Cuando ya teníamos prácticamente terminado nuestro artículo, leemos en la prensa[1] un par de noticias que confirman gran parte de lo que hemos descrito en las entregas anteriores acerca de una IA descontrolada y en manos de una moderna Plutocracia, con los peligros que esto implica para una sociedad basada en sus presupuestos. La primera noticia se refiere a la empresa Neuralink, de Elon Musk, la cual acababa de recibir el visto bueno de la administración estadounidense:
La administración federal que regula en Estados Unidos los alimentos y los medicamentos (FDA) dio el visto bueno a que Neuralink, su forma de implantación de chips en el cerebro de las personas, inicie el primer ensayo clínico de ese dispositivo experimental en humanos (...). Esta aprobación supone un hito para la compañía, que ha estado desarrollando un mecanismo del tamaño de una moneda para insertarlo quirúrgicamente por un robot y capaz de decodificar la actividad cerebral y vincularla a los ordenadores. El robot, que ha sido llamado R1, tiene la capacidad de rebanar el cráneo para implantar esa computadora.
El implante tiene como objetivo que personas con enfermedades neuronales y debilitantes se comuniquen a través de sus pensamientos gracias a la conexión del cerebro con el chip. Pero más adelante el periódico “desvela” las verdaderas intenciones de Elon Musk, lo que él persigue en realidad:
Neuralink tiene ambiciones mucho mayores. Sus dispositivos persiguen no solo restaurar funciones humanas, sino mejorarlas, Queremos (señala Musk) superar el rendimiento humano sin discapacidad con nuestra tecnología [el subrayado es nuestro].
En el mismo periódico, y en el mismo día, se entrevistaba a la colaboradora de la NASA Susan Schneider, filósofa e investigadora de la IA, la cual llegaba a mencionar la posibilidad real de una IA “consciente” que en un futuro no muy lejano pudiera compartir con los humanos el liderazgo del planeta. Plantear que un robot pudiera ser “consciente”, es decir tener “alma”, rebasa ya todos los límites posibles de la estulticia humana, o bien es confundir la consciencia con lo que sería una “sofisticación” del big-data, que es la nueva religión (o pseudo-religión) de nuestro tiempo. Esta investigadora lo dice expresamente, y muy convencida de ello:
A medida que les proporcionas más datos (a los robots) se vuelven cada vez más sofisticados.
La consciencia humana participa de la Consciencia universal, es decir de la Inteligencia divina. ¿Cómo podría entonces una máquina, por muy sofisticada que sea, participar de ella? Esta investigadora ignora esta realidad, y a lo sumo confunde la consciencia con la especulación mental llegando a afirmar que
a pesar de que podemos decir que somos conscientes como seres humanos, no sabemos por qué lo somos. No tenemos una comprensión filosófica completa. Y no conocemos la respuesta científica en detalle de por qué somos conscientes. Tenemos teorías, pero no son incontrovertibles.
La ciencia (su ciencia) siempre ha de tener la última palabra para verificar o no los planteamientos sobre la realidad de las cosas. Es la nueva religión, como decimos, y como tal necesita de adeptos incondicionales que crean ciegamente en ella, y si no tiene respuestas a las preguntas que se le plantean habrá que esperar hasta que las obtenga con sus análisis empíricos, lo cual demuestra una vez más que esa ciencia no puede ir más allá del mundo sensible, desconociendo en suma que, como decía Federico González en la última entrega de esta serie, la ciencia no es solo física, pues su grado más alto es la Revelación, o sea que el conocimiento de lo Sagrado es la mayor experiencia.
