Psicología

Centro MENADEL PSICOLOGÍA Clínica y Tradicional

Psicoterapia Clínica cognitivo-conductual (una revisión vital, herramientas para el cambio y ayuda en la toma de consciencia de los mecanismos de nuestro ego) y Tradicional (una aproximación a la Espiritualidad desde una concepción de la psicología que contempla al ser humano en su visión ternaria Tradicional: cuerpo, alma y Espíritu).

“La psicología tradicional y sagrada da por establecido que la vida es un medio hacia un fin más allá de sí misma, no que haya de ser vivida a toda costa. La psicología tradicional no se basa en la observación; es una ciencia de la experiencia subjetiva. Su verdad no es del tipo susceptible de demostración estadística; es una verdad que solo puede ser verificada por el contemplativo experto. En otras palabras, su verdad solo puede ser verificada por aquellos que adoptan el procedimiento prescrito por sus proponedores, y que se llama una ‘Vía’.” (Ananda K Coomaraswamy)

La Psicoterapia es un proceso de superación que, a través de la observación, análisis, control y transformación del pensamiento y modificación de hábitos de conducta te ayudará a vencer:

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La Psicología no trata únicamente patologías. ¿Qué sentido tiene mi vida?: el Autoconocimiento, el desarrollo interior es una necesidad de interés creciente en una sociedad de prisas, consumo compulsivo, incertidumbre, soledad y vacío. Conocerte a Ti mismo como clave para encontrar la verdadera felicidad.

Estudio de las estructuras subyacentes de Personalidad
Técnicas de Relajación
Visualización Creativa
Concentración
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Desbloqueo Emocional
Exploración de la Consciencia

Desde la Psicología Cognitivo-Conductual hasta la Psicología Tradicional, adaptándonos a la naturaleza, necesidades y condiciones de nuestros pacientes desde 1992.

miércoles, 8 de enero de 2025

Hábitos humanos (Matgioi)


 

Hábitos humanos

La voie rationelle

Matgioi

Editions Traditionelles. Paris 1984  Pp.148-154

Apoyémonos muy rápidamente en dos consecuencias inmediatas del dogma taoísta, que da pruebas absolutas, a dos problemas delicados: el problema del hábito humano (responsabilidad repetida) y del hábito después del estado humano o de cualquier otro estado del ciclo (karma de los hindúes, pecado original de los cristianos), y el irritante problema de la justicia social en el mundo humano, o incluso en el universo visible o capaz de ser visible.

Es fácil ver que, si quisiéramos estudiar en detalle todas estas cuestiones profundas y complejas, necesitaríamos un volumen para cada una de ellas; pero también nos veríamos obligados a perdernos en comparaciones, exégesis y polémicas. Estos procesos no tienen nada que ver con nuestro método. Nuestro método consiste en exponer, lo más brevemente posible, lo que es la médula de la Tradición primordial, y lo que, por tanto, tiene todas las posibilidades de ser la verdad, si es que la verdad puede ser concebida por los cerebros humanos. Pero creemos que esta verdad se mostrará suficientemente bella en sí misma, a aquellos cuyos ojos merezcan su contemplación, como para que no necesitemos articular y detallar sus maravillosas perfecciones. Dejamos el ardor de la propaganda a los que necesitan ayudar a una doctrina que no se basta a sí misma para ganar las almas de sus adeptos,y especialmente a aquellos que tienen un interés personal en hacer prosélitos.

Por lo tanto, cuando incluso las cuestiones más difíciles, controvertidas y oscuras pueden, en nuestra humilde opinión, ser tratadas con una sola palabra, no debe sorprendernos ver esa palabra escrita aquí, seguida de ninguna otra.

La energía emitida por todos los actos humanos es de la misma naturaleza, pero la energía emitida por un acto humano particular es de un grado, valor y «abundancia» especiales; por supuesto, estas cualidades son propias del aura de la humanidad, permanecen allí y no pueden afectar a nada fuera de ella. Así, dentro del aura humana, podemos discernir por la cualidad y el valor vibratorio de la energía cuál fue el acto que la generó. Cuando, habiendo completado su recorrido en el aura universal, esta energía retorna, por impacto de vuelta, al aura individual, toma las cualidades que tenía antes de salir de ella; y, dotada de estas cualidades específicas, vuelve a mover al individuo, que fue su causa mediata por el acto generado. Y, al golpear al individuo, lo golpea con las cualidades que corresponden a las suyas, es decir, con las cualidades, sentimientos, pasiones y motivos que generaron el acto que desencadenó todo el movimiento.

