[…]El poder de las creencias y de lo que sentimos con respecto a ellas también es la clave de la sabiduría preservada en los lugares más magníficos, prístinos, aislados y remotos de nuestro mundo. El poder de la creencia humana, y cómo afilarla hasta convertirla en una fuerza que actúe poderosamente en nuestras vidas, ha sido preservado y guardado como un secreto en los elevados monasterios de la alta meseta tibetana, en la península del Sinaí en Egipto, en los Andes del Sur en Perú, y en las enseñanzas orales de los pueblos nativos distribuidos por las Américas. En este punto prodrías empezar a plantearte lo misma pregunta que yo me planteé hace veinte años, cuando era un experimentado diseñador de sistemas informáticos y trabajaba para la industria aeroespacial y el Ministerio de Defensa: si la creencia es tan poderosa, y si todos tenemos este poder dentro de nosotros, ¿por qué no lo usamos cada día? “El mejor modo de ocultar algo es mantenerlo a plena vista”. Aunque hay muchas explicaciones de cómo un conocimiento tan poderoso ha podido perderse durante tanto tiempo y por qué se ocultó originalmente, el primer paso para activar el poder de la creencia en nuestras vidas es comprender con precisión qué es y cómo funciona. Cuando lo hacemos, nos otorgamos a nosotros mismos nada menos que el don de hablar “cuánticamente” y de programar el universo. Lo que parece ser es para aquellos para quienes parece ser. William Blake, poeta La curación espontanea de las creencias. Gregg Braden Isis sin velo. Brahmâ era la divinidad suprema de los indos, cuando tan sólo es un aspecto inferior, análogo al Jehovah hebreo, “el espíritu semoviente sobre las aguas”, el dios creador, el demiurgo, el arquitecto del mundo, cuya imagen simbólica tiene cuatro rostros correspondientes a los cuatro puntos cardinales. A este propósito dice Polier: “En el principio, el embrionario universo reposaba sumergido en las aguas, en el seno del Eterno. De las caóticas tinieblas surgió Brahmâ, el arquitecto del universo, y sobre una hoja de loto flotaba entre las aguas y las tinieblas”. Idéntico es el relato de la cosmogonía egipcia, en que Athtor, la Madre Noche, símbolo de las tinieblas, cubría en un principio la inmensidad del abismo de las aguas sobre que flotaba el espíritu del Eterno. También las Escrituras hebreas hablan del espíritu de Dios, y de su emanación creadora simbolizada en otra divinidad. Pero continuemos el relato de la cosmogonía inda: “Al ver el caótico estado de las cosas, se pregunta Brahmâ a sí mismo lleno de consternación: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? Entonces oye una voz que le dice: “Eleva tus plegarias a Bhagavad”. Brahmâ se sentó en la hoja de loto en actitud contemplativa, con la mente enfocada en el Eterno, quien, complacido de aquella muestra de piedad, disipa las tinieblas y descorre el velo de su mente. Al punto surge el radiante Brahmâ del huevo del universo, y henchido del divino espíritu que le ha despertado la mente, empieza a actuar y se mueve sobre las aguas. Es Narayana.” El loto, la flor sagrada de indos y egipcios, simboliza a Brahmâ entre los primeros y a Horus entre los segundos. Todos los templos del Tíbet y del Nepal ostentan la flor de loto, cuyo sugestivo significado es idéntico al del lirio que el arcángel Gabriel ofrece a María en las representaciones pictóricas de la Anunciación. Para los indos es el loto emblema de la potencia creadora de la naturaleza, por la compenetración del fuego (espíritu) con el agua (materia). Un versículo del Bhagavad Gîtâ, dice: “¡Oh Eterno! Entronizado en ti veo al creador Brahmâ sobre el loto”. Según Jones, la simiente del loto contiene ya antes de germinar el embrión de las futuras hojas; y como dice Gross, la naturaleza nos da en el loto un ejemplo de la anteformación de sus productos, pues la simiente de todas las plantas fanerógamas contiene la futura planta con su propia configuración. (Brahmâ no creó la tierra, como tampoco el resto del universo, sino que surge del alma del mundo luego de emanar de la Causa primera y emana de sí a su vez la naturaleza toda. No queda independiente, sino entremezclado con ella, de modo que Brahmâ y el universo forman un solo ser y cada partícula del universo es en esencia el propio Brahmâ, quien procede de sí mismo. Burnouf. – Introducción, II8.) Lo mismo significa el loto para los budistas. El Bodhisat (Espíritu del Buddha) se aparece con el loto en la mano junto al lecho de Mahâmayâ o Mahâdeva, la madre de Gautama Buddha, y le anuncia el nacimiento de su hijo. De la propia suerte, la flor de loto estaba invariablemente unida en Egipto a todas las representaciones de Osiris y Horus. Todo esto demuestra el común parentesco del símbolo en las religiones induista, egipcia y judía, pues en todas ellas la flor de loto o lirio de agua simboliza el tránsito de lo subjetivo a lo objetivo, del pensamiento abstracto de la Divinidad desconocida a las formas concretas y visibles de la creación. Disipadas las tinieblas, surgió la luz y Brahmâ vió en el mundo ideal, hasta entonces sumido en la mente divina, los arquetipos de las cosas que habían de tomar forma visible en la manifestación del universo. Porque, como arquitecto del universo, ha de dar existencia objetiva a los tipos ideales ocultos en el seno del Eterno, del mismo modo que en la simiente del loto se ocultan las futuras hojas de la planta. A esto se refiere el versículo del Génesis que dice: “Produzca la tierra árbol de fruto que dé fruto, según su especie, y cuya semilla esté en él”. En todas las religiones antiguas el “Hijo del Padre” es el Dios creador, es decir, su manifiesto y