Psicología

Centro MENADEL PSICOLOGÍA Clínica y Tradicional

Psicoterapia Clínica cognitivo-conductual (una revisión vital, herramientas para el cambio y ayuda en la toma de consciencia de los mecanismos de nuestro ego) y Tradicional (una aproximación a la Espiritualidad desde una concepción de la psicología que contempla al ser humano en su visión ternaria Tradicional: cuerpo, alma y Espíritu).

“La psicología tradicional y sagrada da por establecido que la vida es un medio hacia un fin más allá de sí misma, no que haya de ser vivida a toda costa. La psicología tradicional no se basa en la observación; es una ciencia de la experiencia subjetiva. Su verdad no es del tipo susceptible de demostración estadística; es una verdad que solo puede ser verificada por el contemplativo experto. En otras palabras, su verdad solo puede ser verificada por aquellos que adoptan el procedimiento prescrito por sus proponedores, y que se llama una ‘Vía’.” (Ananda K Coomaraswamy)

La Psicoterapia es un proceso de superación que, a través de la observación, análisis, control y transformación del pensamiento y modificación de hábitos de conducta te ayudará a vencer:

Depresión / Melancolía
Neurosis - Estrés
Ansiedad / Angustia
Miedos / Fobias
Adicciones / Dependencias (Drogas, Juego, Sexo...)
Obsesiones Problemas Familiares y de Pareja e Hijos
Trastornos de Personalidad...

La Psicología no trata únicamente patologías. ¿Qué sentido tiene mi vida?: el Autoconocimiento, el desarrollo interior es una necesidad de interés creciente en una sociedad de prisas, consumo compulsivo, incertidumbre, soledad y vacío. Conocerte a Ti mismo como clave para encontrar la verdadera felicidad.

Estudio de las estructuras subyacentes de Personalidad
Técnicas de Relajación
Visualización Creativa
Concentración
Cambio de Hábitos
Desbloqueo Emocional
Exploración de la Consciencia

Desde la Psicología Cognitivo-Conductual hasta la Psicología Tradicional, adaptándonos a la naturaleza, necesidades y condiciones de nuestros pacientes desde 1992.

martes, 15 de agosto de 2017

Somos el milagro de la vida, la vida consciente de si misma, somos los arquitectos responsables de nuestro mundo…

