Jean Vauquelin des Iveteaux, el alquimista, fue un personaje nacido a mediados del siglo XVII, del que muy pocas cosas se hubieran sabido sin el estudio de Sylvain Matton aparecido en el volumen homenaje publicado para festejar los 90 años de François Secret y dedicado a los Documentos olvidados sobre la alquimia, la cábala y Guillaume Postel, de este volumen se han traducido los fragmentos que aparecen a continuación. Fue el propio Secret quien encaminó a Matton hacia la curiosa interpretación que aquí presentamos y decimos curiosa porque no es frecuente encontrar tan explícita y directamente unidas en un mismo texto la cábala y la alquimia. Como ha desarrollado ampliamente Raimon Arola, en su libro La cábala y la alquimia en la tradición espiritual de Occidente, muchos alquimistas tenían conocimientos de la tradición hebrea pero pocos de ellos se dedicaron a interpretar las Escrituras bajo un punto de vista alquímico. En su autobiografía, Vauquelin explica que una transmutación realizada en su presencia en 1676, fue la causa de que se despertara su interés por esta ciencia. De su afición por la tradición hebrea, de la que ciertamente posee conocimientos, nada se sabe. Como sucede con muchos otros alquimistas parecería que sus huellas se desdibujan en la arena de la historia. Sin embargo nos ha dejado sus obras y, entre ellas, este comentario alquímico al Cantar de los Cantares. Vauquelin des Iveteaux no fue el único en relacionar las Sagradas Escrituras con las operaciones alquímicas; otros autores, pocos, lo hicieron antes que él: Heinrich Khunrath, por ejemplo, y su Amphitheatrum Sapientiae aeternae y, anteriormente, dicha relación aparece en dos grandes obras alquímicas del s. XIV: Aurora consurgens del pseudo Tomás de Aquino o Margarita pretiosa novella de Petrus Bonus, quien escribió lo siguiente respecto al posible vínculo entre la piedra de los filósofos y la figura de Cristo: “Que si esto no ofendiera nuestra fe cristiana, ni nuestra ley, osaría decir (con permiso) que los antiguos profetas han poseído este arte, Moisés, David y Salomón entre otros, e igualmente san Juan Evangelista, y lo han mezclado entre las palabras del Señor y lo han ocultado como así lo han juzgado los sabios. Por ejemplo Rosinus: “Dios lo ha concedido con razón a Moisés” etc. O como dice Alphidius cuando se refiere al libro del profeta Malaquías: “Leemos que había sido predicha por el profeta esta cosa que se debe purgar (Malaquías 3, 2 y 3): Porque es él como fuego de fundidor y como lejía de lavandero. Se sentará para fundir y purgar. Purificará a los hijos de Leví y los acrisolará como el oro y la plata. Una purificación gracias a la cual, una vez acabada, habrá un cielo nuevo y una tierra nueva y toda carne querrá saludar a su bien una vez se sabrá limpiada de toda corrupción y devuelta a la santidad original en la que fue creada.” También Vaquelin insiste en que, sin separarse de la fe cristiana, bajo las palabras de los profetas pueden entenderse expresiones de los misterios que se refieren a la medicina universal o piedra filosofal, como lo expresa a continuación: “Ya hemos dicho, y lo afirmamos de nuevo, que en nada queremos oponernos al sentir de los Padres de la Iglesia, de la cual somos miembro por la gracia de Jesucristo. Así creemos en el sentido espiritual que le dieron a este cántico, lo admiramos.. Pero esto no impide que estemos persuadidos que bajo estas mismas expresiones santas y misteriosas, el secreto de la medicina universal o piedra filosofal se encuentra oculto y que podamos buscarlo y descubrirlo. Respecto a lo cual pongo por jueces a los adeptos, los únicos que pueden tener sobre ello un juicio esclarecido y decisivo”. (pp. 405 y 406) A pesar de estos ejemplos, fueron muchos más los filósofos que optaron por interpretar alquímicamente los relatos mitológicos, cosa que les evitaba posibles conflictos con la ortodoxia de la Iglesia que en la época podían resultar peligrosos. Michel Mayer, por ejemplo, en sus Arcana