ÁMBITOS DE LA CIUDAD ARQUETÍPICA I Tal vez la Academia Numénica sea semejante a este papel en blanco (un espacio virgen) en el que comienzo a trazar unas líneas pretendiendo escribir sobre algo que es tan difícil de expresar, como todo cuanto tiene que ver con los ámbitos más sutiles del ser. En todo caso, la escritura, como la sangre en el cuerpo, es vivificante para el alma. La escritura, como símbolo que es, plasma el pensamiento, que se nutre del contacto con lo pensado, en este caso la idea de la Academia Numénica. Al escribir, o al hablar, sobre ella, no hago otra cosa que “exteriorizar” algunas de las cosas que he comprendido del objeto meditado, y en el grado que esto sea. El lenguaje articula y ordena, hace inteligible lo comprendido. Por otro lado, lo que se “comprende” o se “conoce”, cuando verdaderamente es así, ya no es diferente de lo que tú eres: lo has incorporado a tu ser, pues existe una identidad entre conocer y ser. Por eso mismo, todo lo que aquí se diga sobre la Academia Numénica es cierto y verdadero para quien lo escribe. Tal es la fuerza y la potencia teúrgica de la Tradición Hermética. II La luz del Señor todo lo penetra y ella nos anuncia un “mundo otro”, más allá del sol visible y conocido por los sentidos, en donde una “llama se enciende en medio del ardiente fuego (…) Porque YHVH tu Dios es un fuego devorador” (1). En la Academia Celeste las enseñanzas son impartidas por quienes han ofrecido y ofrecen su vida entera en holocausto sagrado habiéndose convertido en númenes y energías espirituales, aun estando todavía vivos, corporalmente hablando. El acto heroico, por naturaleza desprendido y generoso, une a la víctima y al sacrificador (que son uno solo) en un gesto simultáneo y riguroso que no admite trámites pues se trata de resolver (disolver) la dualidad en la Unidad. Por eso mismo esas enseñanzas nacen de corazones arrebatados en su plenitud por el cielo y unidos en el Corazón del Mundo. Ellos comunican su llama incandescente a otros corazones que aquí, en la tierra, claman por participar de las nupcias en la “cámara secreta”. “Sembrado en la corrupción, resucitarás en la Gloria”, oímos en esos ámbitos sin dimensiones tangibles. Metatrón, Elías, Eliseo, Henoch, los Hermes antediluvianos, el Hermes Babilonio, el Hermes Egipcio, el Tres Veces Grande en su Sabiduría, el que nació en el interior de la caverna, el ladrón de bueyes y de la lira de Apolo, el amigo, el hermano de los hombres, el que se presenta ante tu puerta sin llamar, y le abres... Nombres de un solo Nombre, en sí mismo Innombrable. La Milicia Celeste se refleja en sus paredros humanos. Los distintos centros iniciáticos, las academias y las escuelas de Conocimiento (desde Orfeo, Pitágoras, Sócrates, Platón, Proclo y Dionisio Areopagita hasta Nicolás de Cusa, Marsilio Ficino, Pico de la Mirándola y la Cábala-Cristiana, pasando por Alejandría y el apostolado de los “hijos del trueno” y terminando en nosotros, los “herederos de Occidente”), son en realidad entidades espirituales-intelectuales que describen la Historia sutil e invisible de esa amplia cadena de testificación que se remonta al principio de los tiempos, y que incluye a dioses, héroes, o personajes increíbles que han transmitido estas energías que se reciben mediante operaciones de alquimia, se manifiestan siempre por la dualidad de opuestos solve-coagula, disolver y coagular, gracias al fuego del corazón que preside toda la Obra y se conjugan siempre en el Presente, que es el que otorga la auténtica maestría a los Adeptos al Conocimiento (2). Ellos saben por experiencia que el lema alquímico “paciencia y perseverancia” también enmarca la entrada al Palacio de la Sabiduría. III La idea del Dios desconocido, intuida dramáticamente su ausencia en la noche oscura, paradójicamente ha creado