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REFLEXIÓN
En la segunda edición del libro de Raimon Arola titulado Alquimia y religión, se añadió un apartado de tres capítulos dedicado a lo oculto en la vida del espíritu, su significado y su relación con la Piedra filosofal. Lo oculto, una palabra de vasto significado que atrae a algunos por el misterio que promete y contraría a otros, porque tras este misterio solo ven engaño y superchería, es en el fondo un adjetivo sustantivado que sirve para denominar aquello que no se ve a simple vista, aquello que permanece virgen a los ojos exteriores, una manifestación de algo que puede darse o no. Evidentemente hay que distinguir lo oculto del ocultismo, aquel movimiento que surgió en Francia a finales del s. XIX y que se dedicaba al estudio y la práctica de las ciencias llamadas ocultas como la astrología o la magia.
Hay que distinguir lo oculto del ocultismo, aquel movimiento que surgió en Francia a finales del s. XIX y que se dedicaba al estudio y la práctica de las ciencias llamadas ocultas como la astrología o la magia.
Así, bajo el título de Lo oculto en los ss. VXI y XVII, Raimon Arola emprende un viaje hacia el núcleo más interior de la religión cristiana. Como ya vimos, en la primera parte de este libro, el autor estudia el devenir de la alquimia tal y como se configuró en la Edad Moderna, en especial a partir de Paracelso, cuando se convirtió en el lugar en el que ciertos sabios reunieron un tesoro de conocimiento y desarrollo espiritual que hubiera podido llegar a convertirse en el núcleo interior y secreto de la tradición cristiana. Sin embargo, con la llegada del racionalismo a esta ciencia se la encerró en un cajón de sastre de lo que ahora entendemos por ocultismo y se la consideró como algo ajeno e incluso opuesto a la religión. Pero Arola deja claro que, tras la aparente locura de los antiguos alquimistas, se esconde una enseñanza que merece ser tenida en cuenta por los que se interesan por la vida del espíritu ya sean religiosos o no.
La alquimia, señala Arola, se basaba en la intervención de la realidad sobrenatural en el devenir del universo, sin explicación posible a partir de las leyes naturales, por eso para los alquimistas de los siglos XVI y XVII esta ciencia era considerada un milagro, cosa que ya se dice en el segundo párrafo de la Tabula Smaragdina, atribuida a Hermes Trismegisto donde se afirma que la Gran Obra son los “milagros de una sola cosa” de lo que está arriba unido con lo que está abajo. Dios, como propiamente lo sobrenatural, se convierte en un elemento directo e imprescindible en la realización de la gran obra.
Dios, como propiamente lo sobrenatural, se convierte en un elemento directo e imprescindible en la realización de la gran obra.
En el Secreta secretorum [1] su autor no deja dudas respecto de que los milagros son obras sobrenaturales y, por consiguiente, divinas; dice así: “Las cosas inferiores con las superiores y las superiores con las inferiores se corresponden. Dios es el único obrador de los milagros, del que proviene toda operación maravillosa”. En la alquimia se conjugan estas dos realidades, la naturaleza y la gracia y la operación maravillosa de esta unión entre gracia y naturaleza ocurre precisamente al inicio de la obra alquímica, también llamada en otros contextos, principio de la creación, tal y como aparece reflejado en el prólogo de Emmanuel d’Hooghvorst al Tractatus aureus, atribuido también a Hermes Trismegisto, d’Hooghvorst escribe lo siguiente en relación a este misterioso principio oculto:
Los discípulos de la cábala quymica [sic] dicen que este famoso comienzo es aquél del que habló el sabio Moisés al principio del Génesis; el de la Gran Obra de la creación, ocultado de edad en edad y revelado en parábolas, figuras y enigmas. Esta Gran Obra es un secreto, una herencia que no será manifestada a todos más que en el último día. Los herederos son los hijos de Abraham. Vendrán de todas partes, del norte y del sur, de oriente y de occidente para participar en el banquete. Habrán brillado en las tinieblas del mundo como los astros terrestres cuyo resplandor no fue visible más que a los ángeles de Dios. Forman el ejército del que el Mesías, el Verbo encarnado, es el Señor. [2]
En la alquimia se conjugan dos realidades, la naturaleza y la gracia y la operación maravillosa de esta unión entre gracia y naturaleza ocurre al inicio de la obra alquímica, también llamada principio de la creación.
