Psicología

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“La psicología tradicional y sagrada da por establecido que la vida es un medio hacia un fin más allá de sí misma, no que haya de ser vivida a toda costa. La psicología tradicional no se basa en la observación; es una ciencia de la experiencia subjetiva. Su verdad no es del tipo susceptible de demostración estadística; es una verdad que solo puede ser verificada por el contemplativo experto. En otras palabras, su verdad solo puede ser verificada por aquellos que adoptan el procedimiento prescrito por sus proponedores, y que se llama una ‘Vía’.” (Ananda K Coomaraswamy)

La Psicoterapia es un proceso de superación que, a través de la observación, análisis, control y transformación del pensamiento y modificación de hábitos de conducta te ayudará a vencer:

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La Psicología no trata únicamente patologías. ¿Qué sentido tiene mi vida?: el Autoconocimiento, el desarrollo interior es una necesidad de interés creciente en una sociedad de prisas, consumo compulsivo, incertidumbre, soledad y vacío. Conocerte a Ti mismo como clave para encontrar la verdadera felicidad.

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Desde la Psicología Cognitivo-Conductual hasta la Psicología Tradicional, adaptándonos a la naturaleza, necesidades y condiciones de nuestros pacientes desde 1992.

domingo, 18 de agosto de 2024

LOS “ALTOS GRADOS” DE LA MASONERÍA ESCOCESA EN LA PERSPECTIVA DE RENÉ GUÉNON. Francisco Ariza


 

LOS “ALTOS GRADOS” DE LA MASONERÍA ESCOCESA EN LA PERSPECTIVA DE RENÉ GUÉNON

(Conferencia dictada telemáticamente ante la Logia “Palingenesia Nº 46”, de Baja California, México, el 17-8-2024)


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Vamos a tratar de los Altos Grados de la Masonería Escocesa porque pensamos que es un tema que ofrece un gran interés desde el punto de vista del simbolismo masónico tal y como lo ha expuesto en su obra nuestro querido hermano René Guénon. Un interés que también se extiende a lo histórico, pues los Altos Grados escoceses aparecen en un contexto muy concreto de la historia de Occidente, a caballo entre los siglos XVII y XVIII, si bien se acaban de conformar a comienzos del siglo XIX con la creación definitiva de los Supremos Consejos del grado 33 en la ciudad estadounidense de Charleston, pasando a formar parte de los Altos Grados del Rito Escocés Antiguo y Aceptado en todos los países donde este se practica.

Sin embargo, no vamos a entrar en la cuestión histórica de los Altos Grados y de la formación de estos, en la que tampoco quiso profundizar René Guénon, pues, además de que ello nos llevaría demasiado lejos, se trata, como él mismo dijo, de algo muy complejo y enmarañado. Trataremos de ir a lo concreto y medular de lo que los altos grados representan en la búsqueda del masón comprometido con ascender por la escala de valores que la Orden le propone, y que él ha de interiorizar para que estos sean efectivos, recordando como también ha dejado escrito nuestro querido hermano Federico González en el capítulo II de Hermetismo y Masonería, que el masón constructor “lleva su logia interior a todas partes, él mismo es eso, una miniatura del Cosmos, diseñada por el Gran Arquitecto del Universo”.

También queremos decir que no vamos a revelar ningún “secreto masónico” por la sencilla razón de que esos “secretos” no pueden ser desvelados aunque uno quiera. El “secreto iniciático” es de naturaleza puramente metafísica, o dicho de otra forma: es una idea, una verdad y una certeza, que se comprende en el interior de uno mismo, y no puede comunicarse precisamente por su naturaleza inefable. El secreto iniciático es la consecuencia de la iniciación misma, y las palabras no pueden expresarlo, ni comunicarlo de ninguna manera, pero sí pueden ser sugeridos por la enseñanza que los ritos y los símbolos vehiculan, y como dice Guénon a este respecto en su libro Apreciaciones sobre la Iniciación:

“lo que se transmite por la iniciación no es el secreto mismo, (...) sino la influencia espiritual que tiene a los ritos como vehículo, y que hace posible el trabajo interior, por cuyo medio, tomando los símbolos como base y como soporte, cada uno alcanzará ese secreto y le penetrará más o menos completamente, más o menos profundamente, según la medida de sus propias posibilidades de comprensión y de realización”.

Se dice con frecuencia que la Masonería no es secreta, sino discreta, y a esa misma discreción nos vamos a acoger nosotros en esta charla, que solo pretende exponer una reflexión personal acerca de algunos aspectos del simbolismo de los Altos Grados, así llamados porque en un determinado momento, y por motivos que intentaremos explicar, se superpusieron a la estructura de los tres primeros grados de Aprendiz, Compañero y Maestro.

Los altos grados de la Masonería Escocesa se agrupan en cuatro grandes secciones: los “Grados de Perfección”, los “Grados Capitulares”, los “Grados Filosóficos” y finalmente los “Grados Administrativos”. Estos últimos suenan un poco raros tratándose de una organización iniciática, pero se denominan así porque en esencia ellos “administran” el patrimonio espiritual de la Masonería Escocesa considerada en la totalidad de sus 33º.

Comenzaremos, pues, por exponer lo que el propio Guénon pensaba acerca de la función de los altos grados. En un artículo publicado en 1910 en la revista La Gnose titulado “Los Altos Grados Masónicos” (que firmaría con el pseudónimo de Palingenius, cuando contaba tan solo 24 años y que forma parte de su libro Estudios sobre la Francmasonería y el Compañerazgo), Guénon señala algo importante: que siendo simbólica la iniciación de los tres primeros grados tal y como se acabaron de constituir en el siglo XVIII, dicha iniciación forma, dice textualmente Guénon, “unos Masones que no son sino el símbolo de los verdaderos Masones”, razón por la cual, añadimos nosotros, a la Masonería de los tres primeros grados se les denomina la “Masonería Simbólica”. La iniciación que esta proporciona, continúa Guénon,

“traza, simplemente, el programa de las operaciones que tendrán que efectuar para llegar a la iniciación real. Es a este último fin al que tendían, al menos originariamente, los diversos sistemas de altos grados, que parecen haber sido precisamente instituidos para realizar en la práctica la gran Obra de la cual la Masonería [de los tres primeros grados] enseñaba la teoría”.

Cuando en este artículo Guénon menciona la institución de los Altos Grados, él piensa sobre todo en los del Rito Escocés Antiguo y Aceptado, al que pertenecía cuando escribió estas líneas, y que aquí aludiremos bajo el nombre genérico de “Masonería Escocesa”. Pero otro sistema de altos grados que él consideraba importante (y preeminente en ciertos aspectos) es el de la Masonería del Royal Arch, o “Arco Real”, perteneciente al Rito de York, que es en América el equivalente al Rito Emulación en Inglaterra, como todos sabemos. Aunque algo diremos sobre el Royal Arch anglosajón, sin embargo, nuestro propósito es centrarnos en la Masonería Escocesa, si bien, para quien esté interesado en la simbólica del Royal Arch remitimos a uno de los artículos masónicos más importantes escritos por René Guénon, y que citaremos en varias ocasiones, nos referimos a “Palabra Perdida y Nombres Sustitutivos” (perteneciente a Estudios sobre la Francmasonería y el Compañerazgo), así como a los capítulos que dedicó al simbolismo de la cúpula y la piedra angular publicados en Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada.

