Cuando uno recibe esa gracia a la que solemos llamar metanoia sólo resta salir en busca del renacimiento, de una iniciación que implica superar el ego por medio de una escenificación ritual en la que es preciso nacer y morir, ser enterrado con mortaja y ahogarse bajo el peso del agua… Para resucitar, por medio del Hierofante, recibiendo otro nombre de sus labios. La palabra «mística» proviene del término «misterio» que, en su etimología griega (mystikós), se deriva del silencio y lo «secreto»; y, más concretamente, alude a algo oclusivo, incluso clausurado del todo: una boca cerrada.
La creencia en un secreto místico presupone la existencia de una o varias entidades semidivinas que han reservado una gnosis para un pequeño grupo: sabiduría limitada, cuyo acceso debe ser ganado por aquel que quiera penetrar en ella (kénosis)… Una revelación espiritual, pues el que está vivo avanza ya al encuentro de la muerte… Eje vertical que irrumpe en la horizontalidad mediocre de la vida; soplo divino del que emana el polvo humano; escala (o escalera) para ser ascendida; y clave (o llave) que nos despierta a la existencia auténtica… La iniciación está íntimamente relacionada con las religiones, sociedades secretas y demás variedades de cultos mistéricos acogidos en comunidad; y con la trascendencia de lo mundano, con el secreto del origen, se revela el logos que dio inicio a la vida, remitiendo al más profundo Misterio.
Las simas, cuevas y grutas, esos nombres femeninos que aluden a lo que se hincha, eran lugares reservados para la magia: espacios de escucha, templos de resonancia y silencio… Y de contemplación del cosmos, dado que allí se representaban íconos animistas (de ánima: el alma) donde acontecía el primer sacrificio: la cacería salvaje. Eran santuarios de liturgia para mejor propiciar un regreso desnudo, despojado, al útero de la Gran Madre. Habitáculos en honor de la Piedra Lunar y la Diosa Blanca donde lo limitado imagina lo ilimitado, soñando con lo invisible. En ellas nace la religión (de religāre: religar), como puente y mediación entre lo divino y lo humano. Y donde no se ignora que el Misterio de la vida es tan insondable como el Misterio de la muerte: ambos son escisiones simétricas de un mismo símbolo extraviado.
Desde una perspectiva iniciática de la existencia, todo cuanto nos ocurre en este mundo no es otra cosa que aquello que se dispone desde el «Otro Lado» para abocarnos así hacia una autotransformación encaminada al Conocimiento del Sí Mismo y de los Mundos Superiores: una catábasis interior tras los pasos de la Sombra, que en realidad es el Ánima, la esposa arquetípica con la que nos uniremos en una boda sagrada de Alquimia. Leamos aquello que dejara escrito el sabio Julius Evola: «La liberación consiste en realizar un estado de unidad con la suprema realidad metafísica. Aquel que, aun teniendo aspiración a ello, no ha sido capaz de realizarlo en vida de hombre, tiene la posibilidad de arribar a ello en el momento de la muerte».
Ninguna forma de meditación es superior a aquella que, vaciando la mente, busca familiarizar la consciencia del iniciado con la muerte. Porque permanecer en estrecho trato con la muerte supone, de alguna forma, hacer tangible (podríamos decir que inmanente) la presencia de la Realidad Metafísica en este mundo. Si dejamos de confundir la libertad con aquello que hoy se nos vende como tal, y que apenas si llega al grado de simple libertinaje, para en su lugar llegar a reconocer que la liberación comienza con el distanciamiento respecto de la propia muerte, entonces es que se habrá alcanzado ese Walhalla del que hablara Arjuna: «Muerto obtendrás el Paraíso, así que lánzate dispuesto a la batalla».
Leamos ahora una cita más larga en la que Wolfram von Eschenbach transcribe una visión donde Parsifal escucha una disertación a propósito del Graal: «Dices que aspiras al Grial. Estúpido. Me apena oír eso. Porque ningún hombre puede ganar el Grial a menos que sea conocido en el Cielo, y a menos que el Grial lo llame por su nombre. Esto es lo que tengo que decirte acerca del Grial. Porque sé que es así y lo he visto por mí mismo. Allí viven sobre una Piedra de la clase más pura que se llama Lapis Exilis. Por el poder de esta piedra, el fénix queda reducido a cenizas, pero las cenizas le devuelven a la vida. Así el fénix muda la pluma y cambia de plumaje, y gracias a la Piedra el hombre también puede renovar sus huesos volver a ser joven. A la Piedra se la denomina también Grial». Un buen iniciado es aquel que jamás desearía serlo.
Y luego continúa el Maestro Treverezent en su monólogo… Que no vamos a transcribir por completo aquí; en su lugar invitamos a leer ese pórtico iniciático escrito por un visionario que es el Parzival (1215). El nombre del iniciado ha sido escrito de antemano, dado que se encuentra grabado en el borde de la Piedra, a la espera de ser leído por el propio sujeto de la autotransformación… O a que lo lea el Hierofante por él tras la transformación del plomo en oro. ¿Y qué es lo que puede llevar a cada uno de nosotros ante ese borde anhelado, ante la presencia de esa Piedra salvífica? Un proceso físico y espiritual de familiaridad con la muerte que se alcanza, en primer y último lugar, a través de la meditación silenciosa. Es la iniciación que tiene lugar en el Walhalla, mucho antes de llegar a entrar en él, para aquel que ya está muerto en vida.
Para alcanzar una visión espiritual que permita atisbar una senda mayor tras ese aparente final que entraña la muerte, se hace necesario despertar una naturaleza dormida, hacer perceptible la visión del Tercer Ojo (o «mirada interior») que se esconde en los chakras: esa serpiente enroscada (o Kundalini hindú) del yoga. El control paulatino sobre los órganos físicos, empleando la inacción más que la acción, supone el primer paso para escindir el alma del cuerpo, esto es, para volver familiar el contacto continuado con la muerte, comenzando a estar muerto en vida. Con ello no se busca la fuga de la inconsciencia, sino una apertura hacia un estadio superior del espíritu, en el que poco a poco los pétalos de esa rosa con la que se representa el Conocimiento vayan abriéndose hasta mostrar su corazón a ojos del iniciado.
Terminemos, una vez más, con una cita del Parzival: «El que busca acrecentar su sabiduría a través de este cuento no debe sorprenderse ante los elementos opuestos que en él aparecen. Aquí debe aprender a huir, allá a perseguir, debe aprender cómo evitar, cuándo culpar y cuándo alabar. Sólo en el que es experto en todas estas posibilidades se confirmará la sabiduría». Tras la pista de lo que en Oriente es Camino (o Tao) y en Occidente es Nada, en ese éxtasis que surge como símbolo de toda poesía que aprende a llevar el lenguaje y a su portador más allá de sí, aparece la posibilidad de conjugar esa misma ausencia conformadora. Para el buscador del Grial, para aquel que busca acceder al Walhalla tras la batalla del Ser con el no-Ser, lo invisible acaba resultando fundamental frente a la tibia impresión dejada por lo superficial. Estamos aspirando, con estas apercepciones, a impulsar un cambio radical de la percepción cognitiva frente a esa fenomenología estéril que se ha dado en llamar: «Realidad».
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