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En la primera parte de La legitimación de la Edad Moderna (1966), Hans Blumenberg disecciona la idea de que la Modernidad ha sido creada a partir del rechazo a la Antigüedad. Resumiendo su postura en exceso, podemos reunir algunos de los argumentos más arriesgados que el alemán dispone por medio de la autopsia de una «retórica de la secularización» en sus ámbitos fundamentales. Escribe Blumenberg: «La Edad Moderna fue la única y la primera en entenderse a sí misma como una época y, con ello, ha contribuido a crear las otras épocas». El problema de la legitimación estaría latente en la pretensión de la Edad Moderna de llevar a cabo una ruptura radical con la tradición, así como en la desproporción de esa pretensión respecto a la realidad de la historia, que nunca puede comenzar de nuevo desde cero.
Todas las tradiciones que el moderno sicofante de la Academia engloba hoy por hoy bajo el epígrafe de «Antigüedad» o incluso «Pre-Modernidad» presentan un rasgo común: no han sido bendecidas por el beso beatífico de la sacrosanta Razón. La Modernidad se muestra, entonces, como esencialmente parricida, al catalogar las distintas épocas históricas según un espurio y maniqueo pedigrí cientificista, para en último término colocarse ella misma al término de todas, a modo de colofón, síntesis y sobre todo superación de las anteriores. El pensamiento inane de la Edad Moderna se basa en una contradicción que nosotros nos atrevemos a denominar como “suicida”, por cuanto busca revolverse contra aquello sobre lo que previamente se ha constituido.
Describiendo esta misma lógica «parricida» (o incluso «deicida»), encontramos que existen tres profundos cortes formulados desde Occidente que atentan gravemente contra sus propios valores tradicionales. En ellos se fundamenta la Modernidad, que Charles Baudelaire definió como un «flujo» opuesto al ideal de lo eterno: el primero es la Reforma luterana de 1517; el segundo se compone de la Revolución Francesa de 1789 y la Declaración de Independencia de los Estados Unidos en 1776; y el tercero es la Revolución apolítica posterior al Mayo de 1968, ramificada en dos vertientes: la económico-liberal y la cultural-progresista. Su dominio todavía sigue vigente, a pesar de que hayamos entrado en un estadio posterior al del mal llamado «mundo WOKE», integrados en lo que hemos llamado, tras los pasos de Jean Robin, como un IV Reich.
Regreso al pasado, retorno al futuro… Tras el humanismo aristocrático nacido del Renacimiento, las revoluciones masónicas y de carácter liberal-burgués de los siglos XVIII y XIX ejecutaron el asesinato planificado de la casta aristocrática, para a cambio imponer un Nuevo Orden Mundial de signo milenarista. El declive de los individuos supuso el arranque de la tiranía de la masificación.
El culto nihilista
Con la burguesía nacida de la Segunda Guerra Mundial, entregada al culto nihilista del vacío y amparada en las teorías posmodernas del materialismo, se terminaron los valores de esa otra burguesía anterior a los dos grandes conflictos armados que destruyeron Europa. La disolución del Imperio Austrohúngaro marcó el fin de ese «mundo de ayer» recreado por autores como Robert Musil, Elías Canetti y Joseph Roth.
Al humanismo renacentista e iluminista lo acabó derrotando una corriente más vulgar y efectiva: el liberalismo como teología final del logos financiero. Y como el asesinato del Padre es el signo más característico de lo moderno, al liberalismo se le enfrentaron tanto el socialismo soviético como el fascismo italiano, en lo que constituyeron tentativas fallidas de reacción anti-liberal, desembocando en un capitalismo transnacional que propone el desarraigo como modelo existencial extrapolable. Esto ha engendrado la actual realpolitik que empuja hacia una cada vez más tangible Tercera Guerra Mundial.
La deconstrucción que operó exteriormente devino interior. En los últimos compases epocales antes de ese cliché misterioso que es el Apocalipsis posthistórico, la Modernidad ha negado sus propias bases, destilando un posthumanismo que resulta antihumanista. La Revolución moderna siempre ha sido antropológica. Los tres cortes históricos mencionados representan las mayores muestras de ingeniería social en el Mundo Moderno. Su trasfondo es ritual y su lógica, parricida y luciferina, es evidente para quienes están verdaderamente despiertos.
¿En qué momento la civilización que hizo de lo sublime un motivo épico ha acabado sepultada? La realidad ha sido sustituida por una imagen perfectamente diseñada de la misma: nos adentramos en el universo virtual de la Matrix. Un desarraigo total, tan desértico como el augurado por Friedrich Nietzsche, ha comenzado a crecer en el interior del hombre, pues en apenas unas centurias se ha efectuado un cambio espiritual de dimensiones escatológicas. La posmodernidad y sus aledaños no suponen otra cosa que un retorno invertido a una Edad de Oro simulada. Ya sólo queda aguardar la Caída, hasta el regreso de los dioses en el exilio.
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