Psicología

Centro MENADEL PSICOLOGÍA Clínica y Tradicional

Psicoterapia Clínica cognitivo-conductual (una revisión vital, herramientas para el cambio y ayuda en la toma de consciencia de los mecanismos de nuestro ego) y Tradicional (una aproximación a la Espiritualidad desde una concepción de la psicología que contempla al ser humano en su visión ternaria Tradicional: cuerpo, alma y Espíritu).

“La psicología tradicional y sagrada da por establecido que la vida es un medio hacia un fin más allá de sí misma, no que haya de ser vivida a toda costa. La psicología tradicional no se basa en la observación; es una ciencia de la experiencia subjetiva. Su verdad no es del tipo susceptible de demostración estadística; es una verdad que solo puede ser verificada por el contemplativo experto. En otras palabras, su verdad solo puede ser verificada por aquellos que adoptan el procedimiento prescrito por sus proponedores, y que se llama una ‘Vía’.” (Ananda K Coomaraswamy)

La Psicoterapia es un proceso de superación que, a través de la observación, análisis, control y transformación del pensamiento y modificación de hábitos de conducta te ayudará a vencer:

Depresión / Melancolía
Neurosis - Estrés
Ansiedad / Angustia
Miedos / Fobias
Adicciones / Dependencias (Drogas, Juego, Sexo...)
Obsesiones Problemas Familiares y de Pareja e Hijos
Trastornos de Personalidad...

La Psicología no trata únicamente patologías. ¿Qué sentido tiene mi vida?: el Autoconocimiento, el desarrollo interior es una necesidad de interés creciente en una sociedad de prisas, consumo compulsivo, incertidumbre, soledad y vacío. Conocerte a Ti mismo como clave para encontrar la verdadera felicidad.

Estudio de las estructuras subyacentes de Personalidad
Técnicas de Relajación
Visualización Creativa
Concentración
Cambio de Hábitos
Desbloqueo Emocional
Exploración de la Consciencia

Desde la Psicología Cognitivo-Conductual hasta la Psicología Tradicional, adaptándonos a la naturaleza, necesidades y condiciones de nuestros pacientes desde 1992.