la necesidad imperiosa del amor al Conocimiento, despojado de adjetivos. Ese amor, alumbrado por la Inteligencia, es lo que te hace percibir el esplendor de la Belleza (que “oculta” lo verdadero), la que te indica la salida del mundo sublunar en una dirección vertical sin retorno. Somos aspirados hacia arriba en remolinos violentos, atraídos por esa ley de la gravedad inversa que mueve el Sol y las demás estrellas. “¡Bésame con los besos de tu boca! Mejores son que el vino tus amores” (3). En la intimidad de tu soledad sabes que has sido llamado, pero dependerá de tu entrega total que tu Señor te escoja entre los justos del mundo, ya que él es el “ojo que todo lo ve”. Él mira en lo profundo de tu corazón, donde su Rigor se envuelve en el manto de su Misericordia. “Sondéame, oh Dios, mi corazón conoce” (4). Comunícame la Palabra, que es Vida, y Luz, y Conocimiento. Y con ellas las letras de luz que tejen mi nombre verdadero, que es la forma sutil de mi alma –vehículo de mi viaje– reunida en un solo canto: Metatrón me dice: Ven, y yo te mostraré (… ), las letras por las cuales han sido creadas sabiduría y discernimiento, conocimiento e inteligencia, humildad y rectitud, gracias a las cuales el mundo entero subsiste. Yo caminaba junto a él y me tomó de la mano, me alzó sobre sus alas y me mostró aquellas letras, todas ellas grabadas con pluma llameante sobre el Trono de gloria. De ellas brotan chispas y destellos que cubren todas las cámaras de Aravot (5). IV Se dice que Emanuel Swedenborg iba cada día a la oficina de correos para mandar sus cartas dirigidas a la Ciudad Celeste. Ese gesto formaba parte de su rito personal, y nos muestra hasta qué punto es delgada la línea que separa la Tierra del Cielo, hasta ser prácticamente inexistente para los “hijos de la Luz”, los eslabones de la “cadena áurea”, los habitantes de la Utopía Hermética. La Ciudad Celeste es al principio como una semilla implantada en el alma del buscador, como el grano de mostaza evangélico, que siendo la más pequeña de todas las semillas se convierte al crecer en el mayor de los árboles, sobre cuyas ramas se posan las aves del cielo portadoras de los mensajes de los estados superiores. Un alma que se nutre de imágenes simbólicas como esas, y “dialoga” con ellas, ya vive o es un visitante de la Ciudad arquetípica, un espacio en la conciencia del Ser. Ha habido culturas y civilizaciones enteras que vivieron sumergidas en ese espacio visual y sonoro. Sus ciudades estaban construidas según el modelo de la ciudad del cielo, que ellos percibían en las invisibles estructuras geométricas (y musicales) trazadas en el éter impalpable por los siete planetas (los “errantes”) en combinación armónica con el movimiento de las criaturas del Zodíaco, y todo ello en torno a la Polar, que marca el Centro y el Eje articulador, símbolo del monocordio que permite llevar esa misma armonía a todos los mundos y planos de la Creación. ¿Por qué pusieron los ancestros el nombre de “casas” a las moradas zodiacales, sino es porque con ello trataban de nombrar, y simbolizar, ámbitos de la ciudad invisible, de las que esas casas son sus entradas y por tanto la salida de otros ámbitos más densos del ser? Cuando me recuperé de contemplar estupefacto, dije: “¿Qué es eso? ¿Qué sonido es éste tan grandioso y suave que llena mis oídos?” Respondió él: “Es el sonido que se produce por el impulso y movimiento de las órbitas, compuesto de intervalos desiguales, pero armonizados, y que, templando los tonos agudos con los graves, produce equilibradamente armonías varias. Porque tan grandes movimientos no podrían causarse con silencio, y hace la naturaleza que los extremos suenen, unos, graves, y otros, agudos. Por lo cual, la órbita superior del Cielo, aquella de las estrellas, cuyo giro es el más rápido, se