Asimismo, no es por casualidad que en la Masonería Escocesa exista un alto grado que también lleva el nombre de Royal Arch, el 13º concretamente, perteneciente a los Grados de Perfección, y del que hablaremos más adelante. Y decimos que no es por casualidad porque esto demuestra que los masones que crearon los altos grados, ya fuesen de uno u otro Rito, tenían muy claro que con su labor estaban “reuniendo lo disperso”, y lo disperso, en el caso concreto de los Grados de Perfección, relacionada con la tradición de constructores, consistía en unificar en una estructura de grados jerarquizados aquellos símbolos iniciáticos de la antigua Masonería que, con el paso a la Masonería moderna, se habían quedado sin el soporte de transmisión de los ritos correspondientes, lo cual nos recuerda aquello que el propio Guénon ha dicho en varias ocasiones acerca de que la labor de los verdaderos maestros masones consiste en “difundir la luz y reunir lo disperso”.

En efecto, todos los altos grados son el resultado de una delicada y paciente labor de “reunir lo disperso”, pero también de restaurar, en la medida de lo posible, lo que se había perdido o alterado desde el punto de vista de los símbolos y del ritual como consecuencia de la desaparición de la Masonería del Oficio. Para ello, se hizo necesario que todo eso fuese previamente “iluminado” por el conocimiento de aquellos maestros, en su gran mayoría anónimos, que eran plenamente conscientes de la situación que vivía la Orden masónica en el siglo XVIII, donde todo cuanto estaba relacionado con la iniciación y sus misterios sagrados comenzaba a ser despreciado o simplemente ignorado por pertenecer a un tiempo que, se creía, ya había sido superado por las nuevas corrientes de pensamiento nutridas por el racionalismo y el materialismo. La función que René Guénon otorgaba a los altos grados está contenida en las siguientes palabras con las que cierra su artículo de La Gnose:

Sería necesario que los Talleres de estos altos grados estuvieran reservados a los estudios filosóficos y metafísicos, demasiado descuidados en las Logias simbólicas; no debería olvidarse jamás el carácter iniciático de la Masonería, que no es ni puede ser –dígase lo que se diga- ni un club político ni una asociación de socorros mutuos. Sin lugar a dudas, no se puede comunicar lo que por esencia es inexpresable y esta es la razón por la cual los verdaderos arcanos se defienden por sí solos de toda indiscreción; pero, por lo menos, es posible dar las claves que permitirán a cada uno alcanzar la iniciación efectiva por medio de sus propios esfuerzos y su meditación personal y asimismo se puede, según la tradición y la práctica constante de los Templos y colegios iniciáticos de todos los tiempos y de todos los países, colocar a quien aspira a la iniciación en las condiciones más favorables de realización y proporcionarle esa ayuda sin la cual le sería prácticamente imposible consumar dicha realización. No nos demoraremos más sobre este asunto, pensando haber dicho lo suficiente como para permitir entrever lo que podrían ser los altos grados masónicos, si, en lugar de quererlos suprimir lisa y llanamente, se los convirtiera en verdaderos centros iniciáticos, encargados de transmitir la ciencia esotérica y conservar íntegramente el depósito sagrado de la Tradición ortodoxa, una y universal.”

Prestemos atención a estas últimas palabras: la función de los altos grados sería la de convertirse en verdaderos centros iniciáticos “encargados de transmitir la ciencia esotérica y conservar íntegramente el depósito sagrado de la Tradición ortodoxa, una y universal.” Sin duda alguna, esa referencia a la Tradición una y universal alude inequívocamente a la Tradición Primordial, un término acuñado por el propio Guénon para designar a la Sabiduría Perenne, o Ciencia Sagrada, presente en el corazón mismo de todas las tradiciones y organizaciones iniciáticas a lo largo de la historia.

Esas palabras de Guénon (escritas, recordemos, en 1910) serían desarrolladas por él mismo años más tarde. Por ejemplo cuando en “Palabra Perdida y Nombres Substitutivos”, dice lo siguiente:

“Esto conduce naturalmente a preguntarse cuáles podrían ser, en la Masonería, el sentido y la función de los ‘altos grados’, en los que algunos, y precisamente por esta razón, han querido ver solamente algo ‘superfluo’, más o menos inútil y vano. En realidad, debemos en primer lugar distinguir aquí dos casos: por un lado, el de los grados que tienen un vínculo directo con la Masonería, y por otro el caso de los grados que pueden considerarse vestigios o recuerdos de antiguas organizaciones iniciáticas occidentales que se injertaron en la Masonería, o que llegaron a ‘cristalizarse’ de alguna manera alrededor de la misma. La razón de ser de estos últimos grados (...), es en suma el hecho de que conservan lo que aún puede mantenerse de las iniciaciones de que se trata, y ello de la única manera en que puede hacerse tras su desaparición en cuanto formas independientes; habría ciertamente mucho que decir de este papel "conservador" de la Masonería y de la posibilidad implícita [las cursivas son nuestras] que encierra de suplir en cierta medida la ausencia de iniciaciones de otro orden en el mundo occidental actual”.

Es importante retener esto último, pues Guénon está sugiriendo aquí que el papel conservador de la Masonería está justificado por el hecho de que en ella, y más concretamente en sus altos grados, se encuentra esa “posibilidad implícita” de la iniciación no necesariamente relacionada con la tradición de constructores, sino con la iniciación caballeresca de carácter cristiano y hermético, también llamado el Arte Real. ¿Quiere esto decir que esta iniciación nada tiene que ver con la Masonería? De ninguna manera, pues la denominación de Arte Real también pertenece a ella, que en la Edad Media mantenía lazos muy estrechos con la realeza y la nobleza en general, y también con algo que no se tiene en cuenta muchas veces: que la Masonería, especialmente la del continente, estaba bajo la protección del Sacro Imperio, como en general lo estaban, de una manera tácita o explícita, todas las organizaciones iniciáticas y herméticas europeas. Tomemos el ejemplo de Dante, que fue un firme defensor del Sacro Imperio y no solo por razones políticas, sino también porque conocía el papel que este representaba con respecto a las órdenes iniciáticas y herméticas, tan abundantes en la época de Dante. Recordemos también el caso del emperador Rodolfo II, que en su corte de Bohemia en Praga acogió a hermetistas y alquimistas de toda Europa, como Michel Maier y John Dee, entre muchos otros.

Esto nos indica la existencia de unos vínculos sutiles entre el Sacro Imperio y la Masonería que justificaría esa protección de la que hablamos. Pero esos mismos vínculos también justificarían el hecho de que cuando el Sacro Imperio, antes de desaparecer en 1806, sus dignatarios tuvieron que “traspasar” a la Masonería algunos de sus elementos simbólicos y emblemáticos más importantes antes de desaparecer como tal en 1806. También en ella buscaron refugio las otras corrientes herméticas y tradicionales que en el momento crítico del siglo XVIII estaban a punto de desaparecer: desde los restos de las órdenes de caballería templaria, hasta la Rosa-Cruz hermética, pasando por la Massenie del Santo Grial. A Guénon se le preguntó en cierta ocasión por qué todas esas organizaciones se refugiaron en la Masonería, y contestó que, a pesar de todo, ella era en esos momentos la única que existía con cierta vitalidad.