visible pensamiento. Antes de la era cristiana, desde la Trimurti inda hasta la triada de las Escrituras hebreas, según la interpretación cabalística, todas las naciones velaron simbólicamente la trina naturaleza de su Divinidad suprema. En la religión cristiana, el misterio de la Trinidad no es ni más ni menos que el artificioso injerto de una rama nueva en tronco viejo, y el mismo significado simbólico que el loto tiene el lirio de la Anunciación en las iglesias latina y griega. Por otra parte, como el loto se cría en el agua al calor del sol, los antiguos lo consideraron hijo del fuego y del agua; de aquí que simbolice también la dualidad de espíritu y materia. Brahmâ, Jehovah, Adam–Kadmon y Osiris o más bien Pymander, representan la segunda persona de la Trinidad. Por esta razón es Pymander, en la teogonía egipcia, el progenitor de todos los dioses solares. El Eterno es el espíritu ígneo que educe, plasma y desenvuelve todo cuanto al calor de Brahmâ nace en las aguas, de suerte que Brahmâ es el universo y el universo es Brahmâ. Tal es la filosofía de Spinoza aprendida de Pitágoras y también la de Giordano Bruno que, por sostenerla, murió en la hoguera. Para demostrar los extravíos de la teología cristiana, baste advertir que Giordano Bruno murió a manos del fanatismo intolerante por la explicación del mismo símbolo que expusieron los apóstoles y aceptaron los primitivos cristianos. El lirio del Bodhisat y de Gabriel, que simboliza el agua y el fuego o el concepto de la creación, se pone de manifiesto en el primitivo sacramento del bautismo. Las doctrinas de Bruno y Spinoza son virtualmente idénticas, aunque éste las exponga de un modo más cauto y velado que el autor de Causa Principio et Uno o sea Infinito Universo e Mondi. Pero tanto Bruno, que declara haberse inspirado en Pitágoras, como Spinoza, que sin declararlo lo deja traslucir, tienen el mismo concepto de la Causa primera. Según elles, Dios es entidad per se, el infinito Espíritu, el único Ser independiente de toda otra causa y efecto, que por su voluntad produjo todas las cosas y estableció las leyes del universo cuya ordenada existencia mantiene perpetuamente. De acuerdo con los swâbhâvikas indos, erróneamente tildados de ateos, quienes dicen que todas las cosas y todos los seres, hombres dioses y espíritus proceden del Swabhâva o su propia naturaleza, Spinoza y Bruno afirman que es preciso buscar a Dios en la naturaleza y no fuera de ella. Porque siendo la creación proporcional al poder del creador, el universo ha de ser tan infinito y eterno como el creador, y cada forma engendra de su propia esencia otra forma. Los críticos modernos afirman que Giordano Bruno prefirió dar la vida a ceder en sus convicciones, porque no le sostenía la esperanza en otro mundo mejor, de lo que parece inferirse que Giordano Bruno no creía en la inmortalidad del alma, y así lo asegura Draper al decir con referencia a la multitud de víctimas de la intolerancia clerical: “El tránsito de esta vida a la otra, aun en circunstancias aflictivas, era entonces el paso de temporánea pena a eterna felicidad… El mártir cree que una mano invisible le conduce a través del tenebroso valle… Bruno no cree en semejante auxilio. Las opiniones filosóficas porque sacrificó su vida no podían prestarle consuelo alguno”. Sin embargo, Draper demuestra conocer muy superficialmente la doctrina de Bruno, dejando de lado a Spinoza cuya cautelosa exposición de ideas las encubre a quien no sepa descifrar la metafísica pitagórica. Pero desde el momento en que Bruno declaraba explícitamente su conformidad con las doctrinas pitagóricas, por fuerza había de creer en la inmortalidad del alma y no verse privado de la consoladora esperanza de mejor vida. Su proceso, referido por Berti en la Vida de Bruno, en vista de documentos originales recientemente publicados, no deja duda respecto de las verdaderas doctrinas del ilustre filósofo. De conformidad con los neoplatónicos y los cabalistas, sostenía que Jesús era mago, en el sentido que Porfirio, Cicerón y Filo Judeo dan a la palabra magia, o sea de sabiduría divina, capaz de investigar los secretos de la naturaleza. Según Filo Judeo, los magos son hombres de santidad que, apartados de las cosas de este mundo, contemplan las virtudes divinas, comprenden claramente la naturaleza de los dioses y los espíritus é inician a otros hombres en los misterios cuyo conocimiento les permite relacionarse continuamente en vida con los seres invisibles. Antiguos maestros: “Creo que el universo es infinito como obra del divino é infinito poder, porque hubiera sido indigno de la omnipotencia y de la bondad de Dios crear un solo mundo finito pudiendo crear, además de este mundo, infinitos otros. Por lo tanto, declaro que hay infinitos mundos parecidos al nuestro, el cual, de acuerdo con el sentir de Pitágoras, creo que es una estrella de naturaleza análoga a la luna, a los otros planetas y demás astros, cuyo número es infinito, y que todos estos cuerpos celestes son mundos innumerables que constituyen el universo infinito en el espacio infinito, y esto es lo que llamo universo infinito con innumerables mundos; y así tenemos dos linajes de grandeza infinita en el universo y una multitud de mundos. Esto parece a primera vista contrario a la verdad, si se compulsa con la fe ortodoxa. ”Además, en este universo hay una providencia universal por cuya virtud todos los seres viven, se mueven y perseveran en su perfeccionamiento. Esto lo entiendo en dos sentidos: primero, a la manera como el alma está en todo el cuerpo y en cada una de sus partes, a lo que llamo la naturaleza, sombra o huella de la Divinidad; y