SIMBOLISMO DEL LOBO «Quien es odiado por el pueblo como el lobo por los perros es el espíritu libre y soberano, enemigo de todas las bajezas y de todo adorar, que vive en el bosque.“ Friedrich Nietzsche “Siendo así, pocas cosas cabrá concebir realmente más revolucionarias que “volver al guerrero lobo”. Siendo así, pocas cosas parecerán más rompedoras que tratar de recorrer “el camino iniciático” y convertirnos en “guerreros lobos”, en pleno Kali Yuga, en el corazón de la Edad Oscura… Para dejar atrás cualquier debilidad del alma y temor del corazón. Para convertirnos en hombres y mujeres en los que se atisbe esa cosa profunda, libre, fiera e indómita que tienen los lobos en sus ojos y en su mirada. Esa cosa que la Modernidad tanto detesta y tanto quiere doblegar, pues es señal del poder y la fuerza de lo espiritual”. Gonzalo Rodríguez García El simbolismo del lobo para las sociedades nórdica, griega y romana tenía que ver con la Luz, era un símbolo a la vez de la Potencia y del Verbo divinos; en la Europa septentrional ya cristianizada y antes de la subversión antitradicional protestante, el lobo era considerado como “una especie de genio solar a quien estaba consagrada la constelación de la Osa Mayor” (Pallu du Bellay), mientras que en la Europa cristiana occidental y meridional el simbolismo del lobo -por desgracia-, ha tenido un carácter predominantemente negativo. En la mitología nórdico-germánica, las valquirias, diosas guerreras, cabalgaban montadas en lobos para atravesar el cielo (realmente los espíritus de los héroes Caídos en combate que ascienden a la Mansión Celeste/Valhalla, al igual -por otro lado- que entre los dacios o mismamente los etruscos para los que el lobo es el que guiaba el alma de los muertos al Más Allá…) El terrible Lobo Fenrir devora estrellas y representa la muerte cósmica (final de todo un Manvantara), considerando que es el “portador de la boca de los infiernos que se abre enteramente en el horizonte de la Tierra”; simbolizaba el final de la Edad Oscura -en cuya etapa crepuscular estamos inmersos-, entre terribles catástrofes y padecimientos, tristes pero necesarios para que la tierra encauzara y se encaminara hacia un nuevo amanecer y un nuevo Ciclo Humano. Precisamente en dicha mitología, la última edad del presente Ciclo Humano que ya está concluyendo es la Edad del Lobo. En la mitología escandinava el lobo era símbolo de la reintegración cíclica, similar al que encontramos en la India, Skill y Hati son gigantes en forma de lobos que persiguen al Sol y a la Luna, siendo causa de los entonces temidos eclipses. Fenrir, el lobo gigante que en la batalla final se enfrentará a Odín, derrotándolo, y muriendo a su vez a manos de su hijo. No obstante, Odín también se asocia al lobo en múltiples ocasiones, llegando a adoptar su forma. Le acompañan siempre dos lobos, Geri y Freki, a los que alimenta en el banquete de los guerreros muertos con honor y en combate, en el Valhalla -el “Salón de los Caídos”-. El lobo también está asociado a la imagen de los fieros Berserker, auténtica Orden ascético-guerrera al servicio de Odín, el Dios de la Guerra, de la Muerte, de la Sabiduría, de la Poesía y de la Magia: “el Berserk era un guerrero ritualmente metamorfoseado en un animal -frecuentemente un lobo o un oso-, llevado por un furor agresivo que lo hacía invencible” (J. Castilla). Muy probablemente el origen de la licantropía y de las leyendas sobre los “hombres-lobo” tuvieran su origen ancestral en dichos rituales iniciáticos y mágicos de transformación y de ascesis guerrera surgidos en torno a Fratrías, Comunidades o Hermandades de guerreros (Männerbunde). En el poema nórdico Grímnismál, un lobo custodia la puerta del “Salón de los Caídos” (Valhalla) y un águila se cierne encima. Algunos pueblos eslavos como