Psicología

Centro MENADEL PSICOLOGÍA Clínica y Tradicional

Psicoterapia Clínica cognitivo-conductual (una revisión vital, herramientas para el cambio y ayuda en la toma de consciencia de los mecanismos de nuestro ego) y Tradicional (una aproximación a la Espiritualidad desde una concepción de la psicología que contempla al ser humano en su visión ternaria Tradicional: cuerpo, alma y Espíritu).

“La psicología tradicional y sagrada da por establecido que la vida es un medio hacia un fin más allá de sí misma, no que haya de ser vivida a toda costa. La psicología tradicional no se basa en la observación; es una ciencia de la experiencia subjetiva. Su verdad no es del tipo susceptible de demostración estadística; es una verdad que solo puede ser verificada por el contemplativo experto. En otras palabras, su verdad solo puede ser verificada por aquellos que adoptan el procedimiento prescrito por sus proponedores, y que se llama una ‘Vía’.” (Ananda K Coomaraswamy)

La Psicoterapia es un proceso de superación que, a través de la observación, análisis, control y transformación del pensamiento y modificación de hábitos de conducta te ayudará a vencer:

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La Psicología no trata únicamente patologías. ¿Qué sentido tiene mi vida?: el Autoconocimiento, el desarrollo interior es una necesidad de interés creciente en una sociedad de prisas, consumo compulsivo, incertidumbre, soledad y vacío. Conocerte a Ti mismo como clave para encontrar la verdadera felicidad.

Estudio de las estructuras subyacentes de Personalidad
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Exploración de la Consciencia

Desde la Psicología Cognitivo-Conductual hasta la Psicología Tradicional, adaptándonos a la naturaleza, necesidades y condiciones de nuestros pacientes desde 1992.

viernes, 11 de abril de 2025

La Calavera de Adán


Requiem…Non nobis

En la mal llamada Edad Media, era de conocimiento popular la leyenda según la cual el lugar de la crucifixión de Nuestro Señor Jesucristo coincidía con el sitio de la sepultura de Adán, o al menos con el lugar donde reposaba su cráneo.

<<Orígenes reporta, como de origen judío, la tradición relativa al sepulcro de Adán en el mismo lugar de la crucifixión de Jesús ( Gólgota o lugar del Cráneo): “ de modo que, como todos mueren en Adán, todos puedan resucitar en Cristo”. Un pequeño ábside al pie del Calvario ( Capilla de Adán) perpetúa este antiquísimo recuerdo de naturaleza simbólica. Eusebio de Cesárea, antes de los trabajos  emprendidos por orden del emperador Constantino admite: “ el lugar del Cráneo, donde Cristo fue crucificado, todavía hoy se muestra en Aelia, al norte del monte Sion”, y esto no obstante que un culto idolátrico ( de la diosa Afrodita/Venus) se había apropiado del lugar desde hacía mucho tiempo. Una cruz de mucho valor, que se perdiera en posteriores saqueos, no tardó  en tomar lugar en la cima del montículo rocoso, considerado por los cristianos el ombligo (omphalos) o centro espiritual del mundo ( Cirilo de Jerusalén , Siglo IV)[1]

[…] Existía la tradición, usual entre los judíos, de que el cráneo de Adan, confiado después por Noe a su hijo Sem y por el ultimo a Melquisedec, fue depositado finalmente en el lugar llamado por esa razón Gólgota. Los talmudistas y los padres de la Iglesia eran conscientes de esta tradición y sobrevive en los cráneos y huesos puestos al pie del crucifijo. Los evangelistas no se oponen a ello, ya que hablan de uno y no de muchos cráneos (Lucas, Marcos, Juan). Es más, en este supuesto, el páramo del Calvario debería haber sido llamado, más correctamente, lugar de cráneos pero los evangelistas nunca lo usaron en plural>>

 De la cita anterior rescatamos varios puntos de interés: la existencia de esta leyenda, conocida en la Edad Media y de origen judío; su difusión entre los Padres de la Iglesia; su representación en crucifijos a lo largo de la cristiandad —aún visible hoy en algunas iglesias, especialmente en aquellas que datan de la época del Imperio Hispano en América—; la relación entre el cráneo de Adán y Melquisedec; el lugar de la crucifixión (el Calvario); y cómo todo esto forma parte de la tradición cristiana.

Resulta entonces evidente la relación etimológica en latín entre las palabras calavera, clava y clavaria o clavario, que se vinculan con la traducción del nombre del monte o promontorio donde Jesús fue crucificado, conocido en hebreo como Gólgota (גולגולת).