segundo, a la manera como está Dios en todo y sobre todo, por esencia, presencia y potencia, no como parte ni como alma, sino de modo inefable. “Además, creo que todos los atributos de Dios son uno solo y el mismo. De acuerdo con los más eminentes teólogos y filósofos concibo tres atributos principales: poder, sabiduría y bondad, ó, mejor dicho, voluntad, conocimiento y amor. La voluntad engendra todas las cosas; el conocimiento las ordena; y el amor las concierta y armoniza. Así comprendo la existencia de todas las cosas, pues nada hay que no participe de la existencia ni ésta es posible sin esencia, de la propia manera que nada es bello sin belleza, y por lo tanto nada puede escapar a la divina presencia. Así es que por raciocinio y no por verdad substancial entiendo distinción en Dios. “Creo que el universo con todos sus seres procede de una Causa primera, por lo que no debe desecharse el nombre de creación a que, según colijo, se refiere Aristóteles al decir que Dios es aquello de que el universo y la naturaleza dependen. Así es que, según el sentir de Santo Tomás, sea o no eterno el universo, considerado en razón de sus seres, depende de una Causa primera y nada hay en él independiente. “Con respecto a la verdadera fe, prescindiendo de la filosofía, ha de creerse en la individualidad de las divinas personas, y que la sabiduría, el Hijo de la Mente, llamada por los filósofos inteligencia y por los teólogos Verbo, tomó carne humana. Pero a la luz de la filosofía, dudo de estas enseñanzas ortodoxas, aunque no recuerdo haberlo dado a entender explícitamente, ni de palabra ni por escrito, sino de un modo indirecto, al hablar de otras cosas que con toda sinceridad creo que pueden demostrarse por natural juicio. Así, en lo referente al Espíritu Santo o tercera persona, no lo comprendo de otra manera que como lo entendieron Salomón y Pitágoras, es decir, como Alma del universo compenetrado con el universo, pues según Salomón: “El espíritu de Dios llena toda la tierra y contiene todas las cosas”. Y esto concuerda asimismo con la doctrina pitagórica expuesta por Virgilio en el texto de la Eneida, cuando dice: Principio coelum ac terras camposque liquentes, Lucentemque globum Lunæ, Titaniaque astra Spiritus intus alit, totamque infusa per artus Mens agitat molem… “De este Espíritu, vida del universo, procede, a mi entender, la vida y el alma de todo cuanto tiene alma y vida. Además, creo en la inmortalidad del alma lo mismo que en la del cuerpo, pues en lo que a su substancia se refiere también el cuerpo es inmortal, ya que no hay otra muerte que la disgregación, según parece inferirse de la sentencia del EccIesiastes, que dice: “Nada hay nuevo bajo el sol. Lo que es será”. No es la primera vez en la historia que el mundo invisible ha tenido que luchar contra el materialista escepticismo de la ceguera espiritual de los saduceos. Tanto como los ignorantes é hipócritas jueces de Galileo lograron detener el movimiento de la tierra. No hay teoría capaz de influir decisivamente en la estabilidad é instabilidad de una creencia heredada de las razas primitivas que, si tenemos en cuenta el paralelismo entre las evoluciones espiritual y física del hombre, recibieron la verdad de labios de sus antepasados, los dioses de sus padres que “estaban al otro lado de las aguas”. Algún día se demostrará la identidad de los relatos bíblicos con las leyendas indas y la cosmogonía de distintos países, para ver cómo las fábulas de las edades míticas son alegorías de los fundamentales principios geológicos y antropológicos. A esas fábulas de tan ridícula expresión habrá de recurrir la ciencia para encontrar los “eslabones perdidos”. Por otra parte, ¿qué denotan las raras coincidencias observadas en la historia respectiva de pueblos tan distantes? ¿De dónde proviene la identidad de los conceptos primitivos que se advierten en las llamadas fábulas y leyendas, donde se encierra el meollo de los sucesos históricos, de una verdad profundamente encubierta bajo la capa de poéticas ficciones populares, pero que no deja de ser verdad? Comparemos, por ejemplo, el Génesis con los Vedas en los pasajes siguientes: Y habiendo comenzado los hombres a multiplicarse sobre la tierra y engendrado hijas, viendo los hijos de Dios las hijas de los hombres que eran hermosas, tomáronse mujeres, las que escogieron entre todas… Y había gigantes sobre la tierra en aquellos días … “El primer brahmán se queja de estar solo y sin mujer entre sus hermanos. A pesar de que el Eterno le aconseja que dedique sus días al estudio de la ciencia sagrada, el primer nacido insiste en la queja. Enojado por tamaña ingratitud, el Eterno da al brahmán una mujer de la estirpe de los daityas o gigantes, de quien todos los brahmanes descienden por generación materna”. Así es que la casta sacerdotal desciende por una línea de las entidades superiores, los hijos de Dios, y por otra, de Daintany, la hija de los gigantes de la tierra, los hombres primitivos. “Y ellas les dieron hijos a ellos y llegaron a ser hombres poderosos del tiempo viejo; varones de nombradía”. La misma alegoría encierra el pasaje análogo de la cosmogonía del Edda escandinavo. Har, compañero de Jafuhar y Tredi, describe a Gangler la formación del primer hombre llamado Bur, padre de Bör, quien tomó por mujer a Besla, hija del gigante Bölthara, de la estirpe de los primitivos gigantes. El mismo fundamento tienen las fábulas griegas de los titanes y la leyenda mexicana de las cuatro estirpes sucesivas del Popol–Vuh. Esta alegoría de los gigantes es uno de los cabos de la enredada y al parecer inextricable madeja de la psicología del género