Precisamente, y ya que mencionamos la Orden Rosa-Cruz, diremos que los altos grados caballerescos y herméticos comienzan con el 18, el Caballero Rosa-Cruz, un grado de tránsito entre las Logias Capitulares y las Logias Filosóficas, y en el que abunda el simbolismo alquímico, sustentado en la idea de la regeneración por el fuego sagrado, como se dice en sus rituales de instrucción: Igne Natura Renovatur Integra, “La Naturaleza Íntegramente Renovada por el Fuego”. Naturalmente se trata del fuego del Espíritu, que arde perennemente en el atanor del alma humana, propiciando su transmutación. De la importancia de este grado da testimonio el hecho de que durante el siglo XVIII fue el último de la Masonería Escocesa, y seguramente los grados posteriores, llamados los Grados Filosóficos, son casi todos ellos desarrollos de ideas contenidas ya en el Caballero Rosa-Cruz. 

Los Grados Capitulares son cuatro, y sus nombres son los siguientes según aparecen en Le Tuileur de Vuillaume de 1830: 15º Caballero de Oriente o de la Espada; 16º Príncipe de Jerusalén; 17º Caballero de Oriente y de Occidente; 18º Soberano Príncipe Rosa-Cruz.

Damos a continuación los nombres de los Grados Filosóficos, o Areópagos: 19º Gran Pontífice o Sublime Escocés de la Jerusalén Celeste; 20º Venerable Gran Maestro de todas las Logias, Soberano Príncipe de la Masonería, o Maestro ad Vitam; 21º Noaquita o Caballero Prusiano; 22º Caballero de la Real Hacha, o Príncipe del Líbano; 23º Jefe del Tabernáculo; 24º Príncipe del Tabernáculo; 25º Caballero de la Serpiente de Bronce; 26º Escocés Trinitario, o Príncipe de la Merced; 27º Gran Comendador del Templo, o Soberano Comendador del Templo de Jerusalén; 28º Caballero del Sol, o Príncipe Adepto; 29º Gran Escocés de San Andrés de Escocia, o Patriarca de las Cruzadas; 30º Caballero Kadosch, o Caballero del Águila Blanca y Negra. En la instrucción ritual de este último se le dice lo siguiente:

“Id al mundo, solo, universo completo, responsable ante vuestra conciencia hecha de conocimiento y de amor. No tenemos palabra de orden que daros. Mientras actuéis conforme a nuestros principios no caeréis en el engaño. No es tanto de nuestra Orden en quien os convertís en defensor, sino de lo que ella representa y sirve. Por su intermedio, seréis el soldado de lo universal y lo eterno".

Como leemos también en un Volumen de Arquitectura:

“El Caballero Kadosch puede ir hacia el mundo bien armado para su gran combate y para la venganza de sus enemigos interiores (...) porque el espíritu del Caballero Kadosch se ha aliviado del peso de la materia, purificado y consagrado al culto de la Verdad”.

Estas palabras nos indican el proceso de una alquimia espiritual. El ser está solo consigo mismo, pero su conciencia, hecha de “conocimiento y amor” abarca ya el universo entero, que es su morada, o sea que llegando al centro del estado humano ha superado por ello mismo los límites de su individualidad, integrándola en el Universal. Por eso Guénon habla de este grado como el “non plus ultra” de la iniciación caballeresca y hermética, o sea que “más allá” de él, los grados siguientes, el 31, 32 y 33, tendrían más bien un carácter sapiencial pues superarían, a su vez, lo que es el marco de una tradición específica para entroncar directamente con lo que significa en el pensamiento de Guénon la Tradición Primordial, es decir el “Centro o Corazón del Mundo”.

Los nombres de estos tres últimos altos grados son los siguientes: 31º Gran Inspector, Inquisidor-Comendador; 32º Sublime Príncipe del Real Secreto; 33º Soberano Gran Inspector General. Aunque estos grados continúan teniendo ese carácter caballeresco y hermético-cristiano, sin embargo algunos de sus símbolos, palabras sagradas y de paso están ligados en gran medida a esa idea de “centro espiritual”, que es común al núcleo esotérico y unánime de todas las tradiciones, allí donde se funden en su principio común, que es la propia Tradición Primordial. Por ejemplo, en el cuadro del grado 32, el “Príncipe del Real Secreto”, figuran una serie de estandartes en el llamado “Campo de los Príncipes”. Pues bien, en su última obra publicada en vida, La Gran Tríada, Guénon encuentra una similitud entre este “Campo de los Príncipes” con aquello que en el Taoísmo se denomina la “Ciudad de los Sauces”, el equivalente del “Centro del Mundo” en esa tradición. La Ciudad de los Sauces está “representada ritualmente por un celemín lleno de arroz”, el cual es uno de los nombres que en la antigua China se utilizaba para designar a la Osa Mayor, cuyas siete estrellas tienen una correspondencia exacta con lo que significa, en la Masonería, el número siete, en la medida en que este es el número de masones que se necesitan para que una Logia sea “Justa y Perfecta”, o sea para que una Logia sea el reflejo directo, en la Tierra, de la “Logia celeste”.  

Otro ejemplo es el perteneciente al último de los altos grados, el 33, llamado “Soberano Gran Inspector General”. Se trata del triángulo invertido irradiante situado encima de la corona que porta el Águila Bicéfala del Sacro Imperio.[1] En este sentido, en una nota del capítulo “La realización descendente” de su libro Iniciación y Realización Espiritual, Guénon compara de algún modo el significado del triángulo invertido con la misión de los Bodhisattwas en el Budismo Mayahana, o sea de aquellos seres que han logrado liberarse del Samsara, o rueda de las existencias, y deciden, en una misión que el propio Guénon define como “avatárica”, “descender” nuevamente en el seno de la manifestación para servir de vehículo de transmisión de las influencias espirituales de las que ellos son portadores, hasta que todos las criaturas vivientes sean a su vez liberadas del encadenamiento cíclico del Samsara

El gran metafísico francés menciona a este respecto a Avalokitesvara, el “Señor de la Compasión”, esa deidad búdica que “mira hacia abajo”, hacia la manifestación, sin que esto suponga alterar su inmutabilidad como principio divino que es. Y es precisamente con este significado que el triángulo invertido (que es también un símbolo del corazón) es tomado como representativo de los tres últimos grados de la Masonería escocesa. 


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Esquema del triángulo irradiante "descendente" del 33º


Y si en la escala de los grados masónicos el de Kadosch marca el término de la subida, los tres grados siguientes, el 31, 32 y 33, no pueden referirse sino a un “redescenso”, “por el cual, dice Guénon, son aportados a toda la organización iniciática las influencias destinadas a ‘vivificarla’“. Recordemos que no es por casualidad que la palabra Sapientia (Sabiduría) figure también en el escudo heráldico del grado 33, en el cual y sin temor a equivocarnos podemos afirmar que se funden el poder temporal y la autoridad espiritual o sea lo caballeresco y lo sapiencial, indicando así el cumplimiento efectivo y real de la Gran Obra Hermética. El Águila bicéfala, que evoca también a las dos cabezas del Jano romano y a los dos San Juan (patrones de la Masonería), está anunciado la unión de esos dos poderes, caballeresco y sapiencial, que eran propios precisamente de los antiguos emperadores en diferentes tradiciones, por ejemplo la egipcia, o la china, pero también de los druidas celtas, cuyo nombre, recuerda Guénon, es el resultado de la unión de las palabras dru (fuerza) y vid (sabiduría). Druvid, Druida.