De manera resumida, la leyenda sostiene que, en el peñasco del Gólgota, justo debajo del orificio donde fue plantada la Cruz, se encuentra una caverna convertida en capilla, dedicada a Adán. Según esta tradición hebrea —recogida por algunos Padres de la Iglesia como san Ambrosio— en esa gruta fue sepultado el cráneo de Adán, que Noé habría conservado y que su hijo Sem depositó allí, sabiendo que en ese lugar moriría el Mesías. En el momento de la muerte de Cristo, se dice que el peñasco se abrió y que la Sangre divina fluyó desde la Cruz para lavar las faltas del primer hombre y, con ellas, las de toda la humanidad.

Esta narración encierra significados profundos que merecen, al menos, ser señalados, ya que están estrechamente relacionados con la constitución del hombre y el derramamiento de la Gracia a través del sacrificio de la Cruz.

Entre Perennialistas y Cristianos

Al entrar en el siglo XX, con la Iglesia ya sumergida en una crisis marcada por la persistencia del modernismo en su interior, los simbolistas cristianos parecen haber sido silenciados. Además, el simbolismo religioso fue arrastrado hacia una crisis profunda, que en tiempos recientes ha rozado la desaparición. Paradójicamente, esta situación ha dado lugar —para sorpresa de los propios modernistas dentro de la Iglesia— a un renacimiento que, al menos, puede considerarse esperanzador.

Durante esos años, fueron los perennialistas, de la mano de René Guénon, quienes parecían ser los únicos en comentar este tipo de leyendas, aunque lo hicieran desde una perspectiva limitada: la de forzar al cristianismo a encajar dentro de su supuesta Tradición Primordial, de la cual, según ellos, derivarían todas las demás tradiciones religiosas.

En su intento de «perennizar» el cristianismo, Guénon expuso algunas relaciones simbólicas que, si bien interesantes, ya habían sido tratadas con profundidad por los Padres de la Iglesia y por los simbolistas de la cristiandad medieval. Es decir, no ofrecía nada realmente nuevo. Sin embargo, debe reconocerse que su trabajo sirvió para poner nuevamente sobre la mesa este tipo de símbolos y leyendas cristianas, al menos dentro de ciertos círculos, lo que contribuyó a que no fueran completamente olvidadas.

Con esto en mente, resulta interesante citar la relación entre la cabeza de Adán, la crucifixión y el Árbol del Conocimiento, antes de pasar a algunas puntualizaciones necesarias

Cristo de la Salud, Gomelia España

<< por otra parte, se sabe que la cruz misma de Cristo se identifica simbólicamente al  Árbol de la vida, lo que se comprende por lo demás muy fácilmente; pero según una leyenda de la cruz, que tenía curso en la Ead Media, esta habría sido hecha de la madera del árbol de la ciencia.[2]

En otra parte del mismo trabajo comenta <, La figuración del cráneo de Adam al pie de la cruz […] no es más que otra expresión simbólica de la misma relación: en este nuevo papel, el árbol de la ciencia se asimila en cierto modo al árbol de la vida puesto que la dualidad se reintegra efectivamente en la unidad>>

Veamos entonces cómo en estas citas se ponen en evidencia dos cosas: primero, el eco que hace Guénon de las leyendas de la Edad Media, particularmente la del Árbol de la Vida por un lado y la de la cabeza de Adán por otro. Lo que no menciona es que estos temas fueron tratados no solo por los Padres de la Iglesia, sino también por una abundante literatura que circulaba dentro de la cristiandad.

Lo que sí deja en claro es que utiliza estos elementos para exponer su idea gnóstica de la unión de los opuestos —ese Mysterium Coniunctionis que tanto exaltan los gnósticos como supuesto conocimiento liberador. Lo que parecen ignorar, y sospecho que lo hacen deliberadamente, es lo que advierte San Agustín:

«El principio de los lógicos, de que los contrarios no se encuentran en lo mismo, sufre una excepción. El bien puede existir sin el mal, pero el mal no podría existir sin el bien. ¿Qué es el mal en realidad sino la corrupción del bien?»

Ante lo que plantea Guénon, vale preguntarse: ¿estas leyendas cristianas tienen su significado último en la visión gnóstica guenoniana? en este caso la respuesta es No. por otro lado nos preguntamos ¿Existe un sentido más profundo y auténticamente cristiano? A esta última pregunta respondemos afirmativamente.

A continuación, expondremos nuestra posición al respecto, aunque siempre puede consultarse a los Padres de la  iglesia[3] para conocer con mayor claridad cuál es la postura de la Tradición cristiana sobre este asunto.

La constitución del hombre.

