EL BARROCO: UN ARTE SAGRADO CONTRA LA MODERNIDAD
“El Barroco fue una cultura de la imagen, donde todas las artes confluyeron para crear una obra de arte total, con una estética teatral, escenográfica, una mise en scène que pone de manifiesto el esplendor del poder dominante (Iglesia o Estado), con ciertos toques naturalistas, pero en un conjunto que expresa dinamismo y vitalidad. La interacción de todas las artes expresa la utilización del lenguaje visual como un medio de comunicación de masas, plasmado en una concepción dinámica de la naturaleza y el espacio envolvente”.
Antonio Martínez Ripoll
“El héroe barroco es un ser que está en guerra con el mundo, como D. Quijote de la Mancha, porque no se reconoce en él y anhela devolverle la hermosa figura que ha perdido o que él sueña como un futuro lejano”.
Luis Sáez Rueda
Tras el derrumbe de la ecúmene medieval, con el triunfo de las subversiones luciferinas humanista y protestante en los siglos XV y XVI, dos Revoluciones antitradicionales que prepararían el camino hacia la actual tiranía -ya netamente contratradicional y anticrística-, globalista, postmoderna y transhumanista, una nueva Edad de los Héroes, un nuevo Ciclo Heroico surgió en Europa, heredero en buena parte de la Romanidad clásica y del Medievo gibelino -los dos anteriores Ciclos Heroicos que les precedieron-: el Sacro Imperio Romano Hispánico, especialmente en su fase alta durante el denominado “Siglo de Oro español”, una verdadera Revolución Tradicional en medio de una Catolicidad que, desde el siglo XIV en adelante, estaba ya avanzando lenta pero firmemente hacia su descomposición. El Arte Barroco, surgido a finales del siglo XVI en Italia, precisamente fue el Imperio Español -el gran campeón de la Catolicidad y de la Contrarreforma en una etapa ya de degeneración y de disolución generalizadas tras agotadoras luchas contra las criminales y prepotentes herejías protestante y sarracena (además de la traición francesa a la Catolicidad…)-, quien elevó dicho arte sagrado a su máxima expresión y esplendor, sobre todo en su carácter constructivo, incluso ya en su decadencia y degradación tras la Paz de Westfalia de 1648, e incluso tras el advenimiento de la peste borbónica al trono español iniciado el siglo XVIII, el odioso siglo de la Enciclopedia, del Racionalismo y la Ilustración, precisamente enemigos declarados del Barroco… Frente a la brutalidad totalitaria iconoclasta y enfermiza de la enloquecida subversión protestante, la Catolicidad a través del Arte Barroco alentó la edificación de templos con gran profusión de esculturas de Vírgenes, Cristos, Santos, Ángeles, Mártires; fachadas, retablos, muebles, etc., cargados de un gran simbolismo religioso, incluso metafísico; un arte caracterizado por el realismo, los colores fuertes e intensos, la luces y las sombras, y cuya misión trascendental era la de introducir a los fieles en los Misterios de la Fe, mostrándoles la Gloria Celestial a la cual podían aspirar según sus obras, según su “gracia suficiente y eficiente”. En una etapa de constantes guerras y luchas fratricidas por la restauración del Orden, el Arte Barroco era lo contrario del reposo y del pancismo burgués y adocenado: furor de vivir, sabiduría activa, sentido del movimiento, dinamismo y tensión espiritual. El Arte Barroco rompió con el odioso humanismo renacentista y su neopaganismo paródico y de baja estofa, pero también fue un intento, aunque tardío -al menos en lo que en el terreno del arte se refiere-, de restaurarse o de volver a la Edad del Centro, la Edad del Ser…
El gran Eugeni d’Ors definió al Barroco como una forma transhistórica del arte al distinguir entre el Clasicismo y lo Barroco, decía que «ambas aspiraciones [clasicismo y barroquismo] se complementan. Tiene lugar un estilo de economía y razón, y otro musical y abundante. Uno se siente atraído por las formas estables y pesadas, y el otro por las redondeadas y ascendentes. De uno a otro no hay ni decadencia ni degeneración. Se trata de dos formas de sensibilidad eternas». Los paradigmas del Arte Barroco, en líneas generales, giraron en torno a la preocupación por la fugacidad de la vida, por el desprecio por el “mundanal ruido” (Fray Luis de León), de la mera apariencia, del desencanto, la banalidad de una existencia puramente mundana y vacía; precisamente aberraciones características de este Mundo Crepuscular que ya amenaza pura ruina: “MEMENTO MORI”, RECUERDA QUE MORIRÁS…
FUERZA HONOR Y TRADICIÓN
Joan Montcau
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