Psicología

Centro MENADEL PSICOLOGÍA Clínica y Tradicional

Psicoterapia Clínica cognitivo-conductual (una revisión vital, herramientas para el cambio y ayuda en la toma de consciencia de los mecanismos de nuestro ego) y Tradicional (una aproximación a la Espiritualidad desde una concepción de la psicología que contempla al ser humano en su visión ternaria Tradicional: cuerpo, alma y Espíritu).

“La psicología tradicional y sagrada da por establecido que la vida es un medio hacia un fin más allá de sí misma, no que haya de ser vivida a toda costa. La psicología tradicional no se basa en la observación; es una ciencia de la experiencia subjetiva. Su verdad no es del tipo susceptible de demostración estadística; es una verdad que solo puede ser verificada por el contemplativo experto. En otras palabras, su verdad solo puede ser verificada por aquellos que adoptan el procedimiento prescrito por sus proponedores, y que se llama una ‘Vía’.” (Ananda K Coomaraswamy)

La Psicoterapia es un proceso de superación que, a través de la observación, análisis, control y transformación del pensamiento y modificación de hábitos de conducta te ayudará a vencer:

Depresión / Melancolía
Neurosis - Estrés
Ansiedad / Angustia
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Adicciones / Dependencias (Drogas, Juego, Sexo...)
Obsesiones Problemas Familiares y de Pareja e Hijos
Trastornos de Personalidad...

La Psicología no trata únicamente patologías. ¿Qué sentido tiene mi vida?: el Autoconocimiento, el desarrollo interior es una necesidad de interés creciente en una sociedad de prisas, consumo compulsivo, incertidumbre, soledad y vacío. Conocerte a Ti mismo como clave para encontrar la verdadera felicidad.

Estudio de las estructuras subyacentes de Personalidad
Técnicas de Relajación
Visualización Creativa
Concentración
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Desbloqueo Emocional
Exploración de la Consciencia

Desde la Psicología Cognitivo-Conductual hasta la Psicología Tradicional, adaptándonos a la naturaleza, necesidades y condiciones de nuestros pacientes desde 1992.

sábado, 26 de abril de 2025

La Nueva Milicia, comentario al Laude Novae Militiae –  Capítulo VIII El Monte de los Olivos y el Valle de Josafat


Requiem … Non nobis

En su exhortación a los Templarios, San Bernardo realiza un recorrido físico pero también espiritual por la geografía de Tierra Santa; a su vez, ofrece un mapa de ruta de las virtudes y sacrificios que la Orden deberá desarrollar y vivir respectivamente.

En el capítulo VIII, El Monte de los Olivos y el Valle de Josafat, el Santo exhorta al Temple a dos cosas: primero, a la vivencia de la templanza, especialmente en su forma fundamental, la humildad; y segundo, a la advertencia del sufrimiento, no solo por los sacrificios que tendrían que asumir cientos de miles de caballeros para defender a los peregrinos y al Reino de Jerusalén, sino también por la tempestad que les sobrevendría cerca de 170 años después de escrito el sermón, refiriéndose al martirio sufrido por el Temple tras la disolución de la Orden de manera arbitraria por el Rey de Francia.

Entre la Humildad y el Deber

«Se sube al Monte de los Olivos, y al bajar entras en el Valle de Josafat. Así puedes ir pensando en los tesoros de la divina misericordia, pero sin ocultar tu temor al juicio de Dios».

Así inicia San Bernardo el octavo capítulo de su sermón. No es casual que en el mismo capítulo se refiera a dos localidades. El Monte de los Olivos, en el simbolismo cristiano, es entendido como el sacrificio[1], donde se dan los pasos iniciales de la Pasión de nuestro Señor. Pero el Santo añade que de allí se puede descender al Valle de Josafat. Este valle, sembrado de sepulcros, infundía gran temor entre los judíos, quienes evitaban pasar por sus cercanías llenos de supersticioso miedo.