Se sabe que en la revelación del Nuevo Testamento y en la sucesiva reflexión de los Padres de la Iglesia, la persona humana es vista como el conjunto de una tríada de elementos llamados cuerpo, alma y espíritu. Esta tríada, que realmente no afecta a la unidad sustancial de la persona, sin embargo, destaca la existencia en el interior del ser humano de tres planos o dominios ontologicos diferentes tanto por naturaleza como por función.

Ya el apóstol Pablo, en la Primera Carta a los Tesalonicenses (5,23), escribe:

El Dios de la paz os santifica enteramente, y que todo vuestro espíritu, y el alma y el cuerpo, sean protegidos irreprensiblemente por la parusía de nuestro Señor Jesucristo.

En la lengua griega utilizada en los primeros textos cristianos, los tres términos son: soma (cuerpo), psyche (alma) y pneuma (espíritu).

Ahora bien, en los últimos tres o cuatro siglos, el ser humano ha venido ignorando cada vez más el aspecto superior de su ser, aquel que se entiende como el espíritu (pneuma en griego, neshamáh en hebreo), y que en las Escrituras se denomina corazón. Recordemos que Cristo lo señala como la dimensión más elevada del hombre, y es precisamente de allí —del corazón— de donde proviene aquello que puede mancharlo o corromperlo << En cambio, lo que sale de la boca procede del corazón, y eso es lo que mancha al hombre>>[4]

Entonces neshama que en latin también puede llamársele como Spiraculum, es lo más profundo que hay en el hombre << Con neshamá tocamos lo más profundo del hombre, lo verdaderamente divino, por gracia, sin duda, pero también por naturaleza>>.[5]

Esbozo Cristo en la Cruz, Villard de Honnecourt S. XIII

Una puntualización aquí no está de más, dado que se han levantado dudas sobre si esto forma parte verdaderamente de la tradición y doctrina católica. La visión dual del hombre, como compuesto de alma y cuerpo, no es errónea. Sin embargo, es solo al profundizar en lo que es el alma que se descubre un doble aspecto.

Sin duda, neshamáh, spiraculum, pneuma o espíritu significan el “aliento de vida”, como puede verse en varios textos, y se distinguen del alma, psyché o ruah, por diversos motivos. Esto demuestra que, entre el espíritu y el alma (o entre ruah y neshamáh), hay una relación de interiorización de un mismo aliento espiritual.

Se trata, en última instancia, de una misma realidad. No obstante, con el término ruah o “alma”, esta realidad se presenta como inmanente al ser humano, uno de sus potenciales (y no necesariamente indicativa de la persona en su totalidad). En cambio, con pneuma, spiraculum o neshamáh, se considera que esa misma realidad penetra y transforma al sujeto humano.

<<Esto significa varias cosas En primer lugar, que a través de la neshamá, el hombre está conectado con Dios, ya que el aliento que penetra al hombre es el propio de Dios. Por otro lado, dado que este aliento viene «de fuera», supone un «dentro» para el hombre que delinea por su misma penetración: es lo que engendra la interioridad humana, porque esta interioridad —un secreto entre Dios y el hombre— es precisamente el punto a través del cual este ser se abre a Dios>>[6].

 Es importante señalar que el spiraculum, espíritu o neshamáh no es en sí misma la interioridad del ser humano, sino más bien la apertura a través de la cual éste recibe su realidad desde el acto creativo de Dios; es la raíz trascendente de nuestra interioridad. Esta interioridad es lo que Cristo y nuestra tradición llaman el corazón.

A partir de lo dicho, es necesario considerar que todos estos significados giran en torno a un mismo eje: el de la apertura. ¿Qué apertura?, podría preguntarse el lector. Es la apertura del corazón, que, siendo ese habitáculo o espacio interior, se presenta en el simbolismo cristiano como un vaso o también como una caverna.

Ahora bien, la apertura, entendida en un sentido activo, es el acto de abrir mediante una penetración íntima. Y al ser íntima, esta acción nos conduce al punto más profundo del ser humano: su corazón.

 <<¿No es este el significado principal de spiraculum y spiramentum, que designan primero la «fosa nasal», antes de designar el aliento que pasa por esta abertura?>>[7]

Esta abertura sería entonces la puerta del ser humano, es decir, el espiráculo de la vida a través del cual aspiramos y respiramos al Ser Divino, la Luz y la Vida eternas. Por el contrario, el hombre, en su estado actual, se encuentra encerrado en su propia naturaleza, como en un caparazón (lo que, en cierta forma, incluye también a la creación; por eso podemos hablar de una creación que está en el exilio).