los Lutices, se decían descendientes de los lobos. Lutices precisamente significa “los lobos”. Los dacios al igual que los etruscos, se consideraban descendientes de los lobos: “La estabilidad de su comportamiento reproductor, la ferocidad con la que se procura su comida, su dignidad […] todas estas características han hecho del lobo, durante la antigüedad, una verdadera divinidad”, según la gran etnóloga rumana María Runcanu. El lobo, símbolo fundacional de la Roma primigenia asociado a la casta guerrera y al dios Marte (verdadera Edad de Oro de Occidente para Julius Évola, uno de sus grandes Ciclos Heroicos sin duda), también es el símbolo en la mitología nórdico-germánica de esta edad terminal en la que nos encontramos inmersos: la Edad de Hierro en la greco-romana, Kali-Yuga en la indo-aria. Dada la ambivalencia de los símbolos tradicionales, si el lobo en su vertiente luminosa, apolínea, aristocrática y solar encarna por un lado la marcha ascensional, imperial y anagógica de un Occidente fiel y emanado de la Tradición Primordial, en su vertiente negativa, oscura y demoníaca, encarnaría el actual “ocaso de Occidente” (O. Spengler) y a la actual subhumanidad depredadora y “devoradora del espacio” (Julius Evola) (1). El gran autor francés Louis Charbonneau-Lassay, en su estupendo estudio sobre el simbolismo animal en la Antigüedad y la Edad Media europea (2), recalca la fascinación y el gran poder totémico que el lobo tuvo entre nuestros Antepasados indoeuropeos; incluso en la más alta Prehistoria sus dientes, garras o sus pieles tenían propiedades talismánicas y mágicas, apareciendo profusamente pintado en sus santuarios o cuevas subterráneos, los Templos por excelencia del hombre prehistórico. En la Grecia clásica el dios solar Apolo era identificado con el lobo divino –Lukogenes, “nacido del Lobo”-; Beleno, el dios solar de los galos, también nace del lobo divino; símbolo de poder y de transformación iniciática en las sociedades guerreras de la Europa bárbara de las sociedades de Bronce y de Hierro (celtas, celtíberos, íberos, vikingos, etc.); incluso en el mundo indo-ario, la Luna era comparada a un lobo que devora cada noche augurando así un nuevo amanecer (y en términos ontológicos, el final de la Edad Más Oscura precursora del surgimiento de una nueva Edad de Oro). Pese a que con la llegada y triunfo del cristianismo en Europa generalmente han predominado los aspectos negativos del simbolismo lobuno como hemos dicho más arriba (3), también han habido momentos en el Occidente cristiano en los que el simbolismo del lobo, dada su polivalencia, ha tenido algunos caracteres positivos; mismamente el Emperador Constantino tras su conversión al Cristianismo, “puso en sus monedas la Loba romana con los dos niñitos (Rómulo y Remo), y encima de ese conjunto la cifra de Cristo, X y P, entre dos astros; mediante esta composición simbólica, que tiene todo el valor de una profesión de fe, Constantino ponía a los pies de Jesús la Roma antigua y su gloria” (L. Charbonneau-Lassay, “El Bestiario de Cristo”). En aquella verdadera Ciencia Heroica que fue la Heráldica en el Medievo (4), el simbolismo del lobo estaba asociado a valores de honor, valentía y fiereza en el combate, puesto que “el lobo posee un corazón constante que sufre las calamidades (como en los asedios) pero cuando se lanza a la lucha es implacable” (Mª Dolores-Carmen Morales Muñiz). Así pues, el simbolismo del lobo según las épocas o países, puede representar por un lado aspectos viriles, iluminadores y sacros, y por el otro, aspectos infernales y subversivos. En nuestra Edad Media, durante la Reconquista, en la mítica y decisiva batalla de las Navas de Tolosa (Siglo XIII, 16-VII-1212) que enfrentó a los tres reyes de las coronas de Castilla, Aragón y Navarra contra las