Contra lo que habitualmente predican los moralistas de todo pelaje, soy de la opinión de que, por norma general, una biografía carece de moraleja; y, sin embargo, revisando la vida de John Whiteside Parsons uno estaría tentado de decir, con Nietzsche, que quien mira largo tiempo al rostro del Diablo acaba siendo confundido por él. En otras palabras: que la hybris de esa “mística diabólica”, tal y como antes pudo comprobar el Doctor Fausto, termina acarreando funestas consecuencias; al menos es lo mismo que se infiere en los relatos de H.P. Lovecraft: historias protagonizadas por hombres nada heroicos que terminan por enloquecer a consecuencia de una revelación maldita, de entrar en contacto directo con aquello que Kenneth Grant llamó el “Lado Nocturno”, tras recibir el secreto sumergido que aguarda junto a Cthulhu, esperando el retorno de los Grandes Antiguos…
Jack Parsons fue un niño brillante y solitario que procedía de una familia desestructurada, en tanto que hijo de un padre ausente y una madre dominante. Su temprana pasión por el mundo de la tecnociencia le hizo llegar a la obra del mago Aleister Crowley, cuyo Libro de la ley (1904) inspirado por la deidad egipcia Aiwass consideraba una anticipación de los principales postulados presentes en la Física Cuántica. Tras el así llamado “Crack del 29” y la crisis económica posterior se vio forzado a trabajar como fabricante de explosivos y, aunque carecía de estudios superiores, fue uno de los principales artífices del Laboratorio de Propulsión a Chorro. De ahí en adelante, inició un camino personal que terminaría con un “Juramento al Abismo” de 40 días y noches, como culminación de un “Peregrinaje Oscuro”, que fracasaría (o no) en su intento por conjurar al Anticristo y encarnar a Babalon para mejor brindar un nuevo Eón, cuando el científico murió a la edad de 38 años en una explosión, provocando, con ello, el suicidio de su madre tan solo unas horas después.
Pero vamos por partes: fue mucho antes que eso, en Pasadena (California) cuando Parsons entró en contacto con la Ordo Templi Orientis (O.T.O.), de Crowley, a la edad de 26 años y recién casado con Helen Northrup. Allí descubrió y admiró a Wilfred T. Smith, líder de la logia Ágape (peleado en cierto sentido con el propio Crowley), que atrajo a Parsons como un “padre adoptivo” haría con una oveja descarriada, al tiempo que sedujo a su mujer, mientras los iniciaba a ambos en los secretos misterios de su culto. Para entonces, Parsons era un poeta en ciernes, a la manera de Rimbaud: alguien con una profunda conciencia social y política que además se había dedicado a construir cohetes para los servicios de Inteligencia de su país y que, tan solo unos años más tarde, obtendría un cráter lunar (en la cara oculta) con su nombre, gracias a su inestimable (y secreta) colaboración con el Proyecto Espacial de la NASA. Para el precoz y deslumbrante Parsons, sin embargo, el trabajo con la ciencia era apenas una preparación para el conjunto de rituales ígneos con los que pretendía traer al mundo una Nueva Era.
En su exploración de lo oculto, Parsons acabó internándose en terrenos que Crowley aborrecía: la brujería, el espiritismo, la magia negra, el tedioso ocultismo. Fundó una comuna en su mansión paterna, recientemente heredada, donde pretendía acoger a una variada selección de personajes más o menos relacionados con el mundo de las artes ocultas o de la bohemia artística. Anticipándose en dos décadas al modelo hippie, se rodeó de aprovechados y de desquiciados, de extravagantes y de criminales, y no pudo permanecer indemne a su influencia, a pesar de que en aquella época su éxito mágico y profesional parecía ser total. En aquellos años empezó a practicar la “magia enoquiana”, basada en el uso de un lenguaje mítico y fundada por John Dee, el célebre e influyente alquimista y espía de la Corte de Isabel I. Por aquel entonces, Parsons se dio cuenta de que, para sus proyectos, necesitaba de la colaboración de un médium, de un psicopompo que realizara la labor de portal o intermediario, que años después por fin encarnaría otra figura paterna en su vida: el futuro fundador de la Cienciología, L. Ron Hubbard.
