Isis sin velo tomo I ¿Qué es la voluntad? ¿Pueden responder a esta pregunta las ciencias experimentales? ¿Cuál es la naturaleza de ese algo inteligente, incoercible y poderoso que prevalece con augusta soberanía sobre la materia inerte? La Idea universal quiso y el Cosmos brotó a la existencia. Yo quiero, y mis miembros obedecen. Yo quiero, y mi pensamiento atraviesa el espacio que para él no existe, envuelve el cuerpo de otro individuo, que no es parte de mí mismo, penetra en sus poros y cohibiendo sus facultades, si son flacas, le determina a una acción preconcebida. Actúa de modo semejante al fluido de una batería galvánica sobre un cadáver. Los misteriosos efectos de atracción y repulsión son los agentes inconscientes de la voluntad. La fascinación, tal como la ejercen las serpientes con los pájaros, es una acción consciente que dimana del pensamiento. El lacre, el vidrio y el ámbar atraen por el roce cuerpos ligeros y actualizan de este modo, aunque inconscientemente, la voluntad, porque tanto la materia organizada como la inorgánica, poseen una partícula de la esencia divina por indefinidamente pequeña que sea. ¿Y cómo no? Desde el momento en que, durante el proceso de su evolución, ha pasado del principio al fin por millones de formas diversas, debe retener el punto germinal de la materia preexistente, emanada en primera manifestación de la misma Divinidad. ¿Qué ha de ser entonces esta inexplicable fuerza atractiva sino una porción del akâsa, de aquella esencia en que tanto los sabios como los cabalistas reconocieron el “principio de vida?” Admitamos que la atracción ejercida por los cuerpos inorgánicos es ciega; pero según ascendemos en la escala de los seres, vemos que este principio de vida se desenvuelve a cada paso en más determinados atributos y facultades. El hombre, como ser más perfecto, en quien la materia y el espíritu, o sea la voluntad, alcanzan mayor desenvolvimiento, es el único capaz de comunicar impulso consciente al principio de vida que de él emana. Sólo el hombre puede comunicar al fluido magnético varios y opuestos impulsos de ilimitada dirección. Como dice Du Potet: “El hombre quiere y la materia organizada obedece. En él no hay polos”. Cabanis dice que en ciertos desórdenes nerviosos, los enfermos distinguen a simple vista los infusorios y microbios que las personas sanas no pueden ver sin auxilio del microscopio. Algunas personas, añade el mismo autor284, entre ellas un respetable miembro del Congreso Legislativo de Nueva York, eran capaces de ver en las tinieblas tan distintamente como en un aposento iluminado; y otras seguían por el olfato el rastro de las gentes y acertaban quien había siquiera tocado un objeto con sólo olerlo. Así es en efecto; porque la razón, que según dice Cabanis, se vigoriza a expensas del instinto natural, es una especie de muralla de la China, levantada sobre sofismas, que acaba por embotar en el hombre la percepción espiritual cuya más importante modalidad es el instinto. Al llegar a cierto grado de debilidad orgánica, cuando las facultades mentales flaquean a causa de la depauperización corporal, el instinto, o sea la espiritual unidad que resume los cinco sentidos corporales, no halla obstáculo alguno, ni en tiempo ni en espacio. ¿Conocemos acaso los límites de la actividad mental? ¿Cómo es posible que un médico distinga las percepciones reales de las quiméricas en un enfermo cuyo enflaquecido y exhausto cuerpo deje escapar al alma de su cárcel para vivir tan sólo espiritualmente? La divina luz que a despecho de la materia enfoca sus rayos de modo que el alma ve como en un, espejo lo pasado, lo presente y lo futuro; la mortífera flecha disparada por la cólera o el odio reconcentrados; la bendición salida de benévolos y agradecidos corazones; la maldición lanzada contra quienquiera que sea, víctima o verdugo; todo tiene su vibración en el agente universal que en determinada modalidad es el aliento de Dios y bajo la opuesta, la ponzoña del diablo. (El barón de Reichenbach presumió haber descubierto este universal agente al que dio el nombre de od y aunque no sabemos si fue un plagio, lo cierto es que el mismo nombre le dan los más antiguos libros cabalísticos.) El lector tal vez pregunte: ¿Qué es ese invisible todo? ¿Por qué los científicos, a pesar del perfeccionamiento de sus métodos, no han descubierto ninguna de sus propiedades mágicas? Responderemos a esto que si los científicos lo desconocen no es razón bastante para negar las propiedades reconocidas en dicho agente universal por los sabios antiguos. La ciencia repudia hoy muchas cosas que mañana se verá en la precisión de aceptar. Poco menos de un siglo ha transcurrido desde que el Instituto de Francia negaba posibilidad científica a los experimentos eléctricos de Franklin, y apenas hay hoy edificio de importancia sin su correspondiente pararrayos. Los modernos científicos, gracias a su pertinaz escepticismo, escupen muchas veces al cielo y así les cae la saliva en la cara. (como muy bien dijo la gran física oculta Blavatsky, esto se iba a demostrar o mostrar por si solo para todos los públicos. Y desde el 11 de septiembre del 2001 que los satélites de EEUU lo registraron y está probado, ver https://youtu.be/HEKtml51jhA) Dice la cosmogonía egipcia: “Emepht, el principio supremo engendró un huevo y después de incubarlo impregnándolo de su propia esencia, se desenvolvió el germen del cual nació Phtha, el activo y creador principio que dió comienzo a su obra. De esta ilimitada expansión de materia cósmica286, que El mismo había engendrado con su soplo (voluntad), puso en actividad las potencias latentes y formó los soles, planetas y satélites en armónica e inmutable ordenación y los pobló de todas y cada una de las formas y cualidades de vida”. El mito de las