Psicología

Centro MENADEL PSICOLOGÍA Clínica y Tradicional

Psicoterapia Clínica cognitivo-conductual (una revisión vital, herramientas para el cambio y ayuda en la toma de consciencia de los mecanismos de nuestro ego) y Tradicional (una aproximación a la Espiritualidad desde una concepción de la psicología que contempla al ser humano en su visión ternaria Tradicional: cuerpo, alma y Espíritu).

“La psicología tradicional y sagrada da por establecido que la vida es un medio hacia un fin más allá de sí misma, no que haya de ser vivida a toda costa. La psicología tradicional no se basa en la observación; es una ciencia de la experiencia subjetiva. Su verdad no es del tipo susceptible de demostración estadística; es una verdad que solo puede ser verificada por el contemplativo experto. En otras palabras, su verdad solo puede ser verificada por aquellos que adoptan el procedimiento prescrito por sus proponedores, y que se llama una ‘Vía’.” (Ananda K Coomaraswamy)

La Psicoterapia es un proceso de superación que, a través de la observación, análisis, control y transformación del pensamiento y modificación de hábitos de conducta te ayudará a vencer:

Depresión / Melancolía
Neurosis - Estrés
Ansiedad / Angustia
Miedos / Fobias
Adicciones / Dependencias (Drogas, Juego, Sexo...)
Obsesiones Problemas Familiares y de Pareja e Hijos
Trastornos de Personalidad...

La Psicología no trata únicamente patologías. ¿Qué sentido tiene mi vida?: el Autoconocimiento, el desarrollo interior es una necesidad de interés creciente en una sociedad de prisas, consumo compulsivo, incertidumbre, soledad y vacío. Conocerte a Ti mismo como clave para encontrar la verdadera felicidad.

Estudio de las estructuras subyacentes de Personalidad
Técnicas de Relajación
Visualización Creativa
Concentración
Cambio de Hábitos
Desbloqueo Emocional
Exploración de la Consciencia

Desde la Psicología Cognitivo-Conductual hasta la Psicología Tradicional, adaptándonos a la naturaleza, necesidades y condiciones de nuestros pacientes desde 1992.

domingo, 19 de enero de 2025

Dmitry Moiseev – Lucifer, Apolo y la Visión Cátara de la Luz en el Pensamiento de Otto Rahn


Dmitry Moiseev explora la audaz reinterpretación de Otto Rahn de Lucifer y Apolo como símbolos de la luz y la divinidad dentro de la espiritualidad cátara, contrastándolos con las narrativas cristianas tradicionales y vinculándolos a las tradiciones metafísicas de la Provenza medieval, desvelando en última instancia una visión panteísta enraizada en la naturaleza, la pureza y el autoconocimiento.

Tras considerar en nuestro anterior artículo para Arktos Journal el significado esotérico de Minne como «recuerdo amoroso» en el esoterismo cátaro de la Provenza medieval, nos detuvimos en el hecho de que uno de los aspectos importantes de esta enseñanza espiritual es un esfuerzo meritocrático hacia arriba, accesible a pocos, y que en este camino una persona necesita una luz que le guíe y un ejemplo. En este ensayo, referido a la obra de Otto Rahn La corte de Lucifer (1937), revelaremos la interpretación que Rahn hace de lo divino, y qué representación simbólica de ello ofrece. Hablando del asedio de los cruzados a Montségur, una de las fortalezas clave de Provenza, durante la cruzada contra los albigenses, Otto Rahn escribe: «En mi habitación hasta ahora colgaba un cuadro de colores chillones representando a Jesucristo en el Monte de los Olivos. Un ángel alado sobresale de la mitad de una nube ofreciendo al orante un cáliz semejante a una custodia. Quité el cuadro y lo reemplacé por una hoja de mi mejor papel de carta, sobre la que, lo más cuidadosa y más bellamente que pude, escribí algunos versos de Wolfram von Eschenbach. Dicen así: Desde la Provenza hasta tierra alemana Nos fue enviada la leyenda auténtica. Lucifer se perdió al bajar Con su rebaño al infierno, Entonces el hombre nació. ¡Pensad lo que Lucifer obtuvo Junto a los camaradas de lucha! Ellos eran inocentes y puros… Quisiera creer que fueron las huestes de Satán y no las de Lucifer las que se apostaron frente al Montségur para obtener el Grial caído de la corona del portador de la luz, Lucifer, y guardada por los Puros. Puros eran los cátaros, pero no los frailucos y aventureros que con la cruz al pecho querían preparar la Provenza a favor de una nueva estirpe: su propia estirpe».