Por lo tanto, de lo que estaría hablando aquí el Santo es de la humildad en el sacrificio y el descenso a la muerte, que deberían estar siempre presentes en la mente del templario, y de todo aquel que tome partido por la milicia cristiana. Porque no pocas veces deberán enfrentarse a situaciones de peligro en las que su vida estará en riesgo o será sacrificada. La historia nos ofrece varios ejemplos, siendo especialmente insigne la batalla del Vado de Jacob, en la que perecieron 300 caballeros de los 388 que participaron.

El 18 de junio de 1157 tuvo lugar la batalla del Vado de Jacob, donde los templarios fueron masacrados y el VI gran maestre, Bertrand de Blanchefort (1156-1169), fue hecho prisionero por los musulmanes. Balduino, rey de Jerusalén, había reconquistado la ciudad de Banyas [Paneas] y marchaba con sus hombres por el camino de Tiberíades, siguiendo el río Jordán hacia el sur en persecución de Nur al-Din [Noradino]. Al llegar al Vado de Jacob, el sultán les tendió una emboscada. Los templarios lograron salvar a Balduino, pero a costa de ser rodeados por los musulmanes. Murieron en esta acción trescientos caballeros y, pese a su valor, fray Bertrand fue hecho prisionero junto con ochenta y siete templarios supervivientes y conducido a Alepo.

Pero como en aquella ocasión, también en muchas otras —y especialmente al final de la Orden en aquellos años del siglo XIV— los templarios serían injustamente suprimidos y tantos de ellos torturados hasta morir. Sin embargo, junto a la advertencia del Santo, viene también la esperanza: Dios es justo y juzga, pero también es Misericordia.
 «Dios es generoso en el perdón por su gran misericordia, pero sus sentencias son como un océano inmenso, y en ellas se manifiesta terrible para el hombre».

Por eso, se requiere del hombre —del templario, en definitiva, del guerrero cristiano— que sea humilde y reconozca que es pecador. Así, el Santo aclara que Dios socorre al hombre humillado por medio de su Misericordia, precisamente en el valle del juicio, pero resiste al soberbio, quien inevitablemente se condenará.

<<De alguna manera se refiere David al Monte de los Olivos cuando dice: «Socorres a hombres y animales. ¡Qué inapreciable es tu misericordia, oh Dios! Y alude en el mismo salmo al Valle del Juicio: «Que no me pisotee el pie del soberbio, que no me eche fuera la mano del malvado». Reconoce además el espanto con que le aterra caer en ese precipicio, pidiéndole al Señor con otro salmo: «Mi carne se estremece con tu temor y me dan miedo tus juicios». El soberbio se despeña y se estrella contra este valle. Pero el humilde desciende suavemente sin temor alguno. El soberbio justifica su pecado y el humilde lo reconoce, porque sabe que Dios no juzga dos veces una misma cosa; así que si nos juzgamos a nosotros mismos, no seremos juzgados>>.

A esto se nos viene a la mente una de las razones más repetidas por autores dedicados al estudio del Temple: la idea de que la Orden se habría vuelto soberbia y engreída, olvidando la misión que le dio origen[2]. Sin embargo, la realidad fue muy diferente. El Temple fue víctima de un cambio de era.
 En un tiempo en que el fuego de la Fe, que impulsaba la necesidad de recuperar y mantener Tierra Santa, se había casi extinguido, los intereses comenzaron a tornarse cada vez más mundanos. El Temple no comprendió esta transformación y no supo adaptarse; en gran parte, tampoco entendió que se enfrentaba a un protomonarca en el momento de su persecución y juicio, lo cual, a la larga, terminó por sentenciarlo.

De allí que el Santo de Claraval advirtiera y aconsejara al Temple que, haciendo uso de la humildad, se reconociera en todo momento como pecador. Así, tanto el templario de entonces como quien hoy esté dispuesto a dar el buen combate —en definitiva, ser un Miles Christi— debe combatir la soberbia, el egoísmo y la auto-adulación, teniendo misericordia de su propia alma al servicio de Dios.