cosmogonías orientales dice que en el principio sólo había agua (el padre) y limo prolífico (Ilus o Hylé, la madre), del que surgió la mundana serpiente (materia), símbolo del dios Phanes, el manifestado, la Palabra o Logos. Veamos ahora cuán fácilmente remedaron este mito los compiladores del Nuevo Testamento. Phanes, el dios manifiesto, está representado en el símbolo de la serpiente en forma de protogonos, es decir, con cuatro cabezas respectivas de hombre, águila, toro y león, y alas en ambos costados. Las cabezas aluden al zodíaco y simbolizan las cuatro estaciones, pues la serpiente mundanal es el año terrestre, mientras que la serpiente por sí misma simboliza a Knepk, el Dios inmanifestado, el Padre. La serpiente es alada como el tiempo, y todo este simbolismo nos explica la razón de que las iglesias latina y griega acostumbren a representar a los cuatro evangelistas con los respectivos animales simbólicos cuyas cabezas lleva el Protogonos, así como también se ven dichos animales agrupados junto al sello de Salomón, en el pentágono de Ezequiel y en los querubines del Arca de la Alianza. También se explica la insistencia de Ireneo, obispo de Lyon, en que necesariamente había de haber un cuarto evangelio, pues cuatro eran las zonas del mundo y cuatro los puntos cardinales. Dice un mito egipcio que la fantástica configuración de la isla de Chemmis, que flota en las etéreas ondas del empíreo, fué puesta en existencia por obra de Horus–Apolo, el dios–sol que la sacó del huevo del mundo. (https://youtu.be/SzX-R38dZQw) También se la puede llamar luz astral, éter, niebla inflamada o principio de vida, pues poco importa el nombre. La filosofía moderna la denomina ley de evolución. En el poema cosmogónico de Völuspa (cántico de la profetisa), que contiene las leyendas escandinavas relativas a la aurora de los tiempos, el fantástico germen del universo yace en la ginnungagap (copa de ilusión), símbolo del abismo vacuo y sin límites, el nebelheim o paraje de las tinieblas. En esta tenebrosa y desolada matriz del mundo cae un rayo de cálida luz (éter), que llena la copa hasta los bordes y en ella se congela. Entonces el Invisible levantó con un soplo un viento abrasador que derribó las heladas aguas y disipó la niebla. Las aguas (corrientes de Elivâgar), cayeron en vivificantes gotas de que surgió la tierra con el gigante Imir (principio masculino), quien sólo tenía “semejanza de hombre”. Al mismo tiempo nació la vaca Audhumla (principio femenino) de cuyas ubres fluyeron cuatro ríos de leche que se derramaron por el espacio (emanación pura de luz astral). La vaca Audhumla engendra un potente y bello ser superior, llamado Bur, que lamía las piedras cubiertas de sales minerales. La vaca es símbolo de la generación prolífica y de la naturaleza intelectual. En Egipto estaba consagrada a Isis y en la India a Krishna y muchos otros dioses y dioses que personificaban las diversas fuerzas productoras de la naturaleza. En resumen, la vaca era el símbolo de la Madre suprema de todas las cosas y de todos los seres, así dioses como hombres; el emblema de la generación espiritual y física. Según el Génesis, el Paraíso terrenal estaba cruzado por un río dividido en cuatro brazos. ( Gén. II, 5). Comprenderemos con mayor facilidad el oculto sentido de la alegoría de la creación del hombre, si tenemos en cuenta que los antiguos filósofos consideraban universalmente la sal como uno de los más importantes principios constituyentes de la creación orgánica, y que los alquimistas la tenían por el ménstruo universal extraído del agua, aparte de que tanto la ciencia moderna como el concepto popular la diputan por elemento indispensable para el hombre y los animales. Paracelso llama a la sal “centro de agua en que han de morir los metales”; y Van Helmont dice que el alkahest es summum et felicissimum omnium salium (la sal más superior y afortunada). Cuando Jesús dijo a sus discípulos: Vosotros sois la sal de la tierra. Y si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada?.. Vosotros sois la luz del mundo. (San Mateo, V. 14.) Con estas palabras significaba directa é inequívocamente la doble naturaleza del hombre físico y espiritual, demostrando por otra parte su conocimiento de la doctrina secreta cuyos vestigios se descubren en las más antiguas y populares tradiciones de ambos Testamentos, así como en las obras de los místicos y filósofos antiguos y medioevales. Pero volvamos a la cosmogonía escandinava expuesta en los Eddas. El gigante Imir se queda dormido y suda copiosamente. La transpiración engendra de su sobaco izquierdo un hombre y una mujer, a quienes del pie del gigante les nace un hijo. Así tenemos que mientras la mítica “vaca” produce una raza de hombres superiores y espirituales, el gigante Imir engendra una raza de hombres malos y depravados, los hrimthursen (gigantes helados). Salvo ligeras modificaciones, vemos la misma leyenda cosmogónica en los Vedas de la India. Tan luego como Brahmâ recibe de Bliagavâd, el Supremo Dios, la potestad creadora, engendra seres animados puramente espirituales los dejotas, que por residir en el Svarga (región celeste), no están dispuestos a morar en la tierra, y en consecuencia engendra Brahmâ a los daityas, de gigantesca estatura, que habitan en el Pâtala (región inferior del espacio) y tampoco están en condiciones de poblar el Mirtloka (la tierra). Para remediar este mal, Brahmâ engendra de su boca al primer brahmán, progenitor de nuestra raza; de su brazo derecho engendra a Raettris, el primer guerrero; de su brazo izquierdo a Shaterany, esposa de Raettris; del pie derecho nace su hijo Bais y del izquierdo su mujer Basany. Así como en la leyenda escandinava, Bur, el espiritual hijo de la vaca Audhumla, se casa con Besla, de la depravada estirpe de