De ello se desprende la consecuencia. Movido en las cualidades, en los planes que generaron un acto, por una energía nacida de ese mismo acto, el hombre está fatalmente inclinado a actuar como actuó antes; está urgido a repetir su acto primitivo. Y si lo repite, una serie de vibraciones nuevas, similares, pero de mayor valor a causa de la repetición, comienza de nuevo el viaje de ida y vuelta que hemos descrito, vuelve a golpear al individuo de la misma manera, pero más fuerte, y le incita aún más ardientemente a una nueva repetición. El mismo acto se hace cada vez más fácil, natural, psíquicamente inevitable; incluso acaba por realizarse en el inconsciente. Tal es la teoría mecánica del hábito, de la costumbre inveterada y, como dice profundamente el proverbio, de la segunda naturaleza.

Llevemos el mismo razonamiento a un plano superior. Emisor de vibraciones, receptor de vibraciones similares, y todos dotados de cualidades humanas dentro del aura individual, un día, en este trabajo normal y perpetuo, hombre muere. Es decir, abandona el plano humano, y su aura individual se disuelve, como afectada por las cualidades humanas.

En el plano superior (1) donde la disociación de los elementos humanos lo ha proyectado, el nuevo ser que es el hombre no lleva nada del hombre anterior. Razonemos rápidamente esta proposición, que sería axiomática si los occidentales no hubieran permitido deliberadamente que sus cerebros se obsesionaran con todas estas cuestiones: los elementos del antiguo compuesto humano, que se encuentran en el nuevo plano, son ni elementos normales de este plano, y eran por tanto los elementos superiores del plano humano; los elementos normales y característicos del plano humano no pueden salir de él, pues de lo contrario dejarían de ser sus características. Además, el nuevo plano sólo puede ser superior al plano humano si no posee los elementos normales del plano humano. Aceptado esto -y no es más que sentido común-, está claro que son los elementos característicos de lo humano los que emiten el acto y, en consecuencia, la energía en el aura humana; pues, si la energía fuera emitida por otros elementos, no tendría las cualidades especiales para inscribirse en el aura humana individual. Por lo tanto, ni la responsabilidad, cualquiera que sea su valor, ni la sanción, cualquiera que sea su signo, siguen a los elementos superiores del compuesto humano después de su disociación. Esto es puramente matemático. El nuevo hombre no nace a su existencia sucesiva con una carga de méritos o deméritos.

En cambio, las vibraciones psíquicas, impersonales e indiferentes, pero absolutamente reales, que, después de su paso por el aura individual, atraviesan el océano universal, estas vibraciones vuelven a su emisión original, como nosotros hemos dicho anteriormente:

1. Cf. La Vía Metafísica.

el hombre nuevo reencuentra así, en su estado superior, las vibraciones que emitió en el pasado, pero estas vibraciones están purificadas y despersonalizadas, como él mismo lo está, y sólo sirven para suscitar en él el celo por la Vida (y por Vida entendemos aquí el modo de ser en el plano superior al que el hombre ha ascendido después de su muerte). Es la totalidad de estas vibraciones universales, reabsorbidas en un compuesto digno de ellas, lo que constituye, para el ser nacido en su nuevo estado, el potencial de su voluntad, de su inteligencia y de sus sentimientos. Esta es otra consecuencia de la teoría de la repetición: es el hábito, despersonalizado y transfigurado. Pero no tiene nada en común con el hábito humano. 

Es a este potencial al que las religiones occidentales, siempre enamoradas de las fórmulas peyorativas, llaman «pecado original». Aparte de la odiosa ridiculez de querer responsabilizar al nuevo ser de este potencial, del que nadie puede escapar, hay que señalar que este potencial no es ni una virtud ni un pecado; que es gratuito que los cristianos pretendan hacer de él un honorable cargo para nacer en cualquier mundo; y que es por su propia voluntad, y cuando haya tomado plena posesión de él, que el ser en cuestión pondrá el signo + o el signo - delante de este potencial energético, según el uso que haga de él en la nueva existencia en la que acaba de entrar.

Por último, consideremos, a la luz de esta luz -que puede parecer nueva a nuestros ojos occidentales, pero que sin embargo es la primera que brilla ante los hombres - la cuestión de la justicia social y de la justicia universal. Pero, a diferencia de los retóricos, hagámoslo muy brevemente, e indicando muy sucintamente las fases de estas evoluciones especiales. Hemos dicho que es metafísica, matemática e incluso moralmente imposible aplicar cualquier tipo de sanción a los actos humanos más allá de la vida humana, y a las acciones humanas más allá de la vida humana y a otra entidad distinta del compuesto humano. Por lo tanto, si hay mérito y demérito, si hay responsabilidad y sanción, si, en una palabra, la reacción concordante debe manifestarse en felicidad o pena, es exclusivamente en el plano humano; y es, pues, al pie de la letra que «todo acto lleva en sí mismo su recompensa o su castigo». Resulta, pues, que es en el plano donde se cometió el acto donde el castigo alcanza al autor del mismo. ¿Cómo conciliar esta proposición, ahora necesaria, con nuestra convicción de que «la justicia no es de este mundo»? La respuesta a esta infantil objeción es infinitamente simple.