Más allá de este caparazón, sería del todo lógico afirmar que comienza el océano de la Luz Divina. Así entendían el cosmos nuestros antepasados: más allá del universo visible, cuyo límite simbólico se situaba en el Zodiaco, se extendía la Luz de Dios.

Entonces, Dios perfora un agujero en ese caparazón, y por esa abertura, la Luz Divina irrumpe en el interior del hombre. El hombre, desde dentro, es invadido por Dios. De forma análoga, bajo la hermosa visión del cosmos tripartito que contemplaba la cristiandad medieval, se sabía que las estrellas no eran simplemente cuerpos luminosos fijados en la bóveda celeste, sino aberturas en el firmamento, por las cuales se vislumbran los destellos de la Luz Divina.

<<En la medida en que esta luz proviene de otra parte, es Divina; pero en la medida en que ocupa completamente el lugar del orificio, forma parte de la naturaleza humana. Desde este punto de vista, existe una profunda analogía entre el microcosmos y el macrocosmos, como a veces se representa en la iconografía medieval>>[8]

Para no perder el hilo y volver al tema principal de esta entrada, consideremos que si las esencias inmutables —es decir, los trascendentales, lo que en la jerga moderna se denomina arquetipos— son puertas macrocósmicas hacia lo divino, por fuerza el spiraculum, pneuma o neshamá es la puerta microcósmica. Y esta no es otra que la misma Santísima Virgen, quien representa esa puerta espiritual: la Janua Cæli, la Puerta del Cielo, lo que la convierte entonces en <<la Madre del amor hermoso y de temor, y de conocimiento, y de santa esperanza>>[9]. Por lo tanto, no debe quedar duda: la inteligencia espiritual entra en nosotros a través de la Puerta del Cielo, a través de Ella, que es llena de Gracia.

La Cabeza de Adán, la Caverna y el Derramamiento de la Gracia

Tenemos que detenernos ahora en lo siguiente. De la palabra spiraculum proviene el término “spiracle”, que está relacionado con spira, que significa “respirar”. Decíamos más arriba que el hombre posee un habitáculo, simbolizado como la caverna, que se le atribuye como el aspecto superior conocido en la tradición cristiana como el corazón. Y aunque a primera vista no lo parezca, todo esto se relaciona con el cráneo de Adán: «El espiráculo (spiracle) de la vida es abierto por Dios en la cabeza de Adán; por lo tanto, la comparación del corazón con la neshamá equivale a comparar el significado simbólico de la apertura (o trepanación) del cráneo con el del corazón»[10].

Del mismo modo, como vimos anteriormente, la relación entre el spiraculum, o puerta microcósmica, y la puerta celeste macrocósmica se corresponde con una analogía significativa que puede vincularse con la idea —y en algunos casos, doctrina esotérica— del Hombre Universal, quien es, en realidad, idéntico a Adán. Este símbolo no es ajeno al cristianismo: en buena medida, los medievales lo empleaban justamente para reconocer en él al Nuevo Adán.

Pero aquí debe considerarse otro simbolismo, uno que ocupa un lugar intermedio entre el microcosmos y el macrocosmos: el del Templo. Este alcanza su culminación, como decíamos, en la Edad Media con la edificación de las catedrales, que no son sino una traducción arquitectónica del cuerpo del Segundo Adán. Lo que equivale, por fuerza, a una traslación de todo el cosmos en miniatura, ya que la Redención no es sólo del hombre, sino también del cosmos. Por tanto, el cuerpo del Segundo Adán asume y une a su ser toda la creación, que por el pecado se encontraba en el exilio.

La analogía entre la cabeza humana —atravesada por el espiráculo— y la bóveda celestial —atravesada por una puerta— se manifiesta de nuevo en la cúpula de la iglesia, que corresponde simultáneamente al firmamento (a menudo decorado con estrellas) y al cráneo humano[11].

Ahora bien, esta cúpula suele estar perforada por una abertura —el «ojo de la cúpula»— que representa una verdadera puerta celestial, por donde desciende el rayo de la Divina Gracia. Pero también puede entenderse como una especie de chimenea, por donde asciende el «humo del sacrificio». Así es, pues, como el sacerdote devuelve a Dios el aliento de vida que nos ha sido otorgado.