La Orden de los Templarios Orientales es un culto occidental de inspiración “templaria” y orientalista (a la manera de la Teosofía) fundado por Karl Kellner y Theodor Reuss a fines del siglo XIX. En sus postulados profundos, de marcado carácter ritualístico y sexual, se demuestra como una orden deudora de los postulados mágicos de una secta islámica, los hashshashins, famosos por su consumo de hachís (de hecho, el término “hashishin” hace referencia directa al consumo de esa droga), que a su vez también habrían influido sobre los rosacruces (no en vano Christian Rosenkreuz, como antes Jesús y hasta Napoleón, peregrinó a Egipto) y los nazis (véase: el vuelo “derribado” de Rudolf Hess en su viaje a Inglaterra para tratar de negociar con los integrantes de la Golden Dawn). Así pues, Crowley no inventó nada desde cero, como recoge Peter Levenda: “El culto de Thélema y las organizaciones que surgieron de él tienen como base el sistema de Aurora Dorada. Intelectualmente, Thélema sólo puede entenderse verdaderamente dentro de este sistema y, por tanto, es (desde un punto de vista histórico) un desarrollo de lo que comenzó como la Aurora Dorada en la Inglaterra del siglo XIX”.
Lo cierto y verdadero es que Crowley se aprovechó del dinero heredado por Parsons tras la muerte de su padre; y desde luego no fue el único. Desde niño, el creador de cohetes tuvo una enorme fascinación con el género literario de la ciencia-ficción, teniendo un trato sólido y continuado con varios grupos de aficionados al mismo, donde por fin pudo conocer a algunas de sus más insignes y (entonces) prometedoras luminarias, tales como Ray Bradbury, A.E. Van Vogt o Robert Heinlein; si bien nunca pudo superar su fascinación inicial por las novelas de Julio Verne, un personaje que, curiosamente, también estuvo relacionado con el esoterismo y el rosacrucismo, puesto que formó parte de la misteriosa Sociedad de la Niebla (véase Phileas Fogg), a la que también pertenecían también Gerard de Nerval y Gaston Leroux, y se anticipó a Lovecraft a la hora de referirse al mundo tenebroso de lo sumergido… En cierto sentido, podemos decir que el propio Parsons encarnaba uno de los arquetipos fundamentales de la ciencia-ficción pulp: el científico loco; o, si se quiere, una de las imágenes fundamentales de la mitología occidental: el Ángel Caído.
Mientras tanto, el joven científico tuvo numerosas experiencias con lo innombrable que le llevaron a integrarse en lo que podríamos llamar “mística salvaje” (Michel Hulin) o incluso “teología negativa” (Dionisio Pseudo-Areopagita), escribiendo al respecto de sus experiencias: “Y después fui llevado dentro y saludé al Príncipe de ese lugar, y después me hicieron cosas de las que no puedo escribir…”; esto es: acabó en lo apofático; y, después, se estrelló contra la muerte, contra el misterio de una desaparición de la que sólo cabe decir: silencio. Crowley quiso alertar a Parsons de su dependencia filial con Smith; y, además, quiso ayudarle a imponer una “firmeza de corazón” que le protegiera del inminente “peligro de que su enorme sensibilidad afecte a su equilibrio”, por aquello de tender a “sobreestimar cualquier experiencia que surge en su camino”; pero, lo cierto es que nada pudo hacer el autor de El libro de las mentiras (1912) contra las tendencias innatas en Parsons, porque la fuerza del Destino parecía tener sus propios planes al respecto.
El ansia de experiencias de Parsons, tan propio del alma americana y de su peculiar imaginario arquetípico (véase: Whitman o Kerouac), no era otra cosa que una búsqueda de su propio Ángel Guardián, que tal vez era también su daimón personal. Tras distanciarse de la OTO, Parsons conoció en 1945 a un oficial de la marina que además escribía ciencia-ficción en sus ratos libres, L. Ron Hubbard, y que tan solo unos años después fundaría una nueva religión tan exitosa como lucrativa llamada: Cienciología. Si antes Smith mantuvo una relación con la mujer de Parsons, Helen, después Hubbard hizo lo propio con su nueva amante, Sara, que además era la hermana menor de Helen; aunque este hecho singular, que podría iniciar toda una variante esotérica del culebrón, lejos de afectar negativamente la amistad de Parsons y Hubbard, pareció revitalizarla.
