Psicología

Centro MENADEL PSICOLOGÍA Clínica y Tradicional

Psicoterapia Clínica cognitivo-conductual (una revisión vital, herramientas para el cambio y ayuda en la toma de consciencia de los mecanismos de nuestro ego) y Tradicional (una aproximación a la Espiritualidad desde una concepción de la psicología que contempla al ser humano en su visión ternaria Tradicional: cuerpo, alma y Espíritu).

“La psicología tradicional y sagrada da por establecido que la vida es un medio hacia un fin más allá de sí misma, no que haya de ser vivida a toda costa. La psicología tradicional no se basa en la observación; es una ciencia de la experiencia subjetiva. Su verdad no es del tipo susceptible de demostración estadística; es una verdad que solo puede ser verificada por el contemplativo experto. En otras palabras, su verdad solo puede ser verificada por aquellos que adoptan el procedimiento prescrito por sus proponedores, y que se llama una ‘Vía’.” (Ananda K Coomaraswamy)

La Psicoterapia es un proceso de superación que, a través de la observación, análisis, control y transformación del pensamiento y modificación de hábitos de conducta te ayudará a vencer:

Depresión / Melancolía
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Obsesiones Problemas Familiares y de Pareja e Hijos
Trastornos de Personalidad...

La Psicología no trata únicamente patologías. ¿Qué sentido tiene mi vida?: el Autoconocimiento, el desarrollo interior es una necesidad de interés creciente en una sociedad de prisas, consumo compulsivo, incertidumbre, soledad y vacío. Conocerte a Ti mismo como clave para encontrar la verdadera felicidad.

Estudio de las estructuras subyacentes de Personalidad
Técnicas de Relajación
Visualización Creativa
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Exploración de la Consciencia

Desde la Psicología Cognitivo-Conductual hasta la Psicología Tradicional, adaptándonos a la naturaleza, necesidades y condiciones de nuestros pacientes desde 1992.

domingo, 16 de febrero de 2025

La Nueva Milicia, comentario al Laude Novae Militiae –  Capítulos II y III La Milicia Secular y la Nueva Milicia


Requiem… non nobis

Los textos que hemos recibido del Sermón de San Bernardo de Claraval, en sus capítulos II y III, ofrecen una reflexión profunda sobre el sentido y la moralidad de la milicia cristiana, particularmente sobre la figura de los caballeros templarios. Con un enfoque teológico y espiritual, San Bernardo no solo analiza la naturaleza de la guerra y del combate en nombre de Cristo, sino que también establece una clara distinción entre la milicia secular, que él desaprueba, y la milicia templaria, que considera justa y encomiable, siempre y cuando sea guiada por la fe y los principios cristianos.

Este sermón no solo es una reflexión histórica, sino también una invitación a reflexionar sobre la actualidad de la milicia cristiana. En el contexto actual, marcado por una creciente secularización, relativismo y ataque a los principios fundamentales de la fe católica, surge la necesidad de una milicia católica, no en el sentido literal de la guerra armada, sino en la defensa activa de los valores cristianos contra las fuerzas del mal que buscan socavar la verdad y la justicia en el mundo. Así como en la época medieval, los caballeros templarios luchaban por la protección de la fe, hoy en día se hace urgente una «milicia espiritual» para enfrentar los desafíos contemporáneos.

El concepto de la milicia secular y la justificación de la violencia

San Bernardo comienza su reflexión señalando la contradicción que representa la milicia secular desde una perspectiva cristiana. Según el pensamiento tradicional cristiano, cualquier acto de matar es un pecado mortal, ya que va en contra del mandamiento de «no matarás». La moralidad cristiana enseña que la vida humana es sagrada, un don de Dios que no puede ser arrebatado por la mano humana, salvo en situaciones excepcionales. Sin embargo, el autor no duda en reconocer que, en el contexto de la guerra, puede haber circunstancias que justifiquen la acción bélica, pero siempre bajo la dirección divina y con un propósito claro de defender la fe.

