Uno de los personajes más siniestros de la intelectualidad europea de posguerra, que tanto hizo por destruir las tradiciones culturales y la identidad fundamental de Europa, fue sin duda el recientemente fallecido Umberto Eco. Sorprende comprobar hasta qué punto este tipo de personajes inquietantes, que estaban a la orden del día en los medios de propaganda en décadas pasadas y ahora parecen relegados a la prensa escrita -esa que ya no lee nadie-, despiertan los halagos unánimes tanto de izquierdas como de derechas, supuestamente tan enemigas entre sí. Que las élites mundiales alaben unánimemente a este personaje sin el más atisbo de crítica ya es algo sospechoso. En realidad, Eco, como todos aquellos 'intelectuales mediáticos' que tanto abundaron en los platós de televisión de los años '70 y '80 y de los que tuvimos un nutrido grupo en España -ahora al parecer sustituidos por los tertulianos y opinadores profesionales, que se dirigen a un público aún menos letrado que aquellos-, no puede considerarse en rigor un filósofo ni siquiera un pensador, sino un propagandista. No en vano incluso los obituarios no le han recordado por su obra académica sino por sus aclamados best-sellers. Pero no vamos a tener el mal gusto de repasar y analizar su obra, nos limitaremos tan solo a situarle en el contexto socio-ideológico que le corresponde, y es que la función de este 'cuerpo de élite' que fueron -y son- los intelectuales al servicio del sistema demo-liberal ha consistido básicamente en adoctrinar y re-educar a las clases medias europeas, propagando las nuevas verdades y dogmas que debían ser aceptados por el naciente hombre-masa para nunca ser discutidos. El ataque a la Tradición como función principal del 'intelectual mediático' moderno. Una de las principales razones de que la izquierda haya hecho de Eco durante años un tótem, una figura intocable en el mundo del pensamiento europeo, ha sido sin duda el poco disimulado anti-clericalismo que Eco profesaba. Este anti-clericalismo esconde, disfrazado tras los tópicos y leyendas negras habituales, un verdadero anti-cristianismo. En esto Eco no era precisamente original, más bien seguía la corriente dominante de todo el pensamiento de la modernidad: el odio anti-religioso es la forma burda y la cara política que toma el giro anti-metafísico y el odio a la Tradición. Ciertamente entre los objetivos de aquella panoplia de intelectuales de los años '60 y '70 no era el menos importante, a tenor de su insistencia en el mismo, lograr una apostasía generalizada en Europa, para lo cual no dudaban en desprestigiar constantemente la religión bajo el manido argumento de la lucha entre fe y razón [1]. Eco se tomó especialmente en serio esta 'cruzada' contra todo lo que él tachaba de mistérico y supersticioso, poniendo a un mismo nivel y confundiendo -y, lo que es más grave, haciendo confundir- ocultismo y esoterismo, como deja claro por ejemplo en su novela El péndulo de Foucault, donde se esfuerza sobremanera en desprestigiar cualquier Tradición metafísica o espiritual dando siempre una visión 'demasiado humana' de las mismas. En realidad su particular cruzada no fue contra la superstición y las creencias sino más bien contra cualquier visión trascendente de la realidad humana y con ello contra toda perspectiva metafísica. Es decir su objetivo era propalar una visión exclusivista y unilateral que eliminara las otras por pseudo-científicas, pseudo-filosóficas, etc. Hay que reconocer que aquellos pseudo-intelectuales -que en realidad cumplieron la función de una 'contra-élite intelectual' dirigida contra la verdadera intelectualidad tradicional- lograron en buena medida su propósito, pues su propaganda arraigó en el imaginario colectivo europeo y es hegemónica hasta la fecha. Y debemos añadir que el fruto de este desprestigio de la tradición cristiana no es otro que el triunfo de la new-age, tema que ya hemos tratado con anterioridad. Ante este sesgo anti-espiritual sólo cabía esperar que la izquierda y el progresismo le viesen como un aliado, en tanto ellos siempre han tratado de imponer una visión del hombre profundamente reduccionista, limitada a la dimensión material de la vida humana y apostando por una evidente laxitud moral en nombre de nebulosas abstracciones como la libertad. En definitiva, el núcleo ideológico de Eco consiste en el eterno argumento, mil veces repetido y presentado bajo infinitas variaciones, del enfrentamiento entre la modernidad como era de la razón y de todo bagaje pre-moderno, presentado como una edad de tinieblas, crueldad, autoritarismo y sinrazón. Nada destacable si no fuera porque es precisamente la agenda ideológica del sistema de dominación actual. Dicho sea de paso, ante este panorama 'intelectual', es verdaderamente lamentable -o