Este fragmento nos obliga a volver a la idea expresada en el primer artículo de esta serie: que el Grial, según la interpretación de Rahn, no es el cáliz de Jesús de Nazaret, sino la piedra que cayó de la corona de Lucifer, que da la inmortalidad a quienes la contemplan. En la interpretación de Rahn, los verdaderos servidores del diablo son los cristianos que cometieron genocidio contra el pueblo provenzal y su refinada espiritualidad, y no los albigenses en absoluto. Así, la imagen de Lucifer, a quien la tradición cristiana retrata como un ángel caído que se rebeló contra Dios, tiene un significado completamente distinto del convencional en la obra del medievalista alemán. En su libro, Otto Rahn recuerda una conversación que mantuvo con una dama de familia herética durante un viaje a la región de Toulouse. Ella le dijo: «La gran Esclarmonde es de mi sangre. Me siento orgullosa de ello. A menudo suelo verla en espíritu sobre la plataforma reclinada en el torreón y en la paz de Montségur, leyendo los astros. Los herejes amaban el firmamento, creían firmemente que después de la muerte tendrían que ir acercándose a la divinidad de estrella en estrella, cumpliendo las etapas de deificación. Por la mañana rezaban hacia el sol del levante; al ocaso dirigían su mirada, devotamente, hacia el sol del poniente. Por la noche se dirigían a la argéntea luna o al norte, porque el Norte les era sagrado. En cambio, consideraban al sur como una morada de Satán. Satán no es Lucifer, pues Lucifer significa portador de luz. Los cátaros tenían otro nombre para él: Luzbel».

En otras palabras, según Rahn, Lucifer aparece como una deidad, que puede mostrarse como una constelación, al igual que el Sol y la Luna, de hecho, una personificación del esplendor abstracto de la naturaleza y de la vida misma. La expresión más brillante y deslumbrante de este esplendor es el Sol. El medievalista alemán califica la representación de esta entidad como un «antidios» de sustitución llevada a cabo por los cristianos. Además, continuando su explicación, llega a la siguiente identificación, que puede parecer paradójica a primera vista: «No soy experto en la Biblia y tampoco pretendo serio. De todos modos, mantengo que el Antiguo y Nuevo Testamento hablan de dos “antidioses” diferentes, pero piensan en uno y el mismo. El Antiguo Testamento anatematizó la “hermosa estrella matutina”; el Nuevo Testamento, en cambio, revela en el Apocalipsis según san Juan que un determinado “rey y Ángel del Abismo” tiene en griego el nombre de “Apolión”. Apolión, Ángel de los Abismos y Príncipe de este mundo, es el ¡Apolo luminoso! Mi afirmación de que la Estrella Matutina del Antiguo Testamento y el Apolión del Nuevo Testamento son uno solo se apoya en el hecho de que en el espacio griego a la Estrella Matutina Fósforos (esta palabra también significa portador de luz) se la considera la acompañante permanente, anunciadora y representante del dios Apolo, máximo portador de la luz, y que al propio Apolo se le tiene como la bella “estrella de la montaña”, el Sol… El día del solsticio de primavera fue celebrado en el país de los griegos como el día de la festividad suprema. Apolo era el sol con sus leyes del naciente y del poniente, como también la naturaleza luminosa dominante y eterna, inmutable. Sólo en épocas más tardías fue adorado como dios principal el solar Helios en lugar de Apolo. Al comienzo, Helios sólo había sido venerado en la isla de Rodas, en el mar de Asia Menor, o ambos considerados lo mismo».

«Cuando apareció Apolo, se dice que la Tierra se echó a reír. ¿Sabía ella que se le concedería una ciencia alegre?», se pregunta Otto Rahn, mencionando el nombre alegórico del arte poético de los trovadores provenzales (gai saber, ciencia alegre o gaya ciencia). Rahn analiza sistemáticamente el simbolismo de Pitia y sus profecías, señalando que es en Delfos donde se origina la «fuente castaliana de las musas y la fuente de la necesaria catarsis (κάθαρσις), purificación para la conversación con Dios»; luego escribe sobre Artemisa, Deméter, y llega a la siguiente afirmación: «En la época del florecimiento del catarismo vivió en Sicilia un prestigioso eremita de nombre Joaquín Flora. Pasaba por ser el mejor comentador del Apocalipsis según san Juan. Como las langostas de las que habla el capítulo noveno del Apocalipsis, debió de haber considerado a los cátaros, “que con la fuerza de los escorpiones salen de las profundidades sin fondo al abismo”. Ellos serán, arguyó Joaquín, en secreto, el mismísimo Anticristo, su poder aumentará y su rey ya está elegido. En griego su nombre es ¡Apolión! Apolo no puede ser otro más que Lucifer, a quien los herejes provenzales llamaron Luzbel y a quien, como ellos creyeron, no se le hizo justicia. Los cátaros interpretaron la “caída” de Lucifer como la “suplantación ilegítima del hijo primogénito, Lucifer, por el Nazareno”».

