Lo que yo pienso de la guerra
Conde León Tolstoi
Editorial Maxtor. Valladolid 2019, pp. 48-51
El mal que aqueja á los hombres de nuestro
tiempo, proviene de que la mayoría están desprovistos
de lo único que sirve de gula razonable á la
actividad humana: la religión, no esa religión que
consiste en la fe en los dogmas, el sentimiento de
lo que procura una distracción agradable, consola.
dora, excitante, sino esa religión que establece las
relaciones del hombre con todo, con Dios, y que,
por lo mismo, da la dirección superior, general, de
toda la actividad humana, sin la cual los hombres
se colocan al nivel de los animales y aún más bajo
que éstos.
Semejante mal, que conduce a los hombres a su
pérdida inevitable, se manifiesta en nuestro tiempo
con una fuerza particular, porque los hombres
de nuestra época, después de haber perdido
el guía razonable de la vida y empleado todos sus
esfuerzos en los descubrimientos y los perfeccionamientos
en el dominio de las ciencias aplicadas,
se han creado un enorme poder sobre
las fuerzas de la naturaleza, y no teniendo guía
para aplicar este poder de un modo razonable,
naturalmente, le ha empleado en la satisfacción de
sus necesidades más bajas, más groseras.
Y los hombres privados de religión que poseen
un enorme poder sobre las fuerzas de la naturaleza,
se asemejan a niños a los cuales se diera por juguete
nitroglicerina.
Si miramos el poder de que disfrutan los hombres
de nuestro tiempo y su manera de emplearle,
sentimos que por el grado de desarrollo moral, los
hombres no tienen derecho ni a gozar de los caminos
de hierro, del vapor, de la electricidad, del
teléfono, de la fotografía, del telégrafo sin hilos,
ni aun de aprovecharse del simple trabajo del
hierro y del acero, porque no emplean estas ventajas
sino en la satisfacción de sus deseos de
distracción, en el desorden, en la destrucción mutua.
¿Qué hacer, pues?
¿Rechazar todos los progresos de la ciencia,
todo el poder adquirido por la humanidad? ¿Olvidar
cuanto se aprendiera?
Esto es imposible.
Por malo que sea el empleo que se haga de tales
adquisiciones de la inteligencia, son estas, no
obstante, adquisiciones de las cuales no se puede
el hombre olvidar.
¿Cambiar las uniones de pueblos, que se formaran
por los siglos, y establecer otras nuevas? ¿Difundir la
ciencia?
Todo esto ha sido ensayado y hecho con gran
celo. Todos estos mal !lamidos medios de mejora,
son la causa principal del olvido de sí mismo, de
la conciencia, de la perdida inevitable.
Las fronteras de los Estados cambian, las instituciones
cambian, las ciencias se difunden; pero
los hombres, en otras fronteras, con otras constituciones,
con una ciencia próspera, continúan siendo
los mismos brutos, siempre dispuestos á
despedazarse, ό los mismos esclavos que eran y
serán mientras los guie, no la conciencia religiosa
y la razón, sino las pasiones y las influencias extrañas.
El hombre no puede escoger; debe ser el esclavo
de otro esclavo más desvergonzado y más malo,
o el esclavo de Dios, porque el hombre no tiene
más que un medio de ser libre: que es unir a la de
Dios su voluntad.
Los hombres privados de religión, lοs que
niegan ésta, los que reconocen por religión esas
exteriores formas grotescas que la han reemplazado
, y que no se guían más que por sus pasiones,
por el miedo, por las leyes humanas, y principalmente
por el hipnotismo mutuo, no pueden cesar
de ser brutos ό esclavos, y ningún esfuerzo exterior
puede sacarles de estado tal, porque sólo la religión
hace al hombre libre.
Y la mayor parte de los hombres de nuestro
tiempo, están exentos de ella.
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