hordas sarracenas, que concluyó con la victoria de las armas cristianas y deteniendo definitivamente el avance sarraceno (salvando con ello a España y a Europa), fue conocida como “la carga de los lobos”, estando el simbolismo del lobo muy presente en todo momento en dicha batalla -verdadero símbolo guerrero identitario e icónico de tan inmortal batalla-, ya que los guerreros cristianos portaban lobos en sus espadas, escudos, medallones, etc. El banderín de Lope de Haro, señor de Vizcaya, precisamente portaba tres lobos sobre fondo rojo en el mismo, que fue quien lideró dicha carga directamente contra el frente del califa sarraceno Muhammad al-Nasir, cuyo ejército doblaba prácticamente al cristiano y ya se presumía vencedor indiscutible de la contienda tras las victorias iniciales. El escudo de Vizcaya incluía desde su creación en el siglo XIV dos lobos, suprimidos -muy comprensiblemente y lógico por otro lado-, en el nuevo escudo que la chusma separatista hispanófoba implantó tras la odiosa y criminal Tra(ns)ición democrática. Uno de los mayores santos y místicos del Medievo y de la Cristiandad europea, el gran San Francisco de Asís consideraba al Hermano Lobo como un semejante. Dentro del terreno del simbolismo y ateniéndonos a la actual “Era crepuscular”, hoy la imagen del lobo se nos antoja a todos los verdaderos disidentes de este pútrido y tenebroso Sistema cada vez más opresivo y enemigo de la libertad humana, como el verdadero Héroe de nuestros bosques y de nuestras montañas enemigo del actual sedentarismo y seguidismo burgués que caracteriza al repulsivo urbanícola (hombre-masa) antitético y destructor del orden natural, como una verdadera manifestación de la Tradición Eterna indomesticable, irreductible y a la vez incomprendido en este mundo enloquecido, ruidoso, caótico, ultra-tecnificado hasta la náusea y en tinieblas, en esta abyecta sociedad de seres atomizados, frágiles y de una debilidad y docilidad mental y existencial verdaderamente delirantes (a medio camino entre el infantilismo más pueril y la senilidad más grotesca); hoy para nosotros es el Emisario y el Mensajero de nuestros gloriosos y divinos Ancestros y de todos los valores augustos que ellos encarnaron y transmitieron; la manifestación de la naturaleza virgen e inviolada frente al avance de la demencia tecnocrática y tecnópata. Es lógico, pues, el odio y el criminal desprecio que el mundo moderno con sus malditas democracias y sus criminales plutocracias, focaliza hacia todo el código de valores que el lobo representa y simboliza: la Libertad, la Solidaridad con los suyos, el Honor, el Coraje, la Jerarquía, la Autoridad, el Espíritu de Hermandad: “El lobo es la antítesis de la crueldad o la maldad gratuita. El lobo representa la más alta expresión entre los seres vivos del cooperatismo comunitario, la fidelidad monolítica, la ternura, la protección a los cachorros y la defensa de los débiles. Los lobos son un gran ejemplo de cómo debemos vivir y comportarnos en la sociedad” (Félix Rodríguez de la Fuente). Para comprender esa mezcla de miedo/odio y de respeto/admiración que ha tenido y tiene el hombre hacia el lobo, tendríamos que retrotraernos a varios miles de años atrás con la irrupción de la Revolución Neolítica que produjo un cambio y transformación de mentalidad tan radical en el hombre con respecto a su relación con el entorno natural y en su Weltanschauung (visión del mundo y de la existencia). La Naturaleza y el Cosmos empezaban a perder su carácter sagrado y divino, el hombre poco a poco empezaría a dejar de verse ya como un Microcosmos (Cosmos en pequeño) inmerso en el Macrocosmos (Cosmos en grande), el camino hacia la actual bestia inhumana (democrática, plutocrática, tecnocrática), vil, profana, profanadora, irrespetuosa, desalmada, puramente