Entre enero y marzo de 1946, Parsons realizó una serie de rituales de gran ambición y escasas noticias en el desierto. El objetivo de este “Trabajo” nunca antes proyectado no era otro que hallar a una “pareja elemental”, a la manera de la Mujer Escarlata crowleyana o de la deidad hindú Shakti, para invocar a una Diosa Roja, la personificación de Babalon y la Puta de Babilonia, para mejor crear un “niño mágico” o Hijo de la Luna, anunciador e iniciador de un tiempo nuevo, junto al mismísimo Anticristo. Para realizar esta operación, a modo de inversión de las así llamadas “Tentaciones de Jesús”, Parsons contaba con la profecía crowleyana del Eón de Horus y, más aún, con la inspiración del roman à clef titulado Moonchild que Crowley publicó en 1929 y cuyo mensaje escondido Parsons pretendía hacer realidad. Hubbard, además, se destacó entre la farsa y la revelación como un médium nada despreciable para estas operaciones, lleno de verbo e imaginación: dictando a Parsons verdaderas hileras de palabras supuestamente transmitidas desde otro plano de la realidad.
El 26 de febrero de 1946, a la vuelta de uno de estos ritos desérticos, Parsons se encontró con una mujer pelirroja llamada Marjorie Cameron, por la que inmediatamente se sintió atraído y que le inspiró, como si de una Beatrice dantesca se tratara, para escribir los 77 versos que componen el Líber 49, y con la que además se casaría más adelante, en 1950, superando así del todo sus tendencias homosexuales reprimidas. Este texto directamente inspirado por una entidad no-humana, al menos en palabras de su escriba, sería un anexo a la doctrina fundamental de Thélema establecida por Crowley. En uno de los fragmentos de esa proclama, Parsons escribiría: “Ella te absorberá, y tú te convertirás en llama viviente antes de que Ella se encarne…”. A partir de ese momento, comenzarían las extrañas premoniciones de muerte: “Y me adentré en el ocaso con su signo, y en la noche pasé por lugares malditos y desolados y ruinas ciclópeas, y así llegué por fin a la ciudad del Corazín. Y allí se alzaba una gran torre de basalto negro, que formaba parte de un castillo cuyas almenas más lejanas se enrollaban sobre el golfo de las estrellas”, tal y como recogió en su siguiente obra, El libro del Anticristo (1949), un texto breve donde termina de confirmar la próxima manifestación de Babalón.
Para entonces, Parsons ya habría sido suspendido en su colaboración con el Gobierno para proyectos secretos militares durante la Segunda Guerra Mundial y la incipiente Guerra Fría debido a “su pertenencia a un culto que defiende la perversión sexual”, según especificó el FBI en un expediente que contaba con más de doscientas páginas. Buena parte de los expedientes relativos al trabajo de Parsons en el Proyecto Espacial, así como en la fabricación de cohetes y demás armamento, desaparecieron de la noche a la mañana. Jack también había roto relaciones con Crowley y, sobre todo, con el estafador Hubbard, que se había fugado con su antigua novia Sara, y que además le había robado todos los ahorros que ambos habían invertido en un fondo llamado Allied Enterprises. Según reza la leyenda, Parsons invocó un huracán para que frenara el yate en el que Hubbard escapaba y, gracias a esa acción mágica, la policía pudo echarle el guante al futuro fundador de la Cienciología.
El culto a Thélema se basa en una premisa: el mago debe hacer su voluntad; y, sin embargo, existe una norma no escrita al respecto: hay que ser cauteloso con la tentación de caer en el voluntarismo y en la desmesura, puesto que son muchos los hombres que han perdido la razón o incluso la vida al internarse en el corazón de la oscuridad. En sus últimos meses de vida, Parsons escribió al Hijo de la Luna, a ese niño (o quizás más bien niña) concebido por Babalon y el Anticristo para encarnar un nuevo eón: “No sé quién eres, ni dónde estás mientras escribo estas palabras, ni nunca he querido averiguarlo. Esto sé: que estás encarnado, que te manifestarás, que debo continuar el trabajo que vengo realizando desde el principio: lo que será hasta que entremos todos a la Ciudad de las Pirámides”. ¿Falló o logró su objetivo Parsons, a la hora de juntar el principio nocturno femenino de Sofía/Nuit/Shekinah con el principio masculino encarnado por Set/Shaitán/Satán? Son muchos los que piensan que, precisamente por su audacia ilimitada, rayana en la locura, Parsons logró, en ese sentido, lo que Crowley jamás pudo realizar: una transformación completa.