mueve con un sonido agudo e intenso, y con el sonido más grave, en cambio, este inferior de la Luna, pues la Tierra, en el noveno lugar, permanece siempre en su misma sede, inmóvil, ocupando el lugar central de todo el mundo. Esas ocho órbitas, dos de las cuales son iguales, producen siete sonidos distintos por sus intervalos, cuyo número siete es como la clave de todas las cosas. Imitando esto los hombres sabios en las cuerdas de la lira y en los modos del canto, se abrieron el camino para poder regresar a este lugar(6), lo mismo que otros que, con superior inteligencia, cultivaron en su vida humana los estudios divinos” (7). Platón, el creador del diálogo “filosófico” como una forma del arte de la memoria y de la reminiscencia, dejó escrito que la tierra tiene en realidad la forma de un dodecaedro, como el Zodíaco, lo cual es una manera muy didáctica y sutil de identificar a ambos, a la Tierra y al Zodíaco. En la cita del Fedón que viene a continuación Platón habla en realidad de la “Tierra Celeste”, o sea del Cielo en la Tierra, del Paraíso terrestre en definitiva (8). Esta idea ya estaba presente en las culturas y civilizaciones más remotas, que hablaban de una “Tierra del Sol” por encontrarse en ella las “revoluciones del Sol”, es decir del transcurso de este por las “doce casas” zodiacales. Es la Tierra “transfigurada” por la presencia en ella de los dioses y las energías numénicas, que los arquetipos zodiacales representan. La “Tierra Celeste”, el Paraíso, está todavía en este mundo, solo que entre él y nosotros se han interpuesto barreras psicológicas muy densas, pero que al mismo tiempo “no resisten el ímpetu de los espíritus solares”. –Pues bien amigo mío –dijo él–, se cuenta que esa tierra en su aspecto visible, si uno la contempla desde lo alto, es como las pelotas de doce franjas de cuero, variopinta, decorada por los colores, de los que los colores que hay aquí, esos que usan los pintores, son como muestras. Allí toda la tierra está formada con ellos, que además son mucho más brillantes y más puros que los de aquí. Una parte es purpúrea y de una belleza admirable, otra de aspecto dorado, y otra toda blanca, y más blanca que el yeso o la nieve; y del mismo modo está adornada también con otros colores, más numerosos y más bellos que todos los que nosotros hemos visto. Porque también sus propias cavidades, que están colmadas de agua y de aire, le proporcionan cierta belleza de colorido, al resplandecer entre la variedad de los demás colores, de modo que proyectan la imagen de un tono continuo e irisado. Y en ella, por ser tal como es, las plantas crecen proporcionadamente: árboles, flores y frutos. Y, a la par, los montes presentan sus rocas también con igual proporción, más bellas {que las de aquí} por su lisura, su transparencia y sus colores. Justamente partículas de ésas son las piedrecillas estas tan apreciadas: cornalinas, jaspes, esmeraldas, y todas las semejantes. Pero allí no hay nada que no sea de tal clase y aún más hermoso. La causa de esto es que allí las piedras son puras y no están corroídas ni estropeadas como las de acá por la podredumbre y la salinidad de los elementos que aquí han confluido, que causan tanto a las piedras como a la tierra y a los animales y plantas afeamientos y enfermedades. Pero la tierra auténtica está embellecida por todo eso y, además, por oro y plata y las demás cosas de esa clase. Pues todas esas riquezas están expuestas a la vista, y son muchas en cantidad, y grandes en cualquier lugar de la tierra, de manera que contemplarla es un espectáculo propio de felices espectadores. En ella hay muchos seres vivos, y entre ellos seres humanos, que viven los unos en el interior de la tierra, y otros en torno al aire como nosotros en torno al mar, y otros habitan en islas bailadas por el aire a