Consciente o inconscientemente, nuestras creencias forman parte de la información que nos rodea y que rodea nuestro mundo. La sustancia de la que estamos hechos se adapta a la “plantilla” creada por nuestros sentimientos profundos, y esto queda demostrado por los casos de regeneración de los órganos y la piel, y en las curaciones descritas en los experimentos del efecto placebo. Aquí es donde los nuevos descubrimientos de la biología celular se vuelven tan interesantes, porque están diciendo lo mismo, y lo dicen en lenguaje científico. Recientemente, el reconocimiento de que el campo situado “ahí fuera” influye en el funcionamiento de la sustancia de la que están hechas cada una de nuestras células tuvo un fuerte impacto en el mundo de las ciencias biológicas tradicionales. Los biólogos convencidos de que el ADN es la clave para desentrañar los misterios de la vida han tenido que reconsiderar su posición a la luz de los estudios que demuestran que los genes responden a la información procedente del campo que los rodea. Lo importante es que nuestras creencias- las ondas eléctricas y magnéticas creadas en nuestro corazón- forman parte de ese campo. En otras palabras, si bien el ADN es muy importante- y es el código portador del lenguaje de la vida en nuestras células- hay otra fuerza que le dice que hacer. Esta enorme revaluación ha abierto la puerta a toda una nueva rama de la biología llamada epigenética, definida como el estudio de las “influencias ocultas en nuestros genes”, influencias que pueden provenir de diversas fuentes, incluyendo las creencias que controlan nuestro ADN. Esta línea de pensamiento vuelve a incluirnos en la ecuación de la vida, asignándonos el papel de poderosos agentes de cambio. Éstas son las compresiones que nos levarán a entender el efecto placebo, y que explicarán por qué las creencias de un hombre con respecto a algo que ocurrió hace dos mil años pueden manifestarse como las heridas que hoy tiene en su cuerpo. Suele decirse que lo que consideramos verdad con respecto a nuestro mundo puede ser más importante que lo que realmente existe. ¿Cuál es la razón? Si creemos en algo con la claridad suficiente, nuestro subconsciente trasformará nuestra creencia en realidad. En otras palabras, parece que el adagio: “Lo veremos cuando creamos en ello” es cierto. Como el popular orador Robert Collier reconoció hace más de dos siglos: “Nuestra mente subconsciente no puede distinguir entre la realidad y un pensamiento o imagen imaginarios”. De modo que no debería ser tan sorprendente ver que, para alguien que se identifique intensamente con la pasión de Cristo, su mente subconsciente haga que su cuerpo genere esas mismas heridas. Siguiendo su creencia, esa persona está viviendo la pasión de Cristo como una realidad. En cuanto encontramos algo que nos dice que nuestra manera anterior de ver el mundo es incompleta, o incluso completamente equivocada, la parte más difícil de cambiar nuestras creencias queda detrás de nosotros. Nuestra experiencia directa es el catalizador que rompe los vínculos de la percepción que nos mantenían en la vieja manera de ver las cosas. Entonces comprendemos el camino hacia algo nuevo, un punto de vista diferente. La clave es que ocurre espontáneamente. No es necesario que estemos sentados en la cafetería diciéndonos a nosotros mismos: <<De acuerdo, ahora necesito algo nuevo en lo que creer>>. La nueva creencia se produce automáticamente cuando ocurre la experiencia que nos da una razón para adoptarla. Ahora no hemos de preguntarnos si la creencia influye en nuestros cuerpos y en nuestras vidas, sino qué creencias son el fundamento de la salud o la enfermedad, la abundancia o la carencia, y la alegría o el sufrimiento de nuestras experiencias. En resumen. ¿qué es lo que creemos? La cuestión no es lo que piensas que crees, ni lo que te gustaría pensar que crees. Más bien, la pregunta más poderosa y reveladora que podrías plantearte es: ¿qué creo realmente? Gregg Braden, La curación espontanea delas creencias. La verdad que proclamo está esculpida en los monumentos antiguos. Para comprender la historia es preciso estudiar el simbolismo de pasadas épocas, los sagrados signos del sacerdocio y el arte de curar de los tiempos primitivos, ya olvidado hoy día. BARÓN DU POTET De extraña condición es la inteligencia humana, pues antes de alcanzar la verdad parece como si necesitara obstinarse durante largo tiempo en el error. MAGENDIE Es axiomático que todo cúmulo de hechos desordenados requieren una hipótesis para su ordenamiento. SPENCER. Tan explícitamente se expresa Apuleyo en este punto, que los reencarnacionistas apoyan en su autoridad la doctrina de que el hombre pasa por sucesivas existencias en este mundo hasta eliminar todas las escorias de su naturaleza inferior. Dice Apuleyo claramente que el hombre viene a este mundo procedente de otro cuyo recuerdo se ha borrado de su memoria. Así como de conformidad con el principio económico de la división del trabajo pasa un reloj de operario en operario hasta completar todas las piezas de su máquina en acabado ajuste, según el plan previamente trazado en la mente del mecánico, así también nos dice la filosofía antigua que el hombre concebido en la mente divina va tomando forma poco a poco en los diversos talleres de la fábrica del universo hasta culminar su perfección. La misma filosofía nos enseña que la naturaleza nunca deja nada imperfecto, y si fracasa en el primer intento, lo reitera hasta triunfar. Cuando se desenvuelve un embrión humano, el plan de la naturaleza es que produzca un hombre físico, intelectual y espiritualmente perfecto. El cuerpo ha de nacer, crecer y morir; la mente ha de aducirse, robustecerse y equilibrarse; el espíritu ha de iluminar mente y cuerpo de modo que con éI se identifiquen. Todo ser humano ha de recorrer el “círculo de necesidad” para llegar al término de su perfección. Así como los rezagados en una carrera se afanan tan sólo al principio, mientras que el vencedor no para hasta alcanzar la meta, así también en la carrera del perfeccionamiento hay espíritus que se adelantan y llegan a la meta cuando los demás quedan detenidos por los obstáculos que les opone la materia. Algunos desdichados caen para no volverse a levantar y pierden toda esperanza de vencimiento, pero otros se levantan y empiezan de nuevo la carrera. La misma doctrina que enseñó Buda en India seis siglos antes de J.C., enseñó Pitágoras un siglo después en Grecia. Gibbon demuestra lo muy penetrados que los fariseos judíos estaban de esta doctrina de la transmigración de las almas. El círculo de necesidad de los egipcios está indeleblemente grabado en los antiquísimos monumentos de aquel país. Jesús, al sanar a los enfermos les decía siempre: “Tus pecados te son perdonados”. Esta expresión encierra la doctrina del mérito y demérito, análoga al concepto budista de que el enfermo sana cuando se le perdonan los pecados. Los judíos le dijeron al ciego: “¿Naciste del todo cargado de culpas y pretendes enseñarnos?” Las opiniones de Dupuis, Volney e Higgins sobre la significación secreta de los ciclos, kalpas y yugas de induistas y budistas no merecen tenerse en cuenta porque dichos autores carecían de la clave necesaria para desentrañarla. Ninguna filosofía consideró a Dios en abstracto, sino en sus diversas manifestaciones. La “Causa Primera” de las escrituras hebreas, la Mónada pitagórica, la “Esencia Única” de los induistas y el “En Soph” de los cabalistas expresan idéntico concepto. El Bhagavad indo no es creador, sino que se infunde en el huevo del mundo y de allí emana bajo el aspecto de Brahm (hombre pensante), del mismo modo que la Duada pitagórica procede de la única y suprema Mónada. El Monas del filósofo de Samos es idéntico al induista Monas (mente) que no tiene apúrva (causa material) ni está sujeto a aniquilación. En calidad de Prajâpati se diversifica Brahmâ desde un principio en doce dioses manifestados, cuyos símbolos son: 1.