El origen oculto de la obra alquímica será desarrollado por Arola a partir de lo que Heinrich Cornelius Agrippa (1486-1535) denominó la filosofía oculta, el título de una obra que comenzó a escribir a los 24 años y que fue puliendo hasta imprimirla poco más de una década después. Agrippa, juzgado de un modo terrible por sus coetáneos y por las posteriores generaciones, fue además de un profundo conocedor de la magia, entendida como la antigua sabiduría proveniente de Zoroastro, un gran teólogo como se demuestra en su otra obra De incertitudine et vanitate de scientiarum et artium, escrita después pero publicada antes que De occulta philosophia. Recordemos que la magia filosófica según la entendían los renacentistas como Ficino y Pico della Mirandola servía para casar los mundos, es decir lo inferior con lo superior y viceversa.
Desgraciadamente, la magia filosófica se perdió entre las luces de la razón, hasta que, en el siglo XIX, la filosofía oculta degeneró en peregrinos ocultismos cuyo representante más conocido fue el seminarista francés Alphonse Louis Constant (1810-1871), llamado también Eliphas Lévi, pues ni él, ni tantos otros ocultistas, supieron ver que la filosofía oculta, más que un conocimiento de cadenas de correspondencias, que también aparecen en la obra de Agrippa, fue “un intento de reunir la magia antigua, la cábala judía, las armonías pitagóricas, la filosofía pagana, los mitos mistéricos, la teología islámica o la cristiana del medioevo —es decir: la sabiduría antigua a la que se tenía acceso en su época—, a partir de la verdad cristiana”. [3] Es decir, un feliz intento de validar la verdad del cristianismo a partir de otros puntos de vista, cosa que en el ocultismo de los pasados siglos se pierde completamente.
Ni Eliphas Lévi ni otros ocultistas supieron ver el intento de la filosofía oculta por validar el cristianismo a partir de la sabiduría antigua.
En este sentido, Raimon Arola afirma que la alquimia es una parte inseparable del devenir del cristianismo del siglo XVI, pues al ser su objetivo la regeneración completa del ser humano llegó a aceptarse sobre todo por parte del protestantismo que comprendió y se identificó con el renacimiento o la regeneración de un cuerpo imperfecto mediante la gracia con la obra de mesiánica. Esta propuesta provienes del profesor Wouter Hanegraaff quien en su estudio sobre el esoterismo y la Academia explica que, si los alquimistas de los siglos XVI y XVII repiten a menudo que su Piedra filosófica es el fundamento de toda religión o espiritualidad, es porque lo hacen como cristianos. Por eso, añade Arola, confundir este anhelo con lo que más tarde propondrían los ocultistas del siglo XIX, es decir, con una pseudo teosofía como una religión única y verdadera, es un gran equívoco que ocurrió, a pesar de todo, y que ha generado grandes errores en la historia de la espiritualidad:
Para todos los cristianos de los siglos XVI y XVII, Jesucristo era la única verdad, quizá podrían discutir de sobre las formas de su iglesia, y lo hacían, a veces de forma encarnizada, pero en ningún caso ponían en duda el misterio de la doble naturaleza de Jesucristo, la humana y la divina. Esta doble naturaleza es lo que provocó que la Piedra filosofal se le asimilara, una asimilación que se hizo con mesura y sobre todo con discreción, cosa que comportó lo oculto por la propia naturaleza de la propuesta.[4]
En el segundo capítulo titulado “El mesianismo y la piedra filosofal” se afirma que los alquimistas buscaban la verdad de su fe en el cristianismo en la Piedra filosofal, que según ellos respondía a la encarnación del Hijo y a su resurrección, es decir, a su presencia en este mundo mediante la figura de Jesucristo, el mesías. De hecho, las ceremonias sacramentales no hacen sino recrear este misterio, quizá por eso, la relación entre el esoterismo y el exoterismo en el cristianismo siempre ha sido complicada, pues la presencia de Dios se halla en la eucaristía que, si bien está al alcance de todos los creyentes, es la mayor representación de su misterio oculto. Se trata de una de las grandes paradojas del cristianismo. Igualmente, la obra alquímica, con su principio oculto y secreto, manifiesta la presencia divina encarnada o coagulada en la piedra filosofal. Louis Cattiaux lo expresó de este modo:
Las santas Escrituras están completas desde su comienzo, y cada nuevo Libro revelado no hace más que confirmarlas sin añadir ni suprimir nada al misterio del espíritu encarnado, que constituye su fundamento sagrado.