quizá algo peor- que la iglesia católica se esfuerce desde hace décadas en el diálogo con todas estas corrientes de pensamiento falsamente 'humanistas' que se presentan bajo un disfraz dialogante pero que con todo no se toman la molestia de ocultar su declarada agenda laicista -es decir atea- y a las cuales la iglesia así como todo aquel que se diga cristiano debería considerar enemigos declarados. Al acceder a este tipo de diálogo se legitima el punto de vista profano, materialista y ateo, anti-tradicional en esencia, presentándolos como dos opiniones al mismo nivel entre las cuales el sujeto espectador tiene la libertad de elegir. Otro ejemplo más de democratización, en este caso realmente grave y pernicioso. Cuando estos 'intelectuales' abogan por una religión en el ámbito de lo privado saben muy bien lo que hacen pues como todo hombre tradicional sabe, no hay religión ni Tradición posibles sin comunidad, sin compartir y sin el apoyo de los iguales qui transitis per viam [2]; de modo que ese laicismo es tan solo una trampa demagógica más y un estrangulamiento al correr del tiempo. Estrangulamiento que hay que reconocer que han logrado y están a punto de consumar. No somos los únicos que se sorprenden ante esta especie de 'coloquios' o careos cada vez más habituales [3] en los que la iglesia se rebaja a discutir de filosofía moderna y adopta su terminología mientras descuida la enseñanza espiritual que debería ser su misión irrenunciable. Con ello la iglesia se aleja poco a poco de su núcleo doctrinal y se acerca cada vez más a hacer ética o filosofía moralista para todos, no sabemos bien con qué fines pues deberían preocuparle antes que nada sus fieles. Pareciera que desde el Vaticano II la iglesia hubiera renunciado a la defensa pública de su doctrina, interiorizando más y más los conceptos liberales y los tabúes propios de lo políticamente correcto -¿dónde ha quedado el infierno en los sermones?-, y sobre todo parece que haya renunciado a la defensa de su antropología tradicional, una visión del hombre que se sitúa en las antípodas, y es por tanto incompatible, con la antropología liberal, materialista y atea que se pretende imponer. Por tanto debemos decir que estamos ante otra victoria más de los enemigos de la Tradición. El nihilismo como 'ideología profunda' de la postmodernidad Además de este odio a la Tradición, disimulado bajo la tópica jerga del humanismo, la edad de la Razón, la defensa de la modernidad como edad de la libertad, etc. hay en su obra un extremado nihilismo que, y es algo que nos sorprende también, ha pasado bastante desapercibido. No otra cosa se oculta tras el aparentemente muy racional e inteligente escepticismo, o el cinismo y el sarcasmo que eran tan habituales en él. Este nihilismo, un rasgo indudablemente siniestro y que ha sido inoculado a la juventud europea desde hace décadas por toda esta 'cultura' de la postmodernidad, disfrazado de razonamiento filosófico y de actitud crítica y libre, es probablemente el contenido más esencial y transversal de toda la obra de Eco. No han errado en efecto quienes le han calificado de "escolástico ateo", una definición que tiene mucho más alcance que la simple paradoja que ofrece a simple vista. Nihilismo y ateísmo son inseparables pues ambos responden bajo una apariencia racionalista con el mismo reduccionismo ontológico de la realidad y de la vida humana, ambos son muestra de un mismo odio anti-metafísico. Por tanto al hablar de Eco nos encontramos ante un agente de primer orden de la anti-Tradición así como de la operación sistemática de disolución cultural europea emprendida tras la segunda guerra mundial, uno de los actores principales de lo que hemos denominado en otro lugar 'cultura del palimpsesto'. La intelligentsia europea de posguerra y la 'cultura del palimpsesto'. Si el periodo de entreguerras produjo en toda Europa una efervescencia cultural prácticamente sin precedentes fuertemente crítica con el desarrollismo, la era de las revoluciones y la modernidad, una época que trató de conjugar e hilvanar el pasado europeo con el presente y el futuro y en el que aún quedaban pensadores difícilmente situables en el nefasto eje izquierda-derecha, tras la segunda guerra mundial la perspectiva intelectual y la consigna cultural a propagar para las masas cambió radicalmente. Por una parte la hegemonía académica marxista implantó un régimen de censura encubierta convirtiendo en malditos a todos aquellos pensadores de los que no se podía servir para su proyecto de re-educación -desde Guénon hasta Jünger pasando por Heidegger, Spengler y Ortega, e incluso académicos del máximo prestigio como Eliade se vieron boicoteados durante décadas por no comulgar con el marxismo rampante- y tergiversando al resto en lo que fuera necesario. A