San Bernardo destaca que el soldado secular, al matar, actúa movido por motivaciones humanas y egoístas, que no cuentan con justificación divina. Al referirse a la malicia inherente a la milicia secular, San Bernardo afirma: «¿cuál puede ser el ideal o la eficacia de una milicia, a la que yo mejor llamaría malicia, si en ella el que mata no puede menos de pecar mortalmente y el que muere ha de perecer eternamente?» (capitulo II). En esta frase, se hace patente la crítica a la guerra motivada por intereses egoístas, ya sea de poder o de avaricia, elementos que no tienen cabida en una guerra justificada por la fe.

Para San Bernardo, la diferencia fundamental radica en que la milicia secular se basa en motivaciones humanas y mundanas: el poder, el honor, la riqueza, la venganza o el dominio territorial. Estos son los factores que, según él, impulsan la guerra de los pueblos y reinos. De hecho, denuncia con vehemencia que los soldados en este tipo de milicia se ven arrastrados por la vanidad, el ego y las pasiones terrenales. La violencia, en este contexto, se convierte en un mal justificado por fines mundanos, lo que convierte al soldado secular en un pecador. La guerra en nombre de la gloria humana no tiene justificación en el cristianismo, pues su objetivo final no es más que la conquista material, lo que hace que el soldado se exponga a la condena eterna.

En contraste, el autor se refiere a la milicia cristiana como una vocación celestial, un llamado que no busca el enriquecimiento personal ni el poder político. Los soldados de Cristo, como los caballeros templarios, luchan por un propósito divino, defendiendo la fe y protegiendo a la Iglesia. Matar o morir en la guerra cristiana no se considera un pecado, sino una virtud, ya que el soldado actúa como un agente de Dios, defendiendo lo sagrado. San Bernardo explica: «Los soldados de Cristo combaten confiados en las batallas del Señor, sin temor alguno a pecar por ponerse en peligro de muerte y por matar al enemigo» (Capítulo II).

En la actualidad, podemos interpretar esta distinción entre la milicia secular y la milicia cristiana. La milicia secular contemporánea está, en muchos casos, marcada por intereses que se alejan de los principios del bien común y la justicia. El afán de poder, el materialismo y el relativismo están presentes en muchas de las «guerras» que se libran en el mundo moderno: desde las disputas políticas hasta los conflictos sociales y culturales. En este sentido, la necesidad de una milicia católica no implica una guerra armada, sino una lucha por los principios cristianos, que se deben defender con valor frente a las fuerzas que buscan la completa disolucion de la sociedad y atentan cada vez mas, a la luz del dia, contra la fe cristiana.

El soldado templario y su conexión con Cristo

El Santo de Claraval profundiza en la idea de que el caballero templario es, por su propia vocación, un «soldado de Cristo», un defensor de la justicia divina. Aquí, nuestro Santo construye un concepto que va más allá del simple guerrero: el caballero templario es un instrumento de la voluntad de Dios. Su lucha, lejos de ser un acto de violencia sin más, es vista como una acción divina, una misión sagrada que solo los verdaderos creyentes están llamados a llevar a cabo.

San Bernardo subraya que, a diferencia de los soldados seculares, los caballeros templarios tienen plena confianza en que sus acciones están respaldadas por Dios. La lucha contra los infieles no se basa en una motivación personal de venganza o avaricia, sino en un mandato divino. El soldado templario no peca al matar, pues su acción no es un homicidio en sentido estricto, sino una defensa de la justicia divina. En este sentido, San Bernardo dice: «Él acepta gustosamente como una venganza la muerte del enemigo y más gustosamente aún se da como consuelo al soldado que muere por su causa» (Capítulo II).

Hoy en día, los cristianos se enfrentan a un mundo que a menudo es hostil hacia la fe católica ( recordemos los 21 mártires coptos de Siria). La secularización, la pérdida de valores cristianos en la sociedad y la creciente persecución requieren de un neo soldado de Cristo: aquel que esté dispuesto a defender la fe con firmeza, sin temor a las críticas o a las adversidades. Así como el caballero templario luchaba en el nombre de Cristo, el cristiano actual debe ser valiente y firme en la defensa de los principios que fundamentan la fe católica: la dignidad humana, la familia y la patria. Esta lucha no se limita a la acción política o social, sino que también se lleva a cabo en el ámbito espiritual, combatiendo las tentaciones y defendiendo la verdad revelada.