<<Por otro lado, que hay un significado profundo en la asimilación de una montaña un túmulo o una cúpula a una calavera; recordemos lo que ya decíamos que la tradición enseña que esta calavera es la de Adán. Habiendo sido clavada en la calavera de Adán, el Hombre Universal, la cruz vuelve a abrir la puerta del Cielo para todos>>[12]. Por tanto, la leyenda de la calavera de Adán nos está revelando cómo la Gracia, por medio del Sacrificio, penetra en el hombre. No solo en su cabeza, sino también en su corazón. Esa calavera al pie de la Cruz es una clara señal del pecador que, postrado ante el Crucificado, recibe la gracia que emana del Hijo y fluye a través de su Sangre. Porque es inevitable pensar que esa calavera no haya sido bañada por la sangre en su descendimiento horizontal desde la Cruz.

Es así como el altar de las iglesias se encuentra, en la mayoría de los casos, elevado por tres escalones, evocando el monte Calvario. Allí, en cada Misa, se re-presenta (es decir, se hace presente de nuevo) el Sacrificio: uno, santo y eterno, por la redención del género humano. Tan solo el estudio de este símbolo basta para entender por qué el cambio litúrgico de la llamada «nueva misa» es, en sí mismo, un error. Porque a la Misa no se va únicamente a escuchar la Palabra, ni a presenciar una ceremonia protestantizada, sino a vivir y asistir al Sacrificio redentor.

Si seguimos con el simbolismo arquitectónico, consideremos lo siguiente: el rayo de luz —que representa la Divina Gracia o, en otras palabras, la inspiración del spiraculum de vida en la cabeza de Adán— al atravesar el ojo de la cúpula, desciende hasta un punto específico del plano horizontal del templo, allí donde se encuentra el altar del Sacrificio. Este punto, en su correspondencia microcósmica, es el corazón.

<< […] recordemos que este Rayo Divino, o eje del mundo, es también la cruz de Cristo, o más bien la cruz de Cristo forma la parte ascendente del Rayo Divino, ya que es a través de ella que se ha restablecido la comunicación con el Cielo>>[13].

Con lo que señala el profesor Borella, es importante entonces comprender cuál es el significado último que se desprende de la relación entre el Árbol de la Vida y la Cruz —relación que citamos más arriba a partir de René Guénon— y cómo esta difiere de la visión gnóstica del mismo autor. Asimismo, es fundamental entender la conexión simbólica entre la cavidad, la caverna y el altar del sacrificio.

Si seguimos la antigua leyenda, se nos dice que en el peñazco del Gólgota, casi bajo el orificio donde fue plantada la Cruz, se extiende una caverna convertida en capilla dedicada a Adán. En esta gruta fue sepultado el cráneo del primer hombre, conservado por Noé y depositado por Sem en ese lugar preciso, sabiendo que allí moriría el Mesías. En el momento de la muerte de Cristo, se dice que el peñazco se hendió, y que la Sangre divina fluyó hasta la caverna, para lavar las faltas del primer hombre y, con él, las de toda la humanidad.

Todo este relato nos señala hacia el corazón, la caverna hacia la cual llega la Gracia de la Redención. El corazón es, por tanto, el punto final —interior y profundo— del descenso axial del Espíritu, del pneuma, que no es otro que el mismo Espíritu Divino. ¿Cuántas veces nos ha recordado la Madre Iglesia que Cristo quiere entrar en nuestro corazón?

Pero si el pneuma, spiritus o neshamá es el Don Divino como tal, el corazón es más bien el recipiente de ese Don, su efecto y su fin. La cabeza, o el cráneo, es el inicio del camino que conduce hacia él. Esto nos lleva a una pregunta necesaria, considerando que incluso en medio de la decadencia actual, el ser humano contemporáneo se asume a sí mismo como más «mental» que sus antepasados —supuestamente más racional—. Entonces, ¿no debería el hombre moderno hacer un acto de higiene de sus pensamientos, de su vida intelectual, para no seguir obstaculizando el camino del Espíritu hacia su corazón?.

Jhon Carrera

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[1] Texto citado de P. eugenio alliata ofm del SBF – jerusalén Ciudad de Dios

[2] (Guénon, 2012) El Simbolismo de la Cruz

[3] Aqui nos viene a la mente la obra  de San Ambrosio de Milan:  Explicación del Símbolo – Los sacramentos – Los misterio

[4] Mateo 15, 18

[5] (Borella, 2004)

[6] (Borella, 2004)

[7] (Borella, 2004)

[8] (Borella, 2004)

[9] Ecl. 24:24

[10] (Borella, 2004)

[11] A todas estas analogías con el espiráculo adámico deben añadirse la trepanación de cráneos en civilizaciones muy antiguas, y que se han conseguido en el sur de Francia en cráneos del periodo merovingeo, además está  la tonsura para sacerdotes y religiosos, y la coronación de reyes

[12] (Borella, 2004)

[13] (Borella, 2004)

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