"What shall we use to fill the empty Spaces where we used to talk? How shall I fill the final places? How shall I complete the wall?" Pink Floyd, Empty spaces, del álbum The Wall (1979). Tanto por parte de la 'élite cultural' de nuestra sociedad como por parte de los medios que forman y dirigen la opinión del gran público, el fenómeno de la new-age ha recibido poca o ninguna atención. Desde su pretendida superioridad intelectual se considera este un asunto de importancia muy menor, algo poco serio y propio de frikis, carente de relevancia social y poco digno de tratar. Sin embargo para cualquier observador atento la realidad del día a día contradice este olvido voluntario que como un velo de no reconocida censura se impone sobre el tema. Lo cierto es que la new-age, bajo la forma de una pseudo-espiritualidad vaga y confusa, está cada día más presente en la vida cotidiana de la gente y ejerce sobre sobre el imaginario del ciudadano occidental una influencia mucho mayor que todas las elucubraciones teóricas provenientes de prestigiosos académicos. Es evidente que buena parte de este 'olvido' nace de la soberbia intelectual con que el racionalismo exclusivista desprecia todo aquello que no entra dentro de su ámbito. Esta pretendida superioridad que el cientifismo y el racionalismo muestran por cualquier planteamiento que trascienda su reduccionismo materialista impide abordar seriamente el estudio de este movimiento en su verdadero alcance social y analizarlo como merece en tanto hijo de la postmodernidad y fenómeno a todas luces anti-tradicional. Por tanto este silencio por parte de los medios considerados 'serios' no hace sino ocultar y enmascarar una realidad que está ahí para cualquiera que alcance a ver un poco más allá de la ficción elaborada por los mismos medios y que ejerce una influencia social innegable. Al referirnos a la ocultación de la new-age en los medios de opinión 'serios' que señalan aquello que debe ser de interés general, nos encontramos en realidad ante la continuación de la clásica división de la existencia moderna en una 'zona de luz', dominada por la racionalidad exclusivista, y una 'zona de sombra' en la que reinan el irracionalismo y la superstición y donde no existe el más mínimo rigor intelectual. Hay que advertir que esta 'zona de sombra' es consecuencia directa e inevitable del exclusivismo racionalista al marginarse regiones completas de la existencia humana en tanto son consideradas como no dignas de estudio y atención desde la centralidad del paradigma. De este modo esta 'zona de sombra', que es como un negativo del iluminismo positivista y pragmático, queda abandonada en manos de los amigos del misterio y de lo oculto dando lugar con ello a que se desarrollen todo tipo de falsedades, pseudo-mitos y nuevas supersticiones. Es en esta zona de sombra evidentemente donde se desarrolla y habita la new-age, nutriéndose de todos aquellos restos de la experiencia humana que la racionalidad hegemónica no asume, rechaza y desprecia. No es casual por tanto que el auge del ocultismo, el espiritismo y demás corrientes oscurantistas como magia, brujería, adivinación, así como la recuperación de tradiciones antiguas ya extintas -corrientes y modas que están todas ellas en el origen de la moderna new-age-, tuviera lugar precisamente al tiempo que triunfaba violentamente el iluminismo y la diosa razón en Europa ni tampoco que se reivindicaran ya entonces como una especie de primitiva 'contra-cultura' que defendía un 'espacio de libertad' frente al puritanismo de la época. Tampoco sorprende que aquellas incipientes corrientes ocultistas pretendieran acabar con el 'dogmatismo religioso' al igual que sigue reivindicándose hoy por parte de todas las corrientes new-age: una nueva era de pluralidad y libertad. Desde demasiados estrados hemos oído la misma promesa...Ciertamente estas pseudo-doctrinas son mucho más enemigas de una espiritualidad verdadera que del cientifismo o el materialismo reduccionista, tendencias de las cuales en realidad la new-age está repleta. Es decir, y aunque pueda resultar chocante a primera vista, el oscurantismo y la superstición avanzan de la mano del ateísmo filosófico y racionalista y del prejuicio anti-religioso. Nada de esto ocurre por casualidad y el papel socio-político que la 'zona de sombra' del paradigma racionalista ha jugado en la historia