En una época de disolución cultural y de Simulacro decimos que toda la civilización no es ya otra cosa que una afirmación completa del abismo y una atracción consumada por el vacío, donde la lógica de la autenticidad ha dejado paso a la lógica de lo artificial; y con ello, por fin termina por cristalizar lo inevitable: el paradigma humano ha sido superado por el nuevo sujeto en la Historia: la máquina.
Estamos, pues, instalados en el paradigma del transhumano, en el reino estéril del absurdo y el sinsentido, en la lógica de la inhumanidad nihilista, como afirmó con acierto Seraphim Rose: «El nihilismo se ha convertido, en nuestra época, en algo extendido y omnipresente; se ha introducido tan profundamente en las mentes y los corazones de todos los hombres que viven hoy en día, que ya no existe ningún frente en el que se pueda combatir y aquellos que creen hacerlo, utilizan la mayoría de las veces sus propias armas, que en realidad se vuelven contra ellos mismos».
Con el eclipse de las “grandes verdades” detectado por Jean-François Lyotard, así como el empequeñecimiento del hombre augurado por los transhumanistas, parece que al fin ha llegado el imperio de la técnica. El Poder-real-soberano, tan titánico y ciego en su empeño por adoptar la forma de un Gobierno Único Mundial, avanza sin límites sobre nuestras depauperadas existencias, cada vez más instaladas en la lógica de una mente-colmena que será abstracta y colectiva y donde apenas si queda cabida para un pequeño margen de disidencia vital e intelectual.
Con todo ello, la lógica del algoritmo, que es el Big-Data, ha suplido a la lógica humana, imponiendo así una forma nueva de medir la existencia siguiendo criterios netamente estadísticos, marcando pautas deshumanizadas, automatizando el funcionamiento de las personas, estandarizando el comportamiento de todos los insectos-humanoides que viven felices en su estado perpetuo de “conexión”. En realidad, la psicopolítica no es más que la última máscara adoptada por el nihilismo en un universo abandonado a la lógica de la abstracción, como ha sabido ver el celebérrimo Byung-Chul Han: «El dataísmo es nihilismo. Los datos simplemente rellenan el vacío sin sentido».
El nihilismo no es otra cosa que una enfermedad consistente en enfrentar a los hombres contra la verdad más elemental de la vida: que estamos aquí para Ser… Una enfermedad que niega al hombre que la posee, puesto que lo cierra hacia cualquier atisbo de apertura trascendental. El nihilista no es capaz de percibir la naturaleza superficial de las cosas; y no digamos ya su esencia profunda; pero lo más grave de su existir es que está sordo y ciego ante el rastro de origen que tiene cualquier elemento existente. Esto provoca que su forma de conocer el mundo sea limitada, aunque él la considere el sumun del Progreso tecnocientífico; sin saber que eso que llama conocimiento no es más que un saber relativo, mientras que el verdadero conocimiento que se refiere a lo absoluto, al pálpito divino que hay en todo lo vivo, y que emana más bien de un trasfondo metafísico descartado ya de antemano.
Cuando alguien afirma que la verdad absoluta no existe está afirmando una verdad absoluta. Esto quiere decir que aquellos que niegan la existencia efectiva de la metafísica no están haciendo otra cosa que afirmar una suerte de anti-metafísica no menos abarcadora, aunque sea en un plano de negación, que la metafísica tal y como la conocían en Egipto. Incluso algunas doctrinas iniciáticas centradas en el conocimiento de la verdad relativa de las cosas estarán siempre limitadas en su aproximación, puesto que jamás podrán abrirse a la verdad absoluta que late en lo más profundo de ellas. De la misma forma, aquel esencialismo que pasa por alto los fenómenos concretos e idealiza la sustancia última de los objetos cae en un error igual de fatal, o puede que tal vez incluso peor, puesto que no conoce ni siquiera la naturaleza más evidente de aquello que afirma conocer.
Aunque el nihilismo tiene un mismo trasfondo metafísico de negación, que surge de la inversión más diabólica de la verdad última de la existencia, sus manifestaciones pueden ser múltiples e incluso contradictorias entre sí en muchos planos, aunque siempre se mantendrá esa homogeneidad en torno al principio anti-metafísico en todos sus niveles. La enfermedad nihilista pretende mantener a todos los hombres dormidos ante la verdad espiritual de la vida; por eso, cuando en esta época de Kali Yuga alguien se cura de la enfermedad nihilista decimos que ha “despertado” a la verdadera existencia. Las distintas fases del nihilismo en la Modernidad se han superpuesto, a la manera de distintas guerras intergeneracionales, simulando un falso enfrentamiento entre ellas, que existe de verdad en las distintas superficies en las que se manifiesta el fenómeno, pero que se eleva en verdad como una gigantesca mentira cuando se acude a su única raíz profunda.
Al negar la esencia metafísica que subyace a todo lo vivo, el nihilismo empuja, bajo todas sus formas, a una existencia moderna superficial y exterior en contraste con la existencia profunda y arraigada que encontramos en las formas de vida tradicionales. En la Reforma protestante, en la Revolución Francesa, en el fenómeno bolchevique o en la masificación globalista encontramos distintas variantes antropológicas del mismo fenómeno destructivo que pretende reducir las vidas humanas a su mera apariencia superficial y exterior. La mayor de las virtudes reside, en ese contexto, en saber entregar la vida al “desengaño” de una ilusión que finalmente concluirá en desengaño: el principio metafísico que otorga autenticidad a la existencia elevándose por encima de su aspecto fenoménica hacia una verdad elemental que reside en el eje vertical.
Para el mundo nihilista en sus distintas variantes, tales como el humanismo, el liberalismo, el socialismo, el fascismo o el posthumanismo, la existencia no puede justificarse en base a un principio metafísico. Incluso aunque algún adepto a estas ideologías emanadas del cristianismo crea que sí se pueden hacer compatibles los dogmas modernos y la fidelidad a un principio existencial trascendente, la práctica demostrará que no se puede dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, porque tarde o temprano toca escoger entre la autenticidad y las exigencias de la vida material. Sobra decir por cuál de las dos vías suelen optar estos individuos.
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