lunes, 24 de julio de 2017

Arquitectos de la vida, la llave fractal del universo

Antes del descubrimiento de Mandelbrot, los matemáticos usaban la geometría euclediana para describir el mundo. Se creía que la naturaleza era demasiado compleja para que una única fórmula la representará con precisión. Por esa razón, muchos hemos aprendido una geometría que sólo empleaba líneas, cuadrados, círculos y curvas para aproximarse a la naturaleza. También sabemos que es imposible representar un árbol o una cordillera montañosa usando lo que hemos aprendido. Exactamente por esa razón, nuestros primeros dibujos de árboles se parecían a piruletas sobre sus palitos. La naturaleza no usa líneas y curvas perfectas para construir los árboles, las montañas y las nubes. Más bien utilizada fragmentos que, cuando se toman en su totalidad, se convierten en montañas nubes…En un fractal, cada pieza, por pequeña que sea, se parece a la pauta mayor de la que forma parte. Cuando Mandelbrot introdujo su simple fórmula en un ordenador, el resultado fue asombroso. Viéndolo todo en el mundo natural como pequeños fragmentos, y combinándolos en pautas mayores, las imágenes producidas hacían algo más que aproximarse a la naturaleza. Su aspecto era completamente natural, y esto es precisamente lo que la nueva geometría de Mandelbrot nos estaba mostrando con respecto a nuestro mundo. La naturaleza se construye sobre pautas que son similares, y sin embargo no son idénticas. El término que se usa para describir este tipo de similitud es autosimilitud. Aparentemente, de la noche a la mañana era posible usar fractales para reproducir todo tipo de fenómenos, desde la línea costera de un continente hasta la explosión de una supernova. La clave estaba en encontrar la fórmula correcta, el programa adecuado. Y ésta es la idea que nos lleva directamente a pensar en el universo como el resultado de un antiguo programa cuántico. Si el universo es el resultado de un programa de ordenador que ha estado funcionando desde tiempo inmemorial, dicho ordenador debe estar produciendo las pautas fractales que vemos en la naturaleza. Por primera vez, estas nuevas matemáticas retiran el obstáculo de la posible existencia de ese programa. El ordenador consciente del universo, en lugar de dar el resultado electrónico que vemos sobre la pantalla, usa átomos para producir rocas, árboles, pájaros, plantas e incluso a nosotros mismos. La idea es ciertamente atractiva; de hecho, es muy hermosa. Pensar que el universo es una realidad fractal. Se puede entrelazar disciplinas muy diferentes, como la ciencia y la filosofía, es una gran historia elegante que describe la construcción del universo. La visión fractal del cosmos es tan completa que incluso explica las cualidades estéticas de equilibrio y simetría a los que aspiran los artistas, matemáticos, filósofos y físicos en los aspectos más elevados de sus respectivas cualidades. El atractivo universal de esta manera de pensar ciertamente cumple con la profética declaración del físico John Wheeler: “Sin duda, algún día…entenderemos la idea central de que todo es tan simple, tan hermoso, tan convincente que nos diremos unos a otros: Oh, ¡cómo podría ser de otra manera!”. Si nuestros pequeños ordenadores de sobremesa se basan en ideas fractales que imitan el funcionamiento del universo, entonces, cuando aprendemos a almacenar información en discos duros y a realizar descargas, en realidad nos estamos enseñando a nosotros mismos cómo funciona la realidad. Si es así, en definitiva estamos empezando a entender nada menos que la mente del gran arquitecto que puso en marcha el universo. Es posible que la tecnología compacta que tienes sobre tu escritorio contenga la clave del mayor misterio del universo […]. Esta es una analogía poderosa, y si nuestros ordenadores verdaderamente imitan el operar el universo a gran escala, nos dice dos cosas importantes: En primer lugar, para todos los propósitos, el sistema operativo de cualquier ordenador está fijado. No cambia. En otras palabras, “es” lo que es. De modo que cuando queremos que nuestro ordenador haga algo diferente, no cambiamos el sistema operativo, cambiamos lo que introducimos en él. Esto nos lleva a una segunda clave importante para entender cómo funciona el universo. Para transformar la realidad, debemos alterar aquello que no está fijado: los programas mismos. Para nuestro universo, éstos son lo que denominamos “creencias”. Por tanto, en esta manera de pensar sobre las cosas, la creencia se convierte en el programa informático que programa la realidad. El esquema siguiente resume los paralelismos entre un ordenador común y el universo, y nos da una poderosa clave sobre cómo acceder a los ladrillos