El siguiente artículo fue Publicado en inglés en Parabola en la primavera del año 1997.
En el corazón de la tradición hermética yace la necesidad de un cierto tipo de sabiduría: gnosis o conocimiento de la divinidad. Esto es algo enteramente distinto de las formas de conocimiento formal, que nos separan y distancian de lo que creemos saber. Sin embargo, según la enseñanza hermética, esta sabiduría no es un «plus» o algo extra que podamos añadir a nuestras mentes cuando queramos. Lejos de ello: sin esa sabiduría en particular no somos ni hombres ni mujeres en el verdadero sentido de la palabra. Este conocimiento tiene que ver con el núcleo de nuestra existencia y esa es la razón de que sea intensamente íntimo. Esa es también la razón de que el proceso de descubrirlo sea tan profundamente inquietante, porque nos fuerza a confrontar el núcleo de (absoluto) silencio de nuestro ser. Este saber nunca puede ser definido en términos de conocimiento tradicional. No es posible definir lo nuevo en términos de lo viejo, ni algo tan íntimo en el modo objetivo normal. Tanto la tradición hermética como el pitagorismo utilizaron frecuentemente «la indirecta» (la pista) en la enseñanza: no porque ellos quisiesen dejar al estudiante confundido, sino porque esa es la mejor forma en que se puede enseñar. Aquellos que son serios, aprenden a seguir las pistas, las indirectas. Otros las pasaron por alto; y como consecuencia tenemos los problemas que surgieron en la comprensión de estas tradiciones.
El libro de las palomas, Nicholas Roerich
La enseñanza hermética —la enseñanza atribuida al divino profeta Hermes Trimegisto— fue escrita hace unos dos mil años en Egipto, por gente que hablaba griego. Los estudiosos occidentales consiguieron descartarla, considerándola una filosofía de segundo nivel, carente de verdadero valor, llena de inconsistencias y contradicciones. Y aquellos que simpatizan con estas enseñanzas hacen de la «doctrina» hermética un gran plan que pasa por alto la dimensión humana. De hecho, los escritos herméticos son inconsistentes y se contradicen a sí mismos. Algunas veces el mundo es visto como bueno, compenetrado de la presencia de Dios y prueba viviente de la existencia divina. En otros momentos, es visto como básicamente defectuoso o imperfecto: como un lugar que se debe rechazar y abandonar para conseguir una existencia más plena, más auténtica.
Si observamos detenidamente, vemos que las contradicciones tienen sentido. Cuando la gente era introducida por primera vez a un círculo cuyas enseñanzas se basaban en los textos herméticos, se les alentaba a que buscasen la divinidad en el mundo al que estaban acostumbrados. Pero a medida que su fortaleza interior y experiencia aumentaba, ellos eran guiados a enfocarse en la realidad divina en sí, y a abandonar el apego a un mundo que era percibido como cada vez
más imperfecto. Exactamente del mismo modo, en un estadio de la enseñanza se podía trabajar sobre el universo o sobre astrología, para que en otro estadio esto fuese dejado de lado por ya no ser pertinente a las necesidades del individuo: como si frenara a la persona, atrapándola en el amor al conocimiento por el conocimiento mismo, cuando ha llegado el tiempo de cambiar y avanzar a un conocimiento más allá del que uno ya conoce.
En los escritos herméticos queda claro este proceso. Hay un lugar, por ejemplo, donde un estudiante le recuerda a su maestro que una vez él le había prometido pasarle la última enseñanza que quedaba “cuando estuviese preparado a ser un extraño para el mundo”. (1) El alumno continúa diciendo: «Ahora estoy listo, porque me hecho hombre al fortalecerme contra la ilusión del mundo». Las ideas básicas de preparación y adecuación están aquí: el principio esotérico de que lo que se enseñe tiene que ser adaptado al nivel de entendimiento de la persona en cuestión. Y se debe recordar que, en los antiguos misterios griegos, la transmisión de conocimiento era en un estadio muy preliminar: sólo el segundo de los cinco niveles, inmediatamente después del estadio inicial de purificación. Era un estadio que se suponía conduciría rápidamente al tercer nivel, el nivel de percepción inmediata, dónde «no queda nada por aprender.»(2)
Hay muchos otros aspectos respecto a la cuestión de la contradicción. Hablando teóricamente, uno podría decir que es el único camino para apuntar a la divinidad que está más allá de las limitaciones de la lógica y la razón humana. Pero eso es tan sólo una teoría. En la práctica, la contradicción podía también ser usada para confundir, provocar y forzar a uno a volverse hacia adentro, hacia sí, como algo preliminar antes de ser lanzado hacia una dimensión del saber totalmente nueva. La contradicción actuaba como los acertijos o enigmas usados en el pitagorismo antiguo, como un instrumento para mantener la atención del alumno: enseñanzas particulares dadas al alumno para forzarlo a focalizar toda su atención en un problema en vez de que escuche pasivamente. La energía generada al trabajar sobre el acertijo transformaba al alumno. Este proceso era una iniciación en sí misma. El costo de hallar la respuesta era caro: la pérdida de las antiguas creencias de uno, la dolorosa conmoción emocional y transformación de uno mismo. (3)
La forma en que trabaja este proceso en la tradición hermética está claramente expuesta en el pasaje mencionado anteriormente. La escena comienza cuando el discípulo se queja de que, en los estadios iniciales de la enseñanza, su maestro nunca había sido claro sobre las grandes verdades, sino que había estado hablando en acertijos. Ahora, él insiste, es hora de la gran revelación.