º Fuego. 2.º Sol. 3.º Soma (omnisciencia). 4.º Vida (conjunto de seres vivientes). 5.º Vâyu (aire; éter denso). 6.º Muerte (soplo destructor). 7.º Tierra. 8.º Cielo. 9.º Agni (fuego inmaterial). 10.º Aditi (aspecto femenino del sol invisible). 11.º Mente. 12º Cielo sin fin (cuya rotación jamás se detiene) Después de esta duodécupla diversificación, se infunde Brahmâ o hombre pensante en el universo visible y se identifica con cada uno de sus átomos. Entonces la Mónada inmanifestada, indivisible e indefinida, se retrae en el majestuoso y sereno apartamiento de su unidad y se manifiesta primero en la Duada y después en la Triada, de que sin cesar emanan fuerzas espirituales que se individualizan en dioses (almas) para constituir seres humanos cuya conciencia ha de desenvolverse en una serie de nacimientos y muertes. (Dice Lemprière (Diccionario clásico, Art. Pitágoras) que hay poderosas razones para dudar de cuanto se afirma acerca del viaje de Pitágoras a la India y de sus relaciones con los gimnósofos. De ser así, no se explica la mucha mayor analogía de la metempsicosis pitagórica con la de los indos que con la de los egipcios, ni tampoco podríamos explicarnos que MONAS sea también el nombre sánscrito de la Causa primera. Cuando se publicó el Diccionario clásico de Lemprière (1792–1797), no se conocía el sánscrito en Europa y hasta medio siglo después no tradujo Haug el Aitareya–Brâhmana en que aparece la palabra Monas en la acepción referida. Antes de publicarse esta traducción y de quedar computada en 2.000 a 2.400 años antes de J.C., la antigüedad del original, cupo la sospecha (como en el caso de los símbolos cristianos) de si los indos habrían tomado de Pitágoras la palabra Monas, Pero mientras la filosofía no demuestre que el vocablo griego es etimológicamente distinto del sánscrito, estamos en el derecho de aseverar la estancia de Pitágoras en la India y que allí aprendió filosofía de boca de los gimnósofos. La innegable filiación que respecto del sánscrito tienen el griego y el latín a juicio de Max Müller, no basta para explicar la idéntica significación metafísica de la palabra Monas en sánscrito y griego. La palabra sánscrita deva (dios) se convirtió en la latina deus; pero en el Zend–Avesta de Zoroastro la misma palabra deva tiene la diametralmente opuesta significación de espíritu maligno, llamado más tarde daeva de donde se deriva la palabra inglesa devil (diablo)). Un artista oriental ha simbolizado la doctrina de los cielos en una muy significativa pintura mural que se conserva en un templo subterráneo situado en las cercanías de una pagoda budista. Trataremos de, describirla según la recordamos. Un punto céntrico simboliza el punto primordial del espacio. Tomando por centro este punto, se traza a compás una circunferencia cuyos comienzo y término simbolizan la coincidencia de la emanación y la reabsorción. La circunferencia está compuesta de multitud de circulitos a estilo de los troces de una pulsera, cuyas circunferencias representan el cinturón de la diosa pletóricamente figurada en su respectivo circulito. El artista colocó la figura de nuestro planeta en el nadir del círculo máximo, y a medida que el arco se acerca a este punto, los rostros de las diosas van siendo más hoscos y horribles, como no fueran capaces de imaginar los europeos. Cada círculo está cubierto de figuras de planetas, animales y hombres representativos de la flora, fauna y étnica correspondiente a aquella esfera, y entre cada una de éstas hay una separación marcada de propósito para significar que después de recorrer los distintos círculos en sucesivas transmigraciones, tiene el alma un periodo de reposo o nirvana temporal en que âtmâ olvida los pasados sufrimientos. El espacio entre los círculos simboliza el éter y aparece poblado de seres extraños, de los cuales los que están entre el éter y la tierra son los de “naturaleza intermedia” o espíritus elementales o elementarios, como los cabalistas los llaman algunas veces. Dejamos a la sagacidad de los arqueólogos la dilucidación de si esta pintura es copia o es el mismo original debido al pincel de Berosio, sacerdote del templo de Belo, en Babilonia; pero advertiremos que los seres figurados en ella son precisamente los mismos que Berosio describe por boca de Oannes, el hombre–pez caldeo, diciendo que son horribles criaturas engendradas por la luz astral y la materia grosera. Hasta ahora los paleólogos desdeñaron el estudio de las ruinas arquitectónicas correspondientes a las razas primitivas y hasta hace muy poco tiempo no les llamaron la atención las cuevas de Ajunta que se abren en las montañas de Chandor, a doscientas millas de Bombay, y las ruinas de la ciudad de Aurungabad, cuyos derruidos palacios y curiosos sepulcros fueron durante muchos siglos guarida de fieras. (El periódico Observer describió recientemente bastante al pormenor estas notables ruinas, antiquísimas predecesoras de Herculano y Pompeya, lamentando de paso que las autoridades locales se hayan satisfecho con “instalar una posada para abrigo y seguridad del viajero”. Dice así la descripción inserta en el citado periódico: “En un profundo valle que se extiende al pie de la montaña hay un grupo de maravillosas cavernas que sirvieron de templos. Ya se han explorado veintisiete de estas cuevas, pero hay motivos para presumir que su número sea mucho mayor. No cabe imaginar el fatigoso esfuerzo que supone la excavación de estos templos en la roca viva, en una extensión lineal de 500 pies, con artísticas esculturas que denotan el exquisito gusto y rara habilidad de los artífices indos. Pero si admirables son los decorados exteriores, les aventajan los interiores, y no obstante el inevitable deterioro causado en esculturas y pinturas por la mano del tiempo, todavía conservan los colores su brillo y frescura en animadas y festivas escenas pictóricas, así como no han perdido su delineación las figuras talladas en la roca, que representan comitivas nupciales y escenas de la vida doméstica, sin que ni pinturas ni esculturas estén afeadas por la más leve obscenidad ni grosería tan frecuentes en las alegorías induistas, antes al contrario, las figuras de mujer son por su hermosura, delicadeza y perfección artística émulas del cincel helénico. A estos templos se les atribuye origen budista y los están visitando buen número de arqueólogos que se ocupan en descifrar los jeroglíficos grabados en las paredes y computar la antigüedad de las excavaciones. No muy lejos de aquel paraje se encuentran las ruinas de Aurungabad, famosa ciudad murada cuyos derruidos palacios revelan todavía la solidez y magnificencia de su fábrica y de los restos de las murallas se colige que eran tan firmes y estables como roca. Cerca de las ruinas de Aurungabad se ven también restos de templos tallados en la peña, muchos de ellos rodeados de vallas con estatuas y columnas, siendo muy común la figura del elefante a la