Nuestra amiga Emilia Agüero de Chazal está poniendo en su página de Facebook estos días de Agosto una serie de extractos de cartas de René Guénon en donde este, además de temas muy variados, trata también de cuestiones doctrinales acerca de ideas que expuso en algunos de sus numerosos libros, ampliándolas y abriendo nuevas perspectivas sobre las mismas. En este sentido podemos decir que dichas cartas tienen en sí mismas un valor añadido indiscutible. Se estima que la correspondencia de Guénon es cuatro veces el volumen de su obra publicada, lo cual da la medida no solo del numeroso epistolario que mantuvo con sus colaboradores, sus conocidos, sus lectores (que ya en ese tiempo eran muchos), sus editores en distintos países del mundo, etc., sino que demuestra su entrega total a una función espiritual que se enmarca dentro del “fin de ciclo” que estamos viviendo. Guénon fue en el siglo XX la voz de la Tradición Unánime en Occidente, y su obra sigue siendo una guía intelectual para quien ligue con el sentido cosmogónico, ontológico y metafísico contenido en ella, que es de una sorprendente claridad didáctica, hasta el punto que parece haber sido trazada con compás, escuadra, plomada y nivel, dejando traslucir la “belleza de la Idea”, o sea “el esplendor de lo verdadero”, como diría Platón. Esto es así, y por supuesto lejos de mi ánimo cualquier veleidad “guenoniana”. Esto para nada, que quede claro, entre otras cosas porque no soy ningún guenoniano, muchos de los cuales tienen una lectura muy literal de la obra de Guénon. Simplemente es un reconocimiento y un agradecimiento por la lucidez con la que expuso su pensamiento. Podrían matizarse algunas de las cosas que Guénon afirmó en su momento, pero son cuestiones secundarias que no han soportado el paso del tiempo, y que en nada afectan al núcleo de la doctrina que él expuso, fija e inmutable como el Polo celeste. Especialmente interesantes me parecen las cartas donde Guénon denuncia a los que él denomina los “suizos” (con Frithjof Schuon a la cabeza), considerándolos unos parásitos de su obra, y que en absoluto están a su mismo nivel intelectual y espiritual, como algunos pueden llegar a pensar. Por las razones que fuesen Schuon no había llegado a comprender algo esencial, y que está en el origen de toda su desviación posterior: que la religión y la Metafísica son dos ámbitos completamente distintos, y por tanto no se pueden mezclar ni confundir. No deja de ser una ironía que esto no lo comprendiera alguien que, como Schuon, se consideraba a sí mismo un iniciado en el sufismo, cuando es precisamente en el Islam donde esos dos ámbitos están perfectamente delimitados, quizá más que en ninguna otra tradición. Mezclando la religión con la Metafísica se rebaja esta última al plano dogmático y devocional propio de la religión, o sea de lo exotérico (de exterior), con lo cual el sentido esotérico (de interior) e iniciático finalmente acabaría desapariciendo. En ese supuesto ¿dónde quedaría la realización espiritual y auténticamente metafísica, que es la que justifica la iniciación a los misterios, y hasta sus últimas consecuencias, por así decir? Es muy sintomático en este sentido que el primer libro publicado por Schuon se titulara “De la unidad trascendente de la religiones”, precisamente en un año, 1948, en el que Guénon ya estaba denunciando por carta sus desviaciones doctrinales. Evidentemente esa “unidad trascendente”, para que sea tal, es decir para que “trascienda” las limitaciones de lo creado (que es a las que se circunscribe lo religioso) ha de provenir del ámbito metafísico. Esta es una cuestión a la que el propio Guénon dedicó muchas páginas, sabiendo lo “perjudicial” que era crear esa confusión entre los que buscan la realización por el Conocimiento, o sea por la Gnosis. Simplemente esa realización quedaría abortada. Aquí tenemos un ejemplo claro de la parábola evangélica del “trigo y la cizaña”, y todo el que la conozca sabrá de qué estamos hablando. El mal, en forma muchas veces de traición, se incuba también en el seno de las propias organizaciones iniciáticas, o allí donde se ha generado una influencia espiritual a través de la obra de un Maestro (en este caso Guénon, pero no solo de él) que vivifica un medio esotérico o hermético en decadencia, como sucedía en el Occidente de su tiempo. El daño hubiera sido irreparable si el propio Guénon no hubiera actuado a través de su correspondencia dirigida a personas de su plena confianza. Y no solo eso, sino que empezó a publicar una serie de artículos que, aun sin nombrarlos explícitamente por sus nombres, estaban claramente dirigidos a denunciar las desviaciones de Schuon y sus partidarios. Este es el caso por ejemplo de “Ceremonialismo y esteticismo” y “Verdaderos y falsos instructores espirituales”, entre otros (todos esos artículos formaron parte tras la muerte de Guénon de “Iniciación y Realización Espiritual”). Por eso mismo, cualquier iniciativa encaminada a “recordar” esas cuestiones siempre es bienvenida, pues sabemos el ascendiente que continúa teniendo Schuon (aunque menos) [1] y todos los que como él, en el fondo, confunden lo psíquico con lo espiritual. Desde aquí quiero felicitar y dar las gracias a Emilia Agüero de Chazal por esta feliz, oportuna y valiente iniciativa. Francisco Ariza https://ift.tt/2ZFoMfX Nota [1] A ello ha contribuido decisivamente, al menos en el ámbito de la lengua castellana, Federico González, el cual clarificó en su momento, y desde el punto de vista doctrinal, todo este asunto desde las páginas de la revista Symbolos junto a algunos de sus colaboradores, entre los que se encontraba quien esto escribe. Posteriormente, en 1998, la propia revista Symbolos publicó “Schuon versusGuénon”, dentro de su colección Cuadernos de la Gnosis nº 9. Aquí ponemos el enlace: https://ift.tt/30DZzQd - Artículo*: Francisco Ariza - Más info en psico@mijasnatural.com / 607725547 MENADEL Psicología Clínica y Transpersonal Tradicional (Pneumatología) en Mijas Pueblo (MIJAS NATURAL) *No suscribimos necesariamente las opiniones o artículos aquí enlazados
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