Decíamos anteriormente que Guénon aludía a otras herencias presentes en los altos grados mucho más antiguas que las que proceden de la época medieval. Sin decirlo explícitamente él se refería sin duda a la hebrea, a la egipcia y la caldea, es decir a tres tradiciones que concentraron en sus templos y su cosmovisión todo el saber de la Ciencia Sagrada, la cual fue transmitida por distintas vías a la Masonería, como lo testimonian esos verdaderos tesoros de la historia legendaria de la Orden que son los Old Charges, los “Antiguos Deberes”. (Sobre todo esto recomendamos la lectura de “La Tumba de Hermes”, que aparece en otra obra importante de Guénon como es Formas Tradicionales y Ciclos Cósmicos). Pero aparte de estas tradiciones del Cercano Oriente, que no olvidemos tienen un origen antediluviano como el propio Guénon señala en este artículo sobre la Tumba de Hermes, existen otras herencias tradicionales que han conservado su memoria en los altos grados. Queremos referirnos en concreto a la tradición celta a través de los llamados Culdeos, que en las Islas Británicas e Irlanda heredaron la sabiduría de los druidas. Los Culdeos practicaban el oficio de carpintero, más antiguo que el de los constructores en piedra, o sea de los masones, o albañiles, si bien ambos oficios estaban organizados de acuerdo a un mismo modelo simbólico: el cosmos concebido como una arquitectura, ya fuese hecha esta de madera o de piedra. Por otro lado, no hay que olvidar que ya con la construcción del Templo de Jerusalén esos dos oficios (juntos con los metalúrgicos) establecieron una alianza que perduraría hasta la llegada de la industrialización, cuando prácticamente todos los oficios tradicionales, que eran portadores de una iniciación, acabaron por desaparecer como tales. Por su familiaridad con la madera, el símbolo más característico de los carpinteros, el hacha, ha dado nombre a uno de los altos grados filosóficos, el 22º, el “Caballero de la Real Hacha o Príncipe del Líbano”, en el que aparece un “Consejo de la Mesa Redonda”, lugar mítico de reunión de los caballeros del Grial. Aquí la presencia céltica se hace evidente, pues la copa del Grial, hecha de madera de carpintero según la tradición, es un símbolo de origen celta, que se cristianizó con la llegada a las islas británicas de los dos discípulos secretos de Cristo: José de Arimatea y Nicodemo. Por otro lado, la expresión “Príncipe del Líbano” para este grado nos hace recordar evidentemente el árbol del cedro con el que fue construida el arca de Noé, y también, en parte, el Templo de Jerusalén, sin contar que de este país, la antigua Fenicia, procedía tanto el rey Hiram como el Maestro Hiram.

Hablando precisamente de Noé, este aparece en el grado 21, y está muy ligado al grado 22 de tal manera que ambos se vinculan con las tradiciones antediluvianas que construyeron el arca de Noé, de ahí el nombre de este grado “Noaquita o Caballero Prusiano”. Noaquita quiere decir “descendiente de Noé”. En él ocupa un lugar muy importante la simbólica de la Luna, tomada esta precisamente en su aspecto “conservador” de la Memoria del Cosmos (y también de la memoria del hombre gracias a la analogía entre el macrocosmos y el microcosmos), o sea como un recipiente donde se recogen las emanaciones de los Mundos Superiores, cumpliendo así efectivamente un papel semejante al de la propia arca, la copa, el corazón o la caverna, pues todos estos símbolos están, en efecto, relacionados con la conservación y transmisión de las herencias espirituales recibidas por la Masonería a lo largo del tiempo.

Esta idea de conservación está doblemente presente en este grado 21, pues es bastante significativo, como señala un eminente masón guenoniano, Denys Roman, que la palabra Prusiano derive de Borussia, el antiguo nombre de Prusia, cuyos ancestros procedían de aquellas tradiciones del norte europeo que conservaron en sus símbolos y mitos un vínculo muy directo con los orígenes primordiales. Esto nos hace recordar lo que comenta Guénon en su importante estudio sobre el simbolismo de la historia y la geografía titulado “El Jabalí y la Osa” (en Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada). Allí señala que en las antiguas lenguas nórdicas derivadas del indoeuropeo, la raíz Bor (que es la misma de Borussia) designaba por igual al jabalí y al oso, o la osa, animales que en distintos períodos cíclicos personificaron a la propia Tradición Primordial, cuya sede primigenia estaba situada en la tierra de la Bórea, el extremo-norte polar. De ahí el nombre de Osa Mayor para designar la constelación que en el Cielo boreal es el arquetipo de la “tierra polar”, como dijimos anteriormente al referirnos al “celemín lleno de arroz”, del Taoísmo, que también representa a la Osa Mayor. Ahora bien, esta constelación, antes de denominarse así, llevaba el nombre de Jabalí, y por tanto la tierra polar no era otra originariamente que la “tierra del jabalí”.

Por eso pensamos que no es por casualidad que la palabra Prusia también aparezca en el grado 33 adjuntado al nombre de Federico II, el emperador prusiano del siglo XVIII, a quien se debe la promulgación de las Grandes Constituciones del Rito Escocés Antiguo y Aceptado. Pero Denys Roman, utilizando el significado etimológico de dicho nombre (“Príncipe de la Paz”, o Rey de la Paz”), y de la palabra “segundo”, que en una de sus acepciones quiere de decir “favorable” o “caritativo” (en francés secourable), acaba definiendo la expresión “Federico II de Prusia” como: “El Rey pacífico, caritativo, de la tierra del jabalí”, lo cual es una referencia a ese carácter primordial que se atesora en el grado 33. Dicho esto, entendemos que tampoco es por casualidad que en las Grandes Constituciones de 1786 redactada en vida de Federico II de Prusia se diga lo siguiente acerca de la función de quien ostenta el grado 33:

“El objeto particular de su misión es instruir y esclarecer a sus Hermanos, de hacer reinar entre ellos la Caridad, la Unión y el Amor fraternal, de mantener la regularidad de los trabajos de cada Grado y vigilar que esto sea observado por todos los Miembros, de hacer respetar y, en todas las ocasiones, de respetar y defender los Dogmas y las Doctrinas, los Institutos, las Constituciones, los Estatutos y los Reglamentos de la Orden, y principalmente los de la Alta Masonería, y en fin de aplicarse, siempre y en todo momento, a hacer obras de Paz y de Misericordia”.