entrada del templo en actitud de centinela. Abiertas en la roca hay miles de primorosas hornacinas con sendas imágenes de florido estilo escultórico, pero desgraciadamente mutiladas por los mahometanos con el deliberado propósito de estorbar la devoción de los indos que en modo alguno se prosternarían ante una imagen estropeada. Esta profanación despertó en los indígenas vehemente y hereditaria animosidad contra los musulmanes, que no han logrado desvanecer los siglos. Asimismo, se encuentran en aquella comarca otras ruinas de ciudades cuyos despedazados palacios sirven de madriguera a las alimañas, y muchos trozos de la vía férrea están construidos con materiales tomados de estas ruinas, mientras que hay enormes piedras asentadas desde hace miles de años en el mismo paraje, donde permanecerán de seguro otros tantos. Así los templos tallados en la roca como las mutiladas estatuas denotan arte no igualado por los modernos indígenas y justifican la feliz expresión de un escritor al decir que los indos antiguos edificaban como cíclopes y pulían como orfebres. Evidentemente estas colinas estaban hace siglos animadas por numerosos gentíos; pero ahora están desoladas é incultas sin más compañía que las fieras, y constituyen por lo tanto excelente cazadero para los ingleses cuya afición a la caza les mueve a preferir que tan monumentales ruinas sigan en el mismo estado”. Hasta aquí la información del Observer. Por nuestra parte deseamos vehementemente que no continúen las cosas de este modo, pues bastantes actos de vandalismo se cometieron en otras épocas para no consentir en nombre de la arqueología y de la filología que acaben de perderse los preciosos y graníticos documentos históricos en cuya conservación están interesados moralmente los exploradores científicos de nuestro siglo). Dice la cábala: “Cierra la puerta a la faz del demonio y echará a correr huyendo de tí, como si le persiguieses”. Esto significa que no debemos consentir la influencia de los espíritus de obsesión, atrayéndolos a una atmósfera siniestra. (el poder del pensamiento…) Estos espíritus obsesionantes procuran infundirse en los cuerpos de los mentecatos e idiotas, donde permanecen hasta que los desaloja una voluntad pura y potente. Jesús, Apolonio y algunos apóstoles tuvieron la virtud de expulsar los espíritus malignos, purificando la atmósfera interna y externa del poseído, de suerte que el molesto huésped se veía precisado a salir de allí. Ciertas sales volátiles les son muy nocivas, como lo demostró experimentalmente el electricista londinense Varley colocándolas en un plato puesto debajo de la cama para librarse de las molestias que por la noche le asaltaban. Los cabalistas antiguos opinaban que las larvas o elementales humanos tienen probabilidad de reencarnación en el caso de que, por un impulso de arrepentimiento bastante poderoso, se liberten de la pesadumbre de sus culpas con auxilio de alguna voluntad compasiva que le infunda sentimientos de contrición. Pero cuando la mónada pierde por completo su conciencia ha de recomenzar la evolución terrestre y seguir paso a paso las etapas de los reinos inferiores hasta renacer en el humano. No es posible computar el tiempo necesario para que se cumpla este proceso, porque la eternidad desvanece toda noción de tiempo. Algunos cabalistas y otros tantos astrólogos admitieron la doctrina de la reencarnación. Por lo que a los últimos se refiere observaron que la posición de los astros, al nacer ciertos personajes históricos, se correspondía perfectamente con los oráculos y vaticinios relativos a otros personajes nacidos en épocas anteriores. Aparte de estas observaciones astrológicas, corroboró la exactitud de esta correspondencia, por algunos atribuida a curiosas coincidencias, el “sagrado sueño” del neófito durante el cual se obtenía el oráculo, cuya trascendencia es tanta que aún muchos de cuantos conocen esta temerosa verdad, prefieren no hablar ni siquiera de ella, lo mismo que si la ignorasen. En la India llaman a esta sublime letargia “el sagrado sueño de ***” y resulta de provocar la suspensión de la vida fisiológica por medio de ciertos procedimientos mágicos en que sirve de instrumento la bebida del soma. El cuerpo del letárgico permanece durante algunos días como muerto y por virtud del adepto queda purificado de sus vicios e imperfecciones terrenas y en disposición de ser el temporal sagrario del inmortal y radiante augeoides. En esta situación el aletargado cuerpo refleja la gloria de las esferas superiores como los rayos del sol un espejo pulimentado. El letárgico pierde la noción del tiempo y al despertar se figura que tan sólo ha estado dormido breves instantes. jamás sabrá qué han pronunciado sus labios, pero como los abrió el espíritu, no pudo salir de ellos más que la verdad divina. Durante algunos momentos el inerte cuerpo se convertirá en infalible oráculo de la sagrada Presencia, como jamás lo fueron las asfixiadas pitonisas de Delfos; y así como éstas exhibían públicamente su frenesí mántico, del sagrado sueño son tan sólo testigos los pocos adeptos dignos de permanecer en la manifestada presencia de ADONAI. A este caso podemos aplicar la descripción que hace Isaías de cómo ha de purificarse un profeta antes de ser heraldo del cielo. Dice en su metafórico lenguaje: “Entonces voló hacia mí un serafín con un ascua que había tomado del altar y la puso en mi boca y dijo: He aquí que al tocar esto en tus labios se han borrado tus iniquidades”. (Al tratar del mágico poder del espíritu humano, dice Paracelso: “Es posible que mi espíritu, sin arma alguna, tan sólo por medio de la fuerza de voluntad, hiera y aun mate a una persona. También cabe condensar en imagen el espíritu del adversario y herirle en ella, pues ya sabemos que la concentración de la voluntad es de suma importancia en medicina. Todo pensamiento del hombre pasa a través del corazón, que es el sol del microcosmos, de donde trasciende al mundo superior del éter universal, porque el pensamiento humano es un principio material. (Así lo han corroborado en nuestros días Babbage y Jevons). EI pensamiento es, por lo tanto, un medio para alcanzar un fin; la magia es sabiduría oculta, y la razón es una insensatez colectiva. No hay escudo eficaz contra la magia que ataca al interno espíritu de vida. – Paracelso: Obras, Ed. Estrasburgo, 1603.) Hace siglos puso Lucrecio en boca de Enio los versos siguientes: Bis duo sunt hominis, manes, caro, spiritus umbra; Quatuor ista loci bis duo suscipirent; Terra tegit camem; – tumulum circumvolat umbra, Orcus habet manes. Sin embargo, no faltan ejemplos históricos en demostración de que los elementarios se intimidan a la vista de un arma cortante. No nos detendremos a explicar la razón de este fenómeno, por ser incumbencia de la fisiología y la psicología, aunque desgraciadamente los fisiólogos, desesperanzados de descubrir la relación entre el pensamiento y el lenguaje, dejaron el problema en manos de los psicólogos que, según Fournié, tampoco lo han resuelto por más que lo presuman. Cuando los científicos se ven incapaces de explicar un fenómeno, lo arrinconan en la estantería, después de ponerle marbete con retumbante nombre griego del todo ajeno a la verdadera naturaleza del fenómeno. Le decía el sabio Mufti a su hijo, que se atragantaba con una cabeza de pescado: “¡Ay, hijo mío! ¿Cuándo te convencerás de que tu estómago es más chico que el océano?” o como dice Catalina Crowe: “¿Cuándo se convencerán los científicos de que su talento no sirve de medida a los designios del Omnipotente?” En este particular es más sencilla tarea citar no los autores antiguos que refieren, sino los que no refieren casos de índole aparentemente sobrenatural. En la Odisea evoca Ulises el espíritu de su amigo el adivino Tiresias para celebrar la fiesta de la sangre, y con la desnuda espada ahuyenta a la multitud de espectros que acudían atraídos por el sacrificio. Su mismo amigo Tiresias no se atreve a acercarse mientras Ulises blande la cortante arma. En la Eneida se dispone Eneas a bajar al reino de las sombras, y tan luego como toca en los umbrales, la sibila que le guía le ordena desenvainar la espada para abrirse paso a través de la compacta muchedumbre de espectros que a la entrada se agolpan. Glanvil relata maravillosamente el caso del tamborilero de Tedworth ocurrido en 1661. El doble del brujo tamborilero se amedrentaba de mala manera a la vista de una espada. Cambiemos de asunto. Ya explicamos el significado del axioma cabalístico: “la piedra se convierte en planta, la planta en bruto y el bruto en hombre”, con respecto a las evoluciones física y espiritual de la humanidad terrestre. Añadiremos ahora algo más para esclarecer el concepto. Según algunos fisiólogos, la forma primitiva del embrión humano es la de una simiente, un óvulo, una molécula, y si pudiéramos examinarlo con el microscopio, veríamos, a juzgar por analogía, que está compuesto de un núcleo de materia inorgánica depositado por la circulación en la materia organizada del germen ovárico. En resumen, el núcleo del embrión está constituido por los mismos elementos que un mineral, es decir, de la tierra donde ha de habitar el hombre. Los cabalistas se apoyan en la autoridad de Moisés para decir que la producción de todo ser viviente necesita del agua y de la tierra, lo cual viene a corroborar la forma mineral que originariamente asume el embrión humano. Al cabo de tres o cuatro semanas toma configuración vegetal, redondeado por un extremo y puntiagudo por el otro, a manera de raíz fusiforme, con finísimas capas superpuestas cuyo hueco interior llena un líquido. Las capas se aproximan convergentemente por el extremo inferior, y el embrión pende del filamento, como el fruto del pedúnculo. La piedra se ha convertido en planta por ley de metempsícosis. Después aparecen miembros y facciones. Los ojos son dos puntillos negros; las orejas, la nariz y la boca son depresiones parecidas a las de la piña, que más tarde se realzan, y en conjunto ofrece la forma branquial del renacuajo que respira en el agua. Sucesivamente va tomando el feto características humanas, hasta que se mueve impelido por el inmortal aliento que invade todo su ser. Las energías vitales le abren el camino y por fin le lanzan al mundo a punto que la esencia divina se infunde en la nueva forma humana donde ha de residir hasta que la muerte le separe de ella. Los cabalistas llaman “ciclo individual de evolución” el misterioso proceso nonimensual del embarazo. Así como el feto se desenvuelve en el seno del líquido amniótico, en la matriz femenina, así también la tierra germinó en el seno del éter, en la matriz del universo. Los gigantescos astros, al igual que sus pigmeos moradores, son primitivamente núcleos que, transformados en óvulos, poco a poco crecen y maduran hasta engendrar formas minerales, vegetales, animales y humanas. El sublime pensamiento de los cabalistas simboliza la evolución cósmica en infinidad de círculos concéntricos que, desde el centro, dilatan sus radios hacia lo infinito. El embrión se desenvuelve en el útero; el individuo en la familia; la familia en la nación; la nación en la humanidad; la humanidad en la tierra; la tierra en el sistema planetario; el sistema planetario en el Cosmos; el Cosmos en el Kosmos; y el Kosmos en la Causa primera, ¡limitada, infinita, incognoscible. Tal es la teoría cabalística de la evolución resumida en el siguiente aforismo: Todos los seres son parte de un todo admirable cuyo cuerpo es la naturaleza y cuya alma es Dios. Innumerables mundos descansan en su seno como niños en el regazo materno. Porque si científicos de la valía de Tyndall se confiesan incapaces de salvar el abismo que en el hombre separa la inteligencia de la materia y de medir la potencia de la imaginación, mucho más misteriosa ha de ser la actuación cerebral de un bruto sin palabra. Por lo tanto, podemos preguntar: “¿El éter universal a que los cabalistas llamaron luz astral, es o no es idéntico a la electricidad y, por consiguiente, al magnetismo?” La respuesta ha de ser afirmativa porque las mismas ciencia experimentales nos enseñan que la electricidad está diluida en el espacio y en determinadas condiciones se transmuta en magnetismo y recíprocamente. Presupuesta esta verdad, examinemos ahora los efectos de la energía eléctrica en sí misma y respecto de los objetos de actuación, así como también las circunstancias que acompañan a estos efectos, y veremos: 1.º Que en favorables condiciones la electricidad, latente por doquiera, se actualiza unas veces bajo el aspecto eléctrico y otras bajo el magnético. 2.º Que unas substancias atraen y otras repelen la electricidad, según sean o no afines a este agente. 3.º Que la atracción eléctrica es directamente proporcional a la conductibilidad de la materia. 4.º Que la energía eléctrica altera en ciertos casos la disposición molecular de los cuerpos orgánicos o inorgánicos en que actúa, disgregándolos unas veces o restableciéndolos si están perturbados (como en los casos de electroterapia). También puede ser pasajera la perturbación producida por el agente eléctrico y dejar fotografiada en el objeto la imagen de otro en que previamente actuara. Apliquemos ahora estas proposiciones al caso que vamos examinando. Según reconoce la patología tocológica, la mujer se halla durante el embarazo en estado sumamente emocionable, con las facultades mentales algo débiles, y por lo que toca al orden físico la transpiración cutánea difiere de la normal y pone a la embarazada en condiciones a propósito para recibir las influencias exteriores. Los discípulos de Reichenbach afirman que en tal estado es la mujer intensamente ódica, y Du Potet recomienda que no se la someta a experiencias hipnóticas. Las dolencias que aquejan a la embarazada afectan también al feto, y la misma influencia se advierte en lo tocante a las emociones, ya placenteras, ya dolorosas, que repercuten en el temperamento y complexión del futuro vástago. Por eso se dice con acierto que los hombres insignes tuvieron por madre a mujeres también insignes; y el mismo Magendie, no obstante negarlo en otro pasaje de su obra, confiesa que “la imaginación de la madre tiene cierta influencia sobre el feto y que el terror súbito puede ocasionar el aborto o retardar el proceso de la gestación”. Las imágenes mentales de la madre se transmiten al feto análogamente a las impresiones fotográficas producidas por la chispa eléctrica. Como quiera que la transpiración cutánea de la embarazada es muy activa, el fluido magnético sale por los poros de la piel y se transmuta en electricidad, cuya corriente forma circuito con la electricidad etérea que, según admiten Jevons, Babbage y los autores de El Universo invisible, es la materia plasmante de toda forma e imagen mental. Las corrientes magnéticas de la madre atraen la electricidad etérea en que se ha plasmado instantáneamente