Más adelante, a la pregunta de cuáles son los principales retos éticos del desarrollo de una IA con consciencia, Susan Schneider señala lo siguiente:
Los que más se han manifestado en estos debates han sido los que podríamos llamar defensores de los derechos de los robots. Hablan de lo terrible que sería equivocarse y asumir que no son conscientes cuando sí lo son, porque podrían sufrir y sentir una serie de emociones (sic). Si en la Tierra hay otro grupo de individuos altamente inteligentes que son conscientes, estaríamos compartiendo el liderazgo del planeta. Les estaríamos dando el tipo de derechos que les damos a los humanos, así que una IA, un voto. La IA puede ser más inteligente que nosotros en todo tipo de formas. Y son solo tecnologías incipientes. Creo que dentro de cinco años tendremos una superinteligencia. No veo un límite estricto en el desarrollo de este tipo de grandes modelos de lenguaje.
Y ya por último se le plantea una última cuestión, concerniente a la posibilidad de que la IA extermine a los humanos:
No tengo la menor idea. En mi centro acabo de organizar una charla con Eliezer Yudkowsky [un defensor de la “IA amigable”]. Él está absolutamente convencido de que estamos condenados. Entendemos la lógica de su razonamiento impecable. Es, definitivamente un riesgo, y por eso tenemos que crear una IA segura ahora. Hay que tomarse todo esto muy en serio. Lo extraño es que las empresas de tecnología van tirando hacia adelante. Imagino que el Gobierno y el Departamento de Defensa de EE.UU., China... tienen una capacidad armamentística por la IA en estos momentos.[2]
Con esta investigadora de la NASA tenemos el ejemplo de una persona que reconoce los peligros de una IA descontrolada, pero que al mismo tiempo está muy sugestionada por sus avances, firmemente convencida de que una superinteligencia electrónica puede llegar a tener consciencia, o mejor dicho que ya la tiene en sus últimos y más sofisticados modelos actuales, aunque, como dice, estos son incipientes comparado con lo que será en un futuro no muy lejano.
Reconocemos no salir de nuestro asombro ante esa idea absurda de la consciencia “nacida” de un artilugio electrónico porque, o bien estos científicos y “filósofos” desconocen lo que es la verdadera consciencia o tienen de ella una idea muy distorsionada, “paródica” podríamos decir, en concordancia con la “gran parodia” que representa la civilización cibernética y artificiosa en la que ha surgido esa mentalidad, o mejor dicho: ha sido esa mentalidad, “sugestionada” previamente, la que ha provocado la aparición de dicha civilización. Para que haya consciencia, aunque sea al nivel más elemental, ha de haber un espíritu que le insufle vida, y evidentemente en una máquina esto es imposible. Se pueden fabricar máquinas, pero no seres vivientes, porque es el Espíritu el que falta y el que faltará siempre en esos engendros. A lo sumo puede haber un “simulacro”, una “copia” o una “falsificación” de consciencia, y esto es justamente lo que hacen los ingenieros de la IA, los cuales son los primeros en haber sido “sugestionados” para creer en semejante despropósito.
Por lo tanto, es sobre todo de sugestión de lo aquí se trata, y esta ha sido hábilmente llevada a cabo por una corriente negadora de la Tradición sapiencial, corriente que pese a existir como una posibilidad negativa dentro de las tradiciones auténticas (de ahí el término de contra-tradición acuñado por Guénon), emergió con fuerza a finales del Renacimiento sustentada en las desviaciones doctrinales generadas por el impacto que el racionalismo produjo en la filosofía y la ciencia, y que tuvo como objetivo principal cortar todo vínculo con las realidades trascendentes, encerrando no solo al ser humano en la esfera corporal y psíquica de su individualidad, sino que, como señala Guénon, una vez reducido a ese ámbito se hizo
necesario desviar la atención (...) hacia las cosas exteriores y sensibles con el fin de encerrarle (...) únicamente en el ámbito corpóreo; este es el punto de partida de toda la ciencia moderna, que al adoptar continuamente esta dirección, debía hacer de esta limitación algo cada vez más efectivo. La constitución de las teorías científicas o filosófico-científicas, valga la expresión, también tuvo que proceder de forma gradual; de manera que el mecanicismo preparó directamente el camino del materialismo que, de forma hasta cierto punto irremediable, se iba a encargar de señalar la completa reducción del horizonte mental al mero ámbito corpóreo, considerado como la única “realidad” (...). Tras haber cerrado el mundo corpóreo de la forma más completa posible, era preciso, al mismo tiempo que se impedía el restablecimiento de toda comunicación con los ámbitos superiores, abrirlo por abajo con el fin de introducir en él las fuerza disolventes y destructivas del ámbito sutil inferior; por lo tanto, podríamos decir que los elementos constitutivos de esta segunda parte o fase a la que acabamos de aludir son el “desencadenamiento” de tales fuerzas y su puesta en acción para consumar la desviación de nuestro mundo. (El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos, cap. XXVIII: “Las etapas de la acción antitradicional”).