los gigantes, también en la leyenda inda el primer brahmán se casa con Daintary, de raza de gigantes. Igualmente nos dice el Génesis que los hijos de Dios tomaron por esposas a las hijas de los hombres, de cuya unión nacieron poderosos linajes. Resulta de ello evidente la originaria identidad entre el Génesis y las leyendas de la Escandinavia y el Indostán, a pesar de que se les niega a éstos la inspiración atribuida al primero. Examinadas detenidamente, conducen a idéntico resultado las tradiciones de casi todos los demás países. ¿Qué cosmólogo moderno sería capaz de resumir en símbolo tan sencillo como la serpiente egipcia tal cúmulo de significados? En la serpiente se compendia toda la filosofía del universo. La materia está vivificada por el espíritu y ambos elementos desenvuelven del caos (energía) cuanto ha de existir. El nudo en la cola de la serpiente simboliza la íntima latencia de los elementos en la materia cósmica. Otro símbolo aún más importante es la muda de la piel de la serpiente, que según se nos alcanza no han acertado hasta ahora a interpretar los simbolistas. Así como el reptil al despojarse de la piel se libra de una envoltura de grosera materia, demasiado enojosa ya para su cuerpo, y entra en un nuevo período de actividad, así también el hombre al desprenderse de su cuerpo grosero y material pasa a un nuevo estado de existencia con mayores facultades y más enérgica vitalidad. Por el contrario, los cabalistas caldeos dicen que cuando el hombre primitivo se despiritualizó por su contacto con la materia, le fué dado por vez primera cuerpo carnal, y así lo simboliza aquel significativo versículo: “Hizo también el señor Dios a Adán y a su mujer unas túnicas de pieles y los vistió”. A menos que los intérpretes quieran convertir a Dios en sastre celeste, ¿qué otra cosa significan estas frases aparentemente absurdas, sino que el hombre espiritual en el curso de su involución había llegado al punto en que el predominio de la materia le transformó en hombre de carne? Esta cabalística doctrina está más acabadamente expuesta en el Libro de Jasher294, donde se dice que Noé heredó estas túnicas de Matusalem y Enoch, quien a su vez las había recibido de manos de Adán y su mujer. Cain se las hurtó a su padre que las había puesto en el arca y las dió secretamente a Cus, quien, a escondidas de sus hermanos é hijos, las transmitió a Nemrod. Algunos cabalistas y aun arqueólogos dicen que Adán, Enoch y Noé son nombres distintos de un mismo personaje; pero otros sostienen que entre Adán y Noé transcurrieron varios ciclos, lo que equivale a decir que cada patriarca antediluviano representaba una raza existente en la sucesión de los ciclos, y que cada una de estas razas fué menos espiritual que la precedente. Así tenemos, que si bien Noé fué varón justo, no podía parigualarse en bondad con su ascendiente Enoch, que fué arrebatado al cielo en vida. De aquí la alegoría de que Noé heredó del segundo Adán y de Enoch la túnica de piel, aunque no la llevaba puesta, pues de lo contrario no se la hurtara su hijo Cam. Pero como Noé y sus hijos se salvaron del diluvio, resulta que el primero pertenecía a la antediluviana raza espiritual y fué escogido de entre todos los hombres por su pureza, mientras que sus descendientes fueron postdiluvianos. La túnica de piel que Cus llevó en secreto, es decir, cuando la materia contaminó su naturaleza espiritual, pasó a Nemrod, el hombre más poderoso y fuerte de los posteriores al diluvio y último vástago de los gigantes antediluvianos. El segundo Adán a que se refiere el capítulo segundo del Génesis. Veamos de entresacar el oculto significado de la leyenda diluviana. En la cosmogonía escandinava, los hijos de Bur matan al gigante Imir, y tan caudalosos ríos de sangre brotaron de sus heridas, que sumergieron a toda la raza de fríos y helados gigantes, salvándose únicamente Bergelmir y su mujer, refugiados en una barca, por lo que fueron padres de una nueva raza de gigantes, nacida del mismo tronco. Todos los hijos de Bur se salvaron del diluvio. El gigante Imir simboliza la primitiva y ruda materia orgánica, las ciegas fuerzas cósmicas en estado caótico, antes de recibir el inteligente impulso del divino Espíritu que reguló su movimiento en leyes inmutables. La progenie de Bur son los “hijos de Dios” o los dioses menores a que alude Platón en su Timeo, a los cuales fué encomendada la creación del hombre, pues sacan del caótico abismo (el ginnungagap) los mutilados restos del gigante Imir y se sirven de ellos para crear el mundo. Su sangre forma los ríos y los mares; sus huesos las montañas; sus dientes las rocas y peñascos; sus cabellos los árboles; su cráneo la bóveda celeste sustentada en las cuatro columnas de los puntos cardinales, y sus cejas formaron el Edén, la futura morada del hombre. Para tener correcta idea de esta morada (la tierra), dicen los Eddas que es preciso concebirla redonda como un anillo o como un disco flotante en la neblina del océano celeste (éter). Está circuida por Yörmungand, el gigantesco Midgard o serpiente que se muerde la cola, la culebra mundanal, símbolo de la materia dimanante de Imir, compenetrada con el espíritu de los hijos de Dios, que produjeron y modelaron todas las formas. Esta emanación es la luz astral de los cabalistas y el hipotético éter de los físicos modernos. La misma leyenda escandinava de la creación del hombre nos da a entender cuán convencidos estaban los antiguos de la trínica naturaleza humana. Según el Völuspa, Odin, Hönir y Lodur, los progenitores de nuestra raza, mientras paseaban por la orilla del mar vieron dos palos que inertes y sin utilidad alguna flotaban en el agua. Odin les infundió el soplo de vida. Hönir dióles alma y movimiento. Lodur les dotó de belleza, palabra, vista y