utilitaria, destructora del orden natural y divino, empezaba ya a trazarse lenta pero decididamente, y a medida que avanza la Edad Oscura a un ritmo cada vez más veloz y alucinante, a un nivel cada vez más degradado; y es concretamente este moderno y domesticado subhumano democrático envenenado con el fantasma infernal del progreso tecnocientífico “indefinido”, el que siente un odio atávico, cerril, irracional, por todos aquellos valores a los que representa el lobo, sus valores viriles y marciales de jerarquía total, solidaridad y de libertad: “Eres demasiado exigente y hambriento, el mundo te rechaza, tienes para él una dimensión de más” (“El Lobo Estepario”, Herman Hesse), hoy más que evidente en esta enloquecida y envilecida pseudo-civilización del nihilismo transhumanista y postmoderno, la pseudo-civilización de la Nada. Félix Rodríguez de la Fuente sospechaba que el lobo debió de ser en épocas remotas un aliado del hombre, casi como un compañero (como demostraría la domesticación del perro), “el hombre y el lobo debieron sentirse beneficiarios de esa alianza; aunque no se sabe en qué momento se dio esa simbiosis. Tal vez ambos conducían a sus presas a una gran sima-trampa o un despeñadero. El lobo no era capaz de bajar hasta el fondo, pero obtenía a cambio su recompensa”, decía nuestro gran compatriota. Ambos se organizaban el clanes totalmente jerarquizados a la vez que totalitariamente solidarios y cohesionados, cazaban en grupo y tal vez compartían las presas una vez cazadas, quizás había entre ambos una relación de camaradería y de respeto mutuo. Y muy probablemente así debió de ser cuando el hombre era un cazador al igual que el lobo; el problema surgió cuando el hombre pasó de ser cazador y nómada, a ser sedentario tras la Revolución Neolítica, cuando el hombre empezó a domesticar a ciertas especies animales y a conocer y ejercer la agricultura, y es entonces, a partir de aquí, cuando el lobo pasó a convertirse en su enemigo, en su temible rival al que hay que combatir y exterminar; por contra, también es normal que el simbolismo del lobo haya sido un símbolo paradigmático e icónico de Identidad, de Autoridad, de Totalidad, de Jerarquía, de Hermandad viril en las fratrías y sociedades guerreras pre-modernas (y no tanto, no olvidemos la importancia que tuvo en pleno siglo XX el simbolismo de lobo en el III Reich, especialmente en la vida y personalidad de su Fundador y Jefe, así como en la Orden Negra SS). “Todo parece indicar que hasta la aparición de la agricultura y el pastoreo el hombre y el lobo compartieron el hemisferio norte sin hacerse una verdadera guerra. Cuando esto pasó el lobo se convirtió en un proscrito, en un animal fuera de la ley, cuando el hombre se hizo agricultor y pastor” (Félix Rodríguez de la Fuente). Antes de la domesticación los animales no pertenecían a nadie eran de quien los cazaba, la rivalidad, según el Maestro Félix, empieza cuando los animales son propiedad de los humanos, mejor dicho, cuando éstos creen que son de su propiedad, cuando creen que puede moldear la Naturaleza a su puro antojo; cuando el hombre ha pasado de ser el ordenador de la pirámide ecológica a ser su dominador tiránico y destructor la misma, convirtiéndose por consiguiente el lobo en el Gran Proscrito... Félix Rodríguez de la Fuente para reforzar su tesis, menciona precisamente a pueblos que aún vivían en pleno paleolítico mientras la modernidad ya había envenenado a Occidente, concretamente cita a los pueblos piel-rojas norteamericanos o a los esquimales para los que el lobo seguía gozando de tal sacralidad, de tal poder totémico, identitario y mágico, mientras que en el Occidente moderno y progresista era ya perseguido y aniquilado considerado como su mortal enemigo, como una peligrosa alimaña a la que había que