básicos del universo: FUNCIÓN———–ORDENADOR ELECTRÓNICO——ORDENADOR UNIVERSAL Unidad básica de información Bit Átomo Resultado imágenes, cuadros, Realidad Palabras, gráficos,etc. Sistema operativo Windows, Macintos,etc. Conciencia Programas World, Excel,etc. Creencias Tanto para el universo (como ordenador consciente) como para el ordenador electrónico, el modo de cambiar el resultado es usar programas que el sistema operativo reconozca. Cada día ofrecemos los datos literales de nuestras creencias comandos a la conciencia del universo, que traduce nuestras instrucciones personales y colectivas en la realidad de nuestra salud, la calidad de nuestras relaciones y la paz de nuestro mundo. El modo de crear en nuestros corazones las creencias que cambien la realidad de nuestro universo es un gran secreto que se perdió en el siglo IV, en el seno de nuestras tradiciones judeo-cristianas más queridas. El Evangelio de Tomás ofrece un precioso ejemplo de una creencia poderosa. En las páginas de este controvertido texto gnóstico, identificado como un raro registro de los dichos de Jesús, el maestro describe la clave para vivir en este mundo. Él explica que la unión de pensamiento y emoción genera un poder literalmente puede cambiar nuestra realidad. “Cuando hagáis de los dos uno [pensamiento y emoción] -comienza-, os convertiréis en los hijos del hombre y cuando digáis: “Montaña, muévete”, se moverá […] Gregg Braden. La curación espontanea de las creencias. ISIS SIN VELO Hace años, el filósofo alemán Schopenhauer afirmó la coexistencia de la materia y de la fuerza, diciendo que el universo es la voluntad manifestada en fuerzas cuyas modalidades corresponden a los diferentes grados de objetividad. Esta doctrina aceptó Vallace al convertirse al espiritualismo, y fué precisamente la expuesta por Platón al decir que “todas las cosas visibles proceden de la invisible y eterna voluntad que las modela, y que los cielos están plasmados en el eterno modelo del “mundo ideal” contenido en el dodecaedro o arquetipo geométrico de la Divinidad”. Según Platón, la substancia primaria emanó de la mente demiúrgica (nous) donde desde la eternidad reside la idea del mundo que ha de ser y que es en cuanto la idea emana de la divina mente. Las leyes de la naturaleza no son ni más ni menos que las relaciones entre la idea demiúrgica y sus diversas formas de manifestación cuyo número cambia de continuo dentro del tiempo y del espacio. Sin embargo, distan mucho de ser estas enseñanzas originales de Platón, pues en los Oráculos caldeos se lee: “Las obras de la naturaleza coexisten con la intelectual y espiritual luz del Padre. Porque el alma adorna el inmenso cielo y lo embellece según voluntad del Padre”. Por su parte dice Filón, a quien erróneamente se le supone discípulo de Platón: “El mundo incorpóreo estaba ya entonces fundamentado en la mente divina”. La Teogonía de Mochus admite dos principios: el éter y el aire, de los que procede el Dios manifestado (nohtóç) el dios Ulom o universo material y visible. En los Himnos Orficos, el Eros–Phanes nace del huevo espiritual fecundado por el viento etéreo, símbolo del “espíritu de Dios” que desde toda eternidad cobija la ideación divina. En el Kathopanishada, el Espíritu divino (Purusha) es preexistente a la substancia primordial con la que se une para engendrar el Mahâ–Atmâ o Brâhmâ, es decir, el Espíritu de vida, el Anima Mundi, equivalente a la Luz Astral de los teurgos y cabalistas. Pitágoras aprendió sus doctrinas en los santuarios de Oriente, encubriéndolas bajo simbolismos numéricos; pero su discípulo Platón las expuso en forma más inteligible, de modo que las comprendieran los no iniciados, aunque manteniendo todavía las fórmulas esotéricas. Así dice que el Pensamiento divino es el padre, la Materia la madre y el Cosmos el hijo. Según afirma Dunlap, en la religión egipcia había un Horus mayor, hermano de Osiris, y un Horus menor, hijo de Osiris y de Isis. El primero simbolizaba la idea del universo, contenida en la mente demiúrgica, la idea “surgida en la obscuridad antes de la creación del mundo”; y el segundo era la misma idea ya emanada del Logos, revestida de materia y actualizada en existencia. Dicen los Oráculos Caldeos: “El Dios del mundo es eterno, ilimitado, joven y viejo y de forma sinuosa”. La frase “forma sinuosa” es símbolo de la vibración de la luz Astral que los sacerdotes de la antigüedad conocían perfectamente, aunque no tuvieran del éter el mismo concepto que los modernos, pues por éter significaban la Idea eterna, compenetrada en el universo, es decir, la Voluntad que actualizada en energía organiza la materia. Dice Van Helmont: “La voluntad es la potencia capital y superior de todas. La