oído. Al hombre le llamaron Askr (fresno) y a la mujer Embla (aliso). Pusieron a esta primera pareja en el Edén y recibieron de sus creadores materia o vida inorgánica, mente o alma y espíritu puro. La primera procedía de los restos del gigante Imir; la segunda de los Æsires (dioses descendientes de Bur) y el tercero de Vanr (representación del puro espíritu). Es digno de atención que en el Popol–Vuh de los mexicanos brote el primer hombre de una caña y Hesiodo lo describa nacido de un fresno, como en la leyenda escandinava. Según otra versión del Edda, el universo visible surgió del centro de las frondosas ramas del Iggdrasill (árbol mundanal de tres raíces). Por debajo de la primera raíz corre el manantial de vida (Urdar) y debajo de la segunda, está el famoso pozo de Mimer, en cuyo fondo se ocultan la inteligencia y la sabiduría. Odin pide un vaso de agua de este pozo y lo consigue con la condición de dejar un ojo en prenda. Este ojo es el símbolo de la Divinidad, porque Odin lo deja en el fondo del pozo. Del árbol mundanal cuidan tres doncellas (nornas o parcas), llamadas Urdhr, Verdandi y Skuld, símbolos del pasado, el presente y el futuro. Todas las mañanas, mientras computan la duración de las vidas humanas, sacan agua de la fuente de Urdar para regar las raíces del árbol mundanal. Las emanaciones del fresno (Iggdrasill), al condensarse y caer en suelo, dan existencia y forma a la materia inanimada. Este árbol simboliza la vida universal, así orgánica como inorgánica; sus emanaciones significan el espíritu que vivifica las formas de la creación; y de sus tres raíces, una se extiende hacia el cielo, otra hacia la morada de los magos (gigantes de las altas montañas), y la otra, bajo la cual mana la fuente Hvergelmir, la roe el monstruo Nidhögg, que constantemente induce a los hombres al mal. También los tibetanos tienen su árbol mundanal en la antiquísima leyenda cosmogónica de su país. Le llaman Zampun, y tiene asimismo tres raíces, de las cuales la primera se extiende hacia el cielo hasta la cima de las más altas montañas, la segunda hacia las regiones inferiores y la tercera llega a Oriente. Los indos llaman Ashvatta299 al árbol mundanal. Sus ramas son los componentes del mundo visible, y sus hojas los himnos védicos que tanto bajo el aspecto intelectual como del moral simbolizan el universo. Quien cuidadosamente estudie los mitos cosmogónicos de las religiones antiguas advertirá, sin duda, la sorprendente similitud de concepto esotérico y de forma exotérica, hasta el punto de que no puede resultar de meras coincidencias, sino de un plan único en demostración de que en aquellos primitivos tiempos, velados por la densa niebla de las tradiciones, el pensamiento religioso de la humanidad se desenvolvía acordemente en todas las comarcas del globo. Los cristianos llaman panteísmo a la veneración que inspiran las recónditas verdades de la naturaleza; pero entre el panteísmo adorador de Dios en la naturaleza que, como única manifestación objetiva de la divinidad, la revela y recuerda sin cesar al hombre, y una religión dogmática que encubre y vela el verdadero concepto de Dios, no es difícil discernir cuál de los dos satisface más cumplidamente las necesidades del género humano. La ciencia moderna acepta la teoría de la evolución, de acuerdo en este punto con la doctrina secreta y el significado oculto de los mitos cosmogónicos de la antigüedad, sin excluir la Biblia. Lentamente brota de la semilla el tallo y del tallo el capullo y del capullo la flor; pero ¿qué fuerza espiritual preside todas estas transformaciones que acaban por dar a la flor su forma, colores y perfume? A esto responde la palabra evolución. El germen de la actual raza humana debió preexistir en su progenitor, como la semilla en que late la futura flor existe oculta en el ovario materno. La nueva planta podrá tener mucha semejanza con su progenitora, pero será algo distinta de ella. Si los antediluvianos predecesores del elefante y del lagarto fueron el mamut y el plesiosaurio, ¿por qué no ser progenitores de nuestra raza los gigantes a que aluden los Vedas, el Völuspa y el Génesis? La transformación de las especies, tal como la exponen los materialistas, es tan absurda como lógica resulta la evolución sucesiva de las formas animales de un originario tipo inferior. Aun concediendo que las especies animales procedan tan sólo de cuatro o cinco tipos300, y aunque todos los seres orgánicos que viven o han vivido en la tierra procedan de una forma primaria, no parece sino que únicamente los empedernidos materialistas y los faltos de intuición sean capaces de prever “el futuro establecimiento de la psicología sobre las nuevas bases de la evolución gradual de las facultades y fuerzas mentales”. El origen físico del hombre y todo cuanto se refiere a su evolución orgánica cae bajo el dominio de las ciencias experimentales; pero negamos a los materialistas toda competencia en lo concerniente a la evolución psíquica y espiritual del hombre, porque no hay ni mucho menos pruebas evidentes de que las facultades superiores del ser humano procedan de la evolución como la planta más humilde y el más miserable gusano. Veamos ahora la teoría evolucionista de los antiguos brahmanes simbolizada en el árbol mundanal llamado Ashvatta, aunque de distinto modo que los escandinavos. El Ashvatta tiene las ramas hacia abajo y las raíces hacia arriba. Las raíces simbolizan el mundo físico, el universo visible, y las segundas el invisible mundo espiritual, porque las raíces arrancan de las celestes regiones en donde desde la creación del mundo colocó la humanidad a su invisible Dios. Los símbolos religiosos de todo país son corroboraciones diversas de la doctrina, según la cual, la energía creadora emanó de un punto primario, y así lo