de occidente no puede ser menospreciado, a pesar del silencio por parte de la 'ortodoxia intelectual'. Y ello es así aunque la cara que nos muestra la new-age sea siempre cambiante: desde los 'espíritus' corporeizados de las ya lejanas sesiones mediúmnicas del siglo XIX hasta los más modernos 'extraterrestres'. Básicamente el papel jugado por esta 'zona de sombra' ha sido doble: de una parte ofrecer un ámbito de expresión -y por tanto de distensión- para todo aquello que la racionalidad hegemónica negaba o ignoraba. de otra parte, socavar la tradición auténtica e impedir cualquier acercamiento serio al tema. La new-age supone la 'democratización' de la espiritualidad según el conocido proceder moderno de mesocratización y de 'igualar por abajo'. * Pero para ver la dimensión social que posee la new-age en el mundo actual debemos analizar en primer lugar su estatus como 'conocimiento alternativo' respecto al paradigma epistemológico normativo impuesto por el núcleo iluminista y racionalista de la modernidad. Ya explicamos en su momento (ver aquí) cómo una serie de ideologías de nueva creación se adueñaron a principios del siglo XIX del paradigma moderno definiendo la nueva episteme cultural y acotando así cuáles serían en adelante los 'conocimientos' aceptables -la 'zona de luz'- y cuáles debían ser considerados inaceptables y quedaban por tanto excluidos. Por sorprendente que pueda parecer es sólo a la sombra de esta episteme materialista y positivista -y anti-tradicional- que la new-age puede desarrollarse, sencillamente porque donde existe una tradición espiritual fuerte y sana -que abarca de modo comprehensivo toda la realidad humana en su diversidad y sirve de marco general a cualquier conocimiento particular- la superstición que supone la new-age no tiene cabida [1]. Puede apreciarse entonces de qué modo la new-age encuentra acomodo en la 'zona de sombra' de la que ya hemos hablado. Si las ideologías políticas modernas y las preocupaciones de índole económica ocupan el polo racional y la 'zona de luz' del paradigma moderno, todo aquello que se considera más personal e interior, psicológico o emocional, ese enorme 'espacio vacío' que ha dejado tras de sí la labor de demolición de la postmodernidad, queda del lado de la 'zona de sombra'. Prueba de ello es que no se trata en público sino que queda relegado al ámbito de lo privado, como la religión misma según el punto de vista profano. Por esta razón la new-age se encuentra en esta zona muy a menudo con las 'nuevas psicologías' y con mucha frecuencia se influyen mutuamente. En realidad, debido a la carencia de principios teóricos estables, nada diferencia a una de las otras, tan solo se trata de una cuestión de prestigio social. [2]En resumen la new-age se sitúa -junto con otras disciplinas de conocimiento- a la sombra de la razón exclusivista en un intento por llenar todos los vacíos -sociales y anímicos- que atormentan al hombre moderno y es la 'cara oculta' del paradigma moderno, cara oculta que paradójicamente se nos presenta como un conocimiento 'alternativo' que pretende revolucionar el paradigma mismo... * New-age y postmodernidad. Antes de tratar los aspectos interiores que caracterizan la new-age y que la configuran como una pseudo-espiritualidad dirigida a suplantar la espiritualidad auténtica e impedir el acceso de los hombres y mujeres de esta época a la misma, vamos a analizar su carácter de síntoma cultural de la postmodernidad, pues la new-age constituye uno de sus frutos más acabados y como tal, alimenta el proceso de desestructuración social e individual -a nivel psíquico- en que está inmerso el mundo occidental. Quizá el rasgo que más destaca a simple vista en todo este aparente caos que es la new-age sea su pronunciado eclecticismo: un verdadero cajón de sastre donde se mezclan creencias, ritos y supersticiones de las más diversas procedencias dando lugar a un entramado en apariencia informe y difícil de definir. Esta apariencia caótica, donde se juntan desordenadamente ideas de toda procedencia debe considerarse un 'signo de los tiempos' propio de la globalización y la postmodernidad. Más adelante veremos que esta característica emparentan la new-age con otros fenómenos culturales no menos característicos de este momento histórico pero en apariencia independientes y lejanos. Al respecto de su carácter de 'mosaico