Arcanisima, interpreta los mitos griegos como jeroglíficos que exponen la Gran Obra de un modo que la protege de los ignorantes o de los que quieren apoderarse de su secreto sin la bendición del Altísimo, mientras que quienes la poseen, pueden penetrar en la sabiduría que se oculta tras aquellas historias extrañas. Al comienzo de su comentario físico del Cantar de los Cantares Vauquelin nos da una pista sobre la escuela a la que podría pertenecer, pues se refiere a las dos vías tan mencionadas por Paracelso y sus seguidores: la de la gracia y la de la naturaleza. El texto de Vauquelin empieza de la manera siguiente: “Dios es igualmente autor de todo lo que se hace, ya sea por la vía de la gracia o de la naturaleza; el orden natural que nos es tan familiar (y que no obstante tiene el mismo principio) es tan admirable como el de la gracia, al que se le da el nombre de sobrenatural y milagroso: no obstante, esta virtud que experimentamos todos los días en la planta o en cualquier otro mixto, que cura por su aplicación, es la misma virtud que opera en o por la palabra de Pedro o de Juan, que hace milagros y opera la misma cosa, a la que se le da otro nombre.” (p. 367) Es interesante resaltar la similitud que realiza entre la vía mística o religiosa, que opera milagros, y la vía natural que los opera por los mismos medios. A esta virtud que actúa natural y sobrenaturalmente y que es la ejecutora de la voluntad divina, Vauquelin la define como sigue: “Los antiguos cabalistas la denominaron Metatrón; Moisés parece darle el nombre de luz y Platón la conoció sin duda, o al menos la quiso dar a conocer bajo el nombre de alma del mundo; Virgilio la expresó bajo el de spiritus intus alens (Virgilio, Eneida VI, 726) y los sabios actuales parecen querer indicarla bajo el término de espíritu universal; y es lo que propiamente debería ser entendido bajo el nombre de naturaleza y que Hermes nos asegura que se corporifica en la tierra.” (p. 368) Los filósofos y con ellos nuestro autor entendieron que una de las producciones de esta naturaleza que se corporifica en cada uno de los elementos que componen nuestro universo es una materia virgen, es decir, todavía no especificada, que Ivetaux describe del modo siguiente y de la que dice que es la materia con la que operan los sabios alquimistas: “Esta virgen, hija de la naturaleza es totalmente simple, no huye de nadie, al contrario, si se pudiera decir así, se expone demasiado. Pero por suerte no se la reconoce, pues sin esto, caería en manos extrañas que infaliblemente abusarían de ella. Pero su madre, por temor a este accidente, la ha revestido de una forma abyecta y despreciable, y bajo ese envoltorio disforme en el que la ha encerrado y escondido, ya no teme que nadie la atropelle ni tenga familiaridad con ella, si no pertenece al número de los sabios.” (p. 368) Pues esta virgen pura está destinada a unirse únicamente con su esposo, como continua diciendo Iveteaux: “No obstante, no hay que creer que se emancipe con otros; no se dará más que a su esposo verdadero, al que conoce tan bien, y que la desea con tanta fuerza, que los dos, salidos de la misma madre, arden con el mismo recíproco amor.” (p. 369) A esta unión de la materia pura con su esposo verdadero, salidos ambos de una única madre, Iveteaux, con los cabalistas, los filósofos y los magos, le ha dado el nombre de casamiento: “Este es el matrimonio que Salomón tanto celebró en el Cantar de los Cantares, bajo cuya expresión, que encierra tantos sentidos místicos, espirituales y divinos, este gran secreto de Dios se halla comprendido y en donde es fácil desarrollarlo prestando la atención necesaria.” (p. 370) Y si bien suscribe el sentido espiritual que los Padres de la Iglesia han querido dar a estos versos de Salomón como representado la unión de Jesucristo con la Iglesia, nuestro autor propone examinar con atención lo que según los “naturalistas” se esconde en este poema que narra la unión del cielo y la tierra o de lo humano y lo divino con vistas