enseñaron Pitágoras, Platón y otros filósofos. A este propósito, dice Filón: “Los caldeos opinaban que el Kosmos es un punto entre las cosas existentes, bien que este punto sea el mismo Dios (Theos) o bien que en él esté Dios abarcando el alma de todas las cosas. Las pirámides de Egipto simbolizan la misma idea que el árbol mundanal. El vértice es el místico eslabón entre cielo y tierra, análogo a la raíz del árbol, mientras que la base representa las ramas extendidas hacia los cuatro puntos cardinales del universo material. La idea simbólica de las pirámides es que todas las cosas dimanan del espíritu por evolución descendente (al contrario de lo que supone la teoría darviniana), es decir, que las formas han ido materializándose gradualmente hasta llegar al máximo de materialización. En este punto entra la moderna teoría evolutiva en el palenque de las hipótesis especulativas y no causa extrañeza que Haeckel trace en su Antropogenia la genealogía del hombre “desde la raíz protoplásmica existente en el limo oceánico, mucho antes de sedimentar las más antiguas rocas fosilíferas”, según expone HuxIey. Podemos creer que el hombre descienda de un mamífero semejante al mono, sobre todo cuando, según afirma Berosio, esta misma teoría enseñó, sino tan elegante, más comprensiblemente, el hombre pez, Oannes o Dagón, el semidemonio de Babilonia. Conviene advertir que esta antigua teoría de la evolución, no sólo se encierra en los símbolos y leyendas, sino que también se ve representada en pinturas murales de los templos indos y se han encontrado fragmentos descriptivos en los templos egipcios y en las losas de Nimrod y Nínive excavadas por Layard. Pero ¿qué hay tras la descendencia del hombre según Darwin? Por muy allá que vaya nuestro examen, sólo encontramos hipótesis de imposible demostración, porque el famoso naturalista dice que “todas las especies descienden en línea recta de unos cuantos individuos existentes mucho tiempo antes de formarse la primera capa silúrica”. Aunque Darwin no se toma el trabajo de decirnos quiénes fueron estos “unos cuantos individuos”, basta que para admitir su existencia haya de solicitar la corroboración de los antiguos, de modo que el concepto tenga carácter científico. En efecto, sería verdaderamente temerario afirmar qué la ciencia moderna contradice la antigua hipótesis del hombre antediluviano, después de las modificaciones sufridas por nuestro globo en cuanto a temperatura, clima, suelo y aun nos atrevemos a decir que en sus condiciones electro–magnéticas. Las hachas de pedernal encontradas Por Boucher de Perthes en el valle de Sômme son prueba de que la antigüedad del hombre sobre la tierra excede a todo cómputo. Según Büchner, el hombre existía ya en el período glacial correspondiente a la época cuaternaria y probablemente más allá todavía. Pero ¿quién es capaz de sospechar lo que nos tienen reservado los futuros descubrimientos? Si hay pruebas incontrovertibles de que el hombre existió en tan remota antigüedad, forzosamente se ha de haber alterado su organismo de modo admirable, por razón de las mudanzas atmosféricas y climatológicas. En consecuencia, también cabe suponer por analogía, remontándonos a esas lejanísimas épocas, que el organismo de los remotos ascendientes de los “helados gigantes”, les permitiera convivir con los peces devónicos y los moluscos silúricos. Verdad que no han dejado sus huesos ni sus hachas de sílex en las cavernas; pero si es fidedigno el testimonio de los antiguos, en los primitivos tiempos no sólo hubo gigantes ú “hombres de famoso poderío”, sino también “hijos de Dios”. Si a cuantos creemos en la evolución del espíritu, tan firmemente como los materialistas en la de la materia, se nos acusa de sostener “hipótesis indemostrables”, bien podemos echar en cara a los acusadores que, según ellos mismos confiesan, su teoría de la evolución física no está demostrada y tal vez sea indemostrable. Nosotros podemos por lo menos inferir pruebas de los mitos cosmogónicos cuya pasmosa antigüedad reconocen filólogos y arqueólogos, mientras que nuestros adversarios en nada pueden apoyarse, a no ser que recurran a parte de las antiguas inscripciones con caracteres ideográficos y supriman el resto. Afortunadamente, mientras las obras de algunos reputados científicos parecen contradecir nuestras teorías, las corroboran por completo otros no menos eminentes, como Wallace, quien defiende la idea del “lento proceso evolutivo” de las especies a partir de una época remotísima en innumerable sucesión de ciclos308. Y si esto admite en los animales, ¿por qué no admitirlo en el hombre cuyos lejanísimos ascendientes fueron los seres puramente espirituales llamados hijos de Dios? Volvamos ahora al simbolismo antiguo con su mitología físico–religiosa. Más adelante esperamos demostrar la íntima relación de estos mitos con los adelantos de las ciencias naturales, pues las emblemáticas imágenes y la peculiar fraseología de los sacerdotes antiguos encubren conocimientos todavía ignorados en nuestro ciclo. Por muy experto que sea un erudito en las escrituras hierática y jeroglífica de los egipcios, ha de analizar cuidadosamente las inscripciones y no aventurarse a interpretarlas sin estar antes seguro, compás y regla en mano, de que el jeroglífico se ajusta a las figuras y líneas geométricas que dan la clave. Sin embargo, hay mitos de espontánea interpretación, como por ejemplo los bisexuales creadores en todas las cosmogonías. El griego Zeus–Zën (Éter) con sus esposas Chthonia (tierra caótica) y Metis (agua); Osiris (también el Éter) primera emanación de Amun, la Suprema Deidad y primaria fuente de luz, con Isis–Latona (tierra y agua); Mithras, el dios nacido de la roca, símbolo del fuego mundanal masculino o personificación de la luz primaría, y