
Cada 15 de septiembre la Iglesia celebra la memoria de Nuestra Señora de los Dolores, una devoción muy extendida en los países mediterráneos que contempla a María al pie de la Cruz. El origen de esta conmemoración se remonta a finales del siglo XI, cuando comenzaron a surgir en Europa expresiones litúrgicas que destacaban la unión íntima de la Virgen con la Pasión de su Hijo.
En el siglo XIII, los frailes “Siervos de María” impulsaron especialmente esta espiritualidad, hasta que en 1668 se les permitió celebrar la Misa votiva de los Siete Dolores de María. Más adelante, el Papa Inocencio XII autorizó en 1692 la celebración de los Siete Dolores el tercer domingo de septiembre. Fue Pío VII quien, en 1814, extendió la fiesta a toda la Iglesia, y finalmente Pío X fijó la fecha definitiva el 15 de septiembre de 1913, justo después de la Exaltación de la Santa Cruz, cambiando su nombre a Nuestra Señora de los Dolores.
Un testimonio temprano de esta devoción lo encontramos en el célebre himno Stabat Mater, atribuido al beato Jacopone da Todi (1230-1306), que canta con intensidad poética la fidelidad de la Madre que permanece junto al Hijo crucificado.
María al pie de la Cruz
El Evangelio de san Juan relata: “Junto a la cruz de Jesús estaban su madre (…) y María Magdalena. Al ver a su madre y al discípulo a quien amaba, Jesús le dijo: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre»”. (Jn 19,25-27).
Estas palabras son la última disposición de Cristo: confiar a María al discípulo amado y hacer de él hijo suyo. La tradición ha visto en este gesto un signo para toda la Iglesia: María es confiada a los cristianos y los cristianos son confiados a María. Así, la Madre de Jesús es también la Madre de la Iglesia.
Mujer y nueva Eva
El título con el que Jesús se dirige a María —“Mujer”— la vincula tanto con el episodio de Caná, donde su “hora” aún no había llegado, como con la escena de la Cruz, donde la hora de la redención se cumple. Al llamarla Mujer, Cristo la presenta como la nueva Eva, aquella que con su obediencia y su dolor participa en la obra redentora que el primer pecado había frustrado.
Madre y discípula fiel
La devoción a Nuestra Señora de los Dolores recuerda que María no solo es Madre, sino también discípula. Ella acompañó a Jesús desde el inicio, permaneció fiel hasta el final y, como había anunciado Simeón en el templo, una espada atravesó su corazón. Su martirio interior se transforma en testimonio de fidelidad radical al Hijo, y en modelo para todo discípulo que quiera seguir a Cristo en el camino de la cruz.
En esta festividad, la Iglesia contempla a María como la Madre que sufre, pero que no se derrumba; la discípula que enseña a permanecer firmes en la fe, incluso en medio del dolor, y la intercesora que acompaña a cada creyente en sus propios sufrimientos.
Fuente: EWTN
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