En este libro René Guénon habla extensamente del elemento “sugestionador” de la contra-tradición y el papel tan importante que ese elemento ha desempeñado en la creación de la civilización moderna y la mentalidad que la sostiene, y cuyo corolario es la civilización cibernética, o artificial. Guénon murió hace 73 años, y sin embargo describió perfectamente en esa obra (también en La Crisis del Mundo Moderno) cómo sería la sociedad de nuestro tiempo, que coincidirá con el fin de ciclo del Manvantara actual.
En relación con lo que estamos diciendo, en uno de los capítulos de este libro, Guénon señala algo que nos parece significativo en la medida que explicaría como ha podido suceder que ninguno de los falsos paradigmas (el progreso indefinido, el racionalismo, el evolucionismo, el pseudoespiritualismo, el igualitarismo, la uniformización del pensamiento, etc.) sobre los que se ha edificado la mentalidad moderna no hayan sido cuestionados nunca. Dice Guénon:
Existe en el propio mundo moderno un secreto mejor guardado que cualquier otro: el de la formidable empresa de sugestión que ha producido y nutrido a la mentalidad actual, constituyéndola, ‘fabricándola’ podríamos decir, de tal forma que se ve obligada a negar la existencia, o incluso la posibilidad de aquella [de la sugestión], lo que es ciertamente el mejor medio, dada su verdaderamente ‘diabólica’ habilidad, para que el secreto nunca llegue a ser descubierto. (El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos, cap. XII: “El odio por el secreto”).
Eso se debe fundamentalmente al hecho de que esos paradigmas no nacieron de forma natural y espontánea, sino que han sido efectivamente el resultado de una lenta pero eficaz labor de sugestión que lógicamente, y debido a su alcance histórico, no podría haberse hecho de golpe, sino por etapas, hasta alcanzar su objetivo: la creación de una sociedad completamente desacralizada y con un alto nivel de infantilización que la hace propensa a la fácil y constante manipulación y engaño, el cual es aceptado de buena gana pensando que eso es el “progreso”, y claro cómo va uno a oponerse al progreso, sin preguntarse previamente si en ocasiones el progreso no sería más bien conservar lo que de más valor ético y espiritual hay en una sociedad para evitar precisamente su desintegración.[3] Pero en nuestro tiempo hay como una aceptación generalizada a dejarse engañar, y a este respecto Guénon nos recuerda el dicho latino Vulgus vult decipi, ergo decipiatur: “El vulgo quiere ser engañado, luego que se le engañe".
Esa sociedad es la nuestra, la más sugestionada de la Historia por los enemigos de la verdadera espiritualidad. Si no fuese así, no se explicaría cómo se puede llegar a creer realmente en todas las ilusiones (y “alucinaciones”) proyectadas por los ingenieros cibernéticos, que prometen la panacea universal, pero que en el fondo lo que buscan es el dominio absoluto sobre la vida humana, ya sean estos conscientes o no. No podemos entrar en describir pormenorizadamente las sugestiones engañosas que se derivan de la IA, en consonancia con el “espíritu” de nuestro tiempo, y que cualquier persona bien informada reconoce en todas las vertientes de la sociedad actual, ya sea en la política, la economía, los deportes, la cultura (lo que queda de ella), etc. Lo que queremos subrayar es que el objetivo real de la IA (junto al “híbrido hombre-máquina”) es claramente dominar al ser humano una vez ha colonizado definitivamente su pensamiento, y en consecuencia su “consciencia”.