humano, pues de otro modo no cupiera explicar la creencia en lo sobrenatural, ya que decir que ha brotado, crecido y desarrollado a través de las edades sin base de sustentación, cual frívola fantasía, fuera equiparable al absurdo teológico de que Dios creó el mundo de la nada. Infinidad de nombres se han dado a las manifestaciones o efectos de la misteriosa energía que anima la materia. Es el caos de los antiguos; el antusbyrum o fuego sagrado de los parsis; el fuego de Hermes; el elmes de los antiguos germanos; el rayo de Cibeles; la antorcha de Apolo; el fuego sagrado de los altares de Pan y Vesta; la centella del yelmo de Plutón, del capacete de Dioscuri, de la cabeza de Gorgona, del casco de Palas y del caduceo de Mercurio; el phtha o ra egipcio; el Arcaîoç y el Zeus cataibates (el que desciende) de los griegos; las lenguas de fuego de la Pentecostés; la zarza ardiente de Moisés; la columna de fuego del Éxodo; la lámpara ardiente de Abraham; el fuego eterno del abismo sin fondo; los vapores del oráculo délfico; la luz sidérea de los rosacruces; el akâsha de los adeptos indos; la luz astral de los cabalistas; el flúido nervioso de los magnetizadores; el od de Reichenbach; el globo ígneo de Babinet; el psicodo y la fuerza étnica de Thury; la fuerza psíquica de Cox y Crootes; el magnetismo atmosférico de algunos físicos; el galvanismo; y finalmente la electricidad. Bulwer Lytton en su Raza futura le llama vril y supone ficciosamente que se valían de ella las poblaciones subterráneas. Dice, al efecto, que estas gentes creen que el vril unifica y resume la energía de todos los agentes naturales y demuestra después como Faraday presintió ya la unidad de las fuerzas en el siguiente pasaje: “Hace mucho tiempo que estoy convencido, y conmigo muchos otros amantes de la naturaleza, de que las diversas modalidades de las fuerzas de la materia tienen origen común, es decir, que están relacionadas con tan directa interdependencia que pueden transmutarse una en otra con equivalente potencia de actuación”. Por absurdo y anticientífico que parezca, sólo cabe, en verdadera definición de la energía primaria de Faraday y del vril de Lytton, identificarlos con la luz astral de los cabalistas, según van corroborando uno tras otro los descubrimientos de la ciencia. Hace poco tiempo anunciaron los periódicos que Edison había descubierto una fuerza de modalidad distinta a la eléctrica, excepto en la conductibilidad. Si la noticia se confirma veremos cómo, no obstante las denominaciones científicas que se le den, resultará al fin y al cabo uno de tantos hijos engendrados desde el origen del tiempo por nuestra cabalística madre la Virgen Astral. En efecto, el descubridor asegura que la nueva fuerza es tan distinta y obedece a tan regulares leyes como el calor, el magnetismo y la electricidad. El periódico que primeramente publicó la noticia añade que Edison supone la nueva fuerza relacionada con el calor, aunque también pudiera generarse por medios independientes y no conocidos todavía. Quienes no hayan estudiado el asunto, tal vez se sorprendan de ver lo mucho que en la antigüedad se conocía del omnipenetrante y sutilísimo principio hace poco bautizado con el nombre de éter universal. Pero antes de pasar adelante, conviene enunciar, según insinuamos ya, dos categóricas proposiciones, que para los antiguos teurgos fueron leyes demostradas. 1.º Los llamados milagros, empezando por los de Moisés y acabando por los de Cagliostro, estuvieron en perfecta concordancia con las leyes naturales, como acertadamente dice Gasparín, y por lo tanto, no fueron tales milagros. La electricidad y el magnetismo intervinieron sin duda alguna en muchos de estos prodigios; pero tanto ahora como entonces cabe admitir que las personas suficientemente sensitivas sirvan de conductores inconscientes y actúen en virtud de estos flúidos tan poco conocidos todavía por las ciencias. Esta fuerza posee infinidad de atributos y propiedades en su mayor parte ignoradas de los físicos. 2.º Los fenómenos de magia natural, presenciados en Siam, India, Egipto y otros países de Oriente, no tienen nada de común con la prestidigitación, pues los primeros son efecto de fuerzas naturales ocultas, y la segunda es artificio ilusionante obtenido por medio de hábiles manipulaciones en connivencia con otras personas. Los taumaturgos de toda época obraban prodigios por estar familiarizados con las ondulaciones imponderables en sus efectos, pero perfectamente tangibles, de la luz astral, cuyas corrientes guiaban con la fuerza de su voluntad. Los prodigios tenían doble carácter físico y psíquico, con sus correspondientes efectos materiales y mentales. Estos últimos son de índole análoga a los producidos por Mesmer y sus sucesores, entre quienes se cuentan en nuestros días dos hombres de no común cultura, Du Potet y Regazzoni, cuyas maravillosas facultades les dieron bien atestiguada nombradía en Francia y otros países. El hipnotismo es la más importante modalidad de la magia, cuyos efectos tienen por causa el agente universal propio de las obras mágicas que en todo tiempo se denominaron milagros. Los antiguos llamaron caos a este agente; Platón y los pitagóricos el alma del mundo, y según los indos la Divinidad en forma de éter penetra todas las cosas. Es un flúido invisible, y sin embargo, sumamente tangible. A este universal Proteo, a que De Mírville llama burlonamente el omnipotente nebuloso, lo denominaron los teurgos fuego viviente, espíritu de luz y magnes, cuya denominación denota sus propiedades magnéticas y naturaleza mágica, porque, como dice uno de nuestros adversarios, màgoç y màgnhç son dos ramas de un