voluntad del Creador puso en movimiento todas las cosas. La voluntad es atributo de todas las entidades espirituales y se desenvuelve con tanta mayor actividad cuanto más libre está de la materia”. Y Paracelso, por sobrenombre “el divino”, añade: “La fe ha de ser la corroboradora de la imaginación, pues por la fe se establece la voluntad… En todas las obras mágicas , es requisito indispensable la firmeza de voluntad… Las artes no tienen reglas fijas y ciertas, porque los hombres no saben imaginar ni creer en el resultado eficaz de lo que imaginan”. La negativa energía de la incredulidad y el escepticismo, aplicada en la misma dirección, pero en sentido contrario y con igual intensidad, es la única potencia capaz de resistir a la positiva energía del espiritualismo y de equilibrarla dinámicamente. La marcha del mundo es cíclica. Las razas futuras serán reproducción de otras hace siglos desaparecidas, mientras que la nuestra acaso reproduce la existente diez mil años atrás. Tiempo ha de llegar en que reciban su merecido cuantos hoy detractan públicamente a los herméticos, pero que en privado consultan sus polvorientos volúmenes para plagiar sus ideas. “¿Quién ha tenido tan claro concepto de la naturaleza como Paracelso? Fué el audaz fundador de la química médica y de innovadoras escuelas, victoriosas en la controversia, y uno de los pensadores que dieron más acertada orientación al estudio de la naturaleza de las cosas. Lo que en sus obras dice acerca de la piedra filosofal, de los pigmeos y gnomos, de los homúnculos, del elixir de larga vida y demás temas hoy aducidos por sus detractores para regatearle méritos, no puede debilitar nuestro agradecimiento y admiración por sus obras y por su noble vida”. Muchos médicos, químicos y magnetizadores nutrieron su mente en las obras de Paracelso. De él tomó Hufeland su teoría de las enfermedades infecciosas, a pesar de que Sprengel le llama “el charlatán de la Edad Media”, si bien en cambio reivindica Hemman la teoría del insigne filósofo diputándole noblemente por el químico más ilustre de su época”. Lo mismo dicen Molitor y el eminente psicólogo alemán Ennemoser, de cuyos estudios sobre Paracelso se infiere que este hermético fué “el más admirable talento de su tiempo”. Pero las lumbreras modernas presumen de aventajarle en sabiduría, y han hundido en el “limbo de la magia” las ideas de los rosacruces acerca de los espíritus elementales, duendes y hadas como si fueran cuentos infantiles. Nadie ha superado en obras milagrosas a Jesús, y sin embargo, la corriente de su voluntad tropezó a veces con el escepticismo de las gentes, según corrobora aquel pasaje que dice: “Y no obró allí prodigios a causa de la incredulidad de las gentes”. Las fuerzas psíquica, ecténica y electro–biológica, el pensamiento latente, la cerebración inconsciente y todas las hipótesis forjadas por los modernos investigadores, pueden resumirse en dos palabras: la luz astral de los cabalistas. Los valientes conceptos de Schopenhauer difieren completamente de los de la mayoría de experimentadores. Dice el ilustre filósofo: “En realidad no cabe distinguir entre materia y espíritu. La gravitación de una piedra es tan inexplicable como el pensamiento en el cerebro humano. Si no sabemos por qué cae al suelo un objeto material, tampoco sabremos si este objeto es o no capaz de pensar… Aun en las mismas ciencias físicas, tan pronto como pasamos de lo experimental a lo especulativo, de lo físico a lo metafísico, nos atajan el paso las enigmáticas fuerzas de cohesión, afinidad, gravitación, etc., cuyo misterio es para nuestros sentidos tan profundo como la voluntad y el pensamiento humanos. Entonces nos vemos frente a frente de las inescrutables fuerzas de la naturaleza. ¿Dónde esta, pues, esa materia que presumís de conocer tan bien y con la que os creéis familiarizados hasta el punto de deducir de ella todas vuestras teorías y de atribuirle cuanto os parece? Nuestra razón y nuestros sentidos sólo son capaces de conocer lo superficial, pero jamás penetrarán en la íntima substancia de las cosas. Tal era la opinión de Kant. Si admitís algo espiritual en el hombre, forzosamente habéis de admitirlo también en la piedra. Si vuestra muerta y pasiva materia tiene la propiedad de gravitar, atraer, repeler y fulgurar, no es razón negarle la de pensar como piensa el cerebro. En suma: cada partícula del llamado espíritu puede substituirse equivalentemente por otra de materia, y cada partícula de materia, por otra de espíritu… Así resulta que la cartesiana división de las cosas en materia y espíritu es filosóficamente inexacta, y conviene diferenciarlas en voluntad y manifestación, con la ventaja de espiritualizar todas las cosas, pues lo real