Así, para el escritor alemán, la antigua imagen griega del dios solar Apolo y la reconstruida imagen cátara de Lucifer, guía del Espíritu Puro, se funden en una sola. Antes de continuar siguiendo la línea de pensamiento de Rahn, volvamos a las importantes explicaciones sobre la imagen mitológica de Apolo que da su compatriota y contemporáneo Friedrich Georg Jünger (1898-1977) en su obra Mitos griegos (1947): «El ámbito que preside el dios es ancho y luminoso. Luminoso como el propio Apolo, a quien nada permanece oculto, nada del presente y nada del futuro. Es, como lo define Esquilo, el profeta del padre Zeus cuya voluntad comunica en el santuario de Dodona. De Zeus obtuvo el don del presagio y de él, en cuanto dios présago, depende el oráculo de Delfos. Transferirá este don del presagio a Hermes. De Apolo irradia una luz que difunde su claridad en la oscuridad y que por esta claridad instaura orden. Por este orden las cosas no sólo se separan, de forma que adquieren nitidez y destacan vigorosamente unas de otras; bajo esta luz resaltan también los límites y las medidas. No es la luz de Helio, que aparece girando sobre a tierra, que desaparece y regresa; es una luz que irrumpe desde dentro del dios y que promulga leyes. Es enemigo de lo turbio, lo sordo, lo confuso; al indeciso, al ambiguo y vacilante le sale al encuentro como dios de la decisión. En él se encuentra el hilo conductor del conocimiento. Su poder anula el peso de la oposición desidiosa y pesada, su orden consiste también en hacer transparentes las condiciones difíciles y opresivas que advienen al hombre. El dios comunica a sus favoritos su propia ligereza y su aplomo, la fuerza en suspenso de su pie destinado a la danza».

Friedrich Jünger llama nuestra atención sobre el hecho de que Apolo, en primer lugar, simboliza la claridad, la determinación, la concreción, la confianza, pero al mismo tiempo la ligereza que confiere a músicos y poetas. Apolo es una constancia serena y luminosa; es una imagen de la perfección divina encarnada, que, al mismo tiempo, es un límite y una medida. Apolo es el «presente infinito», el dios del instante, que se opone a los engaños, cuya clave es el propio tiempo. Su armonía es sinónimo de todo lo bello, cuya expresión, a su vez, es el arte. Jünger añade: «Apolo comunica a sus favoritos su propia claridad ordenadora, la claridad cristalina del espíritu que engendra formas y así mismo lo vivo y melodioso que es inherente a las figuras. Abre la mirada. En el reino de Apolo Licio no hay nada inerte o rígido, todo está vivo, toda vida es consciente y toda conciencia se eleva hacia un conocimiento placentero… Es el dios de la juventud, el dios bello y juvenil. Su figura es un arquetipo de la belleza y los artistas plásticos, que tanto tienen que agradecerle, compiten por representar esta hermosura. No lo representan en posición sedente ni yacente; el dios es más bello de pie y desnudo, pues así resplandece la perfección de sus formas».      

Recordemos también a este respecto que el tradicionalista italiano Julius Evola (1898-1974), hablando del Norte y del Sur en su obra Rebelión contra el mundo moderno (1934) indica que «la etapa hiperbórea puede caracterizarse como aquella en la que el principio luminoso presenta las características de inmutabilidad y de centralismo, que son, por así decirlo, típicamente “olímpicas”. Son las mismas características propias del dios hiperbóreo Apolo que, a diferencia de Helios, no representa al sol siguiendo sus pautas de ascenso y descenso sobre el horizonte, sino que es el sol mismo, la fuente de luz dominante e inmutable». En la interpretación tradicionalista de Evola, el sol aparece como «luz pura» y «valor incorpóreo», a los que se asocian los mitos heroicos. El sol es también «un símbolo de la naturaleza suprema, triunfante cada mañana sobre la oscuridad», y un símbolo de la dignidad real. El pensador italiano cita una antigua fuente egipcia: «He decretado que debes alzarte eternamente como rey del Norte y del Sur en la sede de Horus, como el sol», y señala también que Mitra era llamado particeps siderum y «Señor de la paz, salvación de la humanidad, hombre eterno, vencedor que se alza en compañía del sol».