Todo lo expuesto hasta aquí con respecto a los altos grados creemos que es suficiente para corroborar lo dicho por Guénon en el artículo de La Gnose sobre que estos tendrían que estar reservados a los estudios filosóficos y metafísicos, pasando a ser centros iniciáticos cuyo fin principal no sería otro que la transmisión de la Tradición una y universal, la cual está más allá de las formas tradicionales porque las contiene a todas en esencia. Un estudio atento sobre los símbolos, los ritos y las leyendas que aparecen en los Altos Grados, nos llevarían ciertamente a la conclusión a la que llegó Guénon, y veríamos efectivamente que en ellos se concentra un saber iniciático y metafísico procedente de diferentes tradiciones, pero que es único en su esencia, para conformar finalmente lo que algunos, para referirse a la Masonería en su integridad, han denominado el “Arca tradicional de los símbolos”, “arca” que además tiene una dimensión cíclica incuestionable. En efecto, la Masonería, y en este caso la Masonería Escocesa, ha tenido que asumir esa función “conservadora” en este tiempo nuestro donde todo indica que estamos ante un final de ciclo, y como en todo final de esta naturaleza, es prerrogativa de las organizaciones iniciáticas aún vivas conservar en lo posible el núcleo sapiencial de las tradiciones que, en el caso de Occidente, mantuvieron ese lazo efectivo con lo que René Guénon ha llamado el Centro Supremo de la Eterna Sabiduría, permitiendo así su vigencia y actualidad, pero sobre todo su proyección en el “mundo futuro” de una nueva humanidad.

II

Para la segunda parte de esta charla nos vamos a centrar en aquellos altos grados que, como dice Guénon, “tienen un vínculo directo con la Masonería”, es decir con la tradición de constructores de los templos en piedra. Guénon se refiere a los grados complementarios al grado de Maestro, que van del 4º al 14º, que son propiamente los “Grados de Perfección”.

Para empezar a definir lo que estos grados significan hemos de volver de nuevo al artículo de La Gnose en el que Guénon afirma que la Masonería especulativa “forma Masones que no son sino el símbolo de los verdaderos Masones”. Con esto se está refiriendo sobre todo al hecho de que si bien la Masonería especulativa tiene los símbolos y los ritos (que es lo más importante y sin los cuales no sería nada), su enseñanza no va más allá del aspecto teórico, no contemplando así la posibilidad de una iniciación “efectiva”. Para entender esto hay que reparar en el hecho de que la teoría, al menos en el sentido restringido que se tiene hoy en día de esta palabra, no va más allá del plano de lo mental, que es insuficiente para lograr esa identificación con la esencia de lo que los símbolos y los ritos transmiten. Es precisamente ese elemento supraindividual y metafísico el que permite pasar de la “potencia al acto”, por medio de la cual se opera la transmutación de la conciencia, en el sentido alquímico del término. Sin ese elemento, lo que quedaría es una iniciación puramente virtual, es decir “simbólica”, y para que sea “efectiva”, es decir “operativa”, se ha de pasar del símbolo a la realidad que este simboliza. Como señala Guénon en varios lugares de su obra los símbolos y los ritos son los vehículos de la influencia espiritual; pero, y esto es importante, esa influencia, dice Guénon,

“se ‘pospone’ en cuanto a su desarrollo ‘en acto’, y es como un germen al que le faltan las condiciones necesarias para su eclosión, puesto que estas condiciones residen en el trabajo ‘operativo’, únicamente por el cual la iniciación puede hacerse efectiva”. (Apreciaciones sobre la Iniciación, cap. El símbolo y el rito”).

En efecto, el verdadero Conocimiento, en la Masonería como en cualquier otra tradición, no se adquiere solo con el saber teórico. Los ritos y los símbolos iniciáticos, por su condición de sagrados, son portadores de una influencia espiritual, la cual para que no se quede en un conocimiento meramente especulativo ha de ir más allá de la esfera de lo mental, iluminando la totalidad de nuestro ser. El “Conócete a ti mismo” socrático que debería figurar en los frontispicios de todos los templos masónicos (como figuraba en el templo de Apolo en Delfos) exige una identificación plena con aquello que conocemos en teoría, pues no ha de existir ninguna diferencia entre lo que el ser “es” y lo que conoce. El Conocimiento es una identificación. No puede separarse lo que “yo soy” de lo que “yo conozco”. Por consiguiente “conocer es ser”. No se nace a medias, dicho en otras palabras. El “hombre nuevo” tiene una dimensión ontológica y metafísica que va más allá de lo psicológico, aunque implique también a esta parte de nuestro ser individual, que gracias a la iniciación aparece “regenerada”, “nacida de nuevo”, expresiones que encuentran en el término griego palingenesia su perfecta definición.

En el comienzo de una vía iniciática como la Masonería, se dan a conocer los principios y las ideas más altas a través de los símbolos que las vehiculan y sólo hay que contemplar los que aparecen en el cuadro de logia de aprendiz para advertir este hecho, como es el caso del Delta luminoso, de la escuadra y el compás, de la piedra bruta y la piedra cúbica, de la plomada y el nivel, etc. Estos son, en efecto, ideas, de las que al comienzo desconocemos naturalmente su significado porque no sabemos todavía relacionarlas con nosotros mismos; vemos esos principios como “exteriores” y no como constitutivos de nuestra esencia, pues no hay que olvidar que estamos en presencia de arquetipos que son de origen suprahumano y divino, y hablan directamente a esa parte divina de nuestro ser, que es la que realmente despierta la influencia espiritual recibida en la iniciación. Aunque sea virtual al comienzo, esa influencia es como una semilla, o un germen como diría Guénon, que irá creciendo interiormente si nos concentramos en la enseñanza recibida. Como dice un adagio hindú, “de la ignorancia condúceme al Conocimiento”.

Los símbolos y los ritos iniciáticos nos ayudan a desarrollar nuestros “talentos”, en el sentido evangélico del término: “Porque al que tiene, le será dado, y tendrá más; y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado” (Mateo 25: 29). Reiteramos, lo que hace la influencia espiritual recibida por la iniciación es despertar las cualidades que nacen ya con nosotros, pero que se han ocultado debido a ese “olvido” del que habla Platón que nos sobreviene cuando nacemos en este mundo. La iniciación no nos otorga nada que no poseamos ya. Ilumina, por así decir, un espacio de nuestra conciencia que nos permite “recordar” lo que olvidamos al nacer. De ahí en más, todo está en nuestra voluntad de ser y en saber leer los designios de la Providencia, aunque al comienzo solo sepamos “deletrearlos”, pero con paciencia, perseverancia y con nuestra “recta intención” iremos “puliendo” y “ajustando” nuestras acciones y pensamientos a la voluntad del Gran Arquitecto del Universo. En esto consiste esencialmente el trabajo con la plomada, el nivel y la escuadra, los tres útiles que guían los trabajos del aprendiz, el compañero y el maestro. Recordemos que la escuadra tenía entre los romanos el sentido de “norma”, o sea de regla, o de regula, de orden en definitiva, pues la construcción del templo interno se realiza según el modelo del orden cósmico.

Sin embargo, en la construcción la escuadra solo sirve para determinar y trazar las formas rectilíneas y cuadradas, o sea la parte inferior del templo, siendo necesarias otras herramientas que, como el compás, sirven para trazar las formas circulares, entre las cuales la más importante es precisamente la bóveda o cúpula principal, en cuyo centro se dispone la verdadera “piedra angular”, la que corona todo el edificio y que por ello se toma como el símbolo, o uno de los símbolos, del Gran Arquitecto.

El “paso de la escuadra al compás” tiene que ver con esto, qué duda cabe. Si la escuadra simboliza la Tierra y la individualidad, el compás simboliza el Cielo y lo universal, y ambos niveles, lejos de oponerse se complementan, como se complementan la escuadra y el compás. Así lo muestran, sin ir más lejos, las distintas posiciones que ocupan ambos instrumentos sobre el Volumen de la Ley Sagrada en cada uno de los tres primeros grados. Esas posiciones nos indican el “sitio y el lugar que nos corresponde” en cada momento de nuestra existencia y de nuestra evolución espiritual.

