“Se ve generalmente en el junguismo, en relación con el freudismo, un paso de reconciliación hacia las espiritualidades tradicionales, pero NO HAY NADA DE ESO: la única diferencia desde este punto de vista es que, si Freud se jactaba de ser un enemigo irreductible de la religión, Jung simpatiza con ella mientras la vacía de su contenido, reemplazándola por el psiquismo colectivo, luego por algo infra-espiritual y, por consiguiente, anti-espiritual. Hay aquí un inmenso peligro para las antiguas espiritualidades, cuyos representantes, sobre todo en Oriente, carecen demasiado a menudo de sentido crítico con respecto al espíritu moderno, y ello en virtud de un complejo de “rehabilitación”; tampoco con excesiva sorpresa, pero sí con viva inquietud, hemos recogido un eco de este tipo desde Japón, donde el equilibrio psicoanalista ha sido comparado con el satori del Zen, y no dudamos que sería fácil encontrar confusiones parecidas en la India y en otros lugares. Como quiera que sea, las confusiones de las que se trata, se ven en gran medida favorecidas por el rechazo casi universal de ver al diablo o de llamarle por su nombre, o, en otros términos, por esa especie de convicción tácita hecha de optimismo de encargo, de tolerancia en realidad rencorosa con la verdad y de ajustamiento obligatorio al cientismo y a los gustos oficiales, sin olvidar la “cultura” que todo lo avala y que a nada compromete, sino es precisamente a una cómplice “neutralidad”; a esto se añade un desprecio no menos universal y casi oficial de todo lo que es, no decimos “intelectualismo”, sino verdaderamente intelectual, teñido, pues, en la mentalidad de la gente, de un matiz de “dogmatismo”, de “escolástica”, de “fanatismo” y de “prejuicio”. Todo ello concuerda perfectamente con el psicologismo de nuestro tiempo, e incluso es, en gran parte, su resultado” Frithjof Schuon
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