la imagen del objeto que impresionó la mente de la madre, y como dicha corriente eléctrica, con la respectiva forma mental, penetra por los poros del cuerpo de la embarazada para cerrar el circuito, resulta afectado por ella el feto, según la misma ley que rige en las emociones y sensaciones. Esta enseñanza cabalística es más científica y racional que la hipótesis teratológica de Geoffroi St. Hilaire calificada por Magendie de “cómoda y fácil por su misma vaguedad y confusión, pues pretende nada menos que fundar una nueva ciencia basada en leyes tan hipotéticas como la de la suspensión y retardo, la de la posición similar y excéntrica y especialmente de la que llama de los congéneres”. Los materialistas confunden la imaginación con la fantasía; pero los psicólogos afirman que es la potencia creadora y plasmante del espíritu189. Pitágoras la define diciendo que es el recuerdo de precedentes estados espirituales, mentales y físicos, mientras que considera la fantasía como el desordenado funcionamiento del cerebro físico. Desde cualquier punto de vista que examinemos el asunto, nos encontramos con el concepto que de la materia tuvieron los antiguos, quienes la consideraron fecundada por la ideación o imaginación eterna, que trazó en abstracto el modelo de las formas concretas. De no admitir esta enseñanza, resulta absurda la hipótesis de que el cosmos se fuera desenvolviendo gradualmente del caos, porque no cabe inferir en buen sentido, que la materia animada por la fuerza y dirigida por la inteligencia formara sin plan preconcebido un cosmos de tan admirable armonía. Si el alma humana es verdaderamente una emanación del alma universal, una partícula infinitesimal del primario principio creador, debe tener inherentes en mayor o menor grado los atributos del poder demiúrgico. Así como el Creador plasmó en formas concretas y objetivas la inactiva materia cósmica, también le cabe el mismo poder creativo al hombre que tenga conciencia de él. De la propia suerte que Fidias plasmó en la húmeda arcilla la sublime idea forjada por su facultad creadora, así también la madre consciente de su poder es capaz de modelar según su pensamiento y su voluntad el fruto de su vientre. Pero el escultor plasma una figura inanimada, aunque hermosamente artística, de materia inorgánica, mientras que la madre proyecta vigorosamente en la luz astral la imagen del objeto cuya sensación recibe y la refleja fotográficamente sobre el feto. Admite la ciencia con arreglo a la ley de gravitación que cualquier trastorno sobrevenido en el centro de la tierra repercutiría en todo el universo, y lo mismo cabe suponer respecto de las vibraciones moleculares que acompañan al pensamiento… La energía se transmite por medio del éter en cuya masa quedan fotografiadas las escenas de cuanto sucede en el universo, y en esta reproducción se consume gran parte de dicha energía… Ni con el más potente microscopio es posible advertir la más leve diferencia entre la célula ovárica de un cuadrúpedo y la del hombre… La ciencia no conoce todavía la naturaleza esencial del óvulo humano ni echa de ver en él características que lo distingan de los demás óvulos, y sin pecar de pesimista presumo que nada se sabrá jamás de cierto sobre ello, pues hasta el día en que nuevos métodos de investigación le permitan descubrir la secreta intimidad entre la energía y la materia, no conocerá la ciencia la vida ni será capaz de producirla. Si Fournié leyera la conferencia del P. Félix podría responder amén al doble epifonema de ¡misterio!, ¡misterio!, con que el conferenciante epilogaba sus razonamientos. Según Demócrito, el alma está compuesta de átomos, y Plutarco dice al tratar de este asunto: Hay infinito número de substancias indivisibles, imperturbadas, homogéneas, sin diferencias ni cualidades, que, diseminadas por el espacio, se atraen recíprocamente y se unen, combinan y forman agua, fuego, una planta o un hombre. Estas substancias son los átomos, así llamados porque no pueden dividirse ni cambiarse ni alterarse. Pero nosotros no podemos lograr que el color sea incoloro ni convertir en substancia anímica lo que no tiene alma ni cualidad. Mas no cabe esperar que los científicos entresaquen estos hechos de la ciencia oculta, puesto que no creen en ella; sin embargo, el porvenir esclarecerá esta verdad. Aristóteles estableció el método inductivo; pero mientras los científicos del día no lo complementen con el deductivo de Platón incurrirán en errores todavía más graves que los del maestro de Alejandro. Los universales de la escuela platónica son materia de fe tan solo mientras la razón no los demuestre y la experiencia no los confirme; ¿pero qué filósofo moderno podría probar por el método inductivo que los antiguos no sabían demostrar los universales a causa de sus conocimientos esotéricos? Las negaciones sin pruebas de los modernos evidencian que no siempre siguen el método inductivo del que tanto se ufanan; y como quieras que no han de basar sus hipótesis en las enseñanzas de la antigüedad, sus modernos descubrimientos son brotes nacidos de la simiente sembrada por los filósofos de aquellas épocas, y aun así resultan incompletos si no abortados, pues mientras la causa permanece envuelta en la obscuridad, nadie puede prever sus últimos efectos. Sobre este particular dice Youmans: “No debemos desdeñar las teorías antiguas como si fuesen desacreditados y risibles errores, ni tampoco admitir como definitivas las teorías modernas. El vivo y siempre creciente cuerpo de la verdad ha cubierto bajo los pliegues de un manto sus viejos tegumentos para proseguir el camino hacia un más alto y vigoroso estado”. Estas consideraciones, aplicadas a la química moderna por uno de los más conspicuos científicos del día pueden extenderse a las demás ciencias en prueba de la transición porque todas ellas atraviesan. Hubo autores antiguos, como Demócrito, Aristóteles, Eurípides, Epicuro, Lucrecio, Esquilo y otros a quienes los materialistas de hoy consideran adversarios de la escuela platónica, que fueron tan sólo especuladores teóricos, pero no adeptos, porque éstos habían de escribir en lenguaje tan sólo entendido de los iniciados, so pena de ver sus obras quemadas por manos de las turbas. ¿Quién de sus modernos detractores puede vanagloriarse de saber lo que ellos sabían? El emperador Diocleciano quemó bibliotecas enteras de obras ocultistas y alquímicas, sin dejar ni un solo manuscrito de los que trataban del arte de hacer oro y plata. La cultura de las épocas antiguas, según nos dan a entender las investigaciones de Champollión, había cobrado tanto esplendor, que Athothi, segundo monarca de la primera dinastía, escribió un tratado de anatomía, y el rey Neko otros dos de astronomía y astrología. Antes de Moisés florecieron los eruditos geógrafos Blantaso y Cincro, y según dice Eliano, perduró por muchos siglos la fama del egipcio Iaco, cuyos descubrimientos en medicina causaron general asombro, pues logró cortar varias enfermedades epidémicas por medio de fumigaciones desinfectantes. Teófilo, patriarca de Antioquía, menciona la obra titulada: Libro divino en que su autor Apolónides, llamado por sobrenombre Orapios, expone la biografía esotérica y el origen de los dioses de Egipto; y Amiano Marcelino alude a una obra ocultista en que se declaraba la edad exacta del buey Apis, o sea la clave numérica del cómputo cíclico y otros misterios. ¿Quién fuera capaz de presumir los tesoros de