
Bismillah
Haciendo un proceso de limpieza y desconexión de las redes sociales, he hecho un búsqueda de la huella digital he dejado. Y aunque la mayoría de las cosas que uno dice envejecen francamente mal, me he cruzado con una conversación mantenida hace más de una década con shayj Salahhudin, ¡que Dios lo conserve y eleve en sus estados!, y otros hermanos sobre lo fundamental y lo accesorio, y esos caprichos que tiene el alma, sobre todo el peor, que es el afán de notoriedad y de poder.
Curiosamente, pasados los años y visto como el discurrir del designio divino teje la historia, uno no puede dejar de sentir un cierto de orgullo infantil e inmaduro cuando puede decir “¡Te lo dije!”, aunque en este caso es más un “ya lo advertimos”. En el fondo no es ningún mérito personal, es simplemente la comprobación de que ciertas cosas se repiten y los seres humanos no somos, por nosotros mismos, tan extraordinarios como creemos.
La cuestión es que, tras una noticia inesperada que me dieron hace unas semanas, sobre los devenires de alguien a quien conocemos, me ha llevado a hacer un examen de conciencia sobre mi propia situación, la incapacidad de mi propia alma, las pretensiones, la lejanía con el objetivo, la falta de sinceridad, de arrojo y determinación que se ocultan bajo capas de conformidad con uno mismo y auto condescendencia. Más aquí estamos, tratando de resistir agarrados a un tablón como náufragos, con la esperanza de que llegue un bote y nos salve.
Porque aunque a veces sea necesario un empujón, un incentivo que nos haga salir de nuestra comodidad habitual, el trabajo es a largo plazo. La transformación de uno mismo a través de la bendición divina (baraka), aunque puede necesitar de momentos críticos, extremos, es un proceso que normalmente va ocurriendo poco a poco, tensando el hilo, hasta que, cuando supera su resistencia, se rompe. ¡Quiera Dios hacernos llegar a ese estado, de realización de Su grandeza!
En otros tiempos y en otras circunstancias, a los candidatos a la vía, se les ponía a prueba en su sinceridad, a veces haciéndolos romper con lo que aceptaban como normal, como sus roles sociales, sus relaciones familiares, o incluso lo que aceptaban como verdades o dogmas religiosos (lo que hoy llamaríamos lo políticamente correcto), para así deshacer ese cascarón y poder liberar su alma. Hoy en día, como decía el maestro de nuestros maestros, con que alguien cumpla con sus deberes como musulmán en una sociedad como la occidental (y ahora incluso en las sociedades que nominalmente se consideran musulmanas), ya está sometido a una prueba mayor que la que pasaron nuestros piadosos predecesores. Más no argumento esto como excusa: realmente se hace mucho más trabajo resistiendo, siendo constante, superando las dudas, profundizando en los poco que se hace, que con grandes despliegues agotadores. A veces es mejor ser un burro todo el rato, que no tener “salida de caballo andaluz, parada de burro manchego”.
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