mismo tronco que dan iguales frutos. Para averiguar la etimología de la palabra magnetismo, hemos de remontarnos a época inconcebiblemente remota. Muchos creen que la piedra imán deriva su nombre del de la ciudad de Magnesia, en Tesalia, donde abunda en extremo; pero diputamos por única acertada la opinión de los herméticos. La palabra mago se deriva del sánscrito mahaji, que significa grande o sabio, el ungido con la sabiduría divina. A este propósito dice Dunlap: “Eumolpo es el mítico fundador de los eumólpidos o sacerdotes que atribuían su saber a la inteligencia divina”. Las cosmogonías de los diversos pueblos identificaban el alma árquea universal con la mente del Demiurgos, la Sophía de los agnósticos o el Espíritu Santo en su aspecto fenoménico; y como los magos derivaban su nombre de este principio, se llamó a la piedra imán magnes, en honor de los que primeramente descubrieron sus maravillosas propiedades. Los templos de los magos abundaban en todas partes y entre ellos había algunos dedicados a Hércules, por cual razón se le dió a la piedra imán el nombre de magnesiana o heráclea, cuando se supo que los sacerdotes la empleaban en sus operaciones terapéuticas y mágicas. Sobre este particular dice Sócrates: “Eurípides la denomina piedra magnesiana, pero el vulgo la llama heráclea”. De modo que los magos dieron nombre a la comarca tesaloniense de Magnesia y a la piedra imán que allí abundaba y no al contrario. Plinio dice que los sacerdotes romanos magnetizaban el anillo nupcial antes de la ceremonia. Los historiadores paganos guardan cuidadoso silencio acerca de los misterios mágicos, y Pausanias declara que en sueños le conminaron a no revelar los sagrados ritos del templo de Demetrio y Perséfona en Atenas. (A Hércules se le llamaba rey de los musianos (Schwab, II–44) y musiana era la fiesta del “espíritu y la materia” simbolizados por Adonis y Venus, Baco y Ceres. ( Dunlap, Misterio de Adonis, 95). Dice Dunlap que Juliano y Anthon identificaban a Esculapio “el Salvador de todas las cosas” con Phtha (Mente creadora, sabiduría divina), Apolo, Baal, Adonis y Hércules. Phtha es el “Anima Mundi” de Platón, el Espíritu santo de los egipcios y la luz astral de los cabalistas. Sin embargo, Michelet opina que el Heracles griego era el adversario de las orgías báquicas con sus consiguientes sacrificios humanos.) Diariamente aparecen pruebas de que esta modalidad energética intervenía en los misterios teúrgicos y por su influencia se explican fácilmente las secretas facultades de los taumaturgos para realizar tantos prodigios. De esta índole fueron los dones otorgados por Jesús a sus discípulos, pues en el momento del milagro sentía el Nazareno una fuerza dimanante de él. En su diálogo con Theages, habla Sócrates de su daimon o dios familiar y de la facultad que poseía de transmitir o retener los conocimientos y virtudes de modo que las gentes de su trato recibiesen o no beneficio de su compañía, y al efecto cita el siguiente ejemplo, para corroborar sus palabras, con estas otras puestas en boca de Arístides: “He de declararte, Sócrates, una cosa increíble, pero que por los dioses te aseguro cierta. Allego mucho beneficio cuando estoy contigo en la misma casa; y el beneficio es todavía mayor si estamos en el mismo aposento y todavía más si te veo a mi lado, pero sube de punto cuando me pongo en toque contigo”. Este es el moderno magnetismo é hipnotismo de Du Potet y otros experimentadores, que luego de someter al sujeto a su influencia fluídica pueden transmitirle el pensamiento desde cualquier distancia y moverle irresistiblemente a obedecer sus mandatos mentales. Sin embargo, los antiguos filósofos conocían mucho mejor esta energía psíquica, según se infiere de los informes bebidos sobre el particular en las primitivas fuentes. Pitágoras enseñaba que la Menté divina está difundida é infundida en todas las cosas, de modo que por su universalidad cabe transportarla de un objeto a otro y servir de instrumento a la voluntad para formar todas las cosas. Según Platón la Mente divina o Nous es el Kurios de los griegos. A este propósito, dice: “Kurios simboliza la pura y simple naturaleza de la mente, la sabiduría”. Así tenemos que Kurios es Mercurio o sabiduría divina y Mercurio es el Sol, de quien Thot o Hermes recibió la sabiduría transmitida al mundo por mediación de sus obras. Hércules es también el Sol, considerado como depósito celeste del magnetismo universal ó, mejor dicho, Hércules es la luz magnética que transmitida a través del “ojo abierto en los cielos” penetra en las regiones de nuestro planeta para convertirse en el Creador. El valeroso titán Hércules ha de sufrir doce pruebas. Se le llama “Padre de todas las cosas” “el nacido por sí mismo” (autophues). El diablo Tifón mata a Hércules, identificado en este caso con Osiris, padre y hermano de Horus. Se le da el epíteto de Invicto cuando desciende al Hades (jardín subterráneo) y después de arrancar las “manzanas de oro” del “árbol de la vida”, mata al dragón. El rudo poder titánico, bajo el que se encubre el dios solar, se opone en forma de materia ciega al divino y magnético espíritu que propende a la armonía de la naturaleza. Los dioses solares simbolizados en el sol visible son los creadores de la naturaleza física, pues la naturaleza espiritual es obra del Supremo Dios, del oculto y céntrico Sol espiritual, por mediación de su Demiurgo, la Mente divina de Platón, la Sabiduría divina de Hermes Trismegisto, la sabiduría dimanante de Ulom o Kronos. Según dice Anthon, en los Misterios de Samotracia, después de la distribución del fuego puro, empezaba una nueva vida. Este era el