Escrito por Leandro Posadas. Pulgas, piojos, meando lo caballos… ¡Vaya almohada! Matsuo Bashô[1]. William Shakespeare en su obra El rey Lear narra cómo dicho rey despojado de su poder y de toda dignidad es arrojado a la intemperie en medio de una noche de fuerte tormenta. Al pasar por tal experiencia, y ver la tormenta cara a cara, el rey Lear se da cuenta de la verdad desnuda que todo ser humano debe afrontar cuando ha perdido todo, excepto la vida: «somos seres desguarnecidos». Su victoria ante la tormenta lo convirtió en algo que nunca soñó cuando era rey: «ser un ser humano»[2]. 600 años antes de la Era Cristiana en la Biblia Hebrea el Salmo 137 líricamente canta el destierro del pueblo hebreo en tierras de Babilonia (586 a.C., a 537 a.C.): «A orillas de los ríos de Babilonia nos sentamos a llorar acordándonos de Sión. En los sauces de sus orillas colgamos nuestras cítaras […] Allí mismo nuestros opresores para divertirlos nos invitaban a cantar un cántico de Sión […] Pero ¿Cómo cantar un cántico de Sión en tierra extranjera?» Para Luis Alonso Schökel este Salmo es el canto de la resistencia espiritual de los desterrados con esperanza[3]. Sión es nuestro hogar, pero también simboliza la esencia más profunda de la naturaleza humana. En la estrofa 90 del Dhammapada, un texto budista atribuido a Siddharta Gautama (Buda Sakiamuni), se afirma: «No hay más temor para quien ha llevado a cumplimiento el propio viaje y es libre del tormento de la esclavitud». Y un Maestro actual de la misma tradición, comentando dicho breve texto, sostiene: «No olvidemos que el viaje más importante es aquel que conduce a la libertad de todo sufrimiento». El Dhammapada desea indicarnos que el viaje humano reside en el progresivo adiestramiento de nuestra atención con el fin de aprender a reconocer las verdaderas causas de la angustia, y a adquirir la capacidad de dejar ir. Un amigo, quien salió de su país hace un año con la convicción que si cambiaba sus circunstancias exteriores podría hallar la felicidad, se ha dado cuenta que en la mayoría de los casos cambiar de lugar y de circunstancias no da la felicidad plena. Luchar por encontrar un mejor lugar para nuestra vida y poder resguardar mejor este cuerpo-mente que somos, más allá de todos los aspectos políticos, económicos, sociales, psicológicos, que dicho cambio conlleva, es posibilidad desafiante para desarrollarnos más profundamente como seres humanos. Emigrar, dejar a tanta gente amada y querida; dejar tantos lugares importantes de nuestra vida; tantas cosas por las cuales hemos trabajado duro y sentíamos verdadero cariño es objetivamente doloroso. ¿Cómo mirar de frente la tormenta de no estar más en casa? ¿Cómo orientarse cuando todas las coordenadas son desconocidas? Cada uno desde las más variadas circunstancias emprende un camino. Incluso el hecho mismo de quedarse en un lugar es emprender un camino. Las enseñanzas sapienciales nos dicen que la necesidad no nos determina, pues somos algo más que nuestras necesidades. El ser humano es más que su capacidad de elegir entre el dolor y la alegría. El ser humano es libertad de ser, incluso en cualquier circunstancia: somos la libertad de ser lo que somos. Somos nuestro propio «Sión», incluso fuera de nuestro país; lejos de nuestra familia y de nuestros amigos; incluso si hemos debido dejar nuestras almohadas y sartenes: Somos y podemos ser nuestra verdadera casa estemos donde estemos. Y en «nuestra verdadera casa» no actúa la ley de causa y efecto, pues la causalidad pertenece a los fenómenos, a la realidad sometida al espacio y al tiempo. «Nuestra verdadera casa» es el reconocimiento del carácter intrínsecamente libre de nuestra condición como humanos, en el cual no hay porqués, ni razones, ni determinaciones, ni necesidades. Sin embargo, cuando estamos fuera de nuestra verdadera naturaleza no queremos contemplar, no queremos, -no podemos-, conocer las cosas tal cual son. ¿Cómo contemplar las cosas tal cual son cuando eres «inmigrante»? ¿Cómo ver sabiamente todo lo nuevo que encontramos cuando salimos de nuestro mundo conocido? Las tradiciones sapienciales nos hablan de un modo y de una forma de contemplarse sabiamente como inmigrante. Ser inmigrante es una posibilidad para encontrar una salida a la comprensión errónea de la realidad; una vía de salida del sufrimiento. El Buda hablaba de lo «no-nacido» de lo «no-creado», de lo «no-originado»[4] para abrirnos paso ante las condiciones, determinaciones, y necesidades que como humanos debemos afrontar: nacer, respirar, vivir, crecer, amar, sufrir, gozar, emigrar, envejecer, morir… Nuestra verdadera naturaleza es nuestro modo de contemplar sabiamente las cosas tal cual son. El deseo no es nuestra verdadera naturaleza, el ansía no es nuestra verdadera naturaleza, la satisfacción de las necesidades emocionales y físicas no es nuestra verdadera naturaleza, sostienen las tradiciones sapienciales. Nuestra verdadera casa es la demora de la «no-muerte» que es sin tiempo, y está presente aquí y ahora. El modo de ser un sabio inmigrante, -habitar en un país extraño-, consiste en el despertarse al presente y en tener confianza en nuestra capacidad de escuchar, y de estar en un estado de simple y sabia presencia ante todo lo que nos viene al encuentro: aceptación; rechazo; odio; afecto; dificultades; incomprensiones; intolerancias; gestos de amistad o de aversión. Relacionarse con la experiencia de ser consciente de ser sentiente en condiciones que nos sobrepasan puede ser una herramienta fundamental para profundizar en esto que somos: este continuo surgir y cesar de las condiciones físicas y mentales de ser ser humano. Si somos suficientemente pacientes y disciplinadamente dispuestos a sostener la atención sobre el modo cómo la realidad nos viene al encuentro podremos darnos cuenta que las condiciones, determinaciones, necesidades, circunstancias no son más que levadura y fermento para crecer en sabiduría ante la realidad misma. Las condiciones son tal cual son: surgen, se manifiestan y cesan. Podemos ser testigos sabios, inmigrantes sabios de cada surgir y cesar y no estaremos nunca en tierra extranjera, sino que siempre llevaremos con nosotros «nuestra verdadera casa». ________________ [1] Matsuo Bashô, Senda hacia tierras hondas, Hiperion, Madrid 1998, p. 128. [2] Cf. Berman Marshall, Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad, Siglo Veintiuno Editores, México 2004, p. 103-104. [3] Cf. Schökel Luis Alonso – Carniti Cecilia, Salmos II, Verbo Divino, Navarra 1993, p. 1568. [4] Cf. Ajahn Sumedho, Una vida d’uscita: https://ift.tt/2Q1uoNp (La traducción es mía). - Artículo*: Fenomenología de la Espiritualidad - Más info en psico@mijasnatural.com / 607725547 MENADEL Psicología Clínica y Transpersonal Tradicional (Pneumatología) en Mijas Pueblo (MIJAS NATURAL) *No suscribimos necesariamente las opiniones o artículos aquí enlazados
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