Los poetas de la Alhambra Halil Bárcena El deseo de todo escritor de verdad es ver su obra editada algún día. Un hombre de letras anhela eso, publicar y ser leído. Nadie enciende una vela, se dice, para esconderla debajo de la cama. Gracias a internet y las nuevas tecnologías han aparecido nuevas formas de edición, alternativas al clásico libro impreso, de modo que darse a conocer hoy como escritor parece ser, en principio, más fácil que en tiempos pretéritos. Sin embargo, el caso que queremos reseñar aquí, ciertamente único y extraordinario, es el de aquellos poetas de la Granada nazarí, último bastión del islam andalusí, inmortalizados a través de los muros caligrafiados de la Alhambra, una de las joyas de la arquitectura islámica de todos los tiempos, convertida en verdadero libro abierto de la poesía hispano-musulmana. De hecho, la Alhambra es el monumento arquitectónico islámico que más inscripciones de todo tipo contiene. Pocos poetas en la historia han tenido el privilegio de ver inmortalizada su obra en los muros de un monumento de la importancia de la Alhambra de Granada, como es el caso de Ibn al-Cayyâb (1274-1349), Ibn al-Hatîb (1313-1374) e Ibn al-Zamrak (1333-1393), que representan el momento más esplendoroso de la poesía epigráfica de la Alhambra. En ella hallamos caligrafiada de forma omnipresente el lema dinástico nazarí, wa lâ gâlib il·lâ Al·lâh (No hay más vencedor que Al·lâh), distintas expresiones regias laudatorias que recuerdan a los diferentes sultanes constructores, así como inscripciones votivas, de uno o dos vocablos a lo sumo, jaculatorias de alabanza y mención de Dios, sus atributos y dones, fórmulas piadosas en honor del profeta Muhammad y un buen puñado de aleyas coránicas. Sin embargo, lo más singular de entre los distintos tipos de inscripciones del conjunto monumental de la Alhambra es la treintena de poemas, casi la mitad de todos los que se grabaron en ella, que han permanecido en sus muros, arrocabes y fuentes hasta nuestros días, desafiando todas las vicisitudes de la historia. Grabados en distintos materiales (mayoritariamente yeso, pero también madera y mármol) y caligrafiados en dos estilos, fundamentalmente, el cúfico, de carácter más bien rectilíneo, anguloso y sobrio, y el llamado sulusandalusí, que es una de las formas caligráficas propias de la cursiva árabe, tal como se dio en Al-Ándalus. Como afirma el arabista granadino José Miguel Puerta Vílchez, uno de los mayores estudiosos del edificio nazarí, “la Alhambra contiene la mayor colección de poesía mural árabe clásica conocida (…), lo que le confiere una singularidad mayor todavía a este monumento”[1]. Efectivamente, la Alhambra es mucho más que un simple palacio islámico gracias, precisamente, a dicha poesía mural, cuyo interés estético, literario y cultural es inestimable, ya que, dado su carácter áulico e histórico, ofrecen no poca información acerca de los diferentes soberanos musulmanes que ocuparon el edificio y las realizaciones arquitectónicas que llevaron a cabo en el transcurso del tiempo, así como de distintos acontecimientos históricos de la época. En definitiva, la Alhambra también es un libro abierto de poesía e historia que precisa ser leído, es la voz eterna de la Alhambra. Los poemas de la Alhambra fueron compuestos por los tres responsables de la llamada Secretaría de Redacción (Dīvān al-Nišā’), instituida por Muhammad II (1273-1302). Se trata de los tres poetas ya antes citados, algo insólito, sin duda, en el marco del arte islámico que, en la mayoría de los casos, se desarrolla a partir del anonimato. El primer poeta fue fue Ibn al-Cayyâb (1274-1349), adepto al sufismo, a pesar de la actitud hostil de los jurisconsultos malikíes hacia éste, y excelente cultivador del género poético llamado fahr, caracterizado por el orgullo personal y la autoestima. Le siguió su discípulo Ibn al-Hatîb (1313-1374), célebre historiador, médico, filósofo y, por supuesto, poeta, uno de los mayores eruditos de la historia de Al-Ándalus. Por último, tenemos a Ibn Zamrak (1333-1393), el poeta de la Alhambra por excelencia, según lo denominó el arabista Emilio García Gómez, su principal traductor al español y uno de sus máximos expertos[2]. Se ha de decir al respecto que Ibn Zamrak fue el único gran poeta andalusí que vio en vida la Alhambra concluida y pudo, por lo tanto, disfrutar de ella. Con Ibn Zamrak, que ocupó también importantes cargos políticos, la poesía andalusí aplicada a la arquitectura alcanzó su máximo apogeo. Sus elaboradas y excepcionales casidas superan con creces al resto de poetas de la Alhambra. Así lo reconocieron sus propios contemporáneos. Como afirma García Gómez, desde un punto de vista estrictamente formal, “no cabe sino admirar su absoluta perfección gramatical”[3]. En efecto, Ibn Zamrak utiliza y despliega todos los recursos propios de la lengua árabe con la gracia y la desenvoltura de quien los conoce en profundidad. Suyos son los siguientes versos, un canto exaltado a la belleza de la Alhambra; versos que forman parte del epígrafe que decora la Sala de Dos Hermanas del palacio nazarí, la inscripción más larga y a decir de muchos, García Gómez entre ellos, la más hermosa de todos los textos poéticos de la Alhambra: “Jardín yo soy que la belleza adorna (…). Jamás vimos alcázar más excelso, de contornos más claros y espaciosos. Jamás vimos jardín más floreciente, De cosecha más dulce y más aroma”[4]. Digamos, para acabar, que la poesía epigráfica de la Alhambra que acabamos de presentar en estas líneas no solamente desempeña una función ornamental, no es un mero alarde estético, como a veces se ha pensado y aún se piensa en algunos ámbitos. Como bien apunta el arabista granadino Emilio de Santiago[5], que ha dedicado buena parte de su vida al estudio del palacio nazarí, en los poemas de la Alhambra, en el rico simbolismo que presentan y en su maridaje con los distintos espacios arquitectónicos y sus juegos de luces y sombras, hay algo así como un intento desesperado por eternizar el poder de la palabra y su capacidad para mostrar la esencia secreta de las cosas. Al fin y al cabo, esa es la función primera y última de todo arte, revelar la naturaleza real de las cosas, no copiar su apariencia. (Traducción al turco a cargo de Nesrin Karavar). (Artículo publicado en turco en la revista turca de literatura Yedi Iklim, junio 2016). Notas: [1] José Miguel Puerta Vílchez, Leer la Alhambra. Guía visual del monumento a través de sus inscripciones, Patronato de la Alhambra y el Generalife, Granada, 2011, p. 15. [2] Emilio García Gómez, Ibn Zamrak, el poeta de la Alhambra, Granada, Patronato de la Alhambra y Generalife, 2006. [3] Ibídem, p. 93-94. [4] Emilio García Gómez, op. cit., pp. 144 y 147. [5] Emilio de Santiago, La voz de la alhambra, Patronato de la Alhambra y Generalife, Granada, 2009, p. 27.
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