Durante el tiempo en que enfocamos nuestra atención en algo todo lo demás deja de existir para nosotros a excepción de aquello a lo que atendemos. Darle, pues, nuestra atención al Señor es darle todo lo que tenemos.
«Donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón» dice El Señor. Imposible será mantener nuestra memoria y nuestra atención en El Señor de una manera persistente y prolongada si tenemos el corazón demasiado apegado a otras realidades temporales y Él no es la fuente de nuestra alegría, pues nuestro pensamiento se irá detrás de aquello que amamos y adonde tenemos apegado nuestro corazón. Es preciso que El Señor se convierta en la fuente de nuestra alegría y recordarlo se convierta en nuestro principal gozo. ¡Que afortunados somos! ¡Realmente El Señor Jesucristo está ahí existiendo! ¡La existencia no es algo absurdo y caótico sino que Él, Nuestro Señor Jesucristo, mas maravilloso que todo cuanto podamos imaginar, está detrás de todo, rigiéndolo todo¡ ¡La existencia existe y es buena! ¡Está a nuestro favor!
Cuando se enciende la lampara de nuestro corazón el humo del incienso de nuestro agradecimiento y alabanza sube en olor flagrante a Nuestro Dios. En el corazón encendido tiene lugar la celebración de la vida. Esta es la adoración verdadera, en Espíritu y en verdad, para la que El Señor nos ha creado y esto es lo único que puede colmar el corazón humano y en lo que consiste la verdadera felicidad. Ese es el mandamiento.
Si bien se manifiesta de muchas maneras, con muy distintas y variadas ramificaciones, hay tres raíces principales sobre las que se sostiene el reino del hombre viejo en nuestro corazón: La búsqueda de placer terreno, la codicia de riquezas y el deseo de reconocimiento ajeno. Cuando uno de estos motivos se convierte en el motor que impulsa nuestra acción, debemos tomar conciencia de ello, identificarlo y reconducir o no la acción mediante un acto de discernimiento, sabiendo que nada de eso puede conducirnos a la felicidad y colmar nuestro corazón. Cuando uno de estos motivos se ha convertido en el motor que mueve, ya no solo una acción concreta, sino todas nuestras acciones siendo así el sentido de nuestra vida, nos conducimos despeñados hacia el sufrimiento.
En lugar de ello, debemos hacer oración de nuestra acción. Consagrar la acción a Dios ofrendándosela como una oración echa actividad. Orar con nuestra vida utilizando la actividad como un medio para acercarnos a Nuestro Señor. Para ello es necesario mantener el vínculo atencional hacia el Señor y la conciencia de su presencia. Esto no será posible de manera sostenida a menos que el fuego del Espíritu haya despertado en cierto grado el sentimiento espiritual y el recuerdo del Señor se haya convertido en nuestro principal gozo como dijimos mas arriba.
Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan. Mateo 7:13-14.
«En general no debemos ligarnos excesivamente a las reglas, sino permanecer libres a su respecto no teniendo mas que un fin: Mantener la atención dirigida hacia Dios en un sentimiento de adoración»
«..el remedio es siempre el mismo; no dejar que la atención se aleje del Señor ni perder la conciencia de su presencia.» Teófano el Recluso.
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