a una regeneración, es decir, una nueva generación sin la mácula del pecado original. A esta regeneración o nueva generación se la llama el fruto de la unión, el hijo o la piedra de los filósofos. En uno de sus comentarios al comienzo del Cantar de los Cantares, Vauquelin se refiere a lo qué se esconde bajo los nombres de esposo y esposa y dice: “… el espíritu luminoso o el fuego fijado en la tierra virgen es la esposa; y por esposo se entiende el espíritu volátil luminoso invisible, fuego natural contenido en la naturaleza húmeda, enviado del cielo en calidad de espíritu universal, que vivifica y anima a toda criatura. Es este spiritus intus aliens, totamque infusa per artus mens agitans molem, el anima mundi de Platón y el Metatrón de los cabalistas.” (pp. 372-373) Estos dos espíritus o fuegos, uno fijado en la carne del mundo y el otro, volátil, enviado desde el cielo, son los que han de unirse gracias a los procesos que según Vauquelin des Iveteaux se explican en cada uno de los versículos del Cantar de los Cantares. Sin embargo aquí, y para no extendernos, hemos escogido los extractos a nuestro parecer más significativos que nos darán una idea de la interpretación que propone nuestro autor. Como sucede en los libros de alquimia Vauquelin des Iveteaux no sigue un continuum al interpretar los versículos del Cantar, con ello queremos decir que si bien sigue el orden de bíblico, su interpretación de la gran obra aparece explicada sin ningún orden cronológico, pues como se señala en una historia rabínica, las Escrituras hablan de un misterio intemporal. Por eso, ante la queja de un saduceo respecto al equivocado orden histórico de unos versículos de la Torá, rabí Iojanan le contestó: “Para vosotros que comentáis la Escritura sin estar religados es un caso difícil. Pero nosotros comentamos la Escritura estando religados, no representa ninguna dificultad. Pues esta palabra “religados” ¿en qué lugar de la Escritura la encontramos? Donde está escrito: Religados para siempre a la eternidad, hechos en verdad y rectitud. (Sl. 101, 8).”[i] Así, en vez de seguir el orden cronológico de los versículos del Cantar de los Cantares, seleccionaremos algunos de ellos con sus explicaciones que aluden al sujeto del arte y a las distintas operaciones, sobre todo, a las distintas disoluciones y sus consiguientes coagulaciones, en las que Vauquelin insiste especialmente pues, según él, originan la unión cada vez más perfecta del cielo y la tierra. Por ejemplo, cuando se refiere al famoso versículo del Cantar que dice: “Que me bese con los besos de su boca, pues sus pechos son mejores que el vino” (1, 2), Vauquelin define a los protagonistas del poema e indica el medio de su unión: “El término que significa ‘beso’ está expresado en plural en hebreo, lo que indica besos reiterados e innumerables a fin de que esta esposa pueda decir, como está dicho en Salmos 119, 131: Abro mi boca franca y hondo aspiro al espíritu en mí, de modo que no seamos más que uno. Es necesaria, pues, una cantidad de espíritu volátil a proporción de la esposa fija y que él dé más de un beso, a fin de que el cuerpo devenga uno con él y sea espiritualizado por esos besos que los unen. El fijo es pues esta esposa virgen que demanda el beso puro, que quiere recibir del volátil totalmente espiritual que el cielo le envía. Los dos son dos sustancias de una misma raíz, hermano y hermana, esposo y esposa, hijos de la misma naturaleza que los produce, agua cruda, agua cocida, que tienen su origen en el agua, ab aqua sunt omnia.” (p. 373) Sin embargo esta unión no puede hacerse tan fácilmente, pues la esposa al principio no es pura sino que está mezclada con los elementos terrestres que la habían sepultado hasta aquél momento. Vaquelin lo explica en este fragmento extraordinario: “… la materia de los filósofos expuesta al ardor del sol desde su juventud, pues en su origen y en su pureza sin mezcla no era negra. Pero al corporificarse, se quemó por el sol. Pues la simiente caída entre las