
En la tradición judía, cuando alguien muere, todos los espejos de la casa se cubren durante el período de luto. Se cree que así se evita que el espíritu del difunto quede atrapado en su reflejo y no pueda ascender al mundo venidero. Este detalle nos recuerda que el espejo no es un objeto cualquiera: encierra un carácter especial y misterioso.
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La superstición popular sostiene que romper un espejo acarrea siete años de mala suerte. Si acudimos a la cábala, descubrimos que esta creencia, lejos de ser absurda, encierra un trasfondo profundo.
Los cabalistas dividen las sefirot en dos grupos principales. Las tres primeras —Keter, Jojmah y Binah—, llamadas Mojin (de la raíz Moaj, “cerebro”), son de carácter intelectual. Las siete siguientes —Hessed, Guevurah, Tiferet, Netsaj, Hod, Iesod y Maljut— se denominan sefirot inferiores o emocionales, y se vinculan al corazón y al alma.
Romper un espejo, entonces, simboliza la fractura del corazón, del alma. Y como son siete las sefirot emocionales, el reflejo de esa ruptura se traduce en siete años de desgracia e infortunio.
De aquí se desprende una enseñanza poderosa: la integridad de nuestra alma es la verdadera garante de la buena fortuna.
La guematria de Mareeh (מראה), “espejo”, es 246 y coincide con la de Mearah (מארה), “maldición”.
JULI PERADEJORDI
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