cultural', resulta evidente que un movimiento como es el de la new-age, solo puede tener lugar en una sociedad en la que las tradiciones propias han sido totalmente devastadas y, si no han desaparecido por completo, son cuanto menos rechazadas en masa por los miembros de su sociedad, tal y como es el caso en la sociedad actual. La new-age es así una consecuencia directa y previsible de la pérdida de las tradiciones y de la extrema disolución social a que ha conducido la postmodernidad. A grandes rasgos la postmodernidad ha inoculado un profundo auto-odio en el mundo desarrollado por su 'herencia cultural' y un sentimiento de inferioridad que se expresa en ese afán por el progreso. Todo esto se pone de manifiesto a través del pronunciado rechazo por el pasado, la historia e incluso por las tradiciones y el folclore, por parte de los mismos ciudadanos occidentales, completamente vaciados de toda identidad grupal o sentimiento de pertenencia a una colectividad. En este sentido, es innegable que uno de los objetivos evidentes del proyecto de la modernidad es convertir al hombre en una mónada, atomizarle, lo cual solo se consigue desarraigándole y adoctrinándole en el individualismo y el egoísmo más extremos, es decir privándole definitivamente de su historia y sus antepasados [3] . Es solo tras este proceso de 'borrado' de la identidad personal que es posible llenar el vacío identitario con formas culturales prefabricadas por la 'industria cultural' global, que elabora un mosaico a base de piezas ajenas y exóticas. Este proceso de vaciar de lo propio y destruir toda herencia cultural para llenar el vacío con todo aquello que sea extraño y lejano es lo que hemos denominado en otras ocasiones 'cultura del palimpsesto' [4]. Este vaciamiento de la identidad social que ha padecido occidente a lo largo del último siglo ha tenido por efecto deconstruir al ciudadano occidental en tanto sujeto social y político -como parte de una colectividad- ante lo cual el sujeto se ve impelido a buscar fuera de su sociedad la identidad y la comunidad que esta le niega. Todo esto enlaza con la ilusión, tan extendida como falsa, de que es imprescindible la auto-construcción activa de una identidad 'a la carta' por parte del sujeto. Es aquí, sobre este vacío que es social pero también espiritual -en tanto estos son los dos marcos más devastados por la modernidad individualista y materialista- donde la new-age encuentra su 'espacio de mercado' otorgando al hombre postmoderno un simulacro de identidad. El eclecticismo 'multicultural' de la new-age es inseparable de otros caracteres propios de la postmodernidad como por ejemplo la inclinación, tan exagerada como superficial, del hombre occidental por lo exótico. Este pronunciado gusto por lo extraño, lejano y exótico que presenta la sociedad occidental -y que supone toda una rareza histórica- es resultado directo de la demolición de la propia cultura, acompañada de ese sentimiento de desarraigo y des-identificación con el propio pasado. Ciertamente, y tanto a nivel individual como colectivo, cuando uno ama lo propio difícilmente abre la puerta a lo ajeno. Es así como hay que analizar el fenómeno, centrifugador y sintomático donde los haya, del turismo de masas y esa irrefrenable necesidad del hombre moderno por inmiscuirse en las demás vidas y culturas. [5] El fenómeno del turismo de masas es en su dimensión psíquica bastante distinto a las clásicas 'vacaciones' o 'veraneo' de antaño y ciertamente ambos fenómenos definen al hombre de su época. Debe tenerse en cuenta en primer lugar que el verano es el tiempo del descanso por antonomasia. Las 'vacaciones' eran un hecho propio del proletariado que aprovechaba ese tiempo para regresar a su origen -el pueblo-, juntarse con la familia y sobre todo poder entregarse a un ocio o a una molicie que el embrutcedor ritmo de trabajo fabril le impedía el resto del año. Las vacaciones se entendían ante todo como una desconexión del ritmo urbanita de la máquina.Sin embargo la naturaleza del actual turismo de masas es de otra índole. Para empezar el turista viaja en cualquier época del año, no abandona en absoluto el ámbito urbano y tampoco viaja para descansar. En parte esto certifica la pérdida de un centro o una referencia siquiera geográfica, no digamos ya familiar, para el hombre moderno. Además este turismo que algunos llaman cultural pero