Ciertamente, la salida de la rueda de las mutaciones, de la existencia, de los mundos que se engarzan, de los ciclos que se encadenan, pasa por encarnar el Conocimiento. Conocer la cosmogonía, el orden interno del cosmos, sus leyes, sus grados, escalar los círculos del pensamiento hasta el principio. Ser lo que se conoce. Se requiere para iniciar este viaje estar dispuesto a traspasar un umbral: el que separa la concepción profana de la sagrada. Y aquí, en esta primera puerta, la guardiana es Artemisa o Diana, conocida también con el epíteto de Ilitía y Protirea (palabra que significa “la que está delante de la puerta”). No es de extrañar que se nos presente como virgen, pues ya se ha dicho que es de imperiosa necesidad promover esta cualidad en el alma para nacer a una nueva realidad; pero, paradójicamente, es la entidad que facilita el parto, o sea, el alumbramiento.
Protirea reina sobre la noche, regula los fluidos y mareas, el crecimiento de las plantas, de los miembros, de las uñas, los pelos, los frutos... Provoca las crecidas y las roturas de las aguas (las acumuladas en las nubes, en los ríos, las matriciales, etc.), y ya se sabe que allí por donde corre el agua hay vida, y fecundidad; por eso se la ve como una intercesora, una facilitadora, un puente. Orfeo la canta con estas palabras:
Escúchame, venerable diosa, deidad de múltiples advocaciones, protectora de los partos, dulce mirada a los lechos en el alumbramiento, única salvadora de las mujeres, amante de los niños, amable, que apresuras los alumbramientos, que ayudas a las jóvenes mortales, protirea, guardiana acogedora, complaciente nutridora, afectuosa con todos, que habitas en las mansiones de todos y disfrutas en sus banquetes, y asistes a las mujeres en parto, invisible aunque te muestres a toda empresa. Sientes compasión de los partos y te alegras con los felices alumbramientos, Ilitía, que resuelves las fatigas en los duros trances, porque a ti sola invocan las parturientas como alivio de su alma; pues, con tu intervención, las molestias de los nacimientos quedan resueltas, Ártemis Ilitía, venerable Protirea, escúchame afortunada, y, puesto que a ello ayudas, concédeme descendencia y sálvame, dado que por naturaleza eres protectora de todo (1).
Artemisa es también la reina de la naturaleza virgen y salvaje. Su cortejo está formado por ciervos, conejos, leoncillos, perros y también caballos, siendo este último uno de los símbolos por excelencia del vehículo, del soporte que conduce de una realidad conocida a otra desconocida pero más real. Además, esta diosa es la hermana gemela de Apolo, y como la Luna, a la que se asocia íntimamente, refleja la luz de su hermano Sol en medio de la noche. Alumbra, y esa tenue luz es la que el iniciado reconoce y sigue, o mejor, se reviste de ella, pues acaba de saber que su túnica de piel es caduca, y que su verdadera naturaleza es mucho más afín a la cualidad de lo luminoso. No porque sí, cuando se habla del camino iniciático se lo simboliza como un recorrido por las esferas planetarias (cada planeta emite un matiz de la luz), luego por el cielo de las estrellas fijas, hasta la conquista de la Luz increada del Principio.
(Continuará)
Nota:
1. Himnos Órficos, “A Protirea”. Ed. Gredos, Madrid, 1987.
Imágenes:
1. Peter Paul Rubens, Diana cazadora. Museo del Prado, Madrid.
2. Artemisa de Éfeso representada con múltiples senos nutricios, una puerta en la corona y cuadrillas de caballos. Museo Vaticano.
Colección Aleteo de Mercurio 2.
Las diosas se revelan.
Mireia Valls,
con la colaboración de Lucrecia Herrera.
Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2017.
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