Si consideramos cualquier acto en sí mismo, independientemente de todo lo que le precedió y de todo lo que le seguirá, lo concebimos como algo distinto de lo que realmente es, y atribuimos valores absolutos a sus cualidades. Y a partir de ahí, exigimos para él una sanción igualmente absoluta y coordinada sólo con este acto. Pero este punto de vista es absolutamente falso. Y, sin detenernos en la ley de las series, que veremos en un estudio posterior, debemos ser conscientes y recordar en todo momento esta verdad que sentimos confusamente, a saber, que ningún acto es independiente de la serie precedente y de la serie siguiente, que sus elementos de causalidad y de responsabilidad tienen raíces múltiples y distantes; En consecuencia, la sanción que se le aplica inmediatamente es conjunta y solidaria, no sólo con las sanciones anteriores y posteriores, sino con todas las reacciones que no son sanciones; si la sanción que parece aplicarse a un acto nos pareciera justa con respecto a este acto aislado, sería, pues, precisamente injusta, ya que este acto nunca está solo; la injusticia relativa es, pues, necesaria; y es toda la serie de estas injusticias sucesivas lo que constituye realmente la porción humanamente apreciable de la justicia universal.

Todo el problema social está aquí incluido; y los más famosos soñadores y los peores retóricos de la anarquía no harán que podamos obtener, en el plano contingente de la humanidad, la resolución general y definitiva de toda una evolución cíclica.

Sólo necesitamos resumir nuestro razonamiento; e aplicará igualmente a la teoría de la justicia universal;la justicia social, por injusta que sea, forma parte integrante de ella, como la justicia individual forma parte integrante de la justicia social. Así pues, el hombre es un actor en el drama de la justicia universal; y la afecta, y es afectado por ella fuera de su calidad de hombre. Pero recordemos dos cosas: 1° las energías de la justicia universal que afectan a todo ser fuera del recinto humano no son sanciones, sino meras influencias psíquicas o cósmicas indiferentes al estado humano y a lo que ocurre dentro de él; 2° el ciclo evolutivo es ascensional, es decir, cualquiera que sea la suma de los actos humanos, cualquiera que sea . cualesquiera que sean las repercusiones de estos actos en el océano universal, el ser humano asciende, perfeccionándose a través de todas sus disociaciones, y alcanza inevitablemente la desaparición del límite o, precisamente, la perfección.

Ni en la justicia individual, ni en la justicia social, ni en la justicia universal, el ser que fluye en la corriente de las formas está satisfecho. Pues donde hay justicia, hay también injusticia; y la idea de justicia sólo se engendra con y por su contrario y complementario. Por tanto, mientras un ser busque la justicia y crea haberla encontrado, no la hallará.

No la encontrará; porque no estará donde ella está; sólo la habrá alcanzado cuando ya no tenga el deseo de ella, ni el pensamiento de ella, porque, en ese preciso momento, estará, por encima de todas las cualidades y de todos los límites, y ESTO solo es la Justicia Infinita.


Me detendré aquí en estas consideraciones demasiado largas, que habrían podido proseguirse, sin embargo, incluso con cierto interés, durante cientos de páginas y a lo largo de indefinidas líneas de razonamiento. Pero trato de seguir humildemente el ejemplo de mis ilustres maestros, indicando sólo el camino de la verdad, y dejando a cada uno el cuidado y el mérito esencial de tratar de alcanzarla. Creo que, si se presta suficiente atención a las apoteosis que siguen, se podrá encontrar en ellas todo el fruto que se tiene derecho a esperar de un texto a la vez práctico y profundo. Será fácil ver, -entre las ingenuidades morales que ya he mencionado, los símbolos metafísicos en los que se oculta el pensamiento del Maestro, y cómo debemos interpretar los «atrincheramientos de la existencia» que se mencionan en cada momento, y de qué «existencia» estamos hablando. No voy, pues, a sobrecargar con glosas demasiado fáciles una enseñanza que está suficientemente iluminada por todo lo anterior. Me limito a dar, sin la menor interrupción, el texto del Libro de las Acciones y Reacciones Concordantes, tal como Laotseu lo concibió, y tal como ha sido parafraseado por piadosos discípulos y filósofos de todas las escuelas.


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