esto hay que añadir el uso sistemático del freudismo como herramienta dialéctica-filosófica que permitía justificar cualquier teoría, por rocambolesca e increíble que fuera. El par freudismo-marxismo fue particularmente dañino ya que permitía verter suposiciones como hechos ciertos bajo un barniz pseudo-científico y académico. De otra parte comenzó un camino de auto-inculpación, auto-odio y auto-destrucción de todo el legado cultural europeo. Todo debía ser revisado y re-elaborado desde la nueva perspectiva que otorgaban la decepción y el escepticismo propios de la postguerra. La vieja identidad europea sería acusada sistemáticamente en esas décadas de autoritaria, poco democrática y no lo suficientemente moderna: todo lo malo provenía del negro pasado de la pre-modernidad cuyas raíces había que arrancar [4]. Si había algo rescatable para ellos era con seguridad lo posterior a 1789 y probablemente se halle entre las manidas abstracciones y eslóganes que desde entonces forman el núcleo mismo de la propaganda mediática que todo europeo común debe soportar actualmente desde su infancia: libertad, igualdad, democracia, feminismo, etc. Comenzaba así la 'cultura del palimpsesto' y la re-educación de masas. La labor de palimpsesto de la intelectualidad académico-mediática posee dos fases bien diferenciadas, al modo de sístole y diástole, y tal como veremos al final de este artículo Eco era un experto consumado en la elaboración y aplicación de estas estrategias que han devenido en la neo-lengua postmoderna, y ello por varias razones, siendo la principal de ellas que, como dijimos, era un 'escolástico' de formación y por tanto un lógico. Hay que advertir que ambos procesos de sístole y diástole se daban en dos órdenes: exterior o social de una parte e interior o individual por otra, alcanzando y de algún modo re-programando el nivel psicológico del individuo. La primera fase es el borrado sistemático, basado sobre todo en el desprestigio de la tradición, la cultura y las instituciones tradicionales europeas. Debido al papel que jugaban como ligazón social los mayores enemigos para la intelligentsia postmoderna no podían ser otros que la familia y la iglesia. La segunda fase es la de re-escritura, muy frecuentemente consistente en un revisionismo histórico insidioso en el nivel social en una búsqueda inacabable de víctimas y verdugos, pero sobre todo esta fase alcanza su cima en la re-educación moral de la gente y es que la re-educación en la libertad postmoderna posee un extremado carácter moralizante. En definitiva, la 'postmodernidad' consistió en un desmantelamiento de todas las tradiciones de pensamiento europeas, a las que se desprestigió y censuró, y en una deconstrucción cultural programada y sistemática que ha terminado por imponer una visión del mundo materialista, atea, hedonista, reduccionista, simplista y profundamente nihilista, en una carencia total de valores. Semejante movimiento cultural, que partía indudablemente de las universidades y tomaba como objetivo de su labor a la juventud, a fin de emplearla como combustible de la locomotora de la auto-destrucción, bien podría ser calificado de conspiración. Esta idea de conspiración toma más peso cuando se constata cómo la gran operación anti-europea de re-educación y lavado de cerebro se puso en marcha de forma paralela a la nueva 'construcción europea' que representa la actual UE y cómo han avanzado durante seis décadas a la par. De ningún modo se trata de un hecho casual, por el contrario ambos procesos son dos caras de una misma moneda y obedecen a un objetivo común: la destrucción del legado cultural europeo como medio básico de lograr la dominación plena de los pueblos de Europa por parte de los poderes capitalistas, externos y coloniales. En este contexto no es exagerado decir que la UE es un proyecto que contiene un inquietante trasfondo anti-europeo. Desde este punto de vista el triunfo del proyecto de re-educación de Europa al servicio del cual estaban los intelectuales académico-mediáticos como el propio Eco, era una condición necesaria para la implantación pacífica y sin demasiadas tensiones sociales del modelo socio-político que se pretendía. Resulta especialmente escandaloso cómo, en su defensa de la modernidad y en su manipulación histórica consciente, aquellos 'intelectuales del palimpsesto' han tratado de vincular por todos los medios a la cultura europea pre-moderna y el pensamiento tradicional lacras genuinamente modernas como el racismo, los nacionalismos y las nefastas 'ideologías' políticas modernas, que tantos muertos han causado. Desde la ilustración hasta la segunda guerra mundial Europa fue la cuna de los nacionalismos, del militarismo, del colonialismo, de un capitalismo inhumano disfrazado de progreso, de