Psicología

Centro MENADEL PSICOLOGÍA Clínica y Tradicional

Psicoterapia Clínica cognitivo-conductual (una revisión vital, herramientas para el cambio y ayuda en la toma de consciencia de los mecanismos de nuestro ego) y Tradicional (una aproximación a la Espiritualidad desde una concepción de la psicología que contempla al ser humano en su visión ternaria Tradicional: cuerpo, alma y Espíritu).

“La psicología tradicional y sagrada da por establecido que la vida es un medio hacia un fin más allá de sí misma, no que haya de ser vivida a toda costa. La psicología tradicional no se basa en la observación; es una ciencia de la experiencia subjetiva. Su verdad no es del tipo susceptible de demostración estadística; es una verdad que solo puede ser verificada por el contemplativo experto. En otras palabras, su verdad solo puede ser verificada por aquellos que adoptan el procedimiento prescrito por sus proponedores, y que se llama una ‘Vía’.” (Ananda K Coomaraswamy)

La Psicoterapia es un proceso de superación que, a través de la observación, análisis, control y transformación del pensamiento y modificación de hábitos de conducta te ayudará a vencer:

Depresión / Melancolía
Neurosis - Estrés
Ansiedad / Angustia
Miedos / Fobias
Adicciones / Dependencias (Drogas, Juego, Sexo...)
Obsesiones Problemas Familiares y de Pareja e Hijos
Trastornos de Personalidad...

La Psicología no trata únicamente patologías. ¿Qué sentido tiene mi vida?: el Autoconocimiento, el desarrollo interior es una necesidad de interés creciente en una sociedad de prisas, consumo compulsivo, incertidumbre, soledad y vacío. Conocerte a Ti mismo como clave para encontrar la verdadera felicidad.

Estudio de las estructuras subyacentes de Personalidad
Técnicas de Relajación
Visualización Creativa
Concentración
Cambio de Hábitos
Desbloqueo Emocional
Exploración de la Consciencia

Desde la Psicología Cognitivo-Conductual hasta la Psicología Tradicional, adaptándonos a la naturaleza, necesidades y condiciones de nuestros pacientes desde 1992.

domingo, 6 de octubre de 2024

La caída en el Logos


Contra lo que afirmara J.W. Goethe en el Fausto (1808), la evidencia del evangelista Juan se impone por sí misma: en el principio era la Palabra de los místicos, el Verbo judeocristiano, el Logos grecolatino; y en la Palabra ya estaba inscrito el problema ínsito de toda existencia, que es también el problema inherente a cualquier formulación mínimamente exhaustiva del pensamiento: preguntar “para qué” o “por qué” implica acabar reconociendo, en algún punto del diálogo o la meditación, que el motivo de eso mismo por lo que preguntamos es: la “Nada”.

Hesíodo dejó escrito: «En el principio era el Caos»; y es que, con esa precisa abstracción del lenguaje que es el Logos nombramos al mundo, pues con ello también reconocemos que su sentido es: ninguno; y, por esa misma razón, podemos decir que la caída en el lenguaje es mucho más trágica que la propia caída en la existencia: uno no se pregunta el significado del mero existir, pero resulta imposible ser sin proyectar el sentido de lo mismo en algún horizonte que germine en una cosmovisión (o Weltanschauung). El lenguaje reluce entonces como la máscara y el espejo de lo real.

Con el «fin de los grandes relatos» (Lyotard) al que nos han arrojado la postmodernidad (Jameson), la posthistoria (Sloterdijk) y sus sucesivos anexos, toda cosmovisión (llámese ideología, como en el caso del marxismo, o teología, como en el caso del cristianismo), se ha visto limitada a una mera aproximación heurística; y esa precisa incertidumbre, tan aparentemente alejada de las «sociedades cerradas» del pasado, es en el fondo la mejor garantía para que, a falta de la posibilidad de retornar a épocas pretéritas y a dogmatismos desfasados, todos aquellos que ambicionamos pensar la realidad con un mínimo de seriedad nos veamos abocados a la tarea de reconstruir la Tradición a partir de sus rescoldos, esto es, retornando a la concepción temporal mítica, ritual y circular de los presocráticos, antes de la caída en el Logos.

