Un estudio sobre el conocimiento espiritual es algo que no se contempla en el apartado de la historia de las religiones, es decir, que no se acepta la posibilidad de que exista alguna ciencia relacionada con el espíritu, mientras que, en cambio, la omnipresente ciencia profana se convierte en el único método para conocer la realidad.
Sin embargo, desde el origen de la historia existe una «ciencia hermética», sagrada, divina o metafísica, en la que el conocimiento de la realidad se conforma a partir de sustancias puras del «otro mundo» que son cognoscibles.
Desgraciadamente, el análisis de las sustancias de «este mundo» cierra las puertas a las consideraciones respecto de la substancia del «otro mundo» y, el conocimiento de la «ciencia hermética», de proponerse, se ha convertido en una experiencia desencarnada en la que no cabe la experimentación ni la
aprehensión.
Cabe recordar, no obstante, que los sabios de distintas épocas y culturas han poseído el conocimiento del «otro mundo» no sólo como una experiencia en espíritu sino también como una experiencia tangible. Evidentemente, no se trata del mismo cuerpo con el que nos movemos por este mundo, sino que es un cuerpo divino, puro, que, sin embargo, no puede tener existencia sin la encarnación. Como enseña san Pablo, hay: «cuerpo animal, y hay cuerpo espiritual» (I Cor. 15, 45).
Tal es la asombrosa propuesta de la revista que presentamos, conformada a partir del pensamiento de Louis Cattiaux y de los hermanos D’Hooghvorst: la búsqueda del conocimiento del cuerpo espiritual o del “otro mundo”.
Estos autores utilizaran la terminología de “ciencia de Hermes” para dar a entender que se trata de una ciencia universal que comienza en el mítico Egipto, que no depende de una religión determinada y a la que se han vinculado los sabios secretos de todas las tradiciones.
Quizá deberíamos añadir el término alquimia en esta introducción, la ciencia propia del egipcio Hermes Trismegisto, pero el término abre nuevas perspectivas que no creemos oportunas desarrollar aquí.
Cattiaux y los hermanos D’Hooghvorst enseñan que el fundamento de las formas religiosas exteriores, propias de cada tradición, se encuentra en el conocimiento interno de la “ciencia de Hermes”, sin el conocimiento de esta ciencia, las religiones, las filosofías y las artes se distancian entre sí, como los extremos se distancian del centro de la esfera. La “ciencia profana” se aplica a los extremos, la “ciencia de Hermes” reúne la consciencia del hombre con el centro de la creación.
No deja de ser sorprendente que, en una época como la nuestra que busca el diálogo interreligioso, se margine la unidad de la experiencia del “otro mundo” o, cuando menos, se la desencarne en vivencias pseudo-místicas. Cattiaux se dio cuenta de que era imprescindible reencontrar el “otro mundo” oculto en la encarnación del cielo en la tierra. Estamos convencidos de que la obra de Cattiaux, El Mensaje Reencontrado, es la revelación más completa de la “ciencia de Hermes” escrita en el siglo XX. La auténtica alquimia.
Emmanuel y Charles d’Hooghvorst, discípulos de Cattiaux, se encargaron de difundir su mensaje cuando éste dejó el mundo exterior en 1953, los documentos que compilamos en este volumen son un buen ejemplo.
El ser humano cada vez se siente menos atraído por dilucidar los misterios del “otro mundo”; es decir, por conocer la realidad la realidad divina que parece incognoscible en su simplicidad. En el mejor de los casos esta búsqueda se envilece tras ocultismos sin sentido, lejos de la búsqueda de la salvación y la futura resurrección, o aparece anclada en un subjetivismo que no puede salir de sí mismo.
Más de medio siglo separan los artículos de Emmanuel y de Charles que aquí presentamos, pero los mueve la misma intención: dar a conocer que existe un conocimiento experimental que culmina la realidad de la creación. Quizá este sea el motivo del menosprecio que ha sufrido y que sufre la “ciencia de Hermes”, pues afirmar que existe un conocimiento experimental del “otro mundo” parece algo increíble, pero no hay otro modo de explicar que lo sagrado y divino es una realidad cognoscible.
Lo sagrado de lo profano son dos mundos que coexisten, pero que no deben mezclarse, puesto que, en tal caso, la razón acaba dominando y tomando finalmente lo profano como referencia, ya que pertenece a su dominio.
La singularidad de la obra de Louis Cattiaux, en particular del Mensaje Reencontrado, es la de dar testimonio de las cosas de Dios, separándolas de las cosas del mundo. «El mensaje hermético reencontrado», tal y como lo llamó Charles d’Hooghvorst, pone de relieve la “ciencia de Hermes” contenida en el libro de Louis Cattiaux, diferenciándola o separándola de la ciencia profana.
Poco podemos añadir a los textos de los hermanos D’Hooghvorst, quizá solamente insistir en que El Mensaje Reencontrado, no es un libro introductorio a la “ciencia de Hermes”, al contrario, por lo que demanda estudio y paciencia. Es un libro fundamental porque se refiere a una realidad, que existe, pero que solamente se puede conocer mediante una acción interior y secreta. Resulta difícil, casi imposible comprender la ciencia de Hermes pues, como se afirma en El Mensaje Reencontrado, este libro habla a “la intuición, al amor y a la memoria profunda y no a la inteligencia, a la voluntad y a la razón superficial de los hombres”. Se trata de una ciencia que busca ser experimentada desde la realidad del “otro mundo”, por eso, si bien la lectura realizada desde la óptica de “este mundo” es razonable, no basta para acceder a la ciencia de Dios, puesto que es la lectura repetida de los textos revelados la que progresivamente decanta la conciencia hacia lo sagrado, es algo fácil de verificar, aunque al principio demande un esfuerzo.
Explicaba Cattiaux que si se busca lo esencial de la creación se debe resistir la tentación de rendirse ante la ciencia profana, que cumple su papel en el mundo exterior, pero no es la auténtica sabiduría. “La sabiduría del mundo ―está escrito en El Mensaje Reencontrado― es un juego del espíritu del hombre. La sabiduría de Dios es un juego de los elementos naturales” (XXXVII 2 y 2′). El cielo desciende a lo más hondo de la tierra y esta se sublima hasta las estrellas, el fuego y el agua se encuentran en este viaje en el que los pájaros son nubes, El artículo de Charles d’Hooghvorst podría ser, pues, un reencuentro con el juego de los elementos, que demanda al lector lo que se propone en un lema alquímico muy conocido: «Ora, lee, lee, lee, relee, trabaja y encontrarás». (Mutus Liber)
No cabe duda de que la “ciencia de Hermes” fue, es y será el lugar de la reunión de las tradiciones, incluso de los solitarios y ateos que buscan verdaderamente el sentido de la creación. Todos ellos estarán en la mesa áurica propuesta por Michael Maier (1568-1622) para explicar la unidad del conocimiento experimental del “otro mundo”. En este sentido, el título de la obra de Maier es esclarecedor:
Símbolos de la mesa áurea de las doce naciones. Es decir, la fiesta hermética o de Mercurio, celebrada conjuntamente por doce héroes en virtud de la costumbre, la sabiduría y la autoridad del arte de la química, […] para restituir a los Artistas el honor y la fama debidos a sus merecimientos; donde se demuestran la permanencia del Arte y su invicta veracidad.
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