A este respecto, y hablando implícitamente de esa evolución espiritual desarrollada a través de los tres “grados simbólicos”, Guénon señala en su estudio sobre la Palabra Perdida que la búsqueda sobre esta Palabra “ya está encaminada” en esos grados y que

“corresponde a cada uno, si tiene la capacidad para ello, (...) lograr la Maestría efectiva a través de su propio trabajo interior”.

Ampliando un poco más esta idea, diremos que el contenido de los altos grados en las Logias de Perfección están ya comprendidos dentro del grado de Maestro, como lo estaban en la antigua Masonería operativa, que, como indica Guénon, se componía de siete grados, pero que, al quedar reducidos a tres como consecuencia del paso a la Masonería especulativa “oficializada” por así decir en las Constituciones de Anderson de 1723, se originaron algunas lagunas doctrinales que fue necesario subsanar con la creación de los grados de perfección, que en efecto recogían lo esencial de aquellos grados desconocidos por Anderson y sus compañeros. No existe, en propiedad, un grado superior al de Maestro, entendido este en su dimensión más plena y verdadera, y como dice Guénon nuevamente en “Palabra Perdida y Nombres Substitutivos”: 

“El Maestro, al poseer ‘la plenitud de los derechos masónicos’ tiene especialmente el de conocer todos los conocimientos incluidos en la forma iniciática a la cual pertenece; es lo que expresaba en otro tiempo bastante claramente la antigua concepción del ‘Maestro en todos los grados’, que parece completamente olvidada hoy”.

III

Los Grados de Perfección abarcan del 4º al 14º como ya dijimos, y sus nombres son los siguientes: 4º Maestro Secreto; 5º Maestro Perfecto; 6º Secretario Íntimo; 7º Preboste y Juez o Maestro Irlandés; 8º Intendente de los Edificios o Maestro en Israel; 9º Maestro Elegido de los Nueve; 10º Maestro Elegido de los Quince; 11º Sublime Caballero Elegido; 12º Gran Maestro Arquitecto; 13º Real Arco; 14º Gran Escocés de la Bóveda Sagrada de Jacobo VI, o Gran Elegido, Perfecto y Sublime Masón.

No pretendemos hablar de todos y cada uno de los grados que componen las Logias de Perfección, pero sí exponer unas cuantas reflexiones que nos parecen relevantes acerca del simbolismo de los más representativos de cuantos conforman estas Logias, y con los que, como hemos dicho, culminaría el proceso del grado de Maestro masón. La enseñanza dada en las Logias de Perfección se vincula directamente con la búsqueda de la Palabra Perdida, acontecida tras la muerte de Hiram, todo lo cual se acompaña de una profundización en el simbolismo del Templo de Salomón, en cuyas diversas estancias se desarrollan la mayor parte de los trabajos y los ritos de estos altos grados. De ahí que las leyendas que aparecen en sus rituales estén relacionadas con la búsqueda del sentido esotérico y metafísico del Templo Hierosolimitano, personificando en sus funciones los máximos dignatarios de esos grados al rey Salomón y al rey Hiram de Tiro. Entre esos dignatarios también están quienes tuvieron una responsabilidad directa en la construcción del Templo, como es el caso de Adoniram, colaborador del Maestro Hiram, y elegido sucesor suyo tras su muerte, ocupando así el lugar de este junto a Salomón. Acompañándolos están también Stolkin (el que descubrió la tumba de Hiram), Moabon, Galaad, Abdamon o Zerbal (el capitán de la guardia de Salomón). También aparecen Johaben (quien posee la “llave de oro” de la urna que guarda el corazón de Hiram), Jabulum (uno de los tres grandes maestros encargados de recoger los planos perdidos del primer templo de Salomón). También tenemos a Tito, el jefe de los Harodim o superintendente de los trabajos de edificación. Todos estos personajes bíblicos representan aspectos internos del propio iniciado, aspectos que están relacionados con las diferentes virtudes que, como piedras cúbicas, son necesarias para la edificación del templo espiritual. El nombre de cada uno de ellos define aquí la naturaleza de una virtud determinada. Pongamos el ejemplo de Jabulon, o Jabulum, que es el nombre del iniciado en varios grados, concretamente el 13º y el 14º. Pues bien, Jabulon significa aquel que está presto a hacer siempre el bien, o sea que está relacionado con la bondad (un nombre divino), lo que no le impide tener un celo extraordinario en la conservación de ese bien, que desde luego se refiere a la propia Tradición. Emerek es otro de los nombres que recibe el iniciado en el 11º, y cuyo significado es “hombre verdadero en toda circunstancia”.

Centrándonos en el Maestro Secreto, en los rituales de instrucción se dice que su voluntad es la de elevarse "por encima de la superficie de la tierra y penetrar en las altas regiones del Conocimiento espiritual". Pero para ello ha de alcanzar la virtud del silencio, silencio que naturalmente nada tiene que ver con la ausencia de sonido. Se trata más bien del origen inmanifestado del Verbo creador, o sea del “silencio metafísico”. Precisamente, en un artículo titulado “Silencio y Soledad” (Miscelánea, cap. V) Guénon habla del “Verbo no proferido” para referirse a ese silencio, añadiendo que se trata de “la voz del Gran Espíritu”, en tanto que este es identificado con el Principio mismo; y esta voz (señala Guénon) es la respuesta a la llamada del ser que lo invoca: llamada y respuesta son igualmente silenciosas, siendo ambas una aspiración y una iluminación puramente interiores.

Ese silencio es entonces la “llave” que posee el Maestro Secreto para penetrar en el Sancta Sanctorum de su templo interior, en lo más sagrado de su ser, allí donde puede comunicar con sus estados superiores y participar de la certeza del Misterio inefable contenido en el Nombre Divino. No en vano, la Logia del 4º representa el “Santo de los Santos” del Templo de Salomón, el lugar más interno, u oculto del mismo.

Por eso, a la pregunta que se le hace al Maestro Secreto en los rituales de instrucción: “¿dónde habéis percibido ese ‘silencio’?”, él contesta: “En el centro de un triángulo encerrado dentro de 3 círculos”. Los tres círculos son los tres mundos de la Cosmogonía, o sea el conjunto de la Manifestación Universal, mientras que el triángulo es el Delta que está en el centro de todos esos mundos, conteniendo el Nombre inefable del Gran Arquitecto. En este sentido, y a la pregunta: “¿Qué significa el triángulo encerrado?”, el Maestro Secreto contesta: “Es un conocimiento del que todavía no he sido juzgado digno”. Ese conocimiento es la Verdad que el triángulo contiene, pero que el Maestro Secreto todavía no es digno de recibir porque su conciencia está turbada todavía por la muerte del Maestro Hiram, que él experimenta en sí mismo, siendo consciente de que está en un momento de “transición” entre el pasaje de un estado individual a otro de naturaleza supraindividual, o sea del paso de la “escuadra al compás”. Por eso la Logia del cuarto grado, pese a representar el “Santo de los Santos”, está pintada de negro salpicada de lágrimas blancas, lágrimas que, sin embargo, representan también el rocío celeste descendiendo sobre el corazón del hombre, que al recibirlo “se levanta de la muerte”, o sea “resucita” del estado caído para “elevarse verticalmente”, “hacia arriba”. Recordemos, que la muerte de Hiram representa la pérdida de una parte importante de la Tradición, pero en realidad ella no está totalmente perdida, como no lo está la Palabra por medio de la cual el hombre recupera el conocimiento del “ser de las cosas”, empezando por el suyo, que está oculto en el sepulcro donde se encuentra el corazón de Hiram, el maestro interno.