nuevo nacimiento a que Jesús aludía en su plática con Nicodemo. Y sobre lo mismo, dice Platón: “Iniciaos en el más bendito misterio y sed puros… para llegar a ser justos y santos con sabiduría”. A lo cual añade el Evangelista: “Y dichas estas palabras, sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo”. Este simple acto de la voluntad bastaba para transmitir el don de profecía en su más alta modalidad, si tanto el iniciador como el iniciado eran dignos de ello. A este propósito dice el reverendo Gross: “Sería tan injusto como antifilosófico menospreciar este don, cual si en su presente modalidad fuese corrompido retoño o consumida reliquia de una época de ignorante superstición. En todo tiempo intentó el hombre levantar el velo que oculta a sus ojos lo futuro y, por lo tanto, siempre se tuvo la profecía por don concedido por Dios a la mente humana… Zwinglio, el reformador suizo, daba por fundamento a su fe en la providencia del Ser Supremo, la cosmopolita enseñanza de que el Espíritu Santo inspiraba también a la más digna porción del mundo pagano. Admitida esta verdad, no es posible suponer que los paganos dignos de él no pudieran recibir el don de profecía. Ahora bien; ¿qué es esta mística y primordial substancia? El Génesis la simboliza en “la haz de las aguas sobre que flotaba el espíritu de Dios”. El libro de Job 266, dice que “abajo de las aguas fueron formadas las cosas sin alma que habitan allí”; pero en el texto original, en vez de “cosas inanimadas” se lee los “muertos rephaim”. En la mitología egipcia el Absoluto está simbolizado por una serpiente enroscada alrededor de una vasija, sobre cuyas aguas planea la cabeza en actitud de fecundarlas con su aliento. La serpiente es, en este caso, emblema de la eternidad y representa a Agathodaimon o espíritu del bien, cuyo opuesto aspecto es Kakothodaimon o espíritu del mal. Los Eddas escandinavos dicen que durante la noche, cuando el ambiente está impregnado de humedad, cae el rocío de miel, alimento de los dioses y de las creadoras abejas yggdrasillas. Esto simboliza el pasivo principio de la creación del universo sacado de las aguas, y el rocío de miel es una modalidad de la luz astral con propiedades creadoras y destructoras. En la leyenda caldea de Berosio, el hombre pez, Oännes o Dagón, instruye a las gentes y les muestra el niño–mundo recien salido de las aguas con todos los seres procedentes de esta primera substancia. Moisés enseña que sólo la tierra y el agua pueden engendrar alma viviente, y en las Escrituras hebreas leemos que las hierbas no crecieron hasta que el Eterno derramó lluvia sobre la tierra. En el Popol–Vuh de los americanos, se dice que el hombre fué formado del limo de las aguas. Según los Vedas, Brahmâ sentado en el loto forma a Lomus (el gran muni o primer hombre) de agua, aire y tierra, después de dar existencia a los espíritus que, por lo tanto, tienen prelación sobre los mortales. Los alquimistas enseñaban que la tierra primordial o preadámica (alkahest) es como el agua clara, en la segunda etapa de su transmutación en substancia primaria, que contiene todos los elementos constitutivos del hombre, no solo por lo que atañe a su naturaleza orgánica, sino también el latente “soplo de vida” dispuesto a la actuación vital ó, lo que es lo mismo, “el Espíritu de Dios flotante sobre las aguas” o “el caos”, que de este modo se identifica con la substancia primaria. Por esta razón aseguraba Paracelso que era capaz de formar homúnculos, y el insigne filósofo Thales decía que el agua es el principio de todas las cosas de la naturaleza. ¿Qué es el caos primordial sino el éter de los físicos modernos tal como lo conocieron los filósofos antiguos mucho antes de Moisés? El caos es el éter de ocultas y misteriosas propiedades que contiene en sí mismo los gérmenes de la creación universal; el éter es la virgen celeste, madre espiritual de todas las formas y seres existentes, de cuyo seno, fecundado por el Espíritu Santo, surgen a la existencia la materia y la fuerza, la vida y la acción. A pesar de los recientes descubrimientos que van ensanchando los límites del saber humano, todavía se conocen muy incompletamente la electricidad, el magnetismo, el calor, la luz y la afinidad química. ¿Quién presume dónde termina la potencia o cuál es el origen de ese proteico gigante llamado éter? ¿Quién no echará de ver el espíritu que en él actúa y de él arranca las formas visibles? Fácil tarea es demostrar que todas las cosmogonías se fundan en los conocimientos de nuestros antepasados, en las ciencias que hoy día parecen haberse coligado en pro de la doctrina de la evolución; y tampoco es difícil demostrar que los antiguos conocían mucho mejor que nosotros la evolución en sus dos órdenes, físico y espiritual. Para los antiguos filósofos, la evolución era una doctrina axiomática, un principio que abarcaba el conjunto del universo, mientras que los científicos modernos aceptan la evolución bajo hipótesis especulativas de carácter particular cuando no negativo. Es inútil que los jerarcas de la ciencia moderna rehuyan el debate diciendo que la enigmática fraseología del relato mosaico no concuerda con la definida exégesis de las ciencias experimentales. Por lo menos está fuera de duda que todas las cosmogonías contienen el símbolo de las aguas y del espíritu que las fecunda, cuyo significado está de acuerdo con el concepto científico de que el mundo no ha podido ser creado de la nada. Todas las leyendas cosmogónicas dicen que en el principio los vapores nacientes y las tinieblas cimerianas reposaban sobre las aguas dispuestas a ponerse en actividad apenas recibido el soplo del