Empecemos por lo más elemental de la cuestión: ¿En qué consiste la Nueva Normalidad? Es la imposición de un modelo distorsionado de realidad como hegemónico; la Nueva Normalidad es una pseudorealidad basada en el Simulacro, una arquitectura hueca, tan compleja y sofisticada como altamente tecnificada. Es la aplicación continua de lo que Naomi Klein denominó como «doctrina del Shock» en el libro homónimo: un trauma colectivo perfectamente diseñado. Dicho trauma provoca distorsión y, finalmente, disociación post-traumática: miedo, incertidumbre, pánico, incomprensión y servidumbre son sus consecuencias más evidentes.
El estado de la conciencia propio de una circunstancia así depende de los designios de distintas instituciones intervencionistas (multinacionales, religiones, gobiernos, organismos, sociedades secretas, servicios de inteligencia); y el objetivo final de este proyecto es una remodelación de lo humano, dejando atrás modelos naturales para abrazar nuevos modelos de diseño basados en un paradigma artificial. Todo el Sistema pone en marcha un gran dispositivo de propaganda (basada en técnicas de PSYOPS) para poder perpetrar el engaño sin protestas. El objetivo es la realización de la abstracción, de la fluidez, de la disolución de lo humano para mejor imponer el mundo del artificio.
¿Y por qué se genera esta Nueva Normalidad? Porque el fin de la hegemonía occidental hace tiempo que se ha acabado y, ante el horizonte de un mundo multipolar, las élites oligárquicas han decidido enriquecerse por medio de la realpolitik al tiempo que consumar la agenda dictaminada por grupúsculos esotéricos desde hace siglos. Es el resultado y el final de una política gnóstica diagnosticada por, entre otros, el pensador alemán Hans Blumenberg. Esta realidad es enmascarada por las palabras bonitas que dispensa la educación, los medios de comunicación, el Espectáculo y demás maniobras dispuestas para beneficio del Simulacro.
Lo único que puede frustrar la imposición de esa realidad distorsionada (al menos para los profanos) que es la Nueva Normalidad, por medio de desastres climáticos, pandemias y guerras es la aceleración del propio estado decadente de Occidente. Por eso hay que ser aceleracionistas y así aguardar el colapso con afán de traspasar el propio umbral de la Nueva Normalidad, ya que, cuanto antes muera este tiempo de transición, esto es, cuanto antes desaparezca el mundo que conocemos y al que falsamente denominamos como “hogar”, antes se producirá el despertar y renacimiento que permitirá alumbrar uno nuevo.
Para Naomi Klein: el citado «shock» consiste en utilizar crisis reales o provocadas para generar una determinada respuesta socio-cultural; en ese sentido, cabe recordad que la guerra disuelve un orden preexistente para regenerar el cuerpo social políticamente; y, por ello, hay que afinar la mirada acerca del shock, dado que trabaja de la misma forma: no importa la crisis en sí, puesto que supone una excusa para desplegar las diversas operaciones psicológicas, sino aquello que se vehicula a través de la crisis: un Nuevo Orden Social. Pasado el momento del trauma, tanto en lo social como en lo colectivo, queda constatar: ahora estamos en tiempos de reprogramación. El objetivo es una mente-colmena, esto es, la consumación del colectivismo; y eso se produce generando nuevos patrones de pensamiento y nuevas formas de orden técnico.
Hay un control más fuerte que el político, el social o el cultural: el mítico. Más que una operación psicológica al uso, la hiperrealidad es una mitología que ataca directamente a nuestra imaginación y, por lo tanto, altera de manera decisiva nuestro imaginario común. Quienes dominan la realidad sutil (o espiritual), dentro del cuerpo del Sistema, saben perfectamente manipular la estructura simbólica del pueblo profano para penetrar en su percepción de la realidad y generar una distorsión efectiva de la misma.
Una última pregunta al respecto de la Nueva Normalidad: ¿Qué justifica su implantación? Venga, mejor que una pregunta que sean dos: ¿Por qué se hace esto? Porque, contra lo que reza la cara exotérica de la Ilustración (pretendidamente racionalista), las imágenes mentales son constructoras de realidad: individual y colectivamente. Es algo que la cara esotérica de la Ilustración (en realidad mágica y proveniente de, por lo menos, el Renacimiento) conoce a la perfección. La educación, los medios de comunicación, los servicios sanitarios y psicológicos, el cine, la televisión y las redes sociales, etc, son, en ese sentido, dispositivos que crean una realidad para mejor sustituir otra, tanto en el plano individual como en el colectivo: es la imposición de la hiperrealidad.
La hiperrealidad, ese espacio destacado de la cosmovisión posmoderna y tan ampliamente estudiado por Jean Baudrillard, es como un virus que se inserta en nosotros para trastornar nuestro organismo. Resulta imposible cartografiar el cuerpo enfermo de la posmodernidad: su corporeidad es tan dúctil como la esquiva presencia de una hiperrealidad intoxicada. El cuerpo enfermo de la realidad distorsionada acaba por sustituir el cuerpo sano de la realidad tal y como debe ser percibida. De esta forma es como terminamos albergando desiertos en nuestro interior.
La distorsión no es otra cosa que caos. Al desaparecer las certidumbres y los sistemas de cohesión, los individuos se sienten desarraigados. En su lugar, la Inteligencia Artificial surge como un elemento ordenador. Y la Realidad Virtual, como la Utopía encarnada (para los profanos). El objetivo de todo ello es que la masa de la que usted y yo formamos parte, querido lector, aprenda a no distinguir entre lo digital y lo físico. Nadie podrá escapar de una existencia basada en la conexión, nadie logrará huir de la ominosa presencia de la hiperrealidad.
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