y objetivo, los cuerpos y la materia de la división cartesiana, los consideramos como manifestación dimanante de la voluntad”. Estas opiniones corroboran lo que ya dijimos acerca de las diversas denominaciones dadas a una misma cosa, como si los adversarios disputaran sobre palabras. Llámese fuerza, energía, electricidad, magnetismo, voluntad o potencia espiritual a la causa del fenómeno, siempre será la parcial manifestación del alma, encarnada o desencarnada, de una partícula de la inteligente, omnipotente é individual Voluntad que llena la naturaleza toda y a que, por insuficiencia de lenguaje humano para expresar los conceptos psicológicos, llamamos Dios. Las ideas que sobre este punto exponen algunos filósofos modernos son erróneas en muchos aspectos, desde el punto de vista cabalístico. Hartmann califica sus propias opiniones de prejuicio instintivo y afirma que la experimentación no ha de tener por objeto la materia propiamente dicha, sino las fuerzas que en ella actúan, de lo cual infiere que la llamada materia es tan sólo agregación de fuerzas atómicas, pues de lo contrario sería la materia una palabra sin sentido científico. No sabemos si Babinet acepta o no como último recurso la afirmación de Hartmann respecto a que “los visibles electos de la materia son efectos de la fuerza”, y que para tener claro concepto de la materia debemos tenerlo previamente de la fuerza. La escuela a que pertenece Harmann, cuyos principios aceptan en parte los sabios alemanes, enseña que el problema de la materia sólo puede resolverlo aquella fuerza a cuyo conocimiento llama Schopenhauer “ciencia mágica” o “acción de la voluntad”. Por lo tanto, es preciso saber ante todo si las “vibraciones involuntarias del sistema muscular del experimentador” que al fin y al cabo son “efectos de la materia” están determinadas por una voluntad externa al experimentador o propia de él. Sabemos que, según la escuela alemana, toda acción de la voluntad se manifiesta en fuerza, y las manifestaciones de las fuerzas atómicas son acciones individuales de la voluntad, que dan por resultado la espontánea precipitación de los átomos en imágenes concretas, ya forjadas subjetivamente por la voluntad. De acuerdo con su maestro Leucipo, enseñaba Demócrito que los átomos en el vacío fueron el principio de todas las cosas existentes en el universo, entendiendo por vacío, en sentido cabalístico, la Divinidad latente cuya primera manifestación es la voluntad que comunica el primer impulso a los átomos que, al cohesionarse, constituyen la materia. Sin embargo, el nombre de vacío es menos apropiado que su sinónimo caos, porque, según los peripatéticos, “la naturaleza tiene horror al vacío”. Las alegorías, aparte de otros elementos de juicio, demuestran que, mucho antes de Demócrito, estaban ya familiarizados los antiguos con la idea de la indestructibilidad de la materia. Movers define el concepto fenicio de la ideal luz solar, diciendo que era la espiritual influencia emanada del supremo Dios, Iao, la luz tan sólo concebible por la mente, el principio así físico como espiritual de todas las cosas del cual emana el alma. Es la esencia masculina o sabiduría, mientras que el caos es la esencia femenina. Así tenemos, que la materia y el espíritu eran ya para los fenicios los dos principios coeternos é infinitos. Esta teoría es tan antigua como el mundo, y no fué Demócrito su autor, pues la intuición del hombre precedió al ulterior desenvolvimiento de su razón. Las escuelas materialistas son incapaces de explicar los fenómenos ocultos, porque niegan a Dios, en quien reside la Voluntad. Los filósofos antiguos afirmaban que todas las cosas visibles é invisibles surgían a la existencia por manifestación de la Voluntad, a que Platón llamó Idea divina, y que así como esta Idea da existencia objetiva a la materia con sólo enfocar su voluntad en un centro de fuerzas localizadas, así también el hombre, el microcosmos respecto del macrocosmos, da forma objetiva a la materia en proporción del vigor de su voluntad. Los átomos imaginarios son como operarios movidos automáticamente a influjo de la Voluntad universal que en ellos se enfoca y, manifestada en fuerza, los pone en actividad. El proyecto del futuro edificio está en la mente del Arquitecto y es reflejo de su voluntad que, abstracta desde el momento de concebirlo, se concreta en cuanto los átomos imaginarios obedecen a los puntos, líneas y formas trazadas en la mente del divino geómetra. Como Dios crea, así crea el hombre. Dadle voluntad lo suficientemente vigorosa y subjetivará las formas mentales, que muchos llaman alucinaciones, aunque para quien las forja sean tan reales como los objetos tangibles. Si aumenta el vigor de la