exterminar sin piedad. Recordábamos ayer el mito bíblico de los hermanos Caín y Abel; haciendo una estudio tradicional y ontológico de dicho mito sagrado, el asesinato de Abel por su hermano Caín simbolizaría el triunfo de la humanidad depredadora -el “buen salvaje”– que ha convertido en sus enemigos al orden natural y cósmico; la victoria del sedentarismo sobre el nomadismo que, desde un punto de vista espiritual y metafísico, tuvo como contrapartida la caída de la espiritualidad primordial y por tanto la pérdida de la visión simbólica y de la inteligencia intuitiva, sustituidas por un tipo de religiosidad puramente devocional, cada vez más materializada, sentimentalizada y degradada a medida que avanza el proceso de Caída por la pendiente, aparecen los dogmas que encorsetan, la estricta literalidad -interpretación literal- de los mitos, leyendas o textos sagrados, la mera superstición luego, la inteligencia racional y por tanto puramente utilitaria y material; es lógico que la civilización moderna y sus hombrecillos que la conforman hayan sido calificadas como los “Hijos de Caín”, es decir los dignos descendientes y herederos (aunque a un nivel cada vez más degradado, evidentemente) de aquel gran criminal metahistórico (el triunfo del “lobo malo” sobre el “lobo bueno” según una vieja leyenda india cherokee que abajo reproducimos). Por otro lado, nos dice también el mito bíblico que Caín fue el fundador de la primera ciudad, de la primera urbe, simbolizando ello el desprecio, el rechazo y la ruptura respecto hacia la humanidad primordial y hacia la Naturaleza virgen e inviolada. Por lo tanto, podríamos considerar en cierto sentido al hombre Neolítico –“cainita”-, como el remoto albor, como la génesis, como una prefiguración metahistórica y metafísica del actual subhumano postmoderno con esa total ruptura y ese hiato insalvable y absoluto con aquella “dimensión de la trascendencia” que le caracteriza, dimensión trascendente que sí tenía sin embargo el hombre primordial: respeto reverencial y espiritual hacia las Leyes de la Naturaleza y del Cosmos, una tensión metafísica hacia la Unidad, la Centralidad, el Origen, hacia lo Absoluto y hacia la cosmovisión simbólica del mundo y de la existencia que lo caracterizaba, todo ello frente a la visión materialista, utilitarista, antimítica y antisimbólica del hombre moderno diabólico, y nunca mejor dicho esto último (Diabolo en griego significa lo que separa, lo que divide; Symbolon en cambio lo que une o unifica en una síntesis superior y metafísica). Los Hombres de la Tradición que hemos elegido vivir en estos tiempos críticos y crepusculares donde todo un mundo se derrumba y camina hacia la hecatombe; odiados, perseguidos, maltratados, insultados e incomprendidos al igual que el lobo, casi como si se tratara de auténticos hermanos espirituales en este mundo envilecido que nos desprecia y combate por igual, elegimos a éste y a los valores que esta noble criatura representa como símbolo identitario por excelencia, como auténtico símbolo de poder a la vez iluminador y transformador, símbolo de aristocracia sacro-guerrera y apolínea, de Mannerbunde; ello frente a la repugnante post-humanidad de borregos, de corderos y de gallinas que caminan felizmente directos hacia el matadero. Parafraseando al Maestro Félix, “que el lobo viva donde pueda y donde deba vivir, para que en las noches no dejen de escucharse los hermosos aullidos del lobo”, aullidos anunciadores de un mundo que pugna por nacer tras estas tinieblas que nos impiden ver la Luz, Luz que primero vendrá en forma de fuego destructor liquidando un mundo viejo y podrido, y luego regenerador fundando un nuevo Ciclo Heroico, una nueva Edad de Oro, un nuevo Ciclo Humano (Manvantara). SEMPER FIDELIS. CONSIGNAS ESPIRITUALES PARA CONSTITUIR