La vinculación de la antigua imagen mitológica griega del radiante y bello Apolo, personificación del sol, y el Lucifer cátaro, «que sufrió la injusticia», emprendida por Otto Rahn, puede sorprendernos en un primer momento. Al mismo tiempo, este movimiento audaz y aparentemente inesperado esconde una posición espiritual sólida y coherente, que Rahn deduce sobre la base de su estudio de toda la vida de la metafísica cátara y expone coherentemente en La corte de Lucifer: «La piedra fundamental de la cristiandad eclesiástica es la doctrina de Dios personal y de Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre. A este respecto, caen en profundas contradicciones las representaciones de Dios de los cátaros. Decían: nosotros, herejes, no somos teólogos, sino filósofos que primero buscamos la sabiduría y la verdad. Reconocemos que Dios es Luz, Espíritu y Fuerza. Si bien la tierra es manantial, sin embargo, permanece ligada a Dios. Por medio de la Luz, el Espíritu y la Fuerza, ¿cómo podríamos el mundo y nosotros vivir, si el Sol no nos diera vida? ¿Cómo podríamos pensar y conocer, si no estuviera obrando dentro de nosotros nada espiritual? ¿Cómo podríamos buscar la verdad y la sabiduría, que son tan difíciles de encontrar, y empeñarnos en seguir buscándolas pese a todos los obstáculos, si no hubiese fuerza en nosotros? Dios es Luz, Espíritu y Fuerza. Y obra en nosotros. No decimos que el Sol o uno de los astros sea el propio Dios. Ellos son anunciadores de Dios y portadores de Dios. La divinidad es múltiple, pero no hay dioses, como se nos reprocha por doctrina. Con nuestros sentidos sólo podemos concebir una parte: la naturaleza. Esta se compone de nosotros mismos, ya que somos materia perecedera; provenientes del mundo mil veces diferente, en el que tenemos que cursar nuestra carrera de vida; provenientes del cielo estrellado, el del día y el de la noche. La naturaleza no es Dios Padre, por lo tanto, absolutamente Luz, Espíritu y Fuerza. Ella es Hija de Dios, una criatura de la Luz, del Espíritu y de la Fuerza. Ella se rige sólo por la Ley dada por el Dios Padre… La naturaleza no es Dios, sino divina. Ella no es la Luz sin más ni más, sino portadora de Luz. Ella no es la Fuerza sin más, sino fortalecedora. Ella no es Espíritu sin más ni más, sino que proporciona al espíritu activo, desde nuestro nacimiento, la ley del conocimiento que conduce a la contemplación de Dios. Ésta es la única y verdadera “redención”. Nuestro portador de Luz supremo es el Sol; él es el dirigente de los ejércitos celestiales a los que se les llama ángeles, que no son otra cosa que las estrellas, todas ellas sujetas a la Ley también vigente en la Tierra. También nosotros, los seres humanos, podemos conocer las leyes si buscamos consecuentemente y observamos atentamente el cielo, podemos conocer aquella ley divina que rige allá en lo alto y que también organiza de tal modo nuestra vida que nosotros tampoco podemos infringirla, sino cumplirla. ¡Tenemos que ser hijos del Sol portador de la Luz!»

En relación con las interpretaciones de Rahn, observemos que tanto Friedrich Jünger como Julius Evola señalaron la «permanencia solar» y la «estabilidad de la luz» como los aspectos más importantes de Apolo. Otto Rahn sitúa al Sol en el centro de su sistema espiritual neocátaro. Al mismo tiempo, el Sol también forma parte de la Naturaleza. Deificando decididamente la Naturaleza («La Naturaleza es divina»), el pensador alemán da otro paso hacia el panteísmo. Desde el punto de vista de la filosofía académica, en la ontología expuesta por Rahn podemos ver referencias tanto al antiguo monismo panteísta griego como a algunas formas más cercanas a nosotros en el tiempo (como las formuladas por Bruno y Spinoza). Al mismo tiempo, nos vemos obligados de nuevo a volver a la idea de que la fuente espiritual y filosófica más cercana a Rahn (a la que se refiere ocasionalmente en sus obras) es Meister Eckhart y su doctrina de lo divino, que se manifiesta incluso en los argumentos del medievalista alemán sobre la trinidad de lo divino, que en el modelo de Rahn es «Luz, Espíritu y Fuerza».