su a la par esposa y madre Mithra, la diosa del fuego, que representaban el puro elemento igneo (principio activo masculino), considerado como luz y calor, en conjunción con la tierra y el agua (principios pasivos femeninos de la generación cósmica). Mithras es hijo de Bordj (la montaña mundanal de los persas) de la que surge como resplandeciente rayo de luz. La cosmogonía inda nos habla de Brahmâ, el dios del fuego, y de su prolífica consorte Unghi, la refulgente deidad de cuyo cuerpo brotan mil rayos de gloria y siete lenguas de fuego. Siva, personificado en el Meru (los Himalayas o montaña mundanal de los indos), descendió del cielo, como el Jehovah judío, en una columna de fuego. Todas estas divinidades y otras tantas de ambos sexos que pudiéramos citar revelan claramente su significación esotérica. Y ¿qué otra cosa sino el principio físico–químico de la creación primordial significarían estos mitos duales? Son símbolo de la primera y trina manifestación de la Causa Suprema en espíritu, fuerza y materia; de la divina correlatividad en el punto inicial de la evolución representada por la cópula del fuego y del agua o unión del principio activo masculino con el pasivo femenino, emanados ambos del electrizante espíritu y procreadores de su telúrico hijo, la materia cósmica o substancia primaria, vivificada por el éter o luz astral. Los persas llamaban a Mithras Theos ek petros, el dios de la roca. Bordj es un volcán que por lo tanto contiene fuego (elemento activo masculino) y piedra, tierra y agua (elementos pasivos femeninos). Este mito es muy significativo. Los Brahmanes sagnikus mantienen hoy día el fuego perpetuo en honor de Unghi. Tenemos, por lo tanto, que las montañas, huevos, árboles, serpientes, columnas y demás símbolos mundanales encubren verdades de filosofía natural científicamente demostradas. Las montañas simbólicas describen con ligeras variantes la creación primaria; los árboles mundanales denotan la evolución del espíritu y de la materia; la serpiente y las columnas aluden a los diversos atributos de esta doble evolución en su interminable correlatividad de fuerzas cósmicas. En los misteriosos repliegues de la montaña, matriz del universo, las divinas potestades disponen los atómicos gérmenes de la vida orgánica y el licor de vida que despierta el espíritu humano en la materia humana. Este sagrado licor es el Soma, la bebida sacrificial de los indos; porque las partículas más densas de la substancia primera formaron el mundo físico, y las más sutiles lo envolvieron en sus etéreas é invisibles ondulaciones, como a niño recién nacido, estimulando su actividad a medida que surgía lentamente del eterno caos. Los mitos cosmogónicos pasaron de la idea poéticamente abstracta al simbolismo plástico, tal como los halla hoy la arqueología. La serpiente, que tan importante papel representa en la pintura y escultura antiguas, perdió después su verdadera significación a causa de las absurdas interpretaciones del Génesis, que la identifican con Satanás, cuando por el contrarió es el mito de más diversos é ingeniosos emblemas. Entre ellos se cuenta el de agathodaimon (arte de curar é inmortalidad del alma) y, por esta razón, es obligado atributo de todas las divinidades patronímicas de la salud y de la higiene. En los Misterios egipcios la copa de la salud estaba rodeada de serpientes. También es este reptil emblema de la materia, pues como el mal es la oposición al bien, cuanto más se aparte la materia de su espiritual fuente, tanto más quedará sujeta al mal. En las más antiguas imágenes de los egipcios y en las alegorías cosmogónicas de Kneph simboliza la materia una serpiente dentro de un círculo hemisférico cuyo ecuador cruza en línea recta para dar a entender que si el universo de luz astral envuelve al mundo físico que de él emanó, queda a su vez envuelto y limitado por Emepht (Causa Primera). Phtha engendra a Ra con las miríadas de formas que vivifica, y ambos salen del huevo mundanal porque el huevo es la más común modalidad generativa de los seres vivientes. La eternidad del tiempo y la inmortalidad del espíritu están simbolizadas en la serpiente que circuye el mundo y se muerde la cola sin dejar solución de continuidad. También simboliza entonces la luz astral. Los filósofos de la escuela de Ferécides enseñaban que el éter (Zeus o Zën) es el cielo superior o empíreo donde está el mundo superior cuya luz (astral) es la concentración de la substancia primaria. Tal es el símbolo de la serpiente identificada más tarde con Satán por los cristianos. Es el Od, Ob y Aûr de Moisés Y de los cabalistas. Cuando la luz astral en estado pasivo actúa sobre quienes sin darse cuenta se ven arrastrados por su corriente es el Ob o pitón. Moisés se resolvió al exterminio de cuantos cedían a la influencia de las siniestras entidades que por todas partes nos rodean y se mueven en las ondas astrales como el pez en el agua, a las que Lytton llama “moradores del umbral”. Pero se transmuta en Od tan pronto como la vivifica el flujo consciente de un alma inmortal, porque entonces las corrientes astrales actúan bajo la dirección de un adepto o un hipnotizador cuya espiritual pureza les capacite para dominar las fuerzas ciegas. En este caso, desciende temporáneamente a nuestra esfera una elevada entidad planetaria de las que nunca encarnaron (aunque entre ellas las haya que han vivido en nuestro mundo) y purificando el ambiente circundante abre los ojos espirituales del sujeto y le infunde el don de profecía. Por lo que atañe al Aûr designa ciertas propiedades ocultas del agente universal, que únicamente interesan a los alquimistas y en modo alguno al público en general. Anaxágoras de Clazomene, fundador del sistema filosófico homoiomeriano, creía firmemente que los elementos y arquetipos