Pero la revelación no llega. En cambio, el maestro habla más enigmáticamente que nunca. El discípulo comienza a quejarse aún más desesperadamente, pero frente a todas las quejas y la enojosa frustración, el maestro repite que «este asunto no se enseña». Cuando el discípulo dice que se siente tan desorientado que ya no sabe ni sobre donde está, el maestro contesta lacónicamente: «¡Si fuese tan sólo eso!» El maestro entonces lo lleva a tal confusión que el discípulo termina diciendo: «Ahora realmente me has vuelto loco. Yo pensaba que por medio de ti me volvería sabio, pero todo lo que ha sucedido es que mi conciencia está completamente bloqueada.» Es cuando el discípulo admite su impotencia, que el maestro le explica: «[Hasta] ahora has entendido todo mal. En el nivel de los sentidos, sí, tú eres impotente. Pero lo que tienes que hacer», él dice, «es atraer hacia ti lo que necesitas desde una dimensión totalmente diferente, una dimensión más allá de las palabras y una dimensión de absoluto silencio.»
El discípulo quiere entender desesperadamente: encontrar consistencia, entendimiento teórico. Pero su intelecto está frustrado, arrasado, evocado únicamente para ser empujado al límite de la extinción, hasta que el saber comienza a llegar enteramente desde un nivel diferente. Ese otro nivel es lo que el alumno había estado buscando todo el tiempo. A no ser que deseemos de algún modo este saber o que experimentemos una profunda insatisfacción con las cosas como son, la dinámica del proceso de enseñanza está obligada a permanecer completamente desconocida.
Desde un punto de vista místico, la explicación sobre la confusión y la frustración —y la descripción detallada de sentirse «totalmente bloqueado»— es perfectamente correcta. Estos son los estadios esenciales del cambio de una dimensión de la percepción a otra. Uno debe confrontar una pared de ladrillo antes de poder traspasarla. A esto se refiere el término «constipación espiritual» que inevitablemente precede a un salto hacia adelante en la percepción.»(4)
El núcleo de la tradición hermética estaba en la relación con el maestro. El famoso «renacimiento» del hermetismo durante el Renacimiento italiano fue un resurgimiento de los planes intelectuales e ideas inspiradoras, más que de su núcleo central.
La perla de la búsqueda, Nicholas Roerich
Los textos herméticos a menudo dan importantes indicaciones sobre el proceso de transmisión de la enseñanza: sobre las responsabilidades del maestro y sobre las responsabilidades del alumno. Los indicios muestran que la relación con el maestro era muy diferente de la relación con alguna figura sabia de autoridad.
Uno de estos escritos fue encontrado durante alrededor de 1940 en el sur de Egipto, entre los textos gnósticos descubiertos cerca de Nag Hammadi.(5) Es un escrito muy preciso.
En él se dice. «Hijo mío, tu trabajo es entender; mi trabajo es ser capaz de transmitir las palabras que manan desde la fuente que fluye dentro de mí.»
En otras palabras, no es tan sólo el hecho de que el discípulo comprenda la verdad que se le está diciendo. El maestro también necesita captar algo y continuar captándolo. Él no tiene un
conocimiento fijo, sino que necesita descubrirlo de nuevo, en cada momento. El trabajo del discípulo es aprender a compartir este proceso, a desarrollar la misma percepción. Como se cita en otro texto hermético:
“Hijo mío, aquel que escucha debe percibir lo mismo que el que habla, compartir su conocimiento; debe respirar junto con él, compartir el mismo espíritu, su oído debe ser más agudo que la voz de quien habla.”
Cada instrucción aquí es una enseñanza completa en sí misma. La idea de «respirar juntos» con el maestro (sympneein) reaparece expresada del mismo modo en el sufismo persa, donde la intimidad de la relación entre maestro y discípulo es descrita como «ser del mismo aliento» (ham-dam). La coincidencia no es sorprendente: podemos rastrear los caminos por los que la tradición hermética de Egipto pasaron por el mundo islámico y llegaron al sufismo persa.(6)
También hay una enseñanza que aparece cerca del comienzo del texto hermético conocido como Asclepio. Da la llave a la compresión no tan sólo sobre lo que el conocimiento era para los escritores de los textos herméticos, sino también sobre cómo se componían los textos mismos.