Según autores tan reputados como René Guénon o tan celebrados como Edward Bulwer-Lytton, y atendiendo a la experiencia histórica y contra-iniciática latente en casos como el de la célebre Helena Blavatsky o la menos conocida Joanna Southcott, el principio espiritual dominante en aquello que Joaquín De Fiore llamó la Edad del Espíritu o la Tercera Época (incluso Tercer Reich), es puramente femenino, como explica in extenso Jean Robin: “Por una inversión simbólica muy notable, mientras que Eva fue extraída de una costilla de Adán cuando éste se hallaba dormido, es la Mujer Escarlata de la que habla el Apocalipsis la que despertará al Rey que duerme como en un sepulcro, en espera de que llegue la hora. Mientras que, al principio del ciclo, estaba en una posición de sujeción a su respecto, será ella, según la ley de la analogía inversa, la que dominará al final del mismo ciclo”.
Para concluir más adelante algo que nos permitirá entender hasta qué punto Jack Parsons era realmente un enviado del Anticristo, como lo han sido otros antes o después que él: “Por eso la Mujer Escarlata aparece representada cabalgando, dominando a la Bestia de la Tierra, es decir, según el simbolismo hindú, el Señor del Fuego subterráneo de la Creación En efecto, la Mujer Escarlata, que es asimismo la Bestia que surge del Mar, la Gran Prostituta que está sentada sobre las grandes aguas, es el personaje clave del Apocalipsis. La Bestia de la Tierra, que se manifiesta después de ella y que se identifica con el Falso Profeta, es decir, con el Anticristo, le está explícitamente subordinada, como acabamos de ver, y su papel consiste en suscitar la adoración frente a ella”. Esa es Ishtar, Astarté, Isis, Atargatis y todos los demás nombres que existen para invocar a la Mujer Escarlata que Parsons trató de invocar por todos los medios imaginables. Porque, una vez más, quizás el gran error de Crowley (lo que es tanto como decir el gran acierto de Parsons) fue su incapacidad para atisbar a ver que la Bestia 666 era en verdad una mujer.
Al final de su vida, Parsons vendió el gigantesco caserón que su padre le dejó en herencia y se trasladó a vivir a las cocheras de este, junto a su mujer Marjorie Cameron. En sus últimas horas de vida, Parsons trabajaba intensamente en un proyecto mágico para acabar con el mundo, traer a la vida a una entidad no-humana y anunciar el inicio de un nuevo eón caracterizado por la figura de un niño. Sus amigos le habían dejado de lado y su carrera profesional parecía encontrarse estancada. Nada de lo alcanzado parecía haber cristalizado en algo realmente perdurable… Por lo menos en apariencia. Logrando sus objetivos o renunciando a ellos, había traspasado una frontera que no tiene vuelta a atrás. El 17 de junio de 1952, día señalado, se produjo una explosión en el laboratorio de Parsons, que aún padecería varias horas de indescriptible agonía antes de morir.
Algunos moralistas, decíamos al principio, se empeñan en desplegar siempre su estúpida concepción de la vida sobre las biografías ajenas, y por eso, como las porteras, apuestan por la cháchara del predicador a la hora de explicar la muerte de Parsons; los hay que han querido ver un suicidio, un asesinato o incluso una desaparición voluntaria detrás de su accidente mortal; otros, sin embargo, creen que existe una enseñanza latente en el trasfondo de la historia: quien juega durante mucho tiempo con aquello que Kenneth Grant llamó el “Lado Nocturno” de la vida acaba calcinado. Inapelable: a quien revela los secretos más profundos sin estar preparado sólo le aguarda la locura o la muerte. Lo que está claro, independientemente del parecer de cada cual, es que aquel día se clausuró uno de los últimos mitos verdaderamente americanos: la historia del Ícaro más tenebroso y maldito.
La entrada Jack Parsons: un enviado del Anticristo se publicó primero en IDEAS.
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