corta distancia de la tierra firme. En una palabra, lo que para nosotros es el agua y el mar para nuestra utilidad, eso es allí el aire, y lo que para nosotros es el aire, para ellos lo es el éter. Sus estaciones mantienen una temperatura tal que ellos desconocen las enfermedades y viven mucho más tiempo que la gente de acá, y en vista, oído, inteligencia y todas las demás facultades nos aventajan en la misma proporción que se distancia el aire del agua y el éter del aire respecto a ligereza y pureza. Por cierto que también tienen ellos bosques consagrados a los dioses y templos, en los que los dioses están de verdad, y tienen profecías, oráculos, apariciones de los dioses, y tratos personales y recíprocos. En cuanto al sol, la luna y las estrellas, ellos los ven como son realmente, y el resto de su felicidad está acorde con estos rasgos (9). ¿Cómo son, o qué son, realmente los astros celestes sino los espíritus de quienes los rigen? La propia Tierra tiene su ángel rector, su espíritu, y si “conectas” con él en realidad lo haces con su “corazón”, con su “centro”, que la Cábala da el nombre de Shekinah, la “presencia real” de la Divinidad en el mundo y en el hombre. Esa Tierra, al principio, es como una imagen que se “forma” en tu pensamiento, en tu mente regenerada por la acción purificadora del símbolo. Es la forma que toma ese espíritu para que empieces a percibir y recibir la realidad de sus efluvios y poder así penetrar en otro ámbito de tu alma, por la “puerta” de Malkhuth, que es la primera sefirah de las diez que conforman el Árbol de la Vida, auténtico modelo del Cosmos y de su Ciudad arquetípica. Acceder a ese “espacio interno” es, de hecho, haber regresado a la Casa del Padre, que tiene muchas moradas, planos o niveles, donde te vas encontrando con los ancestros espirituales y con los dioses, con los que, como dice Platón, dialogas, tratas y continúas conociendo, porque sabes que en realidad estás en una etapa de tu realización metafísica tomando como soporte la Cosmogonía, y que tu “meta” es ser uno con el Padre. Podrás así no sólo participar sino vivir libre y plenamente una Tradición por siempre Viva. Notas 1 El Libro Hebreo de Henoch, o Libro de los Palacios, 42. 2 Federico González y colaboradores: Introducción al Ciencia Sagrada. Programa Agartha. Módulo III. Revista Symbolos Nº 25-26, Barcelona, 2003. 3 Cantar de los Cantares, I, 2. 4 Salmos 139, 23. 5 El Libro Hebreo de Henoch, 41. En la Cábala, el mundo de Aravot se corresponde con el séptimo cielo. 6 Destacamos la expresión “este lugar” para subrayar no únicamente la idea de un “espacio del mundo celeste” sino también de un “estado” que se corresponde análogamente con dicho “lugar”. 7 Cicerón, De la República. 8 Para evitar cualquier confusión al respecto, queremos señalar que dentro de los poliedros platónicos la Tierra “física” está representa por el cubo, la figura que simboliza la estabilidad por excelencia, y así lo señala expresamente Platón en el Timeo. Pero, como estamos diciendo, en el Fedón Platón no se refiere a esta Tierra física, sino más bien a su arquetipo celeste, que es el Zodíaco, el cual, al igual que el dodecaedro está signado por el número doce, siendo sus 30 aristas el equivalente a los 30 días de cada mes o a los 30º de cada signo zodiacal. Añadiremos que los cinco poliedros tienen un origen muy antiguo, y se han encontrado en excavaciones arqueológicas prehistóricas, e incluso entre los celtas. 9 Platón: Fedón, o del Alma. - Artículo*: Letra Viva. Una Utopía Hermética - Más info en psico@mijasnatural.com / 607725547 MENADEL Psicología Clínica y Transpersonal Tradicional (Pneumatología) en Mijas y Fuengirola, MIJAS NATURAL *No suscribimos necesariamente las opiniones o artículos aquí enlazados
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