espirituales de todas las cosas procedían del éter sin límites, al cual se restituían desde la tierra. Los indos divinizaron el éter (akâska) y los griegos y latinos lo identificaron con Zeus o Magnus, a quien Virgilio llama pater omnipotens œter. Las entidades astrales o habitantes del umbral a que hemos aludido son los espíritus elementarios de los cabalistas o los diablos de la iglesia cristiana. Dice Langhorne en su traducción de Plutarco: “Opina Dionisio de Halicarnaso que Numa mandó edificar el templo de Vesta en forma de rotonda para representar la redondez de la tierra simbolizada en dicha diosa”. Además, Filolao, de acuerdo con los pitagóricos, sostiene que el elemento fuego está en el centro de la tierra; y Plutarco, al tratar de este asunto, atribuye a los pitagóricos la opinión de que “la tierra no está quieta ni situada en el centro del universo, sino que gira en torno de la esfera de fuego, sin ser la más valiosa ni la principal parte de la gran máquina”. De la misma manera opinaba Platón. Por lo tanto, no cabe duda de que los pitagóricos se anticiparon al descubrimiento de Galileo. Todas las religiones antiguas tuvieron el mismo concepto de la trinidad en la unidad simbolizada en los tres Dejotas de la Trimurti inda y en las tres cabezas de la cábala judía esculpidas una en otra y encima una de otra. La Trinidad de los egipcios y la de los griegos simbolizaban análogamente la emanación primaria y trina con sus dos principios: masculino y femenino. La unión del Logos (sabiduría, principio masculino, Dios manifestado) con el Aura (principio femenino, Anima mundi, Espíritu Santo, Sefira de los cabalistas y Sofía de los agnósticos) engendra todas las cosas visibles e invisibles. La verdadera interpretación metafísica de este dogma universal quedó reservada en el recinto de los santuarios; pero los griegos la personificaron en poéticos mitos. En las Dionysíacas de Nonnus aparece Baco enamorado de la suave y juguetona brisa Aura Plácida (Espíritu Santo o céfiro plácido). A este propósito dice Higgins: “El céfiro plácido dió origen a dos santos del calendario compuesto por los ignorantes Padres de la Iglesia: Santa Aura y San Plácido, con añadidura de convertir al jovial dios en San Baco, cuyo sepulcro y reliquias se enseñan todavía en Roma. La fiesta de Santa Aura y San Plácido se celebra el 5 de Octubre, poco antes de la de San Baco”. Mucho más sublime y poético es el espíritu religioso del mito escandinavo. En el insondable abismo del mundo (Ginnungagap) luchan con ciega y rabiosa furia la materia cósmica y las fuerzas primarias, cuando el Dios inmanifestado envía el benéfico soplo del deshielo desde la ígnea esfera del empíreo (Muspellheim), entre cuyos refulgéntes rayos mora mucho más allá de los límites del mundo. El alma del Invisible, el Espíritu flotante sobre las negras aguas del abismo, hace surgir del caos el orden y después de dar el impulso a la creación toda, queda la CAUSA PRIMERA instatu abscondito . La religión y la ciencia se hermanan en los cantos del paganismo escandinavo. Cuando Thor, el Hércules del Norte, hijo de Odin, ha de empuñar la terrible maza de donde brota el rayo, se calza guanteletes de hierro. Lleva además el cinto de fuerza o cinturón mágico que acrecienta su celeste poderío. Monta un carro con lanza de hierro, cuyas ruedas giran sobre nubes preñadas de rayos, tirado por dos carneros con frenos de plata y su temerosa frente está coronada de estrellas. Esgrime Thor su clava con fuerza irresistible contra los rebeldes gigantes helados a quienes vence, derrite y aniquila. Cuando los dioses han de celebrar asamblea en la fuente de Urdar para decidir los destinos de la humanidad, todos se encaminan allá montados menos Thor, que va por su pie, temeroso de que al atravesar el Bifrost (arco–iris) o puente Æsir de variados colores, lo incendie con su fulgurante carro y hiervan las aguas de Urdar. Lisa y llanamente ¿qué interpretación cabe dar a este mito sino que el autor de la leyenda conocía no poco la electricidad? Thor, personificación de la energía eléctrica, para manejar el flúido se pone guanteletes de hierro, es decir, del metal conductor. El cinturón de fuerza es el circuito cerrado por donde fluye la corriente eléctrica. El carro cuyas chispeantes ruedas giran sobre las cargadas nubes simboliza la electricidad en actuación. La puntiaguda lanza sugiere la idea del pararrayos y el tiro de carneros representan el principio masculino con el femenino en los frenos de plata, puesto que éste es el metal de Astarté o Diana (la luna). En el carnero y el freno vemos combinados en oposición los principios activo y pasivo de la naturaleza. El carnero impulsa y el freno retiene, pero ambos están sujetos a la omnipenetrante energía eléctrica que los mueve. De esta energía primaria y de las múltiples y sucesivas combinaciones de ambos principios masculino y femenino dimana la evolución del mundo visible, gloriosamente cifrado en el sistema planetario que simboliza el círculo de estrellas que ornan su frente. Los terribles rayos de Thor (electricidad activa) prevalecen contra las fuerzas titánicas representadas en los gigantes; pero al reunirse con los dioses menores, ha de atravesar a pie el Bifrost o puente del arco iris y bajar del carro (pasar al estado latente), pues de otro modo aniquilaría todas las cosas con su fuego. Respecto a que Thor teme poner en ebullición las aguas de la fuente Urdar, no comprenderán los físicos modernos el significado de este mito hasta que se determinen completamente las recíprocas relaciones electromagnéticas de los elementos del sistema planetario, que ahora tan sólo se presumen, según vemos en los recientes ensayos de Mayer y Hunt. Los filósofos antiguos creían que los volcanes y los manantiales de agua