HERMANDAD (viejo cuento indio): “Un anciano indio Cherokee invitó a los niños de su aldea a sentarse en círculo para contarles un cuento sobre la vida, sobre los distintos caminos que podemos elegir para seguir en la vida. El indio les dijo: – Hay una batalla que siempre ocurre en mi interior y que también estará en vuestro interior… es una gran pelea entre dos lobos. Un lobo representa el miedo, la ira, la envida, la pena, el arrepentimiento, la avaricia, la arrogancia, la culpa, el resentimiento, la inferioridad, las mentiras, el falso orgullo, la superioridad y el ego. El otro lobo representa la alegría, la paz, el amor, la esperanza, el compartir, la serenidad, la amabilidad, la benevolencia, la amistad, la generosidad, la verdad y la fe. El anciano miro a los niños y les dijo: – Esa misma lucha está teniendo lugar en vuestro interior y en el de cualquier persona que viva. Los niños se quedaron pensando un momento y uno de los chicos le preguntó al anciano: – ¿Y cuál de los dos lobos ganará? Y el anciano Cherokee respondió: – Ganará el lobo al que más alimentes”. En definitiva, alimentando al “lobo bueno” supondrá la victoria del Sí interior sobre el Yo egótico -el “lobo malo”-, la victoria del Hombre Espiritual sobre el Hombre Material, la victoria -o el predominio- de la Raza del Espíritu sobre las Razas del Cuerpo y del Alma, una gradación jerarquizada de las tres razas que anidan en el hombre y una síntesis “por lo alto” de las mismas. En la medianoche del Kali-Yuga, en la fase más oscura y demoníaca de la Edad de Hierro, seamos los Lupus Dei (Lobos de Dios), los Hombres de la Tradición prestos a mantenerse en pie en medio de un mundo en ruinas, seamos ese “núcleo que represente la salvaguarda de lo permanente” en esta Era Crepuscular muy cercana ya al final de los tiempos profetizados en el Apocalipsis de San Juan o en otros textos sagrados como el indo-ario Visnú-purana. FUERZA HONOR Y TRADICIÓN Joan Montcau NOTAS: (1) “El bestiario de Cristo. El simbolismo animal en la Antigüedad y la Edad Media” , Louis Charbonneau-Lassay. Aconsejamos la lectura de esta extraordinaria obra única en su género. Louis Charbonneau-Lassay además fue un iniciado perteneciente a la Orden católica secreta de origen bajomedieval (Siglo XV), la Hermandad de los Caballeros del Divino Paráclito, concretamente perteneció a su círculo interior: la Estrella Interna, con lo cual hace aún aumentar el interés por la magna obra de este insigne autor. (2) “Civilizaciones del Tiempo y Civilizaciones del Espacio”, Julius Evola. Según el esquema evoliano, el primer tipo de civilizaciones -las del Tiempo-, habrían sido “estacionarias”, “estáticas” o, si se quiere, “inmovilistas”, portadoras ellas de “valores eternos” (José Antonio) y de principios metafísicos, son civilizaciones emanadas “de los alto”, de ahí que hasta sus propias ruinas o vestigios varias veces milenarios -en el caso de por ejemplo la egipcia o mismamente la romana-, parecen destinados a vivir o permanecer durante más tiempo que todas las construcciones o creaciones del mundo moderno, que sería éste último la quintaesencia y el sumumm de una Civilización del Espacio: “Las civilizaciones modernas son devoradoras del espacio, mientras que las civilizaciones tradicionales fueron devoradoras del tiempo. Las primeras dan vértigo por su fiebre de movimiento y de conquista del espacio, generadora de un inagotable arsenal de medios mecánicos capaces de reducir todas las distancias, de acortar todo intervalo, de contener en una sensación de ubicuidad todo lo que está esparcido en la multitud de los lugares. Orgasmo de un deseo de posesión; angustia oscura ante todo lo que está alejado, aislado, lejano, profundo; impulso a la expansión, a la circulación, a la asociación, deseo de encontrarse en