La sabiduría trasciende con mucho nuestras limitaciones humanas. No se trata simplemente de acumular datos y conceptos —eso lo hacen las máquinas mejor que nosotros—, sino, ante todo, de ser uno con nosotros mismos. Y eso es algo que no se puede fingir.
Leemos en Ezequiel (XXXVI-27):
ואת-רוחי, אתן בקרבכם; ועשיתי
“Y pondré dentro de vosotros mi espíritu, y haré…”.
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La guematria de esta frase es 2242:
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ואת-רוחי = 631
אתן = 451
בקרבכם = 364
ועשיתי = 796
……………………………
2242
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En una de las páginas más conocidas del Talmud (Yomá 72b) podemos leer:
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כל תלמיד חכם שאין תוכו כברו, אינו תלמיד חכם
“Todo sabio cuyo interior no es como su exterior, no es un sabio”.
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La guematria de esta frase también es 2242.
Como ocurre a menudo con muchas sentencias talmúdicas, ésta nos invita a que la leamos a la inversa:
«Todo sabio cuyo exterior no es como su interior, no es un sabio».
¿Qué es entonces? Un hipócrita, sin más. Y, por desgracia, en nuestro estado caído, en mayor o menor medida, todos participamos de esa contradicción.
Pero lo grave de la hipocresía es que no consiste únicamente en aparentar lo que no somos, sino sobre todo en no ser lo que en verdad somos. No se trata sólo de “hacerse el ángel” cuando uno actúa como una bestia, sino de haber olvidado que en esencia somos ángeles y comportarnos como si fuéramos bestias.
La verdadera impostura no está en la máscara, sino en la amnesia del alma. Cuando nuestra neshamah —la chispa divina que nos habita— deja de reflejarse en nuestros actos, o cuando nuestros actos ya no se alinean con su luz y con su propósito, nos volvemos hipócritas en el sentido más profundo: vivimos desconectados de nuestra propia verdad.
JULI PERADEJORDI
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