

Ante el juicio contra una enfermera que inoculó a 400 niños con suero salino, en vez de las vacunas del calendario regular, quisiera hacer las reflexiones siguientes:
– es evidente que la potestad de sobre esos niños no es ni del estado, ni de dicha enfermera, es de sus progenitores, pero que en todo momento deberían exigir a los sanitarios el consentimiento informado de los posibles efectos adversos que dichas vacunas pudieran ocasionar en esos niños, más que expresar su indignación, ¿exigieron ese consentimento informado?
– con lo acontecido, nuevamente, la ciencia, en vez de aprovechar el estudiar e investigar si estas vacunaciones son más beneficiosas que perjudiciales, se dedica a denostar a esta profesional sanitaria, ¿cuál ha sido el tipo de enfermedades y su evolución, y, en concreto las de las enfermedades objeto de la vacunación, que han cursado estos niños sin haber tenido la protección de la vacunación?, ¿ al mismo tiempo, cuántos de los niños vacunados han experimentado algún tipo de enfermedad después de la vacunación?. Serían datos muy interesantes para evaluar la verdadera eficacia de las vacunas.
– creo que la sociedad, y en este caso los progenitores de estos niños, debe plantearse un espíritu crítico sobre la ciencia y lo que nos dice la que procede de los mercenarios de las multinacionales farmaceúticas, por lo que ¿cuántos de estos progenitores indignados, no se han planteado indignarse con los profesionales sanitarios y la supuesta ciencia en casos, como el acontecido con los betabloqueantes, teniendo seguramente familiares mayores, que los han tomado por prescripción médica desde hace muchos años?
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