piedras aludidas en el Evangelio, fue quemada y calcinada por el sol, lo que la impide fructificar por falta de humedad”. (pp. 377-378) Por eso: “… es necesario que sea lavada y purgada por medio de él (el esposo), y dispuesta a recibir este beso gracias a un estado que la convierta en libre de mácula, y que además esté vacía de cualquier apego, que esté separada de ellos, que se encuentre en una mortificación y aniquilamiento de sí misma, que por la sequedad y la privación de toda otra cosa adherida, sólo conserve su única y ardiente apetencia que pueda atraerle la restauración por la que suspira, para desalterarla con un agua muy espiritual y celeste… Pues este beso da el espíritu de vida, al espiritualizar la materia en la obra natural y al divinizar, por decirlo así, el alma en la obra espiritual de la salvación por la unión del alma con Dios por Jesucristo; al igual que el cuerpo elemental se convierte en celeste y espirituoso mediante el vehículo de la luz, este agente del Señor por medio del cual perfecciona toda clase de materia.” (pp. 373-374) En los versículos 5 y 6 del primer capítulo del Cantar se habla de la famosa negrura de la esposa y Vauquelin advierte que los filósofos llaman negro a todo lo que no es luminoso y que esconde la luz que contiene. La esposa es negra “por el humo elemental y mundano, a causa de su residencia en él y que la envuelve para su miseria”. Pero ella se vuelve bella y purificada gracias al espíritu de su esposo, que la limpia de sus impurezas, pues la esposa, que según Vauquelin es el sujeto del arte: “… fue expuesta al ardor del sol de su juventud, pues en su origen y en su pureza sin mezcla, ella no era negra. Pero al corporificarse, se quemó con el sol… El fuego es el sol del filósofo, vicario del celeste, cuya excitación exterior no deja de excitar y animar el fuego interior de la materia, que aquí aparece como la esposa ennegrecida por el sol, al que estuvo expuesta de modo descubierto cuando su ardor era mayor.” (p. 377) En los comentarios a los capítulos del Cantar, Vaquelin alude siempre a las distintas uniones, gracias a las cuales la esposa no sólo cambia su negrura por el color blanco sino que además obtiene su belleza como aparece el versículo 15: “¡Qué bella eres, amada mía, qué bella eres! Palomas son tus ojos.” Y mientras ella es purificada por las sucesivas operaciones del esposo, éste encuentra por fin un lugar para descansar. Este lugar, que es la misma esposa, en el Cantar a veces recibe el nombre de jardín o lecho, como aparece en el versículo 16, en el que dice: “¡Qué hermoso eres, amado mío, que decorado! Nuestro lecho cubierto de flores.” (v. 16) y que Vauquelin interpreta del modo siguiente: “La esposa invita al esposo a que repose, haciéndole ver que su lecho está ya cubierto de flores. Es el comienzo de la coagulación. . Es la superficie y hay que esperar los frutos que producirán estas flores, para el reposo del esposo, es decir, su coagulación Philosophorum filius nascitur in aere y fijación. Hermes denomina ‘flor de oro’ a esta coagulación ligera.” (p. 382) En este punto hay que ir un poco más adelante en el texto para saber lo que Vaquelin entiende por lecho y que es: “El lecho de la esposa física es su cuerpo terrestre, del que está envuelta y en el que dormita. Durante este duermevela es cuando tiene estos sueños y visiones” (p. 393) En el fondo Vaquelin des Iveteaux entiende el Cantar de los Cantares como una explicación de las purificaciones por el fuego y el agua que tienen lugar reiteradamente después de la primera unión, gracias a las que la esposa se separa de todas la partes excrementales que la retenían y le impedían unirse de un modo total con su esposo. Así lo expresa respecto al versículo que dice: “Como el lirio entre los cardos, así es mi amada entre las mozas” (2, 2), cuando las relaciona con las espinas que: “… pueden ser tomadas por calcinaciones, por las que hay que pasar durante la preparación, al igual que el alma del hombre en las tribulaciones, en