las expropiaciones a la iglesia y la razón de Estado, del favoritismo a los grandes capitalistas a costa de los ciudadanos de a pie, de un sinnúmero ideologías intolerantes y excluyentes, así como de perversiones de carácter inequívocamente moderno como fue el racismo. Todas estas perversiones culturales fueron justificadas y legitimadas sin excepción por los filósofos y pensadores modernos e ilustrados como no lo habían sido jamás por los teólogos católicos ni protestantes, reformistas o contra-reformistas, y esta es una verdad poco tenida en cuenta y que conviene tener presente. Los padres ideológicos de la superioridad étnica o cultural y el destino europeos no eran precisamente teólogos católicos. Poco importa si los que se pretendían filósofos libres e ilustrados y que no eran más que escribanos a sueldo de sus amos justificaban todas estas perversiones bajo una apariencia moralizante, o científica y técnica, o racial, o simplemente desde la perspectiva pragmática y utilitarista de la realpolitik, como es un clásico en la escuela anglosajona. Quizá uno de los ejemplos más escandalosos de esta toma de partido en la sombra a que acostumbraban los intelectuales sean las campañas de descrédito dirigidas a los contra-revolucionarios -por supuesto se trataba de católicos fervientes, ¿hace falta entonces alguna acusación más?- de su admirada revolución francesa y su régimen de terror. Aquí se muestran todos ellos como lo que realmente pretendían ser: manipuladores a las órdenes de los poderosos y re-escritores de la historia. De modo que bien puede decirse que el 'intelectual moderno' lejos de ser una mente crítica y libre como se pretende es desde su mismo origen un perro de presa de la modernidad al servicio del poder. Quizá la generaciones de la ilustración y la revolución francesa nos proporcionen los más acabados ejemplos de este tipo de erudito, tan petulante como servil al poderoso, charlatán y chaquetero que aún existe en nuestros días y del cual Eco era un ejemplo perfecto. El papel de la intelectualidad europea en la creación de la neo-lengua postmoderna Hay para acabar otra función que ejerció aquella intelligentsia 'progre' y que suele pasar desapercibida: el papel decisivo que aquellos intelectuales 'de izquierdas' jugaron en la creación e implantación de la neo-lengua postmoderna y en la actual dictadura del eufemismo y lo políticamente correcto tras la cual se parapeta la pseudo-ideología del neo-liberalismo. Y aquí una vez más nuestro siniestro personaje destacó especialmente. Es una incoherencia muy notable que hoy por hoy tantos personajes públicos que se dicen 'progresistas' e incluso profesores e intelectuales con cierto prestigio se escandalicen y rasguen sus vestiduras ante el deplorable hecho de que el paradigma neo-liberal carezca de oposición tanto práctica como teórica. Sostenemos que es una incoherencia porque ellos precisamente ampararon y aún amparan todo aquel proyecto de demolición cultural programada que comenzó por perseguir y socavar la tradición cristiana y ha acabado pariendo el monstruo de la 'ideología de género'. ¿Qué otra cosa cabía esperar? La izquierda cae como de costumbre presa de sus mismas contradicciones: ¿cómo se puede defender la ingeniería social más disolvente como un derecho y una liberación y sin embargo criticar la falta de empatía y de solidaridad de los poderes financieros y los gobiernos en la sombra?No es de extrañar que una vez destruida y criminalizada toda forma de pensamiento mínimamente disidente en Europa tal y como ha sucedido los ciudadanos se acojan a cualquier edulcorante intelectual que tengan a su alcance tomándolo por doctrina cierta y verdadera y por 'ciencia muy sabrosa'. Si algunos supuestos intelectuales han ejecutado muy bien su papel de re-educadores de masas y clases medias, los activistas y los 'progres' han jugado por su parte, una vez más, el papel de tontos útiles. [1] Es decir siempre desde un punto de vista racionalista, despreciando la realidad espiritual o mística, y nunca desde un punto de vista metafísico en el cual no hay la más mínima oposición o incompatibilidad entre fe y razón partiendo del principio gnoseológico de la identificación entre ser y conocer: se es lo que se conoce. Es un error por tanto , un error muy extendido, rebajarse al nivel racionalista para contrarrestar argumentos.[2] Lm. 1:12.[3] Estos debates, por llamarlos de alguna manera, se han repetido los últimos años protagonizados por otro peligroso propagandista anti-tradicional con aires de intelectual y con un apoyo mediático masivo, R. Dawkins. [4] He aquí una de las contradicciones más flagrantes de todo el revisionismo histórico 'progre' como veremos en la segunda parte del artículo.
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