Todo esto está representado ritualmente por la ceremonia llamada de “traslación del corazón de Hiram”, durante la cual, en efecto, el Maestro Secreto vuelve de nuevo al sepulcro, extrayendo de él el corazón contenido en una urna para depositarlo primero en el Occidente de la Logia (lugar donde la luz se oculta), y posteriormente en el Oriente (lugar donde la luz nace), colocándolo encima del Ara, que tiene forma de piedra cúbica, de tal manera que, situando el corazón de Hiram encima de esa piedra, esta adquiere su “perfección”, de naturaleza puramente espiritual, la que representa justamente la “piedra cúbica en punta”.

Como señala a este respecto Aldo Lavagnini (Magister) en su Manual del Maestro Secreto, el Corazón de la Vida Superior estaba antes oculto en la parte inferior (o interior) de la piedra, y después se ha erguido en una posición de dominio, expresión que alude a una de las traducciones del nombre Adonhiram, el “Señor de la Vida Elevada”. Así, la traslación del corazón de Hiram es una traslación vertical que se produce de abajo hacia arriba, lo cual recuerda nuevamente la idea de “exaltación” y de “resurrección”, tan presente en el grado de Maestro, y que evocan también las siglas alquímicas VITRIOL que el aspirante a la iniciación encuentra ya inscritas en la “Cámara de Reflexión” al comienzo de su carrera masónica: Visita el Interior de la Tierra y Rectificando Encontrarás la Piedra Oculta. Recordemos que la palabra “Rectificación” alude claramente a la idea de verticalidad y rectitud. Esa posibilidad es la que el Maestro Secreto ha de hacer realidad en sí mismo, pues no hay que olvidar que, según la instrucción del 4º, el Maestro Secreto ha sido recibido bajo el laurel y el olivo, dos árboles emblemáticos en la tradiciones antiguas. El laurel, árbol de Apolo, es el símbolo de la victoria del iniciado sobre sus enemigos internos, mientras que el olivo, el árbol de Atenea, representa la fecundidad de la paz que sigue a esa victoria. En la misma instrucción ritual puede leerse lo siguiente: “la verdad absoluta reside en la nube de lo incognoscible sobre una sumidad inaccesible al espíritu humano”.

Aquí hemos de señalar que lo que se entiende por “espíritu humano” tiene obviamente sus límites, pero si consideramos ese “espíritu” como lo que es en realidad, o sea una participación en el Espíritu del Gran Arquitecto del Universo, entonces entendemos las palabras que encontramos en los rituales de instrucción del siguiente grado, el 5º, el Maestro Perfecto, en las que se dice: “el hombre, ser finito, no podría arrancar a la Naturaleza sus secretos más ocultos, ni crear las Ciencias y las Artes, si su inteligencia [léase su espíritu] no fuera una emanación de la Causa Primera”.

Solo el Espíritu puede conocerse a Sí Mismo. En este misterio ontológico consistiría la enseñanza última en los grados de perfección. Esto lo comprendió muy bien Moisés cuando en la sumidad del Sinaí se le “revela” el Nombre de Dios al “oír” una “voz” surgida de la “zarza ardiente”: “Yo Soy el que Soy”, que también se traduce como “El Ser es el Ser”. No es de extrañar entonces que los nombres de Moisés y la “zarza ardiente” aparezcan en el ritual del grado 14º, donde culminan precisamente los grados de perfección, que comprenden todas las enseñanzas derivadas de la "Ciencia del Compás".

En este sentido, si la "Ciencia de la Escuadra" (o “Ciencia de la Tierra”) conduce al masón hasta la Cámara del Medio, con la "Ciencia del Compás" (o “Ciencia del Cielo”) puede penetrar en los misterios más profundos del simbolismo constructivo, pues le es dado conocer la verdadera naturaleza de la “piedra angular”, cuyo destino en la arquitectura del templo, como ha dicho Guénon en varias ocasiones, no podía ser comprendida sino por aquellos constructores que habían pasado “de la escuadra al compás”.

Las relaciones y vínculos entre todo este conjunto de símbolos es el tema principal desarrollado especialmente en los grados 13 y 14, o sea del "Arco Real" y del "Gran Escocés de la Bóveda Sagrada".

Con respecto al grado 13, está muy presente en él la huella dejada por la Cábala judía de los Nombres divinos. En efecto, la Logia del Arco Real es una bóveda subterránea sostenida por nueve arcos, en cada uno de los cuales aparece grabado un nombre o atributo de Dios. Esos nombres también pueden ser remplazados por las sefiroth del Árbol de la Vida, y de hecho así se da en algunas versiones de este grado, donde además se relata el viaje de los Tres Maestros arquitectos (Jabulon, Johaben y Stolkin) a través no ya de arcos sino de bóvedas superpuestas unas debajo de otras, en la última de las cuales se encuentra el Delta Luminoso con el Nombre Inefable en su interior, el que, según las leyendas de la antigua Masonería, fue grabado por el profeta Enoc en los tiempos antediluvianos. Enoc, conocido como “el primero que invocó a Dios por su Nombre”, no es otro que el profeta Idris, que a su vez es el Hermes antediluviano, y según esas mismas leyendas fue él quien construyó esa bóveda hipogea, es decir excavada en la roca. Hay aquí una alusión expresa al hecho de considerar a Enoc y al Hermes antediluviano como dos de los ancestros más antiguos de la Masonería, cuya Ciencia Sagrada esta conservará a lo largo del tiempo, dejando pruebas de ese saber en edificaciones repartidas por todo el mundo. Esta leyenda también deja entrever cómo a través de los altos grados, se puede experimentar el recorrido por una historia vivida a contracorriente del flujo temporal, un hecho que el propio Guénon ha señalado como una de las características del “viaje iniciático” hacia los orígenes primordiales.

Justamente el templo hipogeo construido por Enoc está representado en la logia del Arco Real por una bóveda o caverna subterránea, cuya “salida” se efectúa por una abertura situada en la cúpula. Sin embargo, en el cap. XXXIX de Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada, (“La salida de la caverna”) Guénon señala que en esta logia, no hay ni ventanas ni puertas y solo existe una “salida” por una abertura situada precisamente en el centro de la bóveda, donde está la “piedra angular”, la cual ha de ser “quitada” para que sea posible dicha salida. Pero entonces, nos preguntamos, si no hay ni puertas ni ventanas, ¿por dónde se “entra” en la logia del Arco Real? La conclusión a la que llegamos después de meditar en las palabras de Guénon en este punto concreto es que la Logia del Arco Real simboliza a la propia Logia masónica en uno de sus Altos Grados, en este caso el 13º, y que en realidad el masón que va a ingresar en dicho grado lo hace en una estancia, o “cámara”, más “interna” de la Logia en la que entró en su día cuando fue iniciado por primera vez en los misterios de la Masonería. Él ha llegado a la Logia del Arco Real tras un recorrido por su conciencia a través del mundo subterráneo (en el que se ha ocultado la Tradición debido a las condiciones adversas del mundo exterior), entrando en ella por una abertura situada en el centro de la misma, centro que, como dice el ritual de instrucción, es “el lugar más sagrado del mundo”, que no puede ser otro que la “Cámara del Medio” del Maestro Masón, situada en la base del eje vertical que conecta la Tierra con el Cielo, por donde en efecto se produce la “salida” del cosmos a otros ámbitos más universales. El ritual concluye con estas significativas palabras: “Llegados a este grado, el espíritu del iniciado se separa de la materia y se prepara para las más sublimes revelaciones”.