termal dimanaban de subterráneas corrientes eléctricas, que también eran causa de los sedimentos minerales de diversa índole que originan las fuentes medicinales. Si se objeta que los autores antiguos no expresan claramente estos hechos porque, según los modernos, nada sabían de electricidad, redargüiremos diciendo que nuestra época no conoce todas las obras de la sabiduría antigua. Las claras y frescas aguas de Urdar regaban diariamente el místico árbol del mundo, y si las hubiese enturbiado Thor (electricidad activa), las convirtiera de seguro en aguas minerales ineficaces para el riego. El Arca de Noé es un relato de la Biblia hebrea, en el que se narra cómo, por orden de Dios (Yahvé o Jehová), el patriarca Noé construye una embarcación para su salvación y la de su familia quienes, preservados del diluvio universal, luego repoblarían la Tierra con su descendencia. Se encuentra tanto en los textos sagrados del judeocristianismo (la Torah y el Antiguo Testamento) como en el Corán de los musulmanes. Su origen puede remontarse al mito sumerio de Ziusudra, incluido en un poema épico de la mitología Caldea llamado Atrahasis, y al contacto de los hebreos con la cultura mesopotámica después de la caída de Jerusalén. Aunque en el pasado se aceptaba el diluvio universal como un hecho histórico, actualmente la tendencia de los estudiosos es hacia el escepticismo respecto a su literalidad, dada la falta de evidencia geológica para tal evento. Sin embargo, varios literalistas bíblicos siguen explorando el monte Ararat, donde la Biblia dice que el arca descansa. El período que Noé tuvo para la construcción del arca es indeterminado. Algunos interpretan los 120 años mencionados en el relato como el plazo hasta el diluvio, y para otros solo es una reducción del promedio de vida de la humanidad. Luego acontece el diluvio: “Porque dentro de siete días haré llover sobre la tierra durante cuarenta días y cuarenta noches, y exterminaré de sobre la faz del suelo todos los seres que hice”. Cuando Noé completó el arca, entraron con él su familia y los animales que le habían mandado. «Aquel día fueron rotas todas las fuentes del grande abismo, y las cataratas del cielo fueron abiertas, y hubo lluvia sobre la tierra cuarenta días y cuarenta noches». Según el relato el diluvio cubrió hasta las montañas más altas. «…y todas las criaturas de la Tierra murieron; sólo Noé y los que estaban con él en el arca sobrevivieron». Finalmente, después de muchos días, el arca se asentó en el monte Ararat, y las aguas retrocedieron por algunos días hasta que emergieron las cimas de las montañas. Entonces Noé envió a un cuervo que «salió, y estuvo yendo y volviendo hasta que las aguas se secaron sobre la tierra».Luego Noé envió una paloma, que regresó porque no tuvo donde posarse. Noé envió de nuevo a la paloma y regresó con una hoja de olivo en su pico, y entonces supo que las aguas se habían retirado. Noé esperó siete días más y envió a la paloma una vez más, y esta vez el ave no regresó. Pero tuvo que esperar unos días más, entonces él, su familia y los animales salieron del Arca, y Noé ofreció un sacrificio a Yahvé, y Dios decidió que no volvería a exterminar a todos los seres vivos con aguas de diluvio, ni habría más diluvio para destruir la tierra. Para recordar esta promesa, Yahvé puso el arcoíris en las nubes, y dijo: “Y sucederá que cuando haga venir nubes sobre la tierra, se dejará ver entonces mi arco en las nubes. Y me acordaré del pacto mío, que hay entre mí y vosotros y todo ser viviente de toda carne; y no habrá más diluvio de aguas para destruir toda carne”. Vivió Noé después del diluvio 350 años más y, finalmente, a la edad de 950 años, murió. La Biblia en Génesis 6:14, aunque no da detalles, si dice que esta embarcación era una “teba” (heb.: canasto, cesto, caja, arcón). Eso, junto a las medidas dadas en el relato, deja como resultado que la embarcación era solo una gran “arca” o caja rectangular de fondo plano sin proa ni popa, sin quilla, remos, timón, anclas o velas, diseñada solo para flotar al garete y no para navegar. El texto hebreo dice que fue hecha de madera de “gofer”, que es un tipo de árbol no identificado con certeza, pero basándose en la similitud existente entre este vocablo y el correspondiente a la palabra “alquitrán” (heb. kófer), hay quienes lo han relacionado con un tipo de árbol “resinoso”, tal vez el roble blanco o el ciprés, cuyas maderas son muy duraderas y de extrema resistencia a la putrefacción. El arca habría sido calafateada por dentro y por fuera con betún brea. Fue detallado especialmente el que se hiciera un “tsohar” (del hebreo “brillante”: tragaluz o ventana) a un codo por sobre el arca, una puerta al costado, celdillas y tres cubiertas superpuestas. Pero los animales salvajes de la estepa […] … De dos en dos … de hecho [entraron en el arca.] —Tablilla del Arca, 51-2 Estos ejemplos corroboran la antigua afirmación de los filósofos de que en todo mito hay un Logos y un fondo de verdad en toda ficción. Hermes, el portador de mis órdenes, tomó la varilla con que a su arbitrio cierra los párpados de los mortales y a su arbitrio también despierta a los dormidos. – Odisea, Libro V Vuestra en la santa ciencia Ana Suero Sanz - Artículo*: Filosofía Oculta - Más info en psico@mijasnatural.com / 607725547 MENADEL Psicología Clínica y Transpersonal Tradicional (Pneumatología) en Mijas y Fuengirola, MIJAS NATURAL *No suscribimos necesariamente las opiniones o artículos aquí enlazados
- Enlace a artículo -
Más info en psico@mijasnatural.com / 607725547 MENADEL Psicología Clínica y Transpersonal Tradicional (Pneumatología) en Mijas y Fuengirola, MIJAS NATURAL.
(No suscribimos necesariamente las opiniones o artículos aquí presentados)
No hay comentarios:
Publicar un comentario