En la línea del post de la semana pasada (https://elzoharesplendor.wordpress.com/2024/01/12/por-que-no-nos-enteramos/), recordaremos que la primera prohibición de la Torah se da cuando Dios prohíbe a nuestros primeros padres que coman del árbol del conocimiento. Haciendo caso omiso a esta prohibición, pierden la libertad de la que gozaban en el paraíso para entrar en una prisión tan real como difícil de definir. Veamos cuál puede ser.
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En la segunda parte del Quijote, Sancho declara ser uno de los “presonajes” de la novela. El bachiller Carrasco, recién salido de la universidad, lo corregirá y le dirá “Personajes que no presonajes, Sancho amigo”. El bachiller está, siguiendo la lúcida definición de Lanza del Vasto en su Prefacio al Mensaje Reencontrado, «a medio camino entre el charlatán y el imbécil».
Pero lo cierto es que Sancho no se equivoca y, entre líneas, nos está descubriendo una gran verdad.
Como Sancho, imagen del hombre carnal, todos nosotros hijos de Adán también estamos presos, presos de nuestro personaje. ¿Quién es nuestro personaje? Lo que comúnmente se llama “el ego”. Él es nuestra cárcel. Una cárcel sin barrotes: no los necesita.
La palabra hebrea para decir “ego”, Anajiut (אנכיות), vendría a ser algo como “yoedad”. Su guematria es 487 y coincide sorprendentemente con la de dos conceptos muy interesantes: Ojel Nefesh (אוכל נפש), que se “come el alma”, y Haavdut (העבדות), “esclavitud”.
Así, como nos descubre Sancho, todos somos “presonajes”, o sea presos y enajenados, por un ego que no únicamente nos tiene esclavizados, también devora nuestras almas.
JULI PERADEJORDI
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