En el capítulo sobre “La piedra angular”, Guénon realiza una serie de analogías y correspondencias entre la bóveda del templo en el Arco Real y la bóveda craneana de la cabeza humana. Él está hablando del Royal Arch anglosajón, pero lo que dice es válido también para el 13º de la Masonería Escocesa. Recordemos, además, que de acuerdo con todas las tradiciones de constructores de cualquier lugar y de cualquier época, el cuerpo humano es al fin y al cabo el modelo sobre el que se han inspirado la estructura fundamental de todos los templos, y la cabeza, o el cráneo, está simbolizando la bóveda celeste, como por otro lado el corazón simboliza el altar, que no es otro que la “piedra fundamental” del templo, reflejo directo de la “piedra angular” situada en el centro de la bóveda.

Y centrándonos ya por último en el 14º, el Gran Escocés de la Bóveda Sagrada, señalaremos en primer lugar su estrecha relación con el grado anterior, hasta el punto de que posiblemente no fueran sino uno solo en un principio, pues sus enseñanzas respectivas se centran en el simbolismo de la cúpula, si bien los que elaboraron estos Altos Grados tuvieron sus razones para dividirlos en dos. Una de esas razones quizás fuera la preferencia que en el grado 14º se da a la “piedra cúbica en punta”, que como dijimos al comienzo es uno de los símbolos que pertenece exclusivamente al Maestro masón. Por lo tanto, es natural que en el último de los Grados de Perfección, se dé prioridad a este símbolo.

Precisamente en la iconografía del 14º aparecen numerosas referencias al simbolismo constructivo, y se hace hincapié en la “piedra cúbica en punta”, decorada en sus cuatro lados con una serie de símbolos relacionados con la alquimia, la astrología, la ciencia de los números y de las letras, junto con la geometría y los principales útiles o herramientas que han permitido ir dando forma al templo exterior e interior: hablamos del compás, la escuadra, la regla, el nivel y la plomada. Asimismo, en una de las caras aparecen dos querubines a uno y otro lado del triángulo superior, querubines que evocan a los dos que protegían al Arca de la Alianza en el Templo de Salomón. Y todo ello “coronado” con la Estrella Flamígera conteniendo la letra “G” en su centro, que es la inicial de Dios en inglés (God), o de Geometría, que los masones operativos identificaban con la Masonería misma. Recordemos que antiguamente la Estrella Flamígera era uno de los símbolos tanto del Gran Arquitecto como del grado de Maestro, y en ella veríamos también un símbolo de la Estrella Polar, cuya posición en el cielo equivale a la posición de la “piedra angular” en el templo. Podríamos decir que la decoración de esa piedra cúbica en punta es como una especie de recapitulación de las artes y símbolos más significativos de la tradición masónica.

Hablando concretamente de la “piedra cúbica en punta”, René Guénon nos recuerda que en los antiguos documentos masónicos aparece un hacha sobre el vértice mismo de esa piedra, lo cual puede ser interpretado como un “jeroglífico del polo”, ya que el hacha, símbolo eminentemente axial, manifiesta la idea de un poder espiritual. A propósito de ese poder, Guénon señala ("Un Jeroglífico del Polo", cap. XV de Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada.) que:

“ha de tratarse de una potencia espiritual; esto resulta de que el hacha está puesta en relación directa, no con el cubo, sino con la pirámide; y podrá recordarse aquí lo que hemos expuesto ya en otras ocasiones sobre la equivalencia del hacha con el vajra, que es también, ante todo, el signo de la potencia espiritual. Hay más: el hacha está situada, no en un punto cualquiera, sino, como hemos dicho, en el vértice de la pirámide, vértice que a menudo se considera como representación de la cúspide de una jerarquía espiritual o iniciática; esta posición parece indicar, pues, la más alta potencia espiritual en acción en el mundo, vale decir lo que todas las tradiciones designan como el ‘Polo’ (...), el único punto que permanece fijo e invariable en todas las revoluciones del mundo”.

Estas palabras de Guénon nos permiten ver en el hacha un símbolo del “rayo espiritual” considerado como un eje vertical que penetra en el ser humano iluminándolo interiormente. Asimismo, podríamos interpretar dichas palabras en el sentido de asimilar la piedra cúbica en punta con el cuerpo humano, estando la cabeza en relación con la pirámide (o triángulo) y el resto del cuerpo con el cubo (o el cuadrado). En este sentido, el hacha, o el “rayo”, tocaría la parte más elevada del cuerpo, es decir la “coronilla”, donde se encuentra el séptimo chakra, el Brahmarandhra, que es equivalente al “ojo del domo” en el simbolismo constructivo. El hacha, en la cúspide de la pirámide, o de la cabeza, estaría provocando la apertura de dicho chakra y en consecuencia la "liberación" del alma de ese mismo ser de todos los condicionamientos propios de la individualidad. Si bien Guénon no menciona esa relación entre el hacha y la apertura del séptimo chakra en el artículo citado, sí la sugiere en otros capítulos de Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada, por ejemplo en el cap. XXXIIIcuando habla de que el séptimo chakra es el

"punto de contacto del individuo con el 'séptimo rayo' del sol espiritual, punto cuya 'localización' según las correspondencias orgánicas se encuentra en la coronilla, y que se figura también por la abertura superior del athanor hermético".

Se menciona aquí implícitamente la idea de un tercer nacimiento que:

"podría ser considerado, empleando la terminología alquímica, como una 'sublimación' ".

La piedra cúbica en punta expresaría pues la culminación del proceso iniciático en relación con la culminación de la Gran Obra de la cosmogonía, o del Arte Real, expresión que conviene tanto a la Masonería como al Hermetismo como ya dijimos, pero con la perspectiva abierta hacia el conocimiento de la metafísica, que es, en definitiva, el contenido esencial de los Altos Grados de la Masonería Escocesa, que le ha correspondido ser, junto a la Masonería anglosajona del Royal Arch y el resto de Ritos masónicos, la heredera de todo este legado, que continúa estando vivo, pese a las enormes dificultades que presenta un medio profano como el que padecemos hoy en día, tan adverso a las ideas y principios que nuestra Venerable Institución ha preservado a lo largo de los siglos. Francisco Ariza (página personal).



[1] El Águila Bicéfala lleva entre sus garras una espada desnuda dispuesta en la dirección Oriente-Occidente, que en una de sus significaciones representa ese rayo o relámpago de que habla San Mateo, el cual, partiendo del Oriente resplandece hasta Occidente, anunciando así la segunda venida del Hijo del Hombre al final de los tiempos.

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