Si todavía hay hombres inteligentes e inspirados de Dios en las iglesias, estos examinarán sus Escrituras hasta el fundamento secreto donde brilla la piedra inquebrantable e imperecedera establecida por Dios, establecida de Dios, establecida en Dios. [5]
Los alquimistas buscaban la verdad de su fe en el cristianismo en la Piedra filosofal, que según ellos respondía a la encarnación del Hijo y a su resurrección, es decir, a su presencia en este mundo mediante la figura de Jesucristo, el mesías.
La actualización de la presencia del mesías en la eucaristía, entendida tal y como la presenta Giorgio Agamben en su libro El tiempo que resta. Comentario a la Carta a los romanos, sería para los alquimistas del XVI y XVII, la realidad oculta. La piedra filosofal es igualmente algo presente, y por consiguiente físico, pero oculto. En el mismo sentido, Emmanuel d’Hooghvorst se preguntaba “¿Qué anuncia la Sibila perpetuamente?”, para responder seguidamente:
La edad de oro. Al igual que los profetas en Israel se han sucedido para anunciar al Mesías, las numerosas Sibilas de la Antigüedad han anunciado siempre la edad de oro. Según esta teoría, la edad de oro debe venir al término de un ciclo de mil años, aunque dicha cifra parece igualmente simbólica, pues también en el Apocalipsis se habla de un reinado de Cristo que debe durar mil años.[6]
Por eso Arola concluye que la edad de oro está en lo oculto y lo oculto se manifiesta en la edad de oro o el tiempo del mesías, pero solo para algunos.
Ni el tiempo mesiánico ni el de la realización de la piedra filosofal son cronológicos, por eso se habla del instante eterno o de la eternidad de eternidades, cuando lo sobrenatural se conjuga armónicamente con lo natural. Sin embargo, la relación de lo infinito, Dios, con lo finito, el hombre, o la piedra, es, como escribió Karl Barth, “la paradoja absoluta”, otra, como la presencia de Dios en la eucaristía.
a concluye que la edad de oro está en lo oculto y lo oculto se manifiesta en la edad de oro o el tiempo del mesías, pero solo para algunos.
Ni el tiempo mesiánico ni el de la realización de la piedra filosofal son cronológicos, por eso se habla del instante eterno o de la eternidad de eternidades, cuando lo sobrenatural se conjuga armónicamente con lo natural.
Plantearse la alquimia sin tener en cuenta estas paradojas parece un sinsentido, quizá por eso, dice Arola, que Cattiaux propuso la idea de las dos caras de Dios:
“El verdadero sabio es el que ve las dos caras de Dios y contempla lo que está oculto adentro. Porque en la unión de los contrarios es donde aparece la verdad del Único” [7]
Lo oculto no deja de ser, paradójicamente, la gran epifanía que se da cuando lo sobrenatural se manifiesta en el tiempo natural, es decir cuando lo que es propiamente oculto se da a conocer. Según los alquimistas, esta manifestación es posible en tanto que lo sobrenatural ya está en lo natural y, por consiguiente, no se trata tanto de una trascendencia sino de una inmanencia, o, en todo caso, una reunión de ambos principios. Los milagros de una sola cosa anunciados en la Tabla de Esmeralda
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NOTAS
1] Un tratado pseudoaristotélico del s. XII que pretende ser una carta de Aristóteles a su estudiante Alejandro Magno sobre una variedad enciclopédica de temas. La obra fue tan popular en su época que incluso ha sido considerada la más leída de la Edad Media.
[2] El hilo de Penélope, Arola, Tarragona, 2006, tomo II, pp. 25 y sigs.
[3] Alquimia y religión, Siruela, Madrid, 2021, p. 235.
[4] Alquimia y religión, id., p. 241.
[5] El Mensaje Reencontrado § XXIV, 4.
[6] “Astrología en la Antigüedad”, en LA PUERTA, Astrología y tradición, Arola, Tarragona 1999, p. 16.
[7] El Mensaje Reencontrado § XIV, 31,
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