sabiduría que guardaban tantos y tan valiosos libros? Sólo sabemos con seguridad que los paganos por una parte y los cristianos por otra destruían todo libro de esta clase que daba en sus manos; y el emperador Alejandro Severo anduvo por Egipto saqueando los templos en busca de libros místicos y mitológicos. A pesar de la antigüedad del pueblo egipcio en el estudio de las ciencias y en el ejercicio de las artes, todavía les aventajaron un tiempo los etíopes, que antes de pasar a África florecieron en la India desde muy primitivos tiempos. Se sabe también que Platón aprendió en Egipto muchos secretos no revelados jamás en sus obras, pero transmitidos oralmente a sus discípulos, entre los que se contaba Aristóteles, cuyos tratados deben lo bueno que tienen, según opina Champollión, a las, enseñanzas de su divino maestro. Los secretos de escuela pasaron de una a otra generación de adeptos, de modo que éstos sabían seguramente mucho más que los científicos modernos acerca de las fuerzas ocultas de la naturaleza. También podemos mencionar las obras de Hermes Trismegisto, que nadie ha tenido oportunidad de leer tal como se conservaban en los santuarios egipcios. Jámblico atribuye a Hermes 1.100 obras, y Seleuco acrecienta este guarismo hasta 20.000, escritas antes de la época de Menes. Por su parte, dice Eusebio que en su tiempo quedaban todavía cuarenta y dos tratados de Hermes con seis libros de medicina, de los que el sexto exponía las reglas de este arte según se practicaba en remotísimas edades. Diodoro dice que Mnevis, el primer legislador de pueblos y tercer sucesor de Menes, recibió estos tratados de mano de Hermes. La mayor parte de los manuscritos que han llegado hasta nosotros son copias de traducciones latinas de otras traducciones griegas que los neoplatónicos hicieron de los originales conservados por algunos adeptos. Marcilio Ficino publicó el año 1488, en Venecia, un extracto de estas copias con omisión de todo cuanto hubiera sido arriesgado dar a luz en aquella época de intolerancia inquisitorial. Y así tenemos hoy que cuando un cabalista que ha dedicado toda su vida al estudio del ocultismo y descubierto el hondo arcano, se aventura a declarar que únicamente la cábala da el conocimiento de lo Absoluto en el Infinito y lo Indefinido en lo Finito, se mofan de él cuantos convencidos de que en matemáticas es problema insoluble la cuadratura del círculo, creen que la misma imposibilidad debe oponerse a la solución metafísica. Cuando afirman que sólo puede aniquilarse una fuerza por la misma causa que la engendró, reconocen implícitamente la existencia de esta causa y, por lo tanto, no tienen derecho alguno a entorpecer el camino de quienes, más intrépidos, prosiguen adelante para descubrir lo que sólo puede verse al levantar el VELO DE ISIS. Pero entre las ramas de la ciencia tal vez haya alguna en pleno florecimiento, dirán los científicos. Ya nos parece oír aplausos fragorosos como rumor de aguas caudales con motivo del descubrimiento del protoplasma por Huxley, quien dice a este propósito: “En rigor, la investigación química nada o muy poco puede decirnos acerca de la composición de la materia viva, pues tampoco sabemos nada tocante a la constitución íntima de la materia”. Verdaderamente es esta muy triste confesión y no parece sino que el método aristotélico fracase en algunas ocasiones, y así se explica que el famoso filósofo, no obstante su exquisita inducción, enseñara el sistema geocéntrico, mientras que Platón, a pesar de las fantasías pitagóricas que sus detractores le echan en cara y de valerse del método deductivo, estaba perfectamente versado en el sistema heliocéntrico, aunque no lo enseñara en público por impedírselo el voto sodaliano de sigilo que guardaba todo iniciado en los misterios. Si los científicos se contrajeran a desdeñar únicamente los nuevos descubrimientos podría disculparles su temperamento conservador favorecido por el hábito; pero no sólo se arrogan una originalidad no corroborada por los hechos, sino que menosprecian todo argumento aducido en demostración de que los antiguos sabían tanto o más que ellos. En el testero de sus gabinetes debieran estar grabadas estas sentencias: No hay cosa nueva debajo del sol, ni puede decir alguno: Ved aquí, esta cosa es nueva; porque ya precedió en los siglos que fueron antes de nosotros. No hay memoria de las primeras cosas. (Dice Champollión que el sueño de Platón era escribir una obra en que exponer las enseñanzas aprendidas de los hierofantes egipcios, pero reprimía su deseo por respeto al solemne juramento). Podrá engreírse Meldrum de sus observaciones meteorológicas sobre los ciclones en la isla Mauricio; podrá tratar Baxendell, con sólido conocimiento, de las corrientes telúricas; podrán Carpenter y Maury diseñar el mapa de la corriente ecuatorial, y señalarnos Henry el ciclo del vapor acuoso que del río va al mar y del mar vuelve de nuevo a la montaña; pero escuchen lo que dice el rey sabio: El viento gira por el Mediodía y se revuelve hacia el Aquilón; andando alrededor en cerco por todas artes, vuelve a sus rodeos. Todos los ríos entran en el mar, y el mar no rebosa. Al lugar de donde salen tornan los ríos para correr de nuevo. Ajenos como están a la observación de los fenómenos que ocurren en la más importante mitad del universo, los modernos científicos son incapaces de trazar un sistema filosófico en concordancia con dichos hechos. Son como los mineros que trabajan durante el día en las entrañas de la tierra y no pueden apreciar la gloria y belleza de la luz solar. La vida terrena es para ellos el límite de la actividad humana y el porvenir abre ante su percepción intelectual un tenebroso abismo. No tienen esperanza en otra vida que con los goces del éxito mitigue las asperezas de la presente, y como única recompensa de sus afanes les satisface el pan cotidiano y la ilusión de perpetuar su nombre más allá de la tumba. Es para ellos la muerte la extinción de la llama vital cuya lámpara se esparce en fragmentos por el espacio sin límites. El ilustre químico Berzelius, exclamaba en su última hora: “No os maraville mi llanto ni me juzguéis débil ni creáis que me asuste la muerte. Estoy dispuesto a todo, pero me aflijo al despedirme de la ciencia”. Verdaderamente debe apenar a cuantos como Berzelius estudian con ahínco la naturaleza, verse sorprendidos por la muerte cuando están engolfados en la ideación de un nuevo sistema o a punto de esclarecer algún misterio que durante siglos burló las investigaciones de los sabios. La famosa Atlántida de Platón es una “noble mentira” a juicio de su moderno traductor y comentador Jowett, no obstante de que el insigne filósofo alude en el Timeo a la tradición subsistente en la isla de Poseidonis, cuyos habitantes habían oído hablar a sus antepasados de otra isla de prodigioso tamaño llamada Atlántida. De entre el vulgo de las gentes sumidas en la ignorancia medioeval sobresalieron tan sólo unos cuantos estudiantes a quienes la antigua filosofía hermética permitió columbrar descubrimientos cuya gloria se atribuye nuestra época, mientras que los científicos de entonces, los antecesores de cuantos hoy ofician de pontifical en el templo de Santa Molécula, creían ver la pezuña de Satanás en los más sencillos fenómenos de la naturaleza. Dice Wilder que el franciscano Rogerio Bacon dedica la primera parte de su obra: Admirable poder del arte y de la naturaleza al estudio de los fenómenos