
Con el paso del tiempo se ha ido imponiendo lo que podríamos llamar una “cultura del insulto”. En las redes, en los debates televisivos, en la política y, desgraciadamente en la calle y en la vida de cada día. Curiosamente, la mayoría de la gente parece no ser consciente de qué significa y de qué supone insultar.
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Insultar, ¡es tan fácil! El verbo “insultar” viene del insultare latino, que significa literalmente «saltar sobre» o «saltar contra» alguien. Originariamente, implicaba un ataque físico o militar, como «saltar encima» de alguien, y con el tiempo, esta imagen corporal se desplazó hacia el terreno del lenguaje.
El salto físico acabó siendo un salto simbólico: se trata de invadir el espacio del otro con palabras que hieren, de vulnerar su dignidad, de arremeter contra su valor como persona. De ahí que insultar mantenga, todavía hoy, la noción de agresión verbal: denigrar, ofender, rebajar.
A la misma familia etimológica de insultare pertenecen el verbo “asaltar” o el sustantivo “sobresalto”.
Pero insultar no es simplemente decir cosas desagradables. En términos profundos, es expulsar energía negativa hacia alguien, proyectar una carga de negatividad que busca reducirlo.
Esta idea se vuelve aún más clara en hebreo. El verbo insultar se expresa con Lekalel (לקלל), que también significa maldecir. Procede de la raíz Kalal (קלל), cuyo sentido primario es tener poco peso, ser ligero, trivial, carente de importancia. En el pensamiento antiguo, lo que no pesa no tiene consistencia, honor ni presencia. Por eso, Kalal no sólo describe algo liviano, sino algo rebajado, deshonrado, sin valor. Kal (קל) también quiere decir fácil; y es que ¡insultar es tan fácil! ¡Lo difícil es contar hasta 10 antes de abrir la boca!
Insultar, entonces, no es únicamente atacar verbalmente: es declarar que el otro “pesa poco”, que su dignidad es reducida o inexistente. Maldecir y despreciar comparten el mismo gesto semántico: convertir al otro en algo que no pesa, algo que no importa.
Por otra parte, Lashkol (לשקול), “pesar” comparte raíz con Shekel, que significa “peso” y se refiere a algo valioso como es una moneda.
En resumen, insultar es bastante más que reducir el valor o el peso del otro, es ensuciar su alma con una porquería propia que no deberíamos arrojar sobre él, sino recoger nosotros mismos como haríamos, por mero civismo, con los excrementos de nuestro perro.
Pero muchísima gente no se toma el esfuerzo de agacharse, y así vemos nuestras calles como las vemos.
JULI PERADEJORDI
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