En ella se lee. «Ahora estate completamente presente, dame toda tu atención, con toda la comprensión de la que seas capaz, con toda la sutileza que puedas tener. Porque la enseñanza sobre la divinidad requiere una concentración divina de conciencia si es que ha de entenderse. Es como un río torrencial, desplomándose de cabeza desde las alturas tan violentamente que con su rapidez y velocidad despoja la atención no sólo de quien está escuchando sino también de quien está hablando.»
Y continúa diciendo: «El conocimiento se mueve tan rápidamente que tienes que ser igual de rápido que este, si es que has de mantener el ritmo. No se puede parar. Tienes que continuar moviéndote, dejando lo que sabías atrás, de lo contrario eso te frenará.»
La verdad fluye tan rápidamente que todo lo que piensas que sabes no es la verdad, porque el conocimiento es demasiado lento. Y eso se aplica especialmente al maestro.
El verdadero conocimiento demanda una percepción enormemente sutil. Debemos estar equilibrados y vacíos, escuchando y mirando. El conocimiento continúa manando. Es invisible, no porque esté «en algún otro lugar», como se nos ha hecho creer, sino porque su veloz fluidez es lo que de hecho crea todo lo que vemos. El único modo que podemos percibir es a través de una atención total, estando completamente presente como demanda el escrito. Y aun así no nos pertenece. Fluye, continúa moviéndose siempre, como la tradición hermética misma.
La imagen de un torrente violento también sugiere algo diferente. Pensamos que la vida espiritual es belleza y paz y escape de la violencia. Pero la verdad también es violenta. De hecho, es la única violencia que existe. El único poder que existe es el poder de ese torrente, porque crea el mundo de los sentidos. El poder mismo que usamos para poner un pie delante de otro viene desde atrás de nuestros sentidos. Lo que llamamos violencia es lo que sucede cuando nos fijamos a ideas y el poder violento de la realidad se bloquea. Finalmente, no hay nada «de otro mundo» en esto. Es intensamente práctico.
El rol del maestro es ayudar al discípulo a acelerarse. Pero hasta que esto se ha logrado, el discípulo no es capaz de entender lo que el maestro es. Es por eso que el alumno tiene que ser llevado casi a la locura para que pueda comenzar a verse como realmente es. Como el maestro trata de explicar:
“No soy lo que era; yo he nacido a la conciencia. Este asunto no se enseña y no puede ser enseñado por medio de este cuerpo inventado nuestro, que nos da el sentido de la vista. Mi forma original ya no me preocupa de ningún modo. Ahora soy incoloro; ya no puedo ser tocado; ya no puedo ser medido, soy diferente de todo eso. Ahora, hijo, tú me ves con tus ojos. Sin embargo, mientras mires mi cuerpo y mi apariencia, tú no percibes lo que soy, porque no puedo ser visto con esos ojos.”
El maestro hermético podía ser despiadado y cruel: aspectos que preferiríamos olvidar. Sin embargo, la mayoría de los textos herméticos terminan con canciones de devoción y alabanza, al igual que la voz que habla a través del maestro en el Asclepio es la voz
del Amor. Esta fue una tradición que se ocupó de la transformación, y para transformarse hay que pagar un precio. En este caso, el precio es dejar de ser niños y convertirnos en verdaderos hombres y mujeres.
Notas
1 El texto es Corpus Hermeticum 13. La traducción es del autor.
2 Para la cita de Clemente de Alejandría y la documentación completa, veáse Peter Kingsley, Ancient Philosophy, Mystery, and Magic (Oxford University Press, 1995), pp 230-231, 367-368.
3 Sobre acertijos, indirectas e iniciación en el antiguo Pitagorismo, vea capítulos 4 y 23 – 24.
4 Irina Tweedie, Daughter of Fire (Golden Sufi Center, Inverness, CA, 1995), pp. 389, 457; el marco aquí es del sufismo de Persia e India. Para conexiones directas entre la tradición hermética y el sufismo, veáse Kingsley, pp. 371-391.
5 Los textos herméticos citados en la sección final son: Nag Hammadi Codices vi.55.19-22; Corpus Hermeticum 10.17; Asclepius 3; Corpus Hermeticum 13.3.
6 Para ham-dam veáse Michaela Ozelsel, Forty Days (Brattleboro, VT: Threshold Books, 1996), p. 127. Para conexiones entre la tradición hermética y el sufismo persa, veáse la nota 4.
English original © 1997, 2017, Peter Kingsley www.peterkingsley.org
La entrada Conocer más allá de lo conocido: el corazón de la tradición hermética, por Peter Kingsley se publicó primero en Sendero a la Nada.
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