todas partes, aunque jamás en uno mismo. La ciencia y la técnica, favorecidas por este impulso existencial irracional, a su vez lo refuerzan, lo alimentan, lo exasperan: intercambios, comunicaciones, velocidad por encima del muro del sonido, radio, televisión, estandarización, cosmopolitismo, internacionalismo, producción ilimitada, espíritu americano, espíritu “moderno”. La red se extiende rápidamente, se afirma, se perfecciona. El espacio terrestre ya no ofrece prácticamente ningún misterio. Las vías terrestres, marítimas, aéreas, están abiertas. La mirada humana ha sondeado los cielos más alejados, lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño. Ya no se habla de otras tierras, sino de otros planetas. Una simple orden y se produce la acción, fulminante, allí donde deseamos. Tumulto confuso de mil voces que poco a poco se funden en un ritmo uniforme, atonal, impersonal. Son éstos los últimos efectos de lo que se ha denominado la vocación “fáustica” (o “cainita” añadimos nosotros…) de Occidente, la cual no escapa al mito revolucionario bajo sus diferentes aspectos, incluido el aspecto tecnocrático formulado en el marco de un degradado mesianismo” (Julius Evola). Unas fueron Civilizaciones del Ser, apegadas a los mitos del Centro y del Origen, las otras en cambio son Civilizaciones del Estar (del No-ser, de la Nada en definitiva), apegadas a pseudo-valores fugaces y mundanos carentes de verdadera esencia, antimíticas por definición y fascinadas por esa locura infernal a la que llaman “progreso”, esa especie de fuga suicida hacia el abismo, hacia la nada más absoluta. (3) A tal respecto la autora Mª Dolores-Carmen Morales Muñiz, en referencia al simbolismo del hombre medieval dice: “Dominados por la religión, los hombres medievales convirtieron a los animales en símbolos del bien y del mal, pero incluso en el último caso, había esperanza de salvación, como para el hombre, siempre existía alguna cualidad positiva que redimía al animal, en una interpretación ciertamente antropomórfica” (“El Simbolismo Animal en la Cultura Medieval”, 1996). Los símbolos hacen referencia a una realidad superior oculta o escondida (para la gran mayoría en estos tiempos que corren, sin duda), una realidad sagrada con la que el hombre pre-moderno o “arcaico” buscaba contactar e identificarse. Con el advenimiento del Renacimiento y de la subversión humanista, el pensamiento simbólico y analógico inicia su declive en medio de una profana y profanadora pseudocivilización titánico-demoníaca devorada por el materialismo más grosero y envilecedor; la Modernidad (o Post-modernidad) encarnan en sí la muerte del pensamiento simbólico y el odio diabólico hacia el Mito y hacia todo lo sagrado. Huelga decir que para el autor tradicionalista francés René Guénon, la Edad Media Europea fue la verdadera Edad de Oro de Occidente, mientras que para Julius Evola, en cierto modo su discípulo, lo fue la Romanidad clásica. Sin duda estamos hablando de dos de los grandes Ciclos o Edades de los Héroes habidos en nuestro continente. (4) Curiosamente el simbolismo del lobo aparece con mucha frecuencia en la heráldica española, al contrario de otras heráldicas europeas como -por ejemplo-, la francesa o la alemana, “ocupando el segundo puesto en nuestro Bestiario Heráldico siguiendo muy de cerca al león con quien trata de competir en la disputa por ser el rey de los animales terrestres” (Luis Valero de Bernabé, “El Lobo, Singularidad de la Heráldica Española”). Artículo*: septentrionislux Más info en psico@mijasnatural.com / 607725547 MENADEL (Frasco Martín) Psicología Clínica y Tradicional en Mijas Pueblo (MIJAS NATURAL) *No suscribimos necesariamente las opiniones o artículos aquí compartidos. No todo es lo que parece.
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