que sería más acertado calificar de compulsivo, no es en absoluto una huida del estrés urbanita o del rimo antinatural del ciclo de trabajo en que consume su tiempo, como a menudo se pretende. Y no lo es porque el hombre postmoderno carga con su velocidad y con su ritmo de máquina a donde quiera que vaya, tan interiorizado lo tiene. Esto es una muestra contundente del nivel de centrifugación psíquica que padece el occidental actual: el turismo compulsivo es una actividad de índole rajásica y profundamente superficial, completamente exterior y apoyada en groseros argumentos como que viajar es 'aprender de otras culturas' o que nos hace más sabios y mejores... Por otra parte la obsesión por ver y tocar efímeramente una realidad lejana, que poco nos incumbe y de la que nada entendemos -al modo de quien visita un zoológico, como si el mundo fuera un gran parque temático- solo se sostiene por la obsesión complementaria de registrar todas las experiencias, pues sin esta aquella carecería de sentido. Por ello no extraña que a menudo nuestros contemporáneos regresen de sus compulsivas y centrifugadoras actividades turísticas aún más agotados y estresados de lo que partieron. Todo esto daría sin duda para más reflexiones empezando por la simple constatación de que el hombre moderno ve el mundo ya como un mero espectador, sin participar de él. En resumen, la fiebre viajera que sacude el mundo occidental, por muy adornada que esté de multiculturalidad, cosmopolitismo y solidaridad no puede ocultar el auto-odio, la decepción y la frustración ante la realidad social y cultural. Es el modo más acabado en que el occidental infecta, en apariencia pacíficamente, sin la violencia de las armas pero con la violencia del dinero, el resto del planeta. Estamos ante un hombre sin centro, un átomo sin rumbo que se mueve según los dictados que le señalan el mercado y la prensa dominical, las poderosas deidades que escriben su destino y le dicen al hombre lo que debe desear en el nuevo orden mundial. Tanto el ansia de búsqueda [4] -poco importa si se trata de 'nuevas experiencias' o de nuevos lugares- como el interés exclusivo por lo exterior y por los 'fenómenos' -que deben en todo caso quedar convenientemente registrados- denotan el origen común que emparenta ambos fenómenos: la fiebre turística y la new-age. Estamos por tanto ante manifestaciones diversas de una misma realidad, el desarraigo y la centrifugación, tendencias que no dudamos en incluir como parte de un problema psicológico mayor que atrapa al hombre moderno. * [1] Como puede verse la fragmentación del conocimiento -y de la sociedad- propiciada por el nuevo paradigma científico no es independiente del giro anti-metafísico. Se trata de fenómenos análogos y profundamente relacionados, aunque su estudio en profundidad nos alejaría del tema actual. [2] Hay que notar que la psicología moderna es una (pseudo-)ciencia por completo liminar en el paradigma moderno, por ello carece de un objeto de estudio, así como de una metodología, claros y definidos. Ello es importante a la hora de adaptarse a las realidades sociales en constante cambio de la sociedad postmoderna, téngase en cuenta que la 'ciencia psicológica' es ante todo una herramienta de manipulación social. En todo caso, por la razón ya señalada de dirigirse y tratar en parte a aspectos interiores de la experiencia humana queda relegada a la periferia del paradigma. [3] Los antepasados, pieza fundamental para la identidad de los pueblos tradicionales. [4] Los defensores del globalismo lo llaman eufemísticamente 'multiculturalidad', cuando en realidad lo que hay es un genocidio cultural, una destrucción sistemática de todas las culturas humanas, empezando por la propia, para alcanzar una mezcla informe que un reflejo análogo del caos primigenio en que estaba sumida originalmente la manifestación universal. No hay tal convivencia de culturas en el desorden postmoderno sino una sustitución de las culturas ancestrales por los disvalores de la disolución. [5] A menudo los sujetos más imbuidos de la new-age usan este término de 'búsqueda' para sus arbitrarias experimentaciones e incluso se refieren a sí mismos como 'buscadores'. Delatan con ello la verdadera naturaleza de su 'conocimiento', pues solo busca el que está perdido.
Click aquí para leer el ARTÍCULO completo
No hay comentarios:
Publicar un comentario