. Tampoco se da gran valor a la idea de un perfeccionamiento y sí, y muy importante, a la de superar el sufrimiento que, a su vez, conducirá a la liberación. Esta cesación del sufrimiento, en el presente, es como sabemos la base de toda la doctrina budista. Fue Gandhi el que, junto a su lucha por la independencia, luchó también contra la discriminación de las castas más bajas y contra el peso que las doctrinas nocivas del hinduismo tenían sobre una sociedad tan condicionada ideológicamente durante siglos. Esta lucha que incluía la defensa que hizo de los musulmanes indios, fue la causa de su asesinato a manos de un integrista hinduista. Pocas doctrinas religiosas han tenido tanto poder sobre millones de personas durante más de 3000 años como la de la doctrina del sistema de castas y su justificación en la idea de reencarnación brahamánica y que luego toma el hinduismo. Una creencia tremendamente perversa capaz de condicionar al ser humano hasta límites difícilmente concebibles. La India también nos ha proporcionado algunos de los sistemas de sabiduría más valiosos que conocemos, pero toda cultura y religión tienen su cara “b”; su lado más oscuro, algo que podemos ver también en cualquier otra religión. En Occidente la idea de pecado también ha sido históricamente usada en el cristianismo como un sistema de manipulación y una herramienta de sometimiento social. No es nuevo. Sin embargo resulta interesante observar que de todo el inmenso y rico ideario que es capaz de proporcionar el hinduismo, haya sido su idea de la reencarnación la que más haya triunfado en Occidente, es decir, el triunfo de una idea que nos asegura que nacemos bajo condicionantes que, además no conocemos, provenientes de otras vidas. Tal vez el motivo sea el vínculo inconsciente que alguien nacido en un entorno cristiano puede hacer de estos ignotos condicionantes que nos vienen de posibles vidas anteriores con la idea del pecado original: en ambos casos se paga. En el cristianismo esta idea nos viene del relato bíblico de los “primeros padres” pecadores y se supone que estamos pagando continuamente por ello con el fin de aprender y no pecar o, en el caso del hinduismo, para cumplir escrupulosamente, sin saltarse las reglas, los deberes de la casta en la que se nace pues si no es así, también pagarás por ello. Sea como sea el resultado es el mismo: o estamos ya pagando algo, o estamos aprendiendo a través de premios y castigos o las dos cosas a la vez. Un castigo que está ahí mismo si no pagas o no aprendes: en el infierno (castigo pagado de una vez) o en la próxima reencarnación (castigo pagado a plazos). Ambas ideas- una en Oriente, otra en Occidente- han triunfado en el mundo durante milenios. Tal vez sea hora de cambiar la perspectiva y empezar a ver la vida de un modo diferente y dejar atrás aquellas historias milenarias de pecados originales eternos o de reencarnaciones que servían para justificar lo injustificable. Efectivamente, son ideas simples y fáciles de entender para cualquier tipo de persona independientemente de su cultura, inteligencia y condición, es por ello que son aceptadas de modo popular. Todo el mundo entiende la dialéctica de “bien igual a premio” y “mal igual a castigo”; además proporcionan un marco de esperanza en una suerte de justicia, pues si alguien aquí, en esta vida, es un malvado “afortunado” ya recibirá su castigo en otra vida o irá al infierno a pagar sus maldades. Al igual que si una persona se porta bien, alcanzará su recompensa bien en el cielo o en la siguiente reencarnación. Es decir, tanto una creencia-reencarnación- como otra- cielo/infierno- son ideas válidas, han funcionado y funcionan; sirven para dar forma a un ideario que lleva asociado una serie de conductas morales sanas y éticas, y que además proporcionan unas creencias de fácil comprensión y consoladoras, especialmente la de la reencarnación en la que se dispone de la ventaja del “pago aplazado”, o sea, de tener mucho más “tiempo” del que te ofrece una sola vida. Sin embargo, bien sabemos que no conviene confundir lo válido con lo verdadero y que en la edad adulta el sistema de premios y castigos, posiblemente válido durante la infancia, deja de tener ese peso cuando se alcanza una comprensión acorde con la madurez y se empieza a funcionar con otros códigos. Códigos en los que ya no caben castas, ni estímulos de premios ni castigos, ni pecados ni culpas, ni sucesivas reencarnaciones esperanzadoras pero llenas de esfuerzos interminables, ni pagos a cortos o largos plazos ni, sobre todo, cabe ya el resultado de todo eso: el sufrimiento. Como dicen los sufíes: solo Dios sabe. Así sea. Artículo*: Sebastián Vázquez Más info en psico@mijasnatural.com / 607725547 MENADEL (Frasco Martín) Psicología Clínica y Transpersonal Tradicional (Pneumatología) en Mijas Pueblo (MIJAS NATURAL) *No suscribimos necesariamente las opiniones o artículos aquí compartidos
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