La lucha espiritual y la guerra física

Otro aspecto importante del sermón es la distinción entre la guerra física y la lucha espiritual. San Bernardo enfatiza que la milicia cristiana no debe ser entendida solo como una lucha armada en el campo de batalla, sino también como una batalla interna contra el pecado y la corrupción del alma. El verdadero soldado de Cristo es aquel que primero vence las tentaciones de su propio corazón y luego, armado con la virtud, combate las fuerzas del mal en el mundo exterior.

A esto nuestro Santo nos dice : «La muerte que él causa es un beneficio para Cristo. Y cuando se la infieren a él, lo es para sí mismo» (Capítulo II). En su visión, la lucha espiritual es tan esencial como la guerra física, pues el soldado que no enfrenta sus propias pasiones y debilidades internas no puede ser un verdadero defensor de la fe.

De manera análoga, hoy en día, los cristianos, y todo aquel que este en contra de la modernidad y su nihilismo disolvente, deben embarcarse en una lucha espiritual diaria contra las tentaciones del mundo moderno. La globalización, la inmersión en el relativismo y el secularismo, y las ideologías que promueven el aborto, el matrimonio homosexual y la erosión de la moral cristiana, exigen que cada católico sea un «soldado espiritual». Esta lucha implica no solo mantener la fe en tiempos difíciles, sino también luchar activamente en la sociedad para promover los valores cristianos, enfrentando las fuerzas que buscan destruirlos. Los caballeros templarios del pasado nos sirven como modelo de valentía, compromiso y fe indomable.

La relación entre los caballeros templarios y la ciudad de Dios

Una de las imágenes recurrentes en el sermón es la ciudad de Dios, una metáfora de la Jerusalén celestial. San Bernardo afirma que la verdadera guerra es aquella que se libra para proteger y defender la ciudad de Dios, la comunidad cristiana y la fe misma. La misión de los caballeros templarios es garantizar que esta «ciudad de Dios» sea preservada y protegida de aquellos que buscan corromperla o destruirla. El de Claraval describe: «Ponéos a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, que el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén» (Capítulo III).

Como sabemos la Iglesia Católica y la sociedad cristiana en general es la Ciudad de Dios. El cristiano moderno tiene el deber de protegerla y de promover la fe católica, resistiendo las fuerzas externas que intentan erosionar los principios cristianos. Una milicia católica contemporánea debe ser tanto una defensa activa como una promoción de los valores que permiten a la Iglesia cumplir su misión en el mundo: caridad, justicia, paz y el respeto por la dignidad humana. Esta «ciudad de Dios» es nuestro hogar espiritual, y debemos luchar por ella con todos los medios a nuestra disposición.

En el mundo actual, muchos cristianos han caído en una peligrosa tibieza, adaptándose a un sistema que cada vez es más hostil a la fe, por miedo a la persecución, la burla o la incomodidad de ir contra la corriente. Sin embargo, Cristo no llamó a sus seguidores a la pasividad ni a la complacencia con el error, sino a la lucha por su Reino. Es tiempo de abandonar la neutralidad y recuperar el espíritu militante que impulsó a los santos, mártires y cruzados a defender la verdad sin temor. San Juan en el Apocalipsis advierte: «Porque no eres ni frío ni caliente, te vomitaré de mi boca» (Ap 3,16), recordándonos que la tibieza espiritual es un peligro mayor que la misma oposición declarada. Los cristianos de hoy deben ser firmes en la batalla cultural, política y espiritual, proclamando sin miedo la realeza de Cristo sobre las naciones, las leyes y las conciencias, pues solo en Él hay verdadera justicia y paz.

Jhon Carrera

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