La IA es la última expresión de esa “magia invertida” de la que nació la ciencia moderna. Parafraseando a Guénon, y vista la influencia que sus aplicaciones están teniendo sobre el ser humano, podríamos decir que la IA está directamente inspirada por la “contra-tradición”, y sería la “marca”, o una de las “marcas”, por la que podemos reconocer su acción disolvente sobre nuestro mundo. Las siguientes palabras de Guénon, y con ellas terminamos esta serie, definen la naturaleza de la “contra-tradición” (y de nuestra “civilización artificial” como expresión de ella), palabras que parecen haber sido escritas hoy mismo:
La acción antitradicional debía apuntar necesariamente a la vez a cambiar la mentalidad general y a destruir todas las instituciones tradicionales en Occidente, puesto que es ahí donde se ha ejercido primero y directamente, a la espera de poder buscar el extenderse después al mundo entero por medio de los occidentales así preparados para devenir sus instrumentos. Por lo demás, al haber cambiado la mentalidad, las instituciones, que desde entonces ya no se le correspondían, debían por eso mismo ser fácilmente destruidas; así pues, es el trabajo de desviación de la mentalidad el que aparece aquí como verdaderamente fundamental. (El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos, cap. XXVIII).
Es bastante destacable que, en todo el conjunto de lo que constituye propiamente la civilización moderna, cualquiera que sea el punto de vista desde el que se la considere, siempre se haya podido constatar que todo aparece como cada vez más artificial, desnaturalizado y falsificado (Ibíd.).
No obstante, bastaría, nos parece, un poco de lógica para decirse que, si todo ha devenido así artificial, la mentalidad misma a la que corresponde este estado de cosas no debe serlo menos que lo demás, que ella también debe ser “fabricada” y no espontánea; y, desde que se hubiera hecho esta simple reflexión, ya no se podría dejar de ver cómo se multiplican por todas partes y casi indefinidamente los indicios concordantes en este sentido; pero es menester creer que es desgraciadamente muy difícil escapar completamente a las “sugestiones” a las que el mundo moderno como tal debe su existencia misma y su duración (Ibíd.).
Además, lo falso es forzosamente también lo “artificial”, y, a este respecto, la “contratradición” no podrá dejar de tener también, a pesar de todo, ese carácter “mecánico” que es el de todas las producciones del mundo moderno, del que ella será la última; más exactamente todavía, habrá en ella algo comparable al automatismo de esos “cadáveres psíquicos” de los que ya hemos hablado precedentemente, y, por lo demás, como ellos, estará hecha de “residuos” animados artificial y momentáneamente, lo que explica también que no pueda haber en ella nada duradero; si se puede decir, ese montón de “residuos”, galvanizado por una voluntad “infernal”, es, seguramente, lo que da la idea más clara de algo que ha llegado a los confines mismos de la disolución. (Ibíd., cap. XXXIX, “La gran parodia o la espiritualidad al revés”). Francisco Ariza
[1] La Vanguardia 27-5-2023.
[2] Precisamente, y con respecto a esto último, uno de los “signos” que distinguieron al siglo XX desde sus comienzos, y que no ha decaído con el siglo XXI, sino todo lo contrario, es la “entente” entre la industria y el estamento militar. Esa entendimiento ha sido fundamental para el desarrollo de la ciencia moderna en sus aspectos más destructivos; véase, por poner un solo ejemplo, el “Proyecto Manhattan”, destinado a la creación de las primeras bombas atómicas que cayeron sobre Hiroshima y Nagasaki el 6 y el 9 de agosto de 1945, respectivamente.
[3] El Renacimiento es un buen ejemplo de un período histórico en donde la idea de progreso consistía justamente en volver la mirada hacia los modelos culturales de la Antigüedad Clásica.
La Gran Parodia de la Civilización Artificial (1ª Parte). Entre Escila y Caribdis
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