A continuación, Rahn vincula su idea panteísta de los «hijos del sol» con el simbolismo de Minne, «recuerdo amoroso», sobre el que escribimos en nuestro último artículo. Llama la atención sobre el hecho de que «los minnesinger rechazaron abruptamente todos los conceptos, términos, enseñanzas y leyendas teológicas católicas. No cantaban a Jehová ni a Jesús de Nazaret, sino a su héroe Heracles o al dios Amor. Y este dios era profundamente odiado por la vanidosa Iglesia romana, que era rechazada por los cátaros como «sinagoga de Satanás» y «basílica del diablo». En otra parte del libro, señala: «Dios-Amor es el dios de la primavera, y Apolo es este dios. Por lo tanto, tanto Amor como Apolo son el dios de la primavera. El que devuelve la luz del sol de la primavera a la tierra es, por lo tanto, un portador de luz, un Lucifer».

Una vez más, debemos subrayar que, según Rahn y su interpretación de la fe cátara, la verdadera divinidad no se revela a todo el mundo. Como ya hemos señalado en artículos anteriores, esta apertura requiere un cierto nivel de correspondencia existencial, que en las enseñanzas del pensador alemán se identifica con la «pureza» y la «fuerza». Entonces aparece en el camino de una persona un auténtico guía que le mostrará el «Sendero Rosa» o el camino hacia la Luz. Rahn escribe en La Corte de Lucifer: «El dios Amor puede ser visto en el mundo, opina el famoso trovador Peire Cardinal, por un espíritu fuerte al que la creencia le aclare el ojo. Desde luego que puede ser así, canta el no menos conocido Peire Vidal, pero el dios sólo se muestra en primavera, y para verlo, sigue diciendo, hay que ir a la Casa de Dios, la que precisamente entonces despierta Naturaleza. Dios tiene él aspecto dé un caballero, de cabellera rubia, y cabalga un corcel mitad negro como la noche y mitad blanco deslumbrante. Un carbúnculo en la rienda brilla cual sol. En su séquito hay también un paladín. Su nombre es fidelidad».

La metáfora de Rahn «Dios tiene aspecto de caballero» es un tema para otro debate. Por ahora, nos basta con señalar que la imagen de un caballero-Dios rubio sobre un caballo, que es mitad blanco y mitad negro, completa nuestra discusión sobre las manifestaciones simbólicas de lo divino según Otto Rahn. Deberíamos concluir esta parte de nuestra historia sobre el sistema espiritual de Rahn con la siguiente cita de La Corte de Lucifer, que describe una visión que experimentó en Ginebra: «Encantamiento de mediodía… Lucifer, desde el bosque alemán, llegó a mi cuarto. No puedo verlo, pero siento su presencia. Solamente puede ser él quien alza el trozo de friso del templo de mi escritorio; bajo él crecen columnas y a éste con otros escombros lo hace unirse en friso y techo. La casa délfica de Apolo se levanta de repente frente a mí en esta casta belleza. Desde la sagrada oscuridad de los olivos y laureles me contempla la frase: “Conócete a ti mismo”».

La frase «conócete a ti mismo», o «γνῶθι σεαυτόν» (gnothi seauton), es una referencia a la famosa inscripción en la pared del templo délfico de Apolo; según Platón, se trata del «testamento de los siete grandes sabios» o «mandamiento del oráculo de Delfos». Este pasaje nos remite a una de las ideas más importantes de Rahn: que los cátaros «no eran teólogos, sino filósofos». En última instancia, la búsqueda del autoconocimiento es una de las virtudes más importantes de que disponemos, y sin conciencia de nosotros mismos, de nuestras metas y objetivos en el mundo, es extremadamente difícil dar pasos hacia una vida productiva y consciente, como insinúan el escritor alemán y su guía solar.

Una vez completada la explicación de qué deduce exactamente el científico alemán bajo la imagen del «Lucifer cátaro», en la parte final de nuestra historia sobre la búsqueda espiritual de Otto Rahn, pasaremos a la presentación sistemática de su visión de los principios de la metafísica provenzal medieval.

- Enlace a artículo -

Más info en https://ift.tt/x0pcywG / Tfno. & WA 607725547 Centro MENADEL (Frasco Martín) Psicología Clínica y Tradicional en Mijas. #Menadel #Psicología #Clínica #Tradicional #MijasPueblo

*No suscribimos necesariamente las opiniones o artículos aquí compartidos. No todo es lo que parece.

No hay comentarios:

Publicar un comentario