las que se la prueba como el oro en el horno; y no obstante, al final saldrá puro como el filosófico; en el que la esposa no hace más que purificarse y de donde se la saca sola, pura e incombustible, cosa que no ocurriría con ninguna de sus compañeras si se las pusiera en la misma prueba. Esta virgen es este argentum igne examinatum, probatum térrea, purgatum septuplum, (Salmos 12)” (p. 384) Gracias a todas estas purificaciones, calcinaciones y disoluciones, la esposa y el esposo cada vez pueden unirse con más fuerza hasta formar una sola unidad. Así en el capítulo séptimo del Cantar se repite por tercera vez el verso: “Yo soy para mi bien amado, y hacia mi tiende su deseo.” Vaquelin lo explica de este modo. “Es la tercera repetición de esta misma expresión por parte de la esposa. La primera en vista a la formación de la esposa, cuando en primer lugar dice ‘para mí es mi hijo bien amado’. La segunda marca su progreso y la tercera, su perfección. En la primera no se habían disipado las sombras y la luz aún no brillaba. En la segunda recogía los buenos olores. En la tercera está iluminada por el esposo que ella posee enteramente.” (p. 429) Podrían multiplicarse las citas que describen la unión de lo fijo y lo volátil, todas ellas relacionadas con los versos del Cantar de los Cantares. De hecho Vauquelin des Iveteaux no deja ninguno de ellos sin comentar, pero confiamos que esta pequeña muestra sea suficiente para buscar entre los textos de los antiguos filósofos por el fuego la relación que pudieran tener sus operaciones con las sagradas Escrituras y, sobre todo, cuál era el objeto de su búsqueda y cuál su relación con la enseñanza primordial de los antiguos cabalistas y que podría resumirse en la reunión del cielo y la tierra. (Documents oubliés sur l’alchimie, la kabbale et Guillaume Postel. Offerts, a l’occsion de son 90e anniversaire, a François Secret. Ed Sylvain Matton, Librairie Droz S. A., Ginebra, 2001.) Comentario de la imagen que acompaña el texto: En esta imagen de un manuscrito rosacruz aparecen diversas imágenes bíblicas representativas de los atributos de la novia que protagoniza el Cantar de los Cantares: “Llena de gracia” reza una de las bandas que aparecen a la derecha del dibujo, mientras que abajo tres canes de los tres colores de la obra alquímica que representan las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad, conducen hacia un jardín cerrado, hortus conclusus, donde una virgen sentada acaricia a un unicornio apoyado en su regazo, el jardín contiene también una fuente, símbolos todos ellos de la materia alquímica. Igualmente aparecen en el dibujo la torre de David y el templo de Salomón así como la estrella de Jacob situada entre el sol y la luna. A la izquierda de la imagen se han dibujado diversas escenas que corresponden a la unión que sucede después de penetrar en el jardín cerrado, el matrimonio de la virgen con su esposo o el cielo y la tierra simbolizado por las influencias celestes recogidas en el vellocino de Gedeón o el ara de la alianza en la que quema el fuego del cielo como sucede en la zarza ardiente que se apareció a Moisés. Alchemical and rosacrucian compendium, c. 1760. Biblioteca Beinecke de Libros Raros y Manuscritos, Universidad de Yale. La entrada Interpretación alquímica del “Cantar de los Cantares” se publicó primero en Arsgravis - Arte y simbolismo - Universidad de Barcelona. - Artículo*: ArsGravis - Más info en psico@mijasnatural.com / 607725547 MENADEL Psicología Clínica y Transpersonal Tradicional (Pneumatología) en Mijas y Fuengirola, MIJAS NATURAL *No suscribimos necesariamente las opiniones o artículos aquí enlazados
Jean Vauquelin des Iveteaux, el autor de esta explicación, al igual que Johan Ph. Rhumelius en su "Medicina Espagírica", reconoce el proceso alquímico en los textos de las Sagradas Escrituras. Fragmentos del libro "Documents oubliés sur l'alchimie. la kabbale et Guillaume Postel" ed. de Sylvain ...
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