Irrevelado, a quien los sabios primitivos presentían, aunque no viesen, porque su espiritual intuición no estaba tan entenebrecida como ahora, por sutiles sofismas. Si no determinaban con toda precisión el tránsito del período silúrico al de los mamíferos, pongamos por caso, y si la época cenozoica estaba representada por las diversas alegorías del hombre primitivo, del Adán de nuestra raza, no por ello hemos de inferir que los sabios de entonces y los caudillos de pueblos no supieran tan bien como nosotros la sucesión de las épocas geológicas. En los días de Demócrito y Aristóteles, ya había comenzado el descenso del ciclo, por lo que si estos dos filósofos expusieron tan acertadamente la teoría atómica, y fijaron el punto físico del átomo, bien pudieron llegar sus antecesores más lejos todavía, y transponer en la génesis del átomo los límites donde Tyndall y otros parecen haberse atascado sin atreverse a cruzar la frontera de lo incomprensible. Las artes perdidas prueban suficientemente que si cabe hoy duda respecto a los progresos de nuestros primitivos antepasados en ciencias naturales, a causa de lo deficiente de sus tratados, eran mucho más expertos que nosotros en el aprovechamiento útil de plantas y minerales. Además, es probable que en aquellos tiempos de misterios religiosos conocieran a fondo la física del globo y no divulgaran su saber entre las ignorantes muchedumbres. Sin embargo, no sólo de los libros mosaicos podemos extraer pruebas en apoyo de ulteriores argumentos, porque los judíos tomaron su ciencia sagrada y profana de los pueblos con quienes desde un principio estuvieron en contacto. Su más antigua ciencia, la cábala o doctrina secreta, descubre en todos los pormenores su origen de la primitiva fuente del Turkestán, donde ya se cultivaba mucho antes de la época en que se deslindaron las naciones arias de las semitas. El rey Salomón, tan celebrado por su sabiduría y ciencia mágica, recibió este saber de la India por conducto dé Hiram rey de Ofir y de la reina de Saba. Igualmente de origen indio es el anillo o “sello de Salomón”, al que las leyendas populares atribuyen potísima influencia en los genios y demonios. El reverendo Samuel Mateer, individuo de la “Sociedad Misionera de Londres”, al tratar de la presuntuosa y abominable habilidad de los “adoradores del diablo”, de Travancore, dice que posee un antiquísimo manuscrito en lengua malaya con infinidad de fórmulas é invocaciones mágicas para obtener gran variedad de resultados, en su mayoría de tenebrosa maldad. En la misma obra publica Mateer el facsímil de varios amuletos con trazos y figuras mágicas, uno de los cuales lleva inscrita la siguiente fórmula: Para quitar el temblor de la posesión diabólica, dibuja esta figura en una planta que tenga jugo lechoso, atraviésale un clavo y cesará el temblor. La figura de que se habla es idéntica al sello de Salomón o doble triángulo de los cabalistas, por lo que cabe preguntar si éstos lo recibieron en herencia de Salomón, quien a su vez lo tomó de los indos, o si éstos se lo apropiaron de los judíos cabalistas. Pero no emprendamos esta frívola discusión y continuemos tratando de la luz astral cuyas desconocidas propiedades revisten mucho mayor interés. (Las exploraciones de los misioneros cristianos corroboran sin darse cuenta la opinión de los adeptos que contra el parecer de los cabalistas judíos asignan origen indo a la doctrina secreta. De India pasó este conocimiento a Caldea y de aquí a los hebreos tanaímes. Los piadosos y eruditos misioneros han venido en nuestro auxilio. El doctor Caldwell (Gramática comparada de las lenguas dravidianas, p. 66) y el doctor Mateer (Tierra de caridad, p. 83) están de completo acuerdo con nosotros en que el sabio rey Salomón derivó de la India toda su ciencia cabalística, según comprueba la anterior figura mágica. Dice Caldwell que el árbol llamado baobab, originario según parece, no de la India, sino de África, donde medra en comarcas frecuentadas por los mercaderes extranjeros entre ellas Travancore, fue importado en la India por los vasallos de Salomón. La prueba que aduce Mateer es todavía más concluyente. Dice este misionero al describir la comarca de Travancore bajo el aspecto de las ciencias naturales: “Hay un hecho muy curiosamente relacionado con las Escrituras respecto al nombre del pavo real. El rey Salomón envió sus naves a Tarsis ( I Reyes X, 22), de donde regresaron al cabo de tres años trayendo oro, plata, marfil, monos y pavos reales. Ahora bien; la Biblia designa el pavo real con la palabra tukki, pues los judíos no tenían palabra propia para un ave que no conocían; y así resulta indudable la similitud entre el tukki de la Biblia y la voz del antiguo idioma tamil toki que significa pavo real. Por otra parte, los hebreos llamaban koph al mono, cuyo nombre indio es kaphi. El marfil abunda en la India meridional y el oro en los ríos que desembocan en la costa occidental, de lo que se infiere que esta costa era la Tarsis de la Biblia y que las naves de Salomón iban tripuladas por indos. En consecuencia, cabe asegurar que además del oro, plata, monos y pavos reales, el rey Salomón y su amigo Hiram, de masónica nombradía, recibieron de la India la sabiduría y la magia.) Admitiendo que este mítico agente es el éter, veamos que sabe de éI la ciencia moderna. Roberto Hunt, de la “Sociedad Real de Londres”, dice a propósito de la acción de los rayos solares: “Los rayos amarillos y anaranjados, que son los de mayor potencia lumínica, no alteran el cloruro argéntico, mientras que los rayos azules y violetas, cuya potencia lumínica es menor, alteran dicha sal en poco tiempo… El