voluntad é inteligentemente la dirige, condensará las formas en objetos visibles. Este es el secreto de los secretos, y quien lo aprende, merece el título de mago. Los materialistas nada pueden argüir contra esto, desde el punto en que para ellos es materia el pensamiento. Si tal supusiéramos, tendríamos que el ingenioso mecanismo proyectado por el inventor, las encantadoras escenas surgidas de la mente del poeta, los soberbios lienzos pintados por la viva imaginación del artista, la incomparable estatua cincelada en el pensamiento del escultor, los palacios y castillos planeados por el arquitecto, debieran existir objetivamente, a pesar de ser subjetivos é invisibles, porque el pensamiento, según los materialistas, es materia plasmada en forma. ¿Cómo negar entonces que haya hombres de voluntad lo bastante potente para transportar al mundo visible estas creaciones mentales y revestirlas de materia tangible? Resulta, por lo tanto, que los modernos escépticos niegan una fuerza del todo familiar a los antiguos tiempos. En épocas antediluvianas tal vez jugarían con esta fuerza los chiquillos, como los que describe Bulwer Lytton en La raza futura, juegan con el tremendo vril o agua de Phtha. Los antiguos llamaron a la antedicha fuerza Anima mundi y los herméticos medioevales le dieron los nombres de luz sidérea, leche de la Virgen, magnes y otros varios. Pero los modernos eruditos repudian tales denominaciones, porque tienen sabor de magia, que, según ellos, es grosera superstición. Apolonio y Jámblico afirman que el poderío del hombre que anhela superar a los demás, “no consiste en el conocimiento de las cosas externas, sino en la perfección del alma interna”. Dice un proverbio persa: “Cuanto más obscuro está el cielo, más brillan las estrellas.” Así, en el negro firmamento de la Edad Media aparecieron los misteriosos Hermanos de la Rosa Cruz, que no organizaron asociaciones ni instituyeron colegios, porque, acosados por todas partes como fieras, los tostaba sin escrúpulo la iglesia católica en cuanto caían en sus manos. A este propósito dice Bayle: “Como la religión prohíbe el derramamiento de sangre en su máxima Ecclesia non novit sanguinem, quemaban a las víctimas, cual si al quemarlas no vertiesen su sangre”. Quienes conocen las secretas fuerzas naturales y emplean con paciente parsimonia las facultades dimanantes de tal conocimiento, laboran por algo superior a la deleznable gloria de una fama efímera, pues sin apetecerla logran la inmortalidad reservada a cuantos olvidándose de sí mismos se entregan por entero al bien del género humano. Iluminados por la luz de la verdad eterna, aquellos rico–pobres alquimistas iban más allá de la común penetración, y sólo diputaban por inescrutable la Causa primera. Su norma constante estaba trazada de consuno por la intrepidez, el deseo de saber, la firme voluntad y el absoluto sigilo. Sus espontáneos impulsos eran la beneficencia, el altruismo y la moderación. La sabiduría era para ellos de mayor estima que el logro mercantil, el lujo, riqueza, pompa y poderío mundano, al paso que no les asustaban ni hambres ni pobrezas ni fatigas ni desprecios humanos, con tal de llevar a cabo su tarea. Pudieron haber reposado en blandos lechos de aterciopeladas colchas, y prefirieron morir en los hospitales y en las márgenes de los caminos, antes que envilecer sus almas cediendo a la nefanda concupiscencia de quienes intentaban hacerles quebrantar sus sagrados votos. Ejemplo de ello nos dan las vidas de Paracelso, Cornelio Agripa y Filaleteo. La magia de Moisés y Paracelso. Bajo la engañosa belleza de sus apariciones espectrales, podrían encubrirse las sílfides y ondinas de los rosacruces, jugueteando en las corrientes de fuerza psíquica y de fuerza ódica. También los eruditos autores de El universo invisible dan de mano a su hipótesis electrobiológica y vislumbran la posibilidad de que el éter universal sea el álbum fotográfico de En–Soph, el infinito Ser. El espejo del alma no puede reflejar a la vez la tierra y el cielo. La tierra desaparece de la superficie tan luego como el cielo se retrata en el fondo. ZANONI. Vuestra en la Santa Ciencia Ana Suero Sanz. - Artículo*: Filosofía Oculta - Más info en psico@mijasnatural.com / 607725547 MENADEL Psicología Clínica y Transpersonal Tradicional (Pneumatología) en Mijas y Fuengirola, MIJAS NATURAL *No suscribimos necesariamente las opiniones o artículos aquí enlazados
 

- Enlace a artículo -

Más info en psico@mijasnatural.com / 607725547 MENADEL Psicología Clínica y Transpersonal Tradicional (Pneumatología) en Mijas y Fuengirola, MIJAS NATURAL.

(No suscribimos necesariamente las opiniones o artículos aquí presentados)

No hay comentarios:

Publicar un comentario