<<Sigue, pues, este consejo del sabio: Ten misericordia de tu alma sirviendo a Dios. El que es tacaño consigo, ¿con quién será generoso? Ahora mismo comienza el Juicio contra el mundo y ahora el jefe de este mundo va a ser echado fuera», es decir, de tu corazón, si, humillándote, te juzgó a ti mismo>>.

Representacion del Valle de Josafat y el Monte de los Olivos

El Juicio al Temple

Palabras de excelso nivel espiritual, las que siguen a continuación: <<En cambio, el hombre de espíritu puede enjuiciarlo, mientras que a él nadie puede enjuiciarlo. Por eso el juicio está empezando por el Templo de Dios, y cuando llegue a los suyos los encontrarán juzgados ya. Nada le quedará por juzgar cuando vengan a juicio los que no pasan las fatigas humanas ni sufren como los demás>>.

Nos deja pensando si acaso el Temple habría sido culpable de dejar de lado el espíritu que animaba su tarea y misión en Tierra Santa. Si acaso, internamente, una parte importante de la Orden habría dejado de tener misericordia por sus propias almas siguiendo a Dios, preocupándose cada vez más por las transacciones terrenales y la acumulación de riquezas.

Esto nos trae a la memoria al visitador del Temple, Hugo de Pairaud, quien, en París, mantenía contacto frecuente con reyes y señores feudales que depositaban sus dineros en las arcas de la Orden. De Pairaud era un hombre volcado a la diplomacia mundana. En contraposición se encontraba Jacques de Molay, el Gran Maestre, quien —junto a su séquito más fiel— todavía creía en la misión espiritual de la Orden. De hecho, poco antes de su nombramiento, se había perdido Tierra Santa, y Molay viajó a Europa en busca de apoyos, perseverando en la razón de ser del Temple.

San Bernardo, en su exhortación, nos recuerda una gran verdad:

«El hombre de espíritu puede enjuiciarlo todo, mientras que a él nadie puede enjuiciarlo. Por eso el juicio comienza por el Templo de Dios, y cuando llegue a los suyos, ya los encontrará juzgados.»

Así fue para los templarios que morirían en la hoguera. Pero, a pesar de su entrega, no dejaron de vivir el miedo a la tortura, como atestiguan los muros del Castillo de Chinon, donde estuvieron cautivos los dignatarios de la Orden. Allí se encuentra un grabado que muestra la frase: «Pido perdón a Dios», escrita en caligrafía gótica del siglo XIV. Según Charbonneau,

«La paleografía de la frase ie requier a Dieu pdon y de la abreviatura I.H.S., en cursiva gótica, concuerda con la época de la permanencia de los templarios en la torre de Coudray.»

Ese pedido de perdón se ajusta exactamente a lo que San Bernardo exhortaba al inicio de este capítulo de su sermón:

«Dios es generoso para el perdón por su gran misericordia.»

Sin embargo, aquella fidelidad representada por De Molay contrastaba con la actitud de otros como Hugo de Pairaud, quien prefirió la negociación y, quizás, junto con otros, haya sido en parte causa de la desgracia que se abatió sobre la Orden. Mientras Jacques de Molay y Godofredo de Charnay ardían en la hoguera, el comendador de Aquitania y el visitador de Francia, Hugo de Pairaud, permanecía en silencio: «Había salvado su cuerpo.»[3].        

<<Un templario, Mateo de Arras, declara que, a principios de octubre de 1307, o sea unos quince días antes del arresto, Hugo de Pairaud le había dicho que la Orden está siendo difamada y añadió que él, si podía, salvaría su cuerpo>>[4].

Jhon Carrera

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[1] Sobre esto ver San juan Crisóstomo y sus homilías sobre el evangelio de Mateo

[2] A este respecto los trabajos de Baigent y Leigth lo apuntan , del mismo modo los de Olsen o Picknett, todos estos tienen en común que sus fantasías pueden más que las pruebas históricas, para posturas serias recomiendo el capítulo IX del Codex Templi o el libro Los Templarios de Regine Pernoud

[3] (Pernoud, 2005) Los Templarios

[4] (Pernoud, 2005)Op. Cit

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