naturales e insinúa el uso de la pólvora como explosivo y el empleo del vapor de agua como fuerza motora, además de pergeñar la prensa hidráulica, la campana de buzos y el calidoscopio. También hablaron los antiguos de aguas convertidas en sangre y de lluvias y nieves sanguinolentas formadas por corpúsculos carmesíes que, según la moderna observación, son fenómenos naturales que han ocurrido en toda época, pero cuya causa no se conoce todavía. Cuando en 1825 tomaron las aguas del lago Morat consistencia y color de sangre, uno de los más conspicuos botánicos de este siglo, el ilustre De Candolle atribuyó el fenómeno a la propagación por miríadas del infusorio Oscellatoria rubescens, cuyo organismo es como el anillo de tránsito del reino vegetal al reino animal. Muchos naturalistas han tratado de estos fenómenos y cada cual les da causa distinta, pues unos los atribuyen al poder de cierta especie de coníferas y otros a nubes de infusorios, sin faltar quien, como Agardt, confiese francamente su ignorancia sobre el particular. Si el unánime testimonio del género humano es prueba de verdad, no puede aducirla mayor la magia en que durante miles de generaciones creyeron todos los pueblos así cultos como salvajes. La magia es para el ignorante una contravención de las leyes naturales; y si deplorable es tal ignorancia en las gentes incultas de toda época, lo es más todavía en las actuales naciones que de tan fervorosas cristianas y de tan exquisitamente cultas se precian. Los misterios de la religión cristiana no son ni más ni menos incomprensibles que los milagros bíblicos, y únicamente la magia en la verdadera acepción de la palabra nos da la clave de los prodigios operados por Moisés y Aarón en presencia y en oposición a los que operaban los magos de la corte faraónica, sin que la virtud de éstos fuese intrínsecamente distinta de la de aquéllos ni que en caso alguno hubiera milagrosa contravención de las leyes de la naturaleza. Entre los muchos fenómenos mágicos que relata el Éxodo, de cuya veracidad no cabe dudar, analizaremos el de la conversión del agua en sangre, según expresa el texto: Toma tu vara y extiende tu mano sobre las aguas de Egipto… para que se conviertan en sangre. Repetidas veces hemos presenciado la operación de este fenómeno, aunque no con la amplitud propia de aguas fluviales. Desde Van Helmont que ya en el siglo XVII conocía el secreto de producir anguilas, ranas e infusorios de varias clases, de que tanto se burlaron sus contemporáneos, hasta los modernos campeones de la generación espontánea, todos admitieron la posibilidad de vivificar gérmenes de vida sin milagro alguno contra la ley natural. Los experimentos de Spallanzani y Pasteur y la controversia entre los panespermistas y los heterogenésicos, discípulos éstos de Buffon, entre ellos Needham, no dejan duda de que hay gérmenes vivificables en determinadas circunstancias de aireación, luz, calor y humedad. Los anales de la Academia de Ciencias de París mencionan diversos casos de lluvias y nieves rojosanguíneas, a cuyas gotas y copos llamaron lepra vestuum y estaban formadas por infusorios. Este fenómeno se observó por primera vez en los años 786 y 959, en que tuvo caracteres de plaga. No se ha podido averiguar todavía si los corpúsculos rojos son de naturaleza vegetal o animal, pero ningún químico moderno negará de seguro la posibilidad de avivarlos con increíble rapidez en apropiadas circunstancias. Por lo tanto, si la química cuenta hoy por una parte con medios para esterilizar el aire y por otra para avivar los gérmenes que en él flotan, lógico es suponer que lo mismo pudiesen hacer los magos con sus llamados encantamientos. Es mucho más racional creer que Moisés, iniciado en los misterios egipcios, según nos dice Manethon, operara fenómenos extraordinarios pero naturales, en virtud de la ciencia aprendida en el país de la chemia, que atribuir a Dios la violación de las leyes reguladoras del universo. Por nuestra parte, repetimos que hemos visto operar a varios adeptos orientales la sanguificación del agua, de dos maneras distintas. En un caso, el experimentador se valía de una varilla intensamente magnetizada que sumergía en una vasija metálica llena de agua, siguiendo un procedimiento secreto cuya revelación nos está vedada. Al cabo de unas diez horas, se formó en la superficie del agua una especie de espuma rojiza, que dos horas después se convirtió en un liquen parecido al Lepraria kermasina de Wrangel, y luego en una gelatina, roja como sangre, que veinticuatro horas más tarde quedó saturada de infusorios. En el segundo caso, el experimentador esparció abundantemente por la superficie de un arroyo de corriente mansa y fondo cenagoso, el polvo de una planta secada primero al sol y después molida. Aunque al parecer la corriente arrastró este polvo vegetal, parte del mismo quedaría sin duda depositado en el fondo, porque a la mañana siguiente apareció el agua cubierta de infinidad de infusorios (Oscellatoria rubescens) que, en opinión de De Candolle, es el anillo de tránsito entre la forma vegetal y la animal. Esto supuesto, no hay razón para negar a los químicos y físicos de la época mosaica, el conocimiento y la facultad de vivificar en pocas horas miríadas de esos gérmenes que esporádicamente flotan en el aire, en el agua y en los tejidos orgánicos. La vara en manos de Moisés y Aarón tenía tanta virtud como en la de los medioevales magos cabalistas a quienes se vitupera hoy de locos, supersticiosos y charlatanes. La vara o tridente cabalístico de Paracelso y las famosas varas mágicas de Alberto el Magno, Rogerio Bacon y Enrique Kunrath, no merecen mayor ridículo que la varilla graduadora de los modernos electroterapas. Cuanto necios y sabios del pasado siglo diputaron por imposible y absurdo, va tomando en nuestros tiempos visos de posibilidad y aun en algunos casos de innegable evidencia. Eusebio nos ha conservado un fragmento de la Carta a Anebo, de Porfirio, en que éste llama a Cheremón “hierogramático” para demostrar que las operaciones mágicas cuyos adeptos eran capaces de “infundir pavor en los dioses” estaban patrocinadas por los sabios egipcios. Ahora bien, según la regla de comprobación histórica expuesta por HuxIey en su discurso de Nashville, inferimos de todo ello dos incontrovertibles conclusiones: 1ª Que Porfirio era incapaz de mentir, pues gozaba fama de hombre veracísimo y honrado; 2ª Que su erudición en todas las ramas del humano saber, le ponía a salvo de todo engaño y más particularmente en lo relativo a las artes mágicas. Por lo tanto, la misma regla de criterio de HuxIey nos induce a creer en la realidad de las artes mágicas que profesaron los magos y sacerdotes egipcios. (EI mismo David Brewster confiesa que los sacerdotes egipcios fueron varones de profunda ciencia.) H.P. Blavatsky, Isis sin velo Tomo II Vuestra en la Santa Ciencia Ana Suero Sanz. - Artículo*: Filosofía Oculta - Más info en psico@mijasnatural.com / 607725547 MENADEL Psicología Clínica y Transpersonal Tradicional (Pneumatología) en Mijas y Fuengirola, MIJAS NATURAL *No suscribimos necesariamente las opiniones o artículos aquí enlazados
 

- Enlace a artículo -

Más info en psico@mijasnatural.com / 607725547 MENADEL Psicología Clínica y Transpersonal Tradicional (Pneumatología) en Mijas y Fuengirola, MIJAS NATURAL.

(No suscribimos necesariamente las opiniones o artículos aquí presentados)

No hay comentarios:

Publicar un comentario