cristal amarillo apenas se opone al paso de la luz; pero el azul, si la intensidad de color es mucha, sólo admite muy corta cantidad de rayos lumínicos”. Además, vemos que la vida se manifiesta lozana bajo la influencia de los rayos azules y languidece bajo la de los amarillos. Por lo tanto, no cabe explicar estos fenómenos sino por la hipótesis de que la vida orgánica queda diversamente modificada bajo la influencia electro–magnética, cuya índole aún desconoce la ciencia. Hunt echa de ver que la teoría de las ondulaciones no concuerda con el resultado de sus experimentos. Sir David Brewster demuestra que los colores de las plantas se deben a la específica atracción ejercida por las partículas del vegetal sobre los diversos rayos lumínicos y que la luz solar elabora los coloreados jugos de las plantas, así como también determina el cambio de color de los cuerpos. Al propio tiempo expone el mismo autor que no es fácil admitir que estos efectos provengan tan sólo de las vibraciones del éter, y por lo tanto, se ve precisado a creer que la luz es materia. El profesor Cooke de la Universidad de Harvard, disiente de los que aceptan definitivamente la teoría de las ondulaciones. Si es cierto el principio de Herschel, según el cual la intensidad de la luz en cada ondulación está en razón inversa del cuadrado de las distancias, contraría si acaso no invalida la teoría de las ondulaciones. La verdad de este principio se ha demostrado repetidas veces por medio del fotómetro, y sin embargo todavía subsiste la teoría de las ondulaciones, aunque algún tanto quebrantada. El general Pleasanton, de Filadelfia, es uno de los más resueltos adversarios de esta anti–pitagórica teoría, según puede ver el lector en su obra De los rayos azules, contra cuya argumentación habrá de defenderse Tomás Young, quien, según refiere Tyndall, consideraba inmutablemente establecida la teoría de las ondulaciones. Eliphas Levi, el mago moderno, concreta el concepto de la luz astral en la siguiente frase: “Para adquirir facultades mágicas se necesitan dos cosas: redimir la voluntad de toda servidumbre y ejercitarse en regularla”. La voluntad soberana está simbolizada por la mujer que aplasta la cabeza de la serpiente y por el arcángel que mata bajo sus pies al dragón infernal. Las antiguas teogonías representaron en figura de serpiente con cabeza de toro, carnero o perro, el agente mágico, la doble corriente lumínica, el fuego viviente y astral de la tierra, cuyos símbolos diversos son: la doble serpiente del caduceo; la serpiente del paraíso; la serpiente de bronce de Moisés enroscada en el tau o lingam generador; el macho cabrío de los aquelarres sabatinos; el bafomete de los templarios; el hylé de los agnósticos; la doble cola de serpiente del gallo solar de Abraxas; y finalmente el diablo de los católicos. Pero en su verdadero significado es la fuerza ciega contra la cual ha de prevalecer el alma para libertarse de las ligaduras terrenas, porque si su voluntad no las libra de “esta fatal atracción, quedarán absorbidas en la corriente de fuerza que las produjo y volverán al juego central y eterno”. Esta cabalística figura de dicción, no obstante su extraño lenguaje, es la misma que empleaba Jesús, para quien no podía tener significado distinto del que le daban agnósticos y cabalistas; pero los teólogos cristianos lo desvirtuaron para forjar el dogma del infierno. Literalmente significa dicho fuego la luz astral o principio generador y destructor de las formas. A este propósito dice Levi: “Todas las operaciones mágicas consisten en desprenderse de los anillos de la serpiente y ponerle el pie encima de la cabeza para dominarla a voluntad. En el mito evangélico dice la serpiente: “Te daré todos los reinos de la tierra si postrado me adoras”. A lo que responde el iniciado: “No me postraré, antes bien tú caerás a mis pies. Nada puedes darme y haré de ti lo que me plazca. Porque yo soy tu señor y dueño”. Este es el verdadero significado de la ambigua respuesta de Jesús al tentador… Así, pues, el diablo no es una entidad, sino una fuerza errática como su nombre indica; una corriente ódica o magnética formada por una cadena de voluntades malignas, productora del espíritu diabólico, llamado legión en el Evangelio, que animaba a la piara de cerdos precipitados en el mar. Este pasaje es una alegoría de cómo las fuerzas ciegas del error y el pecado arrastran precipitadamente a la naturaleza inferior”. El filósofo y naturalista alemán Maximiliano Perty ha dedicado a las modernas formas de la magia un capítulo entero de su extensa obra acerca de las manifestaciones místicas de la naturaleza humana. Dice en el prefacio: “Las manifestaciones de la magia tienen parcial fundamento en un orden de cosas completamente distinto del que conocemos por el tiempo, espacio y causalidad. Estas manifestaciones apenas pueden someterse a experimentación, ni cabe provocarlas arbitrariamente, pero sí es posible observarlas con cuidadosa atención, siempre que ocurran en presencia nuestra, para agruparlas por analogía en determinadas clases é inducir de ellas sus leyes y principios generales”. La mente no basta por sí sola para abarcar lo espiritual. De la propia manera que el sol ofusca la luz de una llama, así el espíritu ofusca la luz de la mente. W. HOWITT. Vuestra en la Santa Ciencia Ana Suero Sanz - Artículo*: Filosofía Oculta - Más info en psico@mijasnatural.com / 607725547 MENADEL Psicología Clínica y Transpersonal Tradicional (Pneumatología) en Mijas y Fuengirola, MIJAS NATURAL *No suscribimos necesariamente las opiniones o artículos aquí enlazados
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