Según el diagnóstico trazado por Martin Heidegger en su Introducción a la metafísica (1936), mucho más grave que la crisis filosófica que supuso la sofística para el mundo intelectual griego, fue la separación primigenia entre el Logos y el Ser, entre palabra oral y letra escrita, entre realidad ontológica y actividad pensante. En el propio instante fundante de la filosofía, de Sócrates a Descartes  (y Kant y Hegel), está ya inscrita la fisura que terminará de configurar una falsa epistemología donde el sujeto y el objeto se encuentran separados dualmente; las bases de la actual filosofía contra-ontológica se encuentran, pues, firmemente arraigadas en su propio origen. Es también el inicio potencial de la ilusión barroca y del Simulacro moderno.

Con la fragmentación inseparable del Logos, que trajo consigo la caída en el tiempo, empieza también su necesario reverso: el retorno de lo disperso a lo Uno situado más allá de presente y pasado y porvenir. La búsqueda de lo Absoluto por medio de una ficción suprema: la idea de Totalidad. Muchos siglos después, el poeta Friedrich Hölderlin dejó escrito: «Como querella de amantes son las disonancias del mundo, ya que todo lo que se ha separado vuelve a encontrarse». Es la separación de contrarios, el «matrimonio alquímico» entre el Cielo y la Tierra que restaura la unidad primordial por medio de una «boda hierogámico-sacrificial» de sangre y semen: una nostalgia connatural al Logos que siempre es restaurada por medio del rito, del símbolo y del mito que el cristianismo secularizó a través de una leyenda donde se habla del Paraíso Perdido.

El pensamiento contra-ontológico que domina a Occidente desde la así llamada «Ilustración» en adelante se debe, en buena medida, a ese olvido de la dimensión metafísica y trascendente del ser humano, a su negación del origen tal y como quedó establecido en nuestros símbolos y mitos fundamentales. Cuanto más alejados nos encontramos del origen, menos capaces somos de inventar una forma verdaderamente novedosa de hablar a los hombres: por eso hoy reina la imagen. Para los griegos decir «palabra» es decir Logos, que a su vez se puede traducir como «orden». La facultad de emplear (y ser empleado por) la palabra, así como su eminente dimensión política en el ágora,es lo que, para el historiador Pierre Vidal-Naquet e incluso para Aristóteles, distinguía al ciudadano del bárbaro en la polis griega.

Cuando Yahvé expulsa al hombre del Paraíso en La Torá, igual que cuando más tarde destruye la Torre de Babel generando así la confusión de las lenguas, está clausurando la facultad del orden y del origen a los hombres. Las dos grandes ideologías del Progreso son la del Reino de los Cielos y la de la Utopía: son desviaciones de La Cábala, esto es, progresivas secularizaciones nacidas de una religión que pudo nombrar a Dios y que se creyó capaz de concebir un Gólem igual que el hombre fue concebido antes por un Creador. Su principio de esperanza es humanista por definición: del hombre-dios de los primeros cristianos el universalismo pasó, por medio del socialismo y otros engendros ideológicos derivados de la teología, al dios-hombre que defiende el transhumanismo en la actualidad.

El crimen fundamental de la ilusión favorecida por el Logos fue, como supo ver Heidegger, el célebre «olvido de sí» sobre el que tantas tesis doctorales se han escrito en las últimas décadas… Sin producir consecuencias reales. El mito del Progreso se ampara en el supuesto avance constante de la Ciencia y de la Razón, por medio de la Historia, hasta alcanzar un retorno al Paraíso Perdido aún más secularizado que el de su versión cristiana: ¡es la Utopía! Por cuya entelequia el ser humano ha sido capaz de sacrificar millones de vidas para poder elevar a ese chivo expiatorio a la lógica de la abstracción. Contra lo que afirma la práctica totalidad de los manuales de filosofía desde los siglos XIX y XX en adelante, no hemos abandonado jamás el terreno del Mito, aunque a cambio sí que hemos profundizado en la trágica herida abierta por el Logos entendido por los sofistas como sinónimo de «discurso» o «razón».

El lenguaje es el «grado cero» de todo pensamiento: la entrada y la salida al laberinto del existir; y de ahí su naturaleza paradójica. También los símbolos son la salida del falso laberinto del no-Ser: pero por su excesiva divulgación, a través de la profanación de la publicidad y demás usos pervertidos, hoy en día ha perdido buena parte de su significado. Junto a la inconfundible voz del símbolo, el Logos es, pues, nuestra mejor herramienta para descifrar la realidad, para deshacer la ilusión que cierra el Simulacro sobre nuestras mentes… Lo mismo que, por su excesiva conceptualización, que podríamos denominar “neurótica”, el Logos también es el mayor impedimento para entender la realidad sin